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#4: Bienaventurados los que lloran

El día en el que la gran ballena negra encalló en la arena de la playa nadie se preguntó cómo había acabado en tan deplorable situación. La población de la pequeña ciudad donde transcurrieron los hechos estaba más preocupada por los posibles estragos que iba a causar el animal si llegaba a descomponerse. Pero aquello no tenía lógica alguna, ya que la ballena estaba viva y no mostraba señales de agonía

Sus grandes y tristes ojos húmedos seguían atentamente los movimientos de los curiosos que la rodeaban, y su boca parecía sonreír con melancolía continuamente. Algunos propusieron empujarla con vehículos para devolverla al mar, pero su colosal tamaño y los escasos recursos de la ciudad hacían de la tarea algo imposible. Otros, un tanto más crueles, sugerían acabar con la ballena haciendo uso de explosivos, de modo que las olas y las gaviotas limpiaran los restos, pero nadie quería hacerse cargo de tan maligno encargo.

La noche llegó y nadie parecía tener idea de cómo solucionar el problema. Al final, la desgraciada ballena negra quedó en casi completa soledad varada en la tranquila playa, con mi consciencia como único acompañante. Al día siguiente la población de la ciudad se había dividido en dos bandos: los que proponían asesinarla para utilizar su carne y otros recursos, y los que consideraban posible mantenerla con vida hasta que el mar la reclamara nuevamente.

En un inicio ambos grupos pudieron convivir en relativa paz. Unos le llevaban vegetales y otro tipo de alimentos al animal para introducirlos entre sus tupidas barbas, mientras que otros la acuchillaban en todo el cuerpo para recolectar su sangre y ámbar gris. Yo me mantuve expectante, preguntándome qué clase de conclusión podría tener un evento de tal magnitud.

Luego de unos días la ballena se había debilitado mucho y sus ojos reflejaban aún más tristeza que al comienzo. El bando a su favor argumentó que el otro grupo tenía la culpa y terminarían matándola pronto, lo que desencadenaría la putrefacción que tanto temían. Los acusados se defendieron señalando que los pro-ballena realmente estaban torturando al animal obligándolo a ingerir alimentos que no podía procesar, por lo que no eran mejores que ellos.

Las discusiones se hicieron mucho más ácidas y agresivas con el pasar de las semanas, mientras ambos grupos proseguían con sus actividades. La desdichada ballena ya no sonreía, pero resultaba sorprendente que pudiera sobrevivir con los constantes desangramientos y la alimentación incorrecta que recibía todos los días. Estuve tentado varias a veces a intervenir en el asunto para ayudar al animal en su infortunio, lo que de paso también hubiera podido ayudar a la gente de la ciudad del peligro que les acechaba, pero debido a las reglas autoimpuestas que rigen mi existencia me vi completamente impedido.

Los meses pasaron y la ballena seguía con vida. En algún momento el bando pro-ballena consiguió contactar con un zoólogo especialista en cetáceos, lo que les dio mayores conocimientos para cuidar al animal. De alguna manera que desconozco lograron hacerse con diversas herramientas, además de inconmensurables cantidades de plancton. Gracias a eso comenzaron a limpiar a la ballena y a brindarle una alimentación idónea, lo que le hubiera asegurado una supervivencia más o menos estable de no ser por el bando opositor.

Estos últimos se hacían cada vez más ávidos en sus actividades de extracción de recursos. Recolectaban cada vez más sangre y más ámbar gris, hasta el punto de que la playa entera terminó manchada de un profundo tono carmesí mezclado con matices grises. Aquellos recursos les proveían de considerables ingresos económicos, por lo que estaban dispuestos a proseguir hasta las últimas consecuencias.

Entonces, el conflicto estalló.

Posiblemente se produjo cuando algunos extractores intentaron cortar las aletas de la ballena, cosa que resultaba ser un atroz acto inhumano a ojos de los pro-ballena. Sin importar su origen verdadero, lo cierto es que hombres y mujeres empezaron a luchar entre sí, olvidando por completo sus valores y limitaciones morales. Ya que toda la población de la ciudad pertenecía a uno u otro bando, la disputa se instaló en absolutamente todos lados.

Los cadáveres de aquellos insensatos quedaron regados por calles, parques y plazas pero, principalmente, se amontonaron en la playa donde había comenzado todo. Al ver tal carnicería, la gran ballena negra comenzó a temblar incontrolablemente, mientras su boca separaba sus barbas para abrirse de manera antinatural.

Entonces, la ballena emitió un sonido increíble, como el grito de millones de personas en tonalidades graves y agudas. El alarido duró varios minutos, durante los cuales la gente se mantuvo estática, sorprendida de lo que estaban escuchando. La ballena, además de gritar, también soltó una gran cantidad de líquido de sus ojos, lo que extraordinariamente consiguió limpiar la playa de sangre y cadáveres.

En eso, un sonido similar se oyó en la lejanía. Las personas, confundidas, no atinaron a pensar ni hacer nada mientras el nuevo ruido se iba acrecentando con rapidez. Repentinamente, el mar cercano a la playa se levantó con absoluta violencia, y un ciclópeo y alargado rostro negro emergió de las aguas.

La madre de la ballena negra había llegado y, luego de recuperar a su hija perdida, decidió eliminar a aquellos que le habían causado tanto sufrimiento. Con tal fin, abrió su gigantesca boca y con una sola mordida arrancó de cuajo todo el territorio de la playa y la ciudad, tras lo que ambas, madre e hija, desaparecieron en los abismos marinos.

Pero no toda la población pereció ante tan nefasta conclusión de los hechos. Antes de que la Gran Madre Ballena lo devorara todo, envié uno de mis Ojos al lugar y con mis tentáculos y vibraciones pude proteger a las personas que lo merecían. Aquellos que habían intentado cuidar a la ballena desde el comienzo, aquellos que habían tenido compasión fueron amparados.

Así como la ballena lloró y fue salvada, ellos fueron los bienaventurados que recibieron mi gracia.

Porque yo soy su Dios.

Y ellos son mis hijos.


Palabras: 993


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