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Capítulo 1: Adoración


La primera noche del cambio de temporada resultó inesperadamente fría: era el final de esa época de renacimiento (primavera) y en mi mente todo se había planteado como un momento de ardor ceremonial, para darle la bienvenida al calor. Estaba preparado para eso, para la agitación, sin embargo, acabó como un ritual tranquilo y hasta un poco aletargado, que, además, finalizó muy tarde.

La tribu entera parecía estar así, abandonada a la parsimonia, como adormilados. Y antes de darme cuenta, el equinoccio de primavera se acabó sin contratiempos. Me despedí de los jefes al final de la ceremonia y, luego de salir de la tienda, reduje mis pasos para observar el cielo con tranquilidad.

Me quedé allí, simplemente de pie detallando las estrellas con cierto anhelo en el pecho y notando lo hermoso que relucía el cielo nocturno. Azulado por la inmensidad de la luna llena que estaba presente esa noche. El brillo azul parecía ser casi mágico.

Así fui testigo de los abrazos, las despedidas y los besos de buenas noches. Había hijos despidiendo a sus padres ancianos, parejas jóvenes dedicándose susurros de amor y niños abrazando a sus primos antes de irse a dormir. ¿Y yo? Estaba solo. Siempre solo.

Aunque transcurrieran más años, estaba seguro de que continuaría sintiendo esta misma punzada en el pecho, de envidia, dolor e incomodidad.

Porque hace mucho que ya pasé por la etapa de observación, el impulso de querer entenderlos se terminó.

Respiré hondo en aquel aire frío y eso sirvió para tranquilizarme, para volver a mis sentidos y recobrar la paz que me había obligado a alcanzar ante el dolor.

Sabía que todos se cohibían por mi presencia, así que, ya no tenía nada más que hacer allí. Me alejé, envolviéndome en mi abrigo fino y caminé con la mayor entereza posible para recorrer todo el camino hasta la tienda que me pertenecía desde mi infancia. Dolía saber que llegaría yo solo, y aún más porque allí no habría nadie esperándome.

Desde que tengo recuerdos siempre he sido tratado como alguien especial: muy especial. Y realmente no recuerdo ni una sola ocasión en que ser "especial" fuese algo bueno para mí. Con toda esa preferencia, resulta obvio que no me consideran uno más de la tribu. Estoy en un peldaño superior y ni siquiera deseo estar allí. Jamás lo he disfrutado, ni una sola vez en mi vida.

El modo en que me miran, ya fuese con la devoción que se reservan solo para orar frente a la deidad que nos protege o, en el peor de los casos, con esa mirada piadosa que le dedican a los que hacen milagros poco antes de morir. Y no, no me estoy muriendo, ni nunca he estado a punto de hacer un milagro.

Se hace muy evidente que, cuando me hablan, en realidad, están esperando tener la suerte de presenciar algo proveniente de mí: una revelación del universo, una señal que cambie sus vidas; quizá esperan que me salga un cuerno en la cabeza o que mis ojos brillen con fuego vivo.

Sé que tal vez tienen la esperanza de verme inspirado por la gracia de algún espíritu del viento, no sé si para que vuele envuelto en llamas azules como lo haría un cisne encantado o uno maldito, según se vea. Nunca lo haría, porque todo eso está fuera de mi alcance, qué más desearía yo, lamentablemente.

Ojalá pudiera volar muy lejos de aquí.

Todos a mi alrededor me creían especial, aun si no hice nada para merecerlo. Yo solo... quería una vida para vivirla. Debería ser feliz ¿Verdad? Pero, vivir... no me hace sentir feliz ni pleno.

La única cosa buena que hice bien, según lo que todos creen, fue haber nacido. Y día a día puedo comprobar que tienen tantas y tan altas expectativas, lo sé, porque cuando me ven noto que siguen esperando esa gran hazaña que debo hacer, y ni siquiera sé cuál es. Vivir es tan doloroso.

Me agobia no ser suficiente, y sé que nunca voy a serlo, porque no soy lo que esperan y mucho menos lo que ellos necesitaban que yo fuera. Mi vida fue destrozada, lo tengo muy claro. O bueno, no sé si puedo decir que tengo una vida: tengo conocimientos y he estudiado muchas artes útiles para mi misión... Sin embargo, aunque ya he crecido, todavía nadie ha podido explicarme cuál se supone es mi misión.

Con la excusa de mi existencia especial, siempre me dijeron que mi integridad era valiosa. Nunca pude compartir del modo en que un niño lo haría. No podía jugar con otros niños ni ir a explorar a medida que crecía. Siempre apartado...

Entonces, crecí sin hacer siquiera un amigo. Y fue tan solitario ese tiempo, que eventualmente me resigné. Arrastré esa carencia por años, para intentar transformarla en algo positivo. Por años luchando con la idea, intentando ser mejor, ser perfecto, cambiar, seguir igual... Sin embargo, no lo logré, y finalmente abracé mi soledad, casi como a un escudo.

Me quedé siempre rodeado de personas mayores que, en su mayoría, estaban allí solo para protegerme o instruirme, no para acompañarme en realidad.

Durante algunos años fui apartado de mis padres, en realidad, ya no recuerdo bien esa época, pero el resultado es que ahora no tengo vínculo alguno con ellos. Y, si existe alguno, no es similar al que comparten con sus hijos menores, a los que ni siquiera puedo considerar mis hermanos, porque solo sé sus nombres.

No tengo ni tuve a nadie en quien apoyarme, nadie en quien confiar ni a quién contarle esas preocupaciones o dudas que iban surgiéndome al crecer, mis inquietudes... y mis miedos. Solo tuve a mi soledad como compañía.

La pared invisible que hicieron para alejarme, aunque intenté romperla, siempre fue totalmente infranqueable. Me volvieron alguien resentido, sí,

Nunca podré perdonarles por su abandono.

Al final del día todos volvían a casa, con sus familias, menos yo.

Desde que era un niño pequeño aprendí a cocinar y a encargarme del hogar. Entonces, creyendo que ya podía cuidar de mí mismo, estando en cualquier lugar... Comencé ingenuamente a hacer planes, porque antes pensaba que podía idear cosas y soñar con lugares. No es culpa de nadie, me ilusioné yo solo. Ahora que tengo edad suficiente, comprendo que nunca tuve esa opción.

En general, siempre he querido casarme. Y esa ha sido una idea constante, no era solo un sueño. Genuinamente, quería poder vivir lo mismo que los demás, esos cientos de jóvenes que se casaron en la tribu. Quizá, yo solo...

Solo quería una familia.

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