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29. El origen del tesoro

- Lo siento, Thoma, no podré quedar el domingo, me ha surgido un improvisto... Sí, de acuerdo. ¿El martes por la tarde? Creo que estaré libre. Gracias. Que pases buena tarde.

Rose colgó el teléfono y suspiró. Al menos descubriría más sobre el misterio de la isla, aunque se sentía mal por cancelar la cita con Thoma por ir con Chris a casa de Leo. Chris le había dado el diario y esa tarde se puso a leerlo. Al parecer, Lyon libró a su madre de ser la prometida de Carl y su familia la adoptó. Pero durante un tiempo fue su sirvienta y le daba mucha vergüenza leer los pensamientos que Lyon tenía hacia Sofia, pero también le parecía triste que escribiera ese diario para desahogarse debido a su enfermedad que pronto le obligaría a despedirse de sus padres y de Sofia. Escribía cada momento de placer que tenía con Sofia en pequeños gestos y lo que sentía y pensaba. Por una parte, Rose se preguntó si todos los chicos pensaban esas cosas con las chicas, por otra parte, le parecía interesante saber a qué se enfrentaba, ya que reconocía muchas de las actitudes de Chris en las páginas de ese diario.

Chris... realmente no podía pensar en otro que en él al leer el diario y acordarse de lo que él le propuso sobre imaginar que ella era Sofia. No quería que llegara el momento en el que Chris le preguntara a quién se había imaginado en el lugar de Lyon si ella estuviera en lugar de Sofia. Sin embargo, aquello no era algo que podría olvidársele con facilidad y seguramente le pediría que le dijera la verdad. Rose sabía muy bien que no podría ocultárselo y, ya desde el principio, Chris lo único que quería era molestarla y hacer que admitiera esas cosas para que se ruborizara.

Quería esperar al momento adecuado para recurrir al trato de que él fuera su sirviente por un día. No quería precipitarse, sino planificarlo bien para obtener su venganza. Otro asunto que tenía pendiente era hablar con Hellen sobre Leo, tenía curiosidad en cuanto a su relación. Rose se hacía una idea sobre lo que ocurría, pero quería escucharlo de ella.

Al día siguiente al volver a casa, iba sumida en sus pensamientos, por lo que no se dio cuenta de los pasos que la seguían y se sobresaltó al notar el aliento de Chris en su oído acompañado de las siguientes palabras:

- ¿Qué te está pareciendo el diario?

Rose enrojeció como un tomate y apenas logró encontrar las palabras para responder. En su estómago no había lugar para todas las mariposas que se habían alterado al notar las intenciones de Chris en su tono de voz.

- Bueno... eh... bueno... pues... eh...

Chris la miró con interés, pero aún no estaba satisfecho. Podía divertirse aún un poco más. La cogió por los hombros y le dio la vuelta para que le mirara a la cara.

- Dime, ¿a quién te has imaginado?

Rose no tenía escapatoria, debía obedecer al verbo imperativo. Le miró con cara de fastidio y al mismo tiempo de vergüenza y le respondió con el pronombre de la segunda persona singular:

- A ti.

Chris no creyó que le afectaría tanto algo que ya imaginó que contestaría, pero no pudo evitar sentir algo al escuchar esas palabras.

- Lyon y tu os parecéis bastante en cómo pensáis... ¿es que sois así todos los chicos?- preguntó Rose, tratando de recobrar la compostura y quitar de sus mentes la imagen que se había creado.

- La mayoría, supongo. Todos queremos hacer cosas con la persona que nos gusta pero no todos se imaginan las mismas cosas. Y algunos muestran más por fuera sus intenciones que otros, ya sea por timidez o respeto. Pero todos tienen sus fantasías- respondió Chris, lanzándole una mirada pícara a Rose, que le produjo un escalofrío.

- Bueno... aún me queda por leer... quizá hoy termine.

- Ah, tú también estás devorando ese diario si te lo lees tan rápido. Quizá no tengamos gustos tan distintos- insinuó él susurrándoselo al oído.

Rose se apartó de él, se despidió y echó a correr, poniendo la excusa de que llegaba tarde a comer. Chris la miraba divertido, pensando más en la parte romántica del diario que en la parte en la que Lyon contaba cómo escapó de la isla. Pronto Rose terminaría de leerlo y pasarían a tratar ese tema también. Cuando eso sucedió, Rose no pudo creérselo. Tenía más preguntas que antes. Lyon había ido a la isla con Sofia y James y su banda, la cual no regresó porque habían sido utilizados, igual que iba a serlo él. Pero al final fue Lyon el que abandonó a Sofia y James a su suerte en una isla que estaba por autodestruirse y una cueva que se derrumbaba. ¿Cómo lograron escapar de ahí? Y se suponía que solo había un tesoro, ¿cómo descubrieron que había dos anillos en vez de uno? Y lo peor, ¿con qué clase de personas se había relacionado su madre? Entre Lyon el traidor, Will el peligroso criminal insensible y Carl el psicópata...

