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22

En las ruinas del templo, el silencio reinaba mientras Kira, Lana, Rolan y Yoran exploraban cada rincón en busca de pistas. A pesar de las expectativas de encontrar rastros de Malakar o de sus seguidores, no parecía haber ningún signo de vida o actividad reciente. Las paredes polvorientas y los techos colapsados sugerían que el lugar había estado abandonado por años, si no siglos. Aun así, Kira sentía una extraña vibración en la Fuerza, algo que la instaba a seguir buscando.

Caminando por un pasillo lateral, Kira notó algo inusual. En una de las paredes, un fragmento del muro parecía más nuevo que el resto, como si hubiera sido colocado de forma deliberada para ocultar algo. Guiada por su instinto, presionó un punto del muro y, para su sorpresa, una puerta oculta se deslizó lentamente hacia un lado, revelando una pequeña sala.

—¡Lana, Rolan, Yoran! —llamó en voz baja, para no alertar a posibles oídos. Los demás se acercaron rápidamente mientras ella entraba en la sala.

El interior de la sala estaba desprovisto de decoraciones o símbolos habituales de los Sith, lo cual la hacía aún más intrigante. En el centro, sobre una vieja mesa metálica, había una computadora que parecía de otra época. Los teclados eran toscos y desgastados, pero había algo en la sala que provocaba que el aire se sintiera cargado de historia.

Kira se acercó al teclado, examinando sus detalles. Era extraño, porque aunque parecía inservible por el desgaste, no podía quitarse de la cabeza que había algo especial en esa consola. Mientras inspeccionaba, notó un pequeño espacio en el teclado, como un hueco circular, casi como si hubiera sido hecho para sostener algo, como un... posavasos.

Su mente dio un vuelco, recordando la piedra negra mate que había aparecido tras la desaparición del holocrón en el enclave Jedi. Por alguna razón, su intuición, o quizás la misma Fuerza, le decía que esa piedra y este lugar estaban conectados.

Metió la mano en su bolsillo y sacó la piedra, observándola con curiosidad. —Esto no puede ser una coincidencia... —murmuró. Siguió su corazonada y colocó la piedra en el hueco del teclado.

De inmediato, la computadora se encendió, iluminando la sala con un brillo antiguo. En la pantalla comenzaron a aparecer líneas de datos, mapas y símbolos que no comprendían a simple vista, pero que claramente contenían información importante. El sistema, aunque viejo, parecía estar funcionando de manera óptima, desenterrando conocimientos ocultos durante siglos.

Lana, Rolan y Yoran se acercaron a Kira, asombrados por lo que estaba ocurriendo. —¿Qué es esto? —preguntó Lana, incrédula mientras observaba cómo los mapas y datos se desplegaban ante sus ojos.

Kira se inclinó hacia la pantalla y comenzó a revisar la información. Allí estaban: las coordenadas exactas de varios puntos estratégicos en Korriban. Sitios que correspondían a fortalezas y escondites donde los seguidores de Malakar estaban concentrados. Era un mapa completo del planeta, con detalles minuciosos sobre los movimientos de los guerreros oscuros, sus posiciones, y hasta algunos nombres clave dentro de las filas de Malakar.

—Esto… esto es lo que necesitábamos, —dijo Kira, atónita—. Es un mapa del planeta con las coordenadas de los guerreros de Malakar.

Rolan, siempre táctico, se acercó y estudió los mapas con rapidez. —Con esto podemos planear un ataque. Podemos anticiparnos a sus movimientos, o al menos evitar caer en una emboscada. Esto cambia todo.

Sin embargo, justo cuando Rolan estaba empezando a memorizar los puntos clave, las luces de la sala comenzaron a parpadear, y la computadora se apagó abruptamente. La piedra negra mate dejó de brillar, y el sistema volvió a su estado inerte, como si nunca hubiera estado activo.

El silencio llenó la sala nuevamente. Nadie entendía qué había sucedido o por qué la información se había mostrado tan brevemente. Pero Yoran, observando con calma, dio un paso al frente y recogió la piedra del teclado.

—Esto, —dijo mientras sostenía la piedra entre sus dedos—, no es un simple artefacto. Es una piedra Xink.

Kira frunció el ceño. —¿Piedra Xink? ¿Qué es eso?

Yoran giró la piedra entre sus manos, observándola con respeto. —Es una tecnología Jedi de una era muy antigua. Mucho antes de que la República actual existiera, los Jedi desarrollaron artefactos como este para almacenar cantidades masivas de información, mucho más avanzadas que cualquier holocron. Se decía que las piedras Xink eran capaces de guardar secretos de eras pasadas, y que solo aquellos sensibles a la Fuerza podían desbloquear su conocimiento.

Lana levantó una ceja, incrédula. —¿Entonces... todo lo que vimos estaba almacenado en esta pequeña piedra?

—Así es, —respondió Yoran—. Esta piedra contiene los datos que acabamos de ver y, probablemente, mucho más. Pero su energía es limitada, y su uso requiere una profunda conexión con la Fuerza.

Kira sostuvo la piedra en sus manos, sintiendo el peso del conocimiento que ahora poseían. Aunque la computadora se había apagado, sabían que la información crucial estaba allí. Ahora tenían el mapa que los llevaría a los seguidores de Malakar, y más importante aún, sabían cómo evitar sus trampas y movimientos.

—Tenemos lo que necesitamos, —dijo Kira con determinación—. Ahora debemos usarlo con sabiduría. Si Malakar se entera de que tenemos esta información, no se detendrá hasta destruirnos.

Yoran asintió solemnemente. —Esto nos da una ventaja, pero también nos pone en la mira de Malakar. Debemos actuar rápido y con precisión.

Lana y Rolan intercambiaron una mirada de determinación. Estaban listos para lo que viniera. El camino hacia la confrontación final estaba más claro que nunca, pero también sabían que el tiempo no estaba de su lado. Con la piedra Xink en su poder, Kira y su equipo habían dado un paso crucial en su lucha contra Malakar, pero el verdadero desafío aún estaba por comenzar.

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