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La base de Malakar era un laberinto inquietante y sombrío, un reflejo retorcido de la antigua gloria Sith, donde cada pasillo y cada sala parecía cargada de una maldad ancestral. Al cruzar la entrada, el grupo se adentró en una serie de corredores oscuros, tallados en piedra negra y adornados con grabados rojos y dorados, donde antiguos símbolos Sith se entrelazaban en complejas formas que parecían moverse, como si contuvieran una energía que palpitaba.
En las paredes, antorchas de cristal oscuro proyectaban una luz turbia, teñida de rojo y púrpura, que arrojaba sombras alargadas y danzantes. Estas luces, en lugar de iluminar, parecían acentuar la oscuridad, creando una atmósfera opresiva. Cada paso que el grupo daba reverberaba en los corredores, el eco envolviéndolos y dándoles la extraña sensación de estar siendo vigilados. Incluso el aire era denso y pesado, cargado con un olor metálico y sulfuroso que parecía hacer vibrar la piel.
—Este lugar está impregnado de Lado Oscuro, —murmuró Yoran, mientras extendía su percepción para captar cualquier indicio de peligro—. Cualquier conexión con la Fuerza aquí está distorsionada… es como si la oscuridad intentara confundirnos.
A medida que avanzaban, la estructura de la base se revelaba en fragmentos, como un acertijo de arquitectura siniestra. No era un lugar construido por lógica o estética, sino más bien por una voluntad tenebrosa. Pasillos angostos se abrían de repente en salones vastos y sin paredes visibles, y los techos se perdían en la negrura, dándoles la sensación de estar en un vacío interminable. Algunos corredores giraban abruptamente en ángulos imposibles, como si la base buscara desorientar a cualquiera que no estuviera destinado a llegar a su centro.
En las habitaciones que encontraban, había reliquias que atestiguaban la historia sangrienta de los Sith. Pilares de piedra con inscripciones arcaicas narraban, en lenguaje Sith, leyendas de antiguas guerras y rituales oscuros. En algunas salas, había estatuas de figuras encapuchadas, figuras de antiguos Sith cuyas miradas parecían seguir al grupo mientras pasaban, y cuyas sombras parecían extenderse y retorcerse bajo las antorchas.
—Este sitio fue creado para infundir terror, —susurró Lana, observando una estatua que le recordaba vagamente a la figura de Malakar—. No es solo una base; es un templo de odio y miedo.
Llegaron a una sala circular que los dejó sin aliento. En el centro, un foso de fuego azul ardía, emitiendo chispas que ascendían hasta un techo que no se podía ver. Alrededor del foso había símbolos del Lado Oscuro incrustados en el suelo, formando un círculo de poder oscuro. El fuego azul era una visión sobrecogedora: las llamas parecían arder en silencio, como si consumieran no solo oxígeno, sino energía misma, brillando de un modo que hipnotizaba y asustaba al mismo tiempo. Las paredes de la sala estaban cubiertas con inscripciones y dibujos de criaturas monstruosas, amalgamas de animales y seres humanoides, como si las visiones del horror y la muerte mismas fueran parte de la decoración.
En el centro de la sala, sobre una plataforma, estaba el símbolo de un ojo, tallado en piedra oscura. Era el símbolo de vigilancia del Lado Oscuro, que representaba el deseo Sith de controlar y manipular el universo. A Kira le recorrió un escalofrío al verlo; sentía que ese ojo estaba observando, juzgando sus intenciones, como si la piedra misma tuviera vida.
—Este lugar es una trampa, —murmuró Rolan—. Malakar ha diseñado este sitio para manipularnos, para atacarnos en nuestros puntos más débiles.
A pesar de la atmósfera amenazante, el grupo siguió adelante. Sabían que Malakar se encontraba en alguna parte de ese laberinto oscuro, y no podían darse el lujo de detenerse. Llegaron a una intersección, y Yoran cerró los ojos por un momento, concentrándose profundamente.
—Siento su presencia cerca, —dijo, abriendo los ojos—. Está tratando de ocultarse, pero no puede ocultar completamente su energía. Está en el corazón de esta base.
El grupo continuó descendiendo, sintiendo que cada paso los llevaba más cerca del abismo. Cruzaron salas de entrenamiento abandonadas, donde antiguas armas Sith colgaban en las paredes, todavía marcadas por el uso. Algunas de las espadas y dagas estaban impregnadas de sangre seca, como si los guerreros de antaño hubieran dejado sus últimas batallas inscritas en esos objetos. Los ecos de batallas pasadas resonaban en la mente de Kira, como si la Fuerza misma le recordara el sufrimiento que había impregnado ese lugar.
Finalmente, llegaron a una última sala, vastamente diferente a las anteriores. El suelo estaba cubierto de cristales oscuros, resonando con una energía profunda y peligrosa. Al fondo de la sala, sobre una plataforma elevada, había una puerta imponente de metal oscuro, con runas Sith brillando en rojo intenso. Era el acceso al sanctasanctórum de Malakar, el núcleo de su poder. Kira sintió un escalofrío; sabía que ese era el destino hacia el que la Fuerza la había llevado.
—Este es el corazón de la base, —murmuró Yoran—. Debemos estar preparados.
Antes de abrir la puerta, el grupo se reunió un momento para reunir sus fuerzas y sus pensamientos. El silencio se apoderó de ellos mientras cada uno aceptaba la gravedad de lo que estaba a punto de suceder. Kira miró a sus amigos, y un fuego de determinación ardió en su interior. Sabía que no importaba lo que sucediera a continuación, no se rendiría.
Y así, con la Fuerza como su guía y el valor de sus aliados sosteniéndola, Kira empujó la puerta, adentrándose en la oscuridad definitiva donde aguardaba su destino y el de Malakar.
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