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05 | The fall of the broken tower









⊰᯽⊱ CAPITULO CINCO.
━ ❝ La caída de la torre rota ❞ ━










           La partida de caza se puso en marcha al amanecer. El rey quería que hubiera jabalí en el banquete de la noche. El príncipe Joffrey cabalgaba con su padre, así que Robb había recibido permiso para ir también con los cazadores. Junto con ellos iban Benjen Stark, Ser Rodrik incluso el extraño hermano pequeño de la reina. Al fin y al cabo era la última cacería: al día siguiente por la mañana emprenderían el viaje hacia el sur.

Elaena se había quedado en Invernalia con Bran, Jon, Sansa, Arya y Rickon. Se sintió aliviada de que los Lannister y los Baratheon se fueran aunque fuera por unas horas porque podía respirar tranquilamente sin que sintiera que las vistas la estuvieran siguiendo a donde fuera. Al contrario de su mejor amigo, quien se quejó señalando que Rickon no era más que un bebé, las niñas no eran más que niñas, y Jon y su lobo parecían haberse esfumado; pero ellos tampoco los buscaron con demasiado interés. Tenía la sensación de que Jon estaba enfadado. Últimamente, Jon parecía enfadado con todo el mundo. Ella no entendía por qué. Sabía que él iba a marcharse con Benjen al muro para unirse a la Guardia de la Noche. Según Bran, aquello era casi tan emocionante como ir al sur con el rey. Elaena; sin embargo, no opinaba lo mismo, había escuchado que al muro solo enviaban a los ladrones, violadores y asesinos, y Jon, a quien consideraba como un hermano, era demasiado noble para ir a ese lugar donde moriría congelado, rodeado de criminales.

Elaena estaba poco entusiasmada de iniciar el viaje; tiempo atrás había recorrido el camino real con emoción admirando el paisaje desde el lomo de su caballo, pero esta vez sería diferente, estaría dentro de una carroza y no sabía con quién sería peor viajar, con los Stark escuchando los constantes regaños de la septa Mordane o con la familia real aguantando la lengua de serpiente de la reina y sus horribles miradas que la juzgaban como si hubiera cometido un crimen. Estaba cansada del constante señalamiento y la ira reprimida de parte de los dos reyes, no sabía qué pasaría una vez que llegara a la capital, pero tenía el presentimiento de que sería una completa pesadilla, después de todo ellos ya no serían los invitados.

Se supone que debería estar feliz de que Eddard Stark fuera la mano del rey, es un honor después de todo, vivirían en el castillo rojo en Desembarco del rey, el castillo que habían construido los Señores Dragón, los señores que hasta hace poco ella no sabía eran sus parientes. La Vieja Tata decía que allí había fantasma, y mazmorras donde habían pasado cosas horribles, y que los muros estaban adornados con cabezas de dragón. Solo con imaginarlo a Ela le daban escalofríos, pero ella no tenía miedo. ¿Por qué iba a tenerlo?, los fantasmas y las cabezas eran la menor de sus preocupaciones; sabía por qué tenía que ir. Era una niña, no una idiota, Robert Baratheon quería vigilarla y posiblemente casarla una vez que sangrara con algún vasallo de una casa menor fiel a él para mantenerla controlada y evitar posibles rebeliones por reclamar el trono de hierro. Pero a Elaena poco le importa el trono, en su opinión está maldito, después de todo son contados los reyes que fueron buenos y justos con el pueblo, y no sucumbieron de una forma u otra a la locura.

Pero ahora que había llegado el último día, y Elaena se sintió más que perdida y angustiada. No conocía más hogar que el norte, ya fuera Invernalia o Tucker. Lord Stark les había dicho a ella y Bran que aquel día debían despedirse de todo el mundo, y ellos lo habían intentado, pero no fue fácil. Cuando los cazadores se marcharon, Bran la arrastro por todo el castillo con sus lobos para ver a todos lo que iban a quedar atrás, la Vieja Tata y Gage, el cocinero, Mikken en la herrería, Hodor el mozo de cuadra que siempre sonreía y cuidaba a los caballos, y solo sabía decir «Hodor», el hombre de los invernaderos que les daba moras cuando lo visitaban. . .

Sin embargo, a su pedido, habían ido al establo en primer lugar, y allí estaba su caballo, una yegua negra con manchas y melena blanca de nombre Perla que su padre le había obsequiado hace muchos años. Mientras la acariciaba se dio cuenta de que tendría que dejarla en Invernalia, y que posiblemente no la volvería a ver, y de pronto Elaena tuvo ganas de sentarse en el suelo y llorar.

