5
Al cruzar el umbral hacia el corazón del templo, Kira sintió un cambio en el aire, como si el propio espacio que la rodeaba estuviera cargado de una energía viva, antigua y poderosa. La sala era vastamente diferente del resto del templo. Los muros, cubiertos de cristales kyber que irradiaban una suave luz dorada, emitían un brillo cálido que hacía que todo a su alrededor pareciera más grande, casi fuera del tiempo. El suelo bajo sus pies vibraba levemente, resonando con su propio pulso, como si el corazón del templo, literal y figuradamente, latiera en sintonía con la Fuerza.
En el centro de la sala, un pedestal de piedra tallada se alzaba majestuosamente, con un diseño que evocaba las raíces de los antiguos Jedi. Sobre él, suspendido en el aire por una barrera de energía dorada, estaba el artefacto que tanto habían buscado. Parecía una esfera brillante, pero más que una forma física, Kira percibía su presencia en la Fuerza como algo denso, casi sofocante. Era un nodo de poder concentrado, una confluencia de sabiduría y destrucción. Sintió que el artefacto la llamaba, susurrando secretos, tentándola con promesas de conocimiento y fuerza más allá de lo imaginable.
Kira avanzó con cautela, consciente de la magnitud de lo que tenía ante ella. Su corazón latía con fuerza, pero no era solo emoción lo que la impulsaba; era un sentimiento de responsabilidad, de saber que en ese preciso instante, su papel en el destino de la galaxia se definía. Respiró hondo, tratando de mantener la calma mientras extendía una mano hacia el artefacto. Sentía la tensión en el aire como si el tiempo mismo se hubiera detenido.
De repente, una voz profunda resonó en la cámara, fría como el vacío del espacio.
—Has llegado lejos, pero ¿qué estás dispuesta a sacrificar para alcanzar el poder que deseas?
Kira retrocedió, sobresaltada. El aire a su alrededor se oscureció, y una figura comenzó a materializarse frente a ella. Envuelta en sombras, su rostro estaba oculto bajo una capucha, pero Kira supo de inmediato quién era. Lord Malakar. El antiguo Sith que había sido la causa de todo este conflicto.
—Tú... —murmuró Kira, sus ojos fijos en la figura—. No puedes estar aquí. Estás muerto.
—¿Muerto? —repitió Malakar con una risa suave, pero cargada de malevolencia—. La muerte no es más que una ilusión para aquellos que comprenden el verdadero poder de la Fuerza. Yo he perdurado, esperando este momento. Esperándote a ti.
La presencia de Malakar llenaba la sala, absorbiendo la luz y la calidez. Kira sentía el peso de su oscuridad sobre ella, cada palabra que pronunciaba penetrando en su mente. El Sith no era un simple espíritu; su esencia se aferraba a este lugar, buscando regresar al mundo físico a través del artefacto que había guardado por siglos.
—Tú me trajiste de vuelta, Kira. Al abrir el holocron, al seguir las pistas, has hecho exactamente lo que necesitaba. Eres el catalizador de mi renacimiento. Pero no tienes que temerme. No te ofrezco muerte, sino un poder que ningún ser en la galaxia puede imaginar. Únete a mí. Juntos, reconstruiremos esta galaxia.
La tentación estaba ahí, palpable. Kira sintió el tirón en su interior, el deseo de poder, de respuestas, de todo lo que había buscado toda su vida. Pero algo dentro de ella, una pequeña chispa, se resistía. Sabía que aceptar esa oferta no era el camino correcto, que estaba jugando con fuerzas que podían destruirla, no solo a ella, sino a todo lo que apreciaba.
—No —dijo con firmeza, sintiendo que la resistencia dentro de ella crecía—. No estoy aquí para buscar poder. Estoy aquí para detenerte.
Malakar rió de nuevo, esta vez con más fuerza.
—¿Detenerme? —replicó, avanzando hacia ella, aunque sus pies nunca tocaban el suelo—. ¿Tú, una simple exploradora, crees que puedes detener a un Lord Sith?
Pero antes de que Kira pudiera responder, la atmósfera en la sala cambió de nuevo. Una presencia cálida y familiar se hizo sentir. Del otro lado de la sala, una figura de luz comenzó a tomar forma. Dorin. O más bien, su espíritu. Pero no era solo él; junto a él, aparecieron otras figuras envueltas en luz, antiguos Jedi que habían defendido este lugar desde tiempos inmemoriales.
—No estás sola, Kira —dijo Dorin, su voz suave, pero cargada de convicción—. La Fuerza siempre estará contigo. Confía en ti misma, como nosotros confiamos en ti.
Kira sintió el poder de la luz envolviéndola, dándole fuerza. El miedo que la había atormentado comenzó a desvanecerse, reemplazado por una calma profunda y un propósito claro. No necesitaba el poder de Malakar. Lo que tenía dentro de sí, el poder de la Fuerza, era más grande que cualquier oscuridad.
Con una última mirada de desafío a Malakar, Kira extendió su mano hacia el artefacto, pero esta vez, no lo tocó con ansias ni deseo. En lugar de eso, dejó que la Fuerza fluyera a través de ella, conectándose con el artefacto de una manera en que la luz y la oscuridad se equilibraban. El artefacto brilló intensamente, su luz dorada expandiéndose por toda la cámara.
Malakar gritó, un rugido de pura ira y frustración, mientras la luz de la Fuerza lo envolvía, desgarrando su oscura figura.
—¡Esto no ha terminado! ¡Volveré! gritó, pero su voz se desvaneció, hasta que no quedó más que silencio.
Kira, exhausta, cayó de rodillas, el artefacto ahora inerte a sus pies. El templo estaba en calma, y la oscuridad había sido expulsada. Sin embargo, sabía que aquello solo era una batalla en una guerra mucho más grande. Malakar aún acechaba en algún lugar, aunque debilitado.
Se levantó lentamente, con el artefacto en sus manos. Cuando salió de la cámara, encontró a sus compañeros. Lana y Rolan estaban heridos, pero vivos, apoyados contra las paredes del templo, con Dorin, o lo que quedaba de él, acompañándolos. Su maestro había sacrificado su forma física, pero había cumplido con su misión.
—Lo lograste —dijo Lana con una sonrisa débil—. Supongo que nos debemos unas vacaciones después de esto, ¿no?
Kira sonrió, aunque en el fondo sabía que su misión aún no había terminado. Miró a Rolan, a Lana y al espíritu de Dorin. Tenían que regresar a la superficie, y la galaxia aún necesitaba ser salvada.
—Sí —respondió finalmente—. Pero primero, tenemos que asegurarnos de que Malakar nunca regrese.
Y con ese pensamiento, el grupo se preparó para dejar el templo, sabiendo que la verdadera batalla apenas comenzaba.
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