Corrí en el medio de la noche para salvar lo que restaba de mi vida, debía dejarlo en un lugar seguro. Los pasos en medio de la lluvia se escuchaban siguiendome, interrumpiendo el poco raciocinio que me quedaba. Divisé una casa tranquila, a las afueras del lugar se veía una zona tranquila, lejos de toda perturbación y cerca del río. Las luces estaban encendidas, lo que me aseguraba de que tuviera más probabilidades de ser hallado y así salvarse.

Mi corazón palpitaba más de la cuenta, casi parecía que iba a morirme de taquicardia. Escuché voces acercarse y ese sería el fin, tomé coraje y lo dejé en el reparo de la galería por fuera a la casa iluminada. Se oía como sollozaba, era lo único que pudo sobrevivir de nuestro linaje y conservaba la originalidad de nuestra raza...tan pequeño y con tanto significado. ¡Él debía vivir! Besé su frente y me escondí a unos metros, esperando que mis perseguidores den conmigo.

A lo lejos podía sentir su dolor. ¿Cómo era posible que sin tan siquiera conocerme sepa lo que le está pasando? Debe ser su sentido desarrollado. Las puertas de la casa se abrieron y una niña muy pequeña, aproximadamente de unos cuatro años, salió y lo recogió; sentí la piedad de esa criatura al tomarlo en sus brazos como si debiera protegerlo... en realidad él era más fuerte de lo que ella pensaba aunque no lo aparentara. ¡Oh hijo mío! Debes aprender lo que eres porque...eres lo más importante que nos queda.

Corrí hasta aquellos hombres que traían consigo a sus perros de caza, esto es lo último que haré por el Clan Bravecoast.

- Hasta la vista Sir O'Brien- dijo O'Connell y me disparó en la cabeza con una bala de plata especial que estallaba en una capsula con un virus que resistía nuestras grande temperaturas.

- La valentía hace al hombre, el horror hace a la bestia- con mis últimos alientos de vida logré marcar esa frase por medio del vínculo con mi hijo...con Aiden O'Brien, el último alfa del Clan Bravecoast. Esa frase y algunos recuerdos lo ayudarán no sólo a protegerse sino a vengarse de O'Connell.