Se dio media vuelta y salió corriendo antes de que Bran le vieran las lágrimas en los ojos. Así terminaron las despedidas para ella.  







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           En lugar de visitar a alguien más, Elaena pasó el resto de la mañana escondida en la biblioteca sumergida entre las estanterías polvorientas y el olor a libros viejos, buscando y leyendo los pocos que hablaban de sus antepasados Targaryen.

Era muy breve lo que se escribió sobre la casa que en antaño fue la más poderosa de Poniente, hablaba sobre la conquista de Aegon I y como Torrhen Stark se arrodilló ante él, evitando así el derramamiento de sangre; quien escribió aquello parecía no estar muy contento con la decisión del último rey del Norte, pero en su opinión el norteño fue inteligente, salvo a su pueblo de posiblemente ser quemado por los dragones. También encontró un breve resumen sobre la guerra civil entre los Targaryen cuando Rhaenyra y Aegon II reclamaban el trono de hierro tras la muerte del rey Viserys I, fue descrita como la más sangrienta y horrible que se haya presenciado, la que llevo a la extinción de los dragones y finalmente, se habló de la rebelión de Robert Baratheon, del galante ciervo que derroto al dragón que secuestro a su amada, sin embargo, ella sintió disgusto con solo leer el primer párrafo, allí describían a Rhaegar Targaryen de una manera que lo señalaban como un hombre igual o peor de loco que su padre el rey Aerys II; no lo termino de leer, por alguna extraña razón tenía la creencia de que había más en esta historia de lo que relataban y prefería evitar ver lo que los maestres se inventaron para retratar a Robert Baratheon como el héroe cuando él, prácticamente había bailado sobre los cadáveres de una mujer y unos niños inocentes en el momento en que se los entregaron como si fueran el motín de un tesoro.

Estaba tan sumergida en su lectura, que no escuchó los pasos que se dirigían hacia ella, ni siquiera cuando se sentaron a su lado. No fue hasta que sintió como una mano se apoyaba en su hombro, sobresaltándola; con su corazón acelerado por el susto, levanto la mirada, encontrándose con los ojos divertidos de su mejor amigo, quien tenía una sonrisa dibujada en su rostro de esas que solo aparecen cuando está planeando algo en su mente y que la mayor parte del tiempo los mete en problemas con Lord y Lady Stark.

— ¡Brandon, me asustaste! — chilló Elaena golpeándolo en el hombro.

— ¡Lo siento! — exclamó riéndose.

— No, no lo haces — señaló volviendo sus ojos al libro que se encontraba frente a ella. Con un suspiro, Elaena lo cerró sabiendo que posiblemente ya no podría seguir leyendo — ¿Qué pasa?

— Nada — se encogió de hombros —, solo quería saber qué estabas haciendo. Después de que salieras corriendo del establo, no vi hacia dónde te fuiste, así que tuve que recorrer toda Invernalia buscándote.

— Bueno, como puedes ver, estaba leyendo — señaló con obviedad.

Bran soltó un resoplido.

— Eso me di cuenta, siempre estás leyendo o tocando el arpa — se quejó —. Hagamos algo más divertido — sugirió poniéndose de pie.

— ¿Cómo qué. . .? — lo cuestionó.

— Vamos a escalar la torre rota — sugirió.

— No creo que sea buena idea Bran, Lady Stark dejó muy claro que nada de escalar hasta que la visita se fuera y ahora, que vamos con ellos, supongo que ya no podemos hacerlo. Desembarco del Rey no es lo mismo que Invernalia — comentó Elaena.

Ya no le sorprendía que hiciera ese tipo de sugerencias, Bran siempre quería estar escalando. Una vez, al ver la preocupación de Catelyn le prometió que no volvería a trepar y se las arregló para mantener su promesa durante quince largos días; hasta que una noche salió por la ventana de su dormitorio, mientras todos estaban sumidos en un profundo sueño.
Al día siguiente, atormentado por el remordimiento, confesó su crimen. Lord Eddard le ordenó que fuera al bosque de dioses para purificarse. Puso a varios hombres de guardia, para asegurarse de que Bran pasara la noche allí a solas, reflexionando sobre su desobediencia, sin embargo, lo encontraron durmiendo a pierna suelta entre las ramas más elevadas del centinela más alto del bosquecillo.

Desde entonces se rindieron al prohibirle escalar, pero eso no persuadió a su madre en su intento de detenerlo; sin embargo, él no escuchaba a nadie, seguía escalando.

— Eso no fue lo que dijiste cuando escalamos la noche de la llegada del rey — replicó.