Cuando Chris y Rose quedaron para ir a casa de Leo, no tardó en salir su descontento, desahogándose con él.

- Yo creí que tú tenías peligro, pero viendo cómo eran tu padre, mi padre y Lyon... No sé cómo mi madre ha logrado llegar a tener una vida normal.

- No es tan raro cometer locuras en la juventud- comentó Chris, imitando a una persona mayor.

Rose se rió, pero siguió en sus trece.

- Es que no me puedo creer que hicieran esas cosas... y no me refiero a las románticas, sino a todos los líos en los que se metían por amor. Y pensar que mi madre estuvo encerrada un mes en esa celda... yo solo estuve un rato cuando me llevaste y ya tengo malos recuerdos- dijo Rose sintiendo un escalofrío y frotándose los brazos como para entrar en calor.

- No te preocupes, no volverás ahí- le aseguró Chris, rodeándola con los brazos para darle calor.

- Estoy bien, gracias- respondió Rose, apartándose-. Y luego está cuando mi madre se coló en la habitación de Carl para buscar el anillo de mi padre y les pillaron cuando él amenazaba a mi madre... y tuvo que despedirse de mi padre para estar con Lyon, lo que les rompió el corazón, pero luego mi padre la secuestró. Me pregunto qué sucedió ahí...

- ¿No te parece romántico las visitas sorpresa de James a la habitación de Sofia cuando vivía en casa de mi padre y el secuestro cuando estaba en casa de Lyon?- insinuó Chris.

En unos metros llegaban a la casa de Leo y la conversación estaba a punto de terminar.

- Bueno, teniendo en cuenta de que ellos dos se querían pero no podían estar juntos es romántico...- fantaseó Rose.

- Bueno, tú tampoco has tenido una juventud muy tranquila, ¿verdad? No podrás quejarte- dijo Chris con una sonrisa pícara mientras llamaba a la puerta.

Rose se sonrojó recordando todo lo ocurrido con él, Lawrence y Thoma, aunque, sobre todo, con él. Pero tampoco era menos cierto que lo que vivió su madre no lo superaba nadie. Comparado con eso, su relación con Chris era bastante tranquila, aunque la vez en la que fueron a ese barrio donde casi le iban a dejar muerto estuvo más cerca de parecerse a las aventuras de su madre.

Leo les invitó a pasar y les condujo a la sala de su habitación, donde les indicó que se sentaran en el sofá, delante de una mesita con té y aperitivos. Rose iba a devolverle el diario, pero Leo le dijo que no hacía falta, ya que él no estaba interesado en eso.

- Yo tengo mejores ideas- comentó sonriendo, haciendo que Chris y Rose le miraran con cara de temer sus pensamientos.

- Y bien, ¿qué más sabes sobre el secreto de la isla que no esté en el diario?

- Mi abuelo creó esa isla en memoria de mi abuela. Esos anillos eran su última y mejor creación. Nadie sabe a qué se dedicaba realmente, pero tenía una conexión especial con las joyas. Decían que sabía qué mineral entraba en armonía con la energía de las personas y del entorno. Al parecer, en una de sus expediciones en busca de minerales raros, encontró una especie de  diamantes transparentes que se volvían de un tono azulado cuando se llenaban de la energía transmitida por el deseo de alguien.

- ¿Cómo?- Chris estaba empezando a sospechar-. ¿Cuando se cumple un deseo un diamante cambia de color?

- Eso parece- respondió Leo-. El caso es que había una cantidad muy pequeña de ese mineral formado en condiciones especiales, por lo que hizo dos anillos para renovar el juramento matrimonial con su mujer en las bodas de oro. Por desgracia, ella falleció poco después y él no quiso que nadie más tuviera esos anillos de los que había empezado a correr un rumor sobre su poder. Mi abuelo empezó a perder sensibilidad desde que murió mi abuela, lo que provocó que no solo destruyera o escondiera los anillos, sino que lo llevó a idear una trampa mortal para todo aquel que se atreviera a ir en busca de los anillos. Nadie más era merecedero de tenerlos, según él. Quería librar al mundo de esas personas avariciosas o sedientas de poder que buscaran hacerse con los deseos de los anillos. Sin embargo, nos dejó en herencia el secreto.

