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3

El Encuentro con Dorin

Tras la apertura de la puerta del templo, Kira descendió lentamente hacia su interior. Las paredes de piedra estaban cubiertas de musgo, y el aire era denso, como si el lugar hubiera estado sellado por siglos. La luz tenue de su linterna iluminaba inscripciones antiguas y escombros de lo que alguna vez fueron las grandes salas de los Jedi. Sin embargo, Kira no estaba sola. Una figura encapuchada emergió de la penumbra, con los movimientos tranquilos de alguien que conocía bien el lugar.

Dorin, el antiguo maestro Jedi, había estado esperando su llegada.

Dorin era un hombre de mediana edad, con un rostro marcado por las arrugas del tiempo y la experiencia. Sus ojos, de un gris apagado, denotaban la sabiduría que solo alguien que había visto el auge y la caída de la Orden Jedi podía poseer. Su túnica gastada y sencilla, ajada por el tiempo, contrastaba con su porte sereno. Desde la caída de la Orden, Dorin había vivido en el exilio, alejándose del conflicto galáctico y de las cicatrices de las guerras. Pero el despertar del holocron lo había forzado a abandonar su retiro y buscar a la joven que lo había activado: Kira.

—Sabía que vendrías —dijo con una voz calmada, pero firme—. El destino siempre encuentra su camino.

Kira se detuvo, sorprendida por su presencia. Sabía que Dorin existía, pero no esperaba encontrarlo allí, en lo profundo del templo.

—¿Quién eres? —preguntó, su mano instintivamente yendo hacia su bastón de exploradora.

—Mi nombre es Dorin. Fui un Jedi, hace mucho tiempo. Ahora, soy solo un guardián de las antiguas enseñanzas. Y tú, Kira, estás aquí por una razón que aún no comprendes del todo.

Kira frunció el ceño. El nombre resonaba en su mente, como si lo hubiera escuchado en algún lugar antes, tal vez en los viejos relatos que su padre solía contarle.

—El holocron... —susurró—. ¿Sabías que lo encontraría?

Dorin asintió con suavidad.

—El holocron no te eligió por casualidad. La Fuerza ha estado conectada a ti desde el día en que naciste. Este templo, este lugar, siempre ha estado esperando tu llegada. Pero no será fácil, Kira. Los seguidores de Lord Malakar ya están en movimiento. Lo que desataste aquí atraerá fuerzas más oscuras de lo que jamás podrías imaginar.

Kira tragó saliva, sintiendo el peso de sus palabras. A pesar de su valentía y su determinación, las advertencias de Dorin la inquietaron. Sabía que el peligro acechaba, pero la forma en que él lo describía hacía que pareciera algo más grande de lo que ella podía manejar sola.

—No estoy sola —dijo Kira, recordando a los compañeros que la acompañaban en su viaje—. Tengo aliados.

Dorin sonrió levemente.

—Entonces, puede que aún haya esperanza.

Lana: La Cazarrecompensas

Mientras Dorin hablaba, una figura alta y ágil se asomó desde la entrada del templo. Lana, la cazarrecompensas, se acercó a ellos con la calma y la confianza de alguien que había sobrevivido en los márgenes más peligrosos de la galaxia. Era una mujer de complexión atlética, con cabello negro corto y unos ojos que parecían siempre estar buscando una oportunidad. Vestía una armadura ligera y práctica, salpicada de tecnología avanzada que había modificado personalmente. Sus guanteletes brillaban con una tenue luz, emitiendo un suave zumbido tecnológico.

Lana era una experta en la recuperación de artefactos Jedi y tecnología antigua. Aunque al principio había aceptado unirse a Kira por el dinero y la emoción de la caza, con el tiempo había desarrollado una camaradería con la joven exploradora. Para Lana, la galaxia era un lugar caótico y despiadado, y había aprendido desde pequeña a aprovechar cada oportunidad. Su vida como cazarrecompensas la había llevado a enfrentarse con imperiales, criminales y a explorar mundos inhóspitos. A diferencia de muchos de su profesión, Lana no era una asesina a sueldo despiadada, sino una oportunista pragmática, alguien que sabía cómo sobrevivir y prosperar en cualquier situación.