— Eso fue distinto; era de noche y todos estaban demasiado borrachos para notarlo. Ahora es de día, cualquiera puede vernos y decírselo a tu madre.

— Vamos, Elaena; el rey y mi padre no están, mi madre está ocupada — Trató de convencerla. Al ver la negativa de ella, Bran soltó un suspiro y se puso a buscar en sus bolsillos —, además te traje pastelillos — Dijo sacándolos de su bolsillo, mostrándoselos como último recurso.

— ¿A caso son dé. . .? — le preguntó mirándolo con ojos brillantes.

— ¿Moras?. Sí, me aseguré de ello — respondió asintiendo con una sonrisa orgullosa.

— Aún sigo sin estar segura de que sea una buena idea — negó con la cabeza.

— Por favor, Ela, es como dijiste posiblemente no pueda volver a escalar. Una última vez — siguió insistiendo, esta vez poniendo ojos tristes.

— Te odio, Brandon —resoplo la chica frunciendo el ceño. Elaena tomó los pastelillos y se llevó uno a la boca —. Esto no significa que esté de acuerdo.

— Lo que digas.

Bran la tomó de la mano sin esperar que replicara y la sacó de la biblioteca.

Cruzaron el patio evitando ser vistos por los guardias. Sus lobos corrían pisándoles los talones, hasta que se detuvieron frente a la base de la torre rota, la cual en el pasado había sido una torre de vigilancia, la más alta de Invernalia. Hacía mucho tiempo, cien años antes, cayó un rayo que la incendió. El tercio superior de la estructura se había derrumbado y caído en el interior, y la torre jamás se había reconstruido; es el lugar que le gusta a Bran trepar para darle de comer maíz a los cuervos y porque desde allí se puede ver casi toda Invernalia, a Elaena no le gustaba mucho, era inestable y en cualquier momento podría colapsar, más de una vez le había pedido a Bran que no siguieran subiendo allí, pero nunca escucho diciéndole que no pasaría nada y ella confiaba en él porque hasta ahora habían subido y bajado en una pieza.

— Ustedes se quedan aquí — les dijo Bran a los dos cachorros, agachándose para quedar a su altura —. Sentados. Eso es, muy bien. Quietos — los lobos hicieron lo que les ordenaban. Bran les rascó detrás de las orejas antes de ponerse de pie y mirarla — ¿Elaena, vienes? — preguntó.

— Creo que primero terminaré de comer — respondió dándole un mordisco a uno de los pastelillos que le quedaban —. Si quieres, ve escalando primero, pero ten cuidado.

— Como quieras — se encogió de hombros Bran —, y siempre tengo cuidado.

Se dio la vuelta, apoyando las manos sobre las piedras que sobresalían y empezó a escalar. Se movía con facilidad de piedra en piedra, y ya estaba casi a la mitad cuando su lobo se puso de pie y empezó a aullar, siendo seguido por Kali; Elaena los miró y trató de calmarlos, pero parecía imposible calmar al lobo de Bran. Miró a su mejor amigo que lo miraba con el ceño fruncido.

— ¡Calla! — le chilló Bran a su lobo —. Siéntate. Quieto. Eres peor que mi madre.

El lobo se calló y clavó en él sus ojos amarillos y rasgados. Elaena sintió un extraño escalofrío recorrer su cuerpo. El lobo volvió a aullar, siendo seguido de nuevo por Kali, para calmarlos. Aunque fuera un momento, la niña partió lo que quedaba de su último pastel en dos y se los dio de comer.

Soltando un suspiro, se limpió las migas que se habían adherido a sus manos y empezó a escalar con la intención de alcanzar a su mejor amigo. Cuando estaba a la mitad, su ceño se frunció al ver cómo Bran se detenía al lado de la ventana en lugar de seguir hasta el techo.

— ¡¿Bran, estás bien?! — gritó; sin embargo, él no le respondió haciendo que empezara a preocuparse — ¡¿Bran, qué está pasando?! — Se inquietó cuando vio cómo una mano lo agarraba y tiraba de él dentro de la torre.

Elaena empezó a temblar, su respiración era cada vez más rápida cuando pasaba el tiempo y su mejor amigo no aparecía. «Esto fue una mala idea, debería haber seguido negándome cuando siguió insistiendo y convencerlo de hacer otra cosa». Se reprendió así misma.

