#1: Orgánico
Quinientas palabras. Sólo quinientas palabras y podré ser libre. Pero el lápiz que sostengo en mi mano se niega a obedecerme. Se retuerce y maldice, intentando clavar sus colmillos en mis destrozados dedos. Yo lo maldigo con aún más vehemencia, pero sé que no puedo hacer mucho más.
Todos mis otros lápices son igual de agresivos. Me insultan desde su recipiente, utilizando sus minúsculas fuerzas para entrelazarse entre ellos con la esperanza de escapar. Verlos resulta hipnótico, pero soy consciente de que no puedo seguir malgastando tiempo.
A mi lado, una pequeña ventana que resulta ser un simple agujero en la viscosa piedra me permite vislumbrar el exterior. Es de día, pero eso no es ninguna novedad. Siempre es de día. Siempre es el sol morado lo único que uno puede observar cuando dirige sus ojos al rosáceo cielo.
Dicen que en el pasado las cosas no eran así. Dicen que los lápices no intentaban morderte, las mesas no sudaban ni vomitaban y las sillas no se encabritaban cada pocos segundos para desmontarte. Dicen que las cosas no estaban vivas, sino que actuaban como herramientas con fines precisos.
Pero lo que dicen son simples leyendas sin fundamento alguno. Las cosas están vivas y continuarán con vida mientras sigan yaciendo eternamente. Por eso evito llenar mi celda de objetos innecesarios. Mis lápices, mi mesa y mi silla son mis únicos compañeros. A pesar de nuestro odio mutuo es por ellos que puedo continuar escribiendo, y son ellos quienes me permiten seguir viviendo gracias a su carne y fluidos.
La luz que se cuela por la ventana se hace más potente, hasta el punto que me veo obligado a taparme el rostro con las manos. Siento el calor abrazador achicharrando mi piel rugosa, hasta que un delicioso hedor a carne quemada cubre el cuarto. Grito de dolor y me lanzo al piso, golpeando la mesa con fuerza.
El lápiz de mi mano aprovecha la confusión para clavarse en mi antebrazo, devorando todo lo que puede. Los otros lápices, excitados por el olor y el ruido, saltan de su depósito y se clavan en la mesa, obligándola a agacharse. Pasan a la silla, pero esta se resiste a ser devorada y se retuerce con vehemencia, intentando librarse los pequeños y afilados demonios que la cubren.
La energía proveniente del exterior aumenta su calor, logrando afectar incluso a los lápices. Todos gimen, incluidas la mesa y la silla. Yo me arranco sin titubear el lápiz que se había empalado a mi antebrazo y obligo a la mesa a ponerse de pie, dispuesto a terminar mi misión.
La puerta de mi habitación se abre, emitiendo un lloriqueo. Ingresa alguien igual a mí y me exige entregar el Producto. Observo la superficie de la mesa y no me resulta complicado ver el resultado. La luz que ingresa se hace tan potente que comienza a derretir mis músculos y huesos, pero no importa.
Logré escribir cuatrocientos noventa y nueve palabras.
Al final, he fallado otra vez.
Palabras: 499
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