—¿De qué nos estamos perdiendo? —dijo Lana con una sonrisa irónica, acercándose a Kira y Dorin—. Espero que no estemos haciendo planes sin mí.

Kira le lanzó una mirada de alivio.

—Lana, este es Dorin, un Jedi.

Lana levantó una ceja, observando al hombre con cierta desconfianza, pero también con una chispa de curiosidad. Durante años, había perseguido historias de la Orden Jedi, estudiado sus artefactos, y había aprendido a respetar su legado, aunque en su mayoría lo veía como una forma de ganar dinero.

—Un Jedi, ¿eh? —Lana cruzó los brazos—. Bueno, eso cambia las cosas. Supongo que tendremos que cuidar tu espalda, abuelo.

Dorin sonrió con tranquilidad, entendiendo el humor cáustico de Lana.

—He sobrevivido a muchas batallas, cazarrecompensas. Pero agradezco la oferta.

Lana se encogió de hombros y miró a Kira.

—Entonces, ¿qué sigue? No me digas que hemos venido hasta aquí solo para quedarnos quietos. Los cultistas no van a esperar.

Rolan: El Exsoldado Imperial

Antes de que Kira pudiera responder, el sonido de botas pesadas resonó por el pasillo del templo. Rolan, el exsoldado imperial, apareció con una expresión grave en el rostro. Era un hombre fuerte y alto, con el cuerpo lleno de cicatrices de guerra. A diferencia de su pasado como soldado del Imperio, ahora llevaba una armadura más simple, desprovista de insignias y con claras señales de desgaste. Su cabello castaño corto estaba salpicado de canas, y sus ojos verdes mostraban una determinación férrea, producto de años de combate.

Rolan había servido en las filas del Imperio durante mucho tiempo, convencido de que estaba luchando por el orden y la estabilidad en la galaxia. Sin embargo, tras años de presenciar la brutalidad del régimen, y después de perder a muchos de sus compañeros en misiones crueles, se dio cuenta de que el Imperio no era el faro de justicia que le habían prometido. Desertó en busca de redención, y en su camino se cruzó con Kira, Lana y Dorin. Ahora, luchaba por un propósito diferente: detener a los cultistas oscuros y, de alguna manera, expiar las decisiones de su pasado.

—Los cultistas están cerca —anunció con voz grave, su mano descansando sobre el bláster en su cintura—. He visto su nave aterrizar al norte de aquí. No somos los únicos que quieren lo que hay en este templo.

Kira sintió un escalofrío. Los cultistas de Lord Malakar estaban más cerca de lo que esperaba. Su tiempo se agotaba.

—Entonces no podemos perder más tiempo —dijo Kira, su voz firme.

Dorin asintió, su mirada seria.

—El templo guarda más secretos de los que imaginas, Kira. Pero también más peligros. Los cultistas de Malakar saben que aquí hay un poder capaz de cambiar el destino de la galaxia. Si lo encuentran primero, la oscuridad se apoderará de todo.

Lana desenfundó sus blásteres, mientras Rolan se preparaba para lo peor.

—No voy a dejar que esos fanáticos ganen —dijo Lana, con determinación—. No después de todo lo que hemos pasado.

Rolan asintió.

—Lucharemos juntos, como un equipo. No importa de dónde venimos, ahora somos lo que queda entre ellos y el fin de la galaxia.

Kira miró a sus aliados: Dorin, el maestro Jedi que había abandonado la lucha pero que ahora estaba dispuesto a defender el legado de su orden; Lana, la cazarrecompensas que, a pesar de su pasado pragmático, había decidido enfrentar el peligro por algo más grande que ella misma; y Rolan, el exsoldado imperial, un hombre en busca de redención y dispuesto a luchar por la libertad.

—Esto es más grande de lo que imaginamos —dijo Kira, con una mezcla de temor y determinación—. Pero no estamos solos. Juntos, podemos detenerlos.

Y con esas palabras, el grupo avanzó hacia el corazón del templo, sabiendo que la verdadera batalla apenas comenzaba.

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