El agarre de sus manos en la piedra se apretó, tomando una respiración profunda en un intento de tranquilizarse, empezó a escalar tan rápido como podía sin importarle que su vestido azul oscuro se rompiera, dejando trozos de tela adheridos a las ramas; necesitaba saber qué estaba pasando y descubrir a quien pertenecía aquella mano, pero se detuvo cuando vio como su mejor amigo caía pasando a su lado hasta tocar el suelo con un golpe seco.

— ¡¡BRAN!! — gritó.

Las lágrimas no tardaron en salir de sus ojos y con vista borrosa descendió de la pared con dificultad. Cuando sus pies tocaron el pasto verde, se acercó a Bran, quien se encontraba inconsciente, Elaena cayó de rodillas a su lado sin saber qué hacer.

— ¿Bran? — sollozo colocando sus manos en su rostro con la esperanza de que se despertara —. Bran despierta. . . Brandon, esto no es gracioso, despierta — lloro.

Alzo la mirada recorriendo el lugar para ver si alguien se encontraba cerca, pero estaban solos, y cuando miró hacia la ventana de la torre rota no pudo ver a nadie; posiblemente se habían escondido o escapado; sin embargo, eso poco le importaba. Su prioridad era su mejor amigo. Observó a los cachorros de lobo, quienes gimoteaban y olían a Bran esperando que abriera los ojos como ella, sin resultado alguno.

Elaena tomó varias respiraciones profundas tratando de tranquilizarse, aunque fuera un poco, no ayudaría a Bran si continuaba tan alterada, y aunque su llanto se detuvo, su corazón seguía igual de acelerado que hasta le dolía.
«Necesito ayuda», se dijo. Al ponerse de pie, los lobos se detuvieron y la miraron.

— Quédense aquí cuidándolo hasta que vuelva, no dejen que nadie se acerque — les ordenó —. Iré por ayuda.

Corrió hacia el castillo buscando desesperadamente a alguien que la ayudara, pero aún era temprano en la mañana, todos estaban apenas rompiendo el ayuno. Sus pasos la llevaron por los pasillos hasta llegar al patio; Elaena hubiera gritado de alivio si no estuviera tan preocupada, cuando encontró a Lady Catelyn hablando con una señora.

— ¡Lady Catelyn! — gritó acercándose a ella, interrumpiendo la conversación.

— ¡Elaena tus. . .! — Lady Stark exclamo con desaprobación, pero se detuvo cuando vio el estado en que se encontraba la niña —. Por los dioses, ¿qué ha pasado niña? — dijo tomándola de los hombros.

— Es Bran — tembló —, se cayó escalando.

— ¿Qué? — exclamó la mujer, con su rostro palideciendo cada vez más —. Elaena, como que Bran se ha caído.

La niña asintió.

— Estaba escalando la pared de la torre rota — explicó pasando saliva, sintiendo de nuevo cómo el aire le empezaba a faltar —. Pasó tan rápido, que yo no. . .no. . .no. . . — tartamudeó.

— Shhh — le acaricio Catelyn el cabello con manos temblorosas —. . . Tranquila, respira profundo — le dijo. La niña tomó varias respiraciones, pero ninguna logró calmarla —. Busca al maestre Luwin, rápido — le ordenó a uno de los guardias que se encontraban detrás de ella. El hombre se inclinó y con rapidez se alejó en búsqueda del maestre —. Llévame con él, Elaena.

Elaena agarro la mano de la señora de Invernalia y la guio hacia donde se encontraba Bran, siendo seguidas por un guardia. Cuando se acercaron, se podía escuchar el aullido de los lobos, los cuales rodeaba al niño, mientras que los cuervos graznaban en lo alto de la torre. Lady Catelyn soltó un grito desgarrador, soltó la mano de Elaena y corrió hacia su hijo, a quien tomo en brazos con lágrimas en los ojos.

— Lady Catelyn — la llamó la niña con voz temblorosa —, lo siento, debería haberle insistido en que no escaláramos — se lamentó —. Lo siento, es mi culpa.

— No es tu culpa, mi niña, no sabías que esto pasaría — trató de consolarla, pero nada podía calmar a Elaena, su mejor amigo está inconsciente y posiblemente moriría solamente porque ella no había insistido en que no escalaran —. Elaena, no es tu culpa, ¿entiendes?

Catelyn intento una vez más hacerle entender que no la culpaba y que no era su culpa, pero Elaena negó con la cabeza.

— Lo siento mucho — murmuró débilmente; sentía cómo su corazón seguía acelerado y su vista se volvía borrosa.

Retrocedió unos cuantos pasos, y lo último que recuerda fue él gritó de Catelyn Stark llamándola, luego sintió como su cuerpo golpeaba con fuerza el suelo.





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