Rose y Chris estaban boquiabiertos con el relato. Leo parecía una enciclopedia. Rose le había tomado por un repetidor, pero el caso era que no tenía mucho interés en otras asignaturas que no fuera historia, lo cual demostraba bastante bien. Era increíble cómo podía recordar todo aquello y relatarlo de esa forma. Le agradecieron por la información y tras tomar un poco de té, decidieron marcharse. Al despedirse, Leo les contó algo más que debían saber.

- Si alguna vez pedís un deseo, os aconsejo que tengáis mucho cuidado con lo que pedís, podría ser vuestra perdición.

- ¿Se pueden revertir los deseos?- preguntó Rose, curiosa.

- Mientras no influya en el paso del tiempo sí. Es decir, se puede anular mediante otro deseo siempre y cuando no sea demasiado tarde, por ejemplo si has muerto. Tampoco se puede volver atrás en el tiempo o viajar al futuro. Ni teletransportarse o volverse invisible. Tiene más que ver con deseos materiales o con el control de las personas- explicó Leo.

- ¿Cómo es eso del control de personas?- preguntó Chris, interesado.

- No puedes controlar su mente y su voluntad completamente, pero puedes hacer que tomen ciertas decisiones o realicen acciones aunque no quieran.

- ¿Y sabes si hay alguna manera de hacer que los anillos funcionen o basta con pedir el deseo?- continuó Chris.

- Hay una forma de que se activen, si no, sería demasiado fácil. Pero ese es un secreto que mi abuelo se llevó a la tumba. Lo siento, pero no puedo ayudaros con eso- se disculpó Leo.

- No importa, ya sabemos suficiente. Gracias- respondió Rose, despidiéndose y tomando el camino de regreso.

Chris también se despidió y fue a acompañar a Rose, mientras pensaba en lo que dijo Leo sobre el cambio de color. Si no recordaba mal, cuando miró los anillos, uno de los diamantes parecía un poco diferente al resto, pero en su momento no le dio importancia, ya que no estaba completamente seguro de que no estuvieran así antes. Decidió averiguar si Rose sabía algo, pero con disimulo.

- Los anillos de tus padres tenían todos los diamantes transparentes, ¿verdad? Entonces nadie sabe cómo activarlos- comentó, mirando la reacción de Rose.

- Eh... sí. Supongo...

- Pero cuando los miré, uno era diferente...

Rose palideció y le miró con temor a que descubriera lo ocurrido.

- Tú sabes algo, ¿verdad? Hay algo que me estás ocultando. De hecho, desde que vimos los anillos no pareces la misma.

Rose permaneció en silencio, no sabiendo qué responder. Chris cada vez sospechaba más.

- ¿No será que se ha cumplido uno de los deseos que dijimos entonces uno tras otro?

- Aunque así fuera, no es que podamos saber cuál...- comentó Rose con la voz temblorosa.

- Rose, mírame.

Ella así lo hizo, contra su voluntad.

- Tienes toda la pinta de saber muy bien qué ha pasado, así que espero que no intentes ocultármelo o te vas a arrepentir.

Rose no respondió. Tenía miedo. Podía permanecer callada hasta que Chris le ordenara lo contrario. Deseaba de todo corazón que todo eso terminara y la dejara en paz. Empezaron a brotarle lágrimas sin darse cuenta mientras temblaba apretando los puños.

- No sé por qué tienes que amenazarme siempre... ¿no ves que yo soy la primera que desea entender qué está pasando y cómo pararlo? Nadie debería poder pedir deseos, si quieres algo, ¡consíguelo con tus propios esfuerzos!- alzó ella la voz, no pudiendo evitar que más lágrimas cayeran por sus mejillas mientras salía corriendo antes de que Chris pudiera decirle algo más.

Chris se quedó algo impactado por su reacción, pero más le llamó la atención que ella dijera que deseaba pararlo. ¿Parar qué? Al fin y al cabo, sí sabía algo, y no estaba dispuesta a contárselo. No la dejaría salirse con la suya. Se sentía con tanto derecho como ella a saber si los deseos funcionaban y unas lágrimas no iban a detenerle. Debía pasar por encima de esa barrera emocional para llegar al fondo de todo eso. En ese momento, tomó la decisión de que no volvería a dejar que le afectara nada de lo que Rose intentara hacer para librarse de responderle. Estaba demasiado cerca de desvelar el secreto. Nada ni nadie le impediría alcanzar su objetivo.

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