Noviembre, año 1956.
Dansville, norte de Navax.

Para Luke la muerte podía llegar de muchas maneras.

Ninguna de las inimaginables situaciones en las que se había visto envuelto durante los escasos años que tenía, lo pudo sorprender tanto como el día que vislumbró la fatídica muerte de su padre.

En ese anochecer, la luna se había ocultado entre las densas nubes de un largo invierno que vaticinaba con extenderse muchos días más y que para sorpresa de todos, era el más frío y hostil de los últimos cincuenta años. Las copas de los árboles se cubrían de una gruesa capa de escarcha congelada y los vehículos habían quedado sepultados en enormes montañas de nieve cuyos dueños, a expensas de su poca voluntad, hacían lo imposible para salvaguardar lo que podían… en aquel gélido mes de noviembre.

Luke tenía ocho años de edad y seguía acostado ya que tenía un intenso virus que había pescado el día anterior. Sentía la nariz obstruida por momentos y su madre, Karol Ventresca, le había dado a tomar un extraño líquido espeso de color ámbar que según ellas y afirmaciones antiguas, le ayudaría a mejorar rápidamente. Con todo y eso, Luke había ingerido todo el jarabe y como consecuencia de ello, se tenía que levantar a cada hora para ir al baño a orinar.

Estaba muy abrigado cuando se despertó por quinta vez de su pequeña y desvaída colcha.

Llevaba unas largas medias de algodón que casi le tocaban el borde inferior de sus rodillas y que gracias a la protección de las mismas pudo salir con mucho sigilo de la habitación que compartía para aquel entonces con sus padres.

El angosto corredor estaba muy oscuro.

Un fuerte relámpago rompió la oscuridad y Luke dio un brinco al ver cómo se iluminaba todo el entorno. El ruido hizo estremecer las ventanas y las paredes. Más allá de toda la poca fortaleza que era su hogar, la lluvia caía incesante. El inconfundible choque de las olas al romper la arena se oía muy cerca de él, por lo que enseguida comprendió que habría mar de leva.

Entonces, cuando justo llegaba casi al baño para cumplir con sus necesidades, escuchó una voz.

O quizás… un grito.

—¡Vete!

Al principio fue una expresión ininteligible casi carente de sentido alguno. Luego, entre la discordante lluvia supo que aquella voz le era muy, muy familiar.

—¡Nooo…!

El grito se quebró y la voz calló abruptamente dando pasos a un sonido metálico que rasgó el aire con un siseo fantasmagórico.

Salió.

Aún entre la bruma y la oscuridad de todo el lugar, sus ojos tenían una adaptación muy madura por lo que en su campo visual no podía haber ningún tipo de error. La imagen fue clara y cruenta. Una imagen que no olvidaría jamás por el resto de sus días.

“Su padre estaba boca abajo sobre el inicio de la arena y las olas le golpeaban el torso y parte de la espalda. Sus dedos se adherían con fuerza sobre la orilla y para cuando Luke intentó ir en su ayuda una enorme cola que se bifurcaba al final, apareció entre las oscuras aguas, dando paso a una criatura con silueta de mujer que le tomó a continuación por los hombros y lo arrastró de vuelta al mar mientras su padre lanzaba un último alarido de dolor…”.

Cuando Luke llegó a la orilla de la playa, aún quedaban restos de sangre en la húmeda y oscura arena.