PRÓLOGO
💋
EL ÚLTIMO BESO QUE TE DI ANTES DE MORIR
💀
We've come a long way from where we began
See You Again — Wiz Khalifa
Alexander tenía apenas cinco años cuando recibió la devastadora noticia de que padecía un cáncer en la cabeza, concretamente un glioblastoma. Esta enfermedad es conocida por su capacidad para desarrollarse de manera insidiosa, pudiendo tardar varios meses e incluso años en manifestarse plenamente. Además, el glioblastoma es un tipo de tumor que tiene la particularidad de esquivar la detección del sistema inmunitario, lo que le permite prosperar y crecer sin que el cuerpo pueda intervenir de manera efectiva. Este tipo de cáncer es uno de los más comunes en su categoría y se caracteriza por su naturaleza agresiva, lo que lo convierte en un diagnóstico alarmante, especialmente en un niño tan pequeño.
A lo largo de la mayor parte de su vida, los médicos lograron mantener su condición de salud bajo control, proporcionando tratamiento y seguimiento constante. Sin embargo, pasados algunos años y cuando Alexander alcanzó la edad de 25 años, recibió la desgarradora noticia de que el cáncer había regresado. Esta revelación marcó un nuevo giro en su historia médica, poniendo en jaque el esfuerzo y la esperanza que él y su familia habían acumulado.
Ese día en el hospital, la atmósfera se sentía densa y abrumadora para aquella familia. Una sensación de desesperanza los envolvía, como si el universo entero se estuviera derrumbando a su alrededor. No sabían con certeza si les quedaban años, meses o tal vez incluso semanas, pero la dolorosa verdad era que su hijo enfrentaba una enfermedad terminal. La angustia y el miedo se reflejaban en sus rostros, mientras cada uno luchaba con la realidad de una posible pérdida que se avecinaba, cargando la tristeza de un futuro incierto que se perfilaba ante ellos.
—Doctor, ¿está completamente seguro de lo que está afirmando? —inquirió Verónica, la madre de Alexander, mientras le lanzaba una mirada llena de tristeza. En su interior, albergaba la esperanza de que el médico se hubiera equivocado en su diagnóstico.
El médico, quien se llamaba Carlos, le respondió con una sinceridad inquebrantable mientras la miraba fijamente a los ojos: — Señora Morgan —inició, haciendo una breve pausa para recoger sus pensamientos antes de continuar—, usted sabe que nunca le he mentido. Como profesional de la medicina, no puedo hacerlo; mi juramento ético me lo prohíbe. Lo que le estoy diciendo es completamente cierto, y como es habitual en mí, le proporcionaré los informes que respaldan mis afirmaciones. Porque, al igual que yo, usted también tiene el derecho de tener acceso a esa información.
—Pero, Doctor, eso no puede ser —le respondió la madre de Alexander, visiblemente angustiada.
El médico, con un semblante serio, le tendió los informes médicos recién impresos.
—Señora Morgan, en los documentos que le acabo de entregar, la información es muy clara. Según los resultados, su hijo tiene una expectativa de sobrevivencia de entre 12 y 15 meses. La única opción que tengo para intentar prolongar ese tiempo, aunque sea de manera temporal, es recetarle sesiones de radioterapia de forma constante.
—Mamá...—la voz de Alexander resuena en la consulta, interrumpiendo el silencio. Con calma, le dice mientras la mira a los ojos—, no te preocupes, haré lo que el doctor me indique.
—Su madre lo observa con preocupación—, pero...—intenta continuar su frase, pero su marido la interrumpe antes de que pueda expresar sus pensamientos.
—Colocando una mano en el hombro de su esposa, él le dice con ternura—: Déjalo, cariño. Tu hijo quiere intentarlo, confía en él.
—La madre de Alexander deja escapar un suspiro resignado—, está bien.
—Muy bien... —comenta el doctor, quien estaba observando la escena en silencio—, en ese caso, procederé a redactar el informe para que las sesiones puedan comenzar de forma inmediata. Sería ideal que comenzáramos mañana mismo; cuanto más rápido actuemos, mayores serán las posibilidades de que Alexander logre sobrevivir. A continuación, el doctor comienza a escribir el informe con un bolígrafo. Tras terminar, lo imprime y se lo entrega a la madre de Alexander. —Con este documento, deberá dirigirse a la sala de radioterapia, donde le asignarán las sesiones que se llevarán a cabo a lo largo de la semana, ya sea por la mañana o por la tarde, ¿de acuerdo? —le dice, volviendo a mirarla.
—Está bien, Doctor. —La mujer se levanta de la silla con determinación y comienza a recoger sus pertenencias.
—No se lo tome a mal, señora Morgan —le dice el médico con una voz amable—, pero espero no volver a verla. Eso significaría que todo ha salido bien.
—La mujer le responde con una sonrisa sincera—. Eso espero, Doctor. Sin embargo, si al final las cosas resultan bien, me gustaría visitarlo para saber cómo está. Es lo mínimo que puedo hacer para agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros.
Mi consulta permanecerá siempre accesible para todos mis pacientes, incluso en el caso de que dejen de serlo. Estoy comprometido a ofrecer mi apoyo y orientación, sin importar si nuestra relación profesional se ha interrumpido. Siempre serán bienvenidos, y estaré disponible para atender cualquier inquietud o necesidad que puedan tener.
Tras escuchar las palabras del médico, la madre de Alexander tomó un profundo suspiro y, con una mirada que reflejaba tanto preocupación como determinación, se dio la vuelta lentamente. Con paso firme, comenzó a dirigir sus pasos hacia la puerta. Antes de salir, se volvió una última vez hacia el doctor y, con una voz cargada de emoción, le dijo: —Adiós, doctor—. Con esa despedida resonando en el aire, salió por la puerta junto a su familia, encaminándose hacia la sala de radioterapia, donde les aguardaba un nuevo reto.
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