Capítulo 72
Durante el último amanecer de agosto...
El sol está a punto de salir, la negrura se disipa y el cielo se sumerge en una paleta de colores suaves. La luz surca las montañas, las nubes se tiñen de un tenue color pastel y el cántico matutino de los pájaros cobra vigor... Un sonido mucho más agradable que el de la sirena de la ambulancia que ha atravesado el jardín horas atrás.
Un joven había sido apuñalado y otras tres personas han requerido atención médica por estar en estado de shock: un chico rubio, una chica pelirroja y una anciana. Esta última era quien debía liderar, pero ha delegado sus responsabilidades en el asistente que la acompañaba, quien se ha encargado de manipular el escenario de los hechos para tapar el asesinato de un hombre, cuyo cadáver están enterrando ahora, a la luz del alba, en el mismo jardín.
Cuando completan la labor, el asistente se retira a la mansión dejando a los tres jóvenes que lo han ayudado a solas. Es entonces cuando estos se miran entre sí. La pelirroja sigue conmocionada, un chico de pelo castaño sonríe queriendo infundir ánimo y una chica morena recibe la mueca sin entusiasmo ninguno. Está desbordada. Al igual que la abuela que se les une con una botella de txakoli entre manos. Por el andar, ya debe de haberse bebido otra ella sola.
—Brindemos —dice.
Es surrealista, aunque ya no les resulta extraño. Saben que la mujer tiende a refugiarse en el alcohol. Así que le sostienen la botella, el asistente vuelve para repartir copas y la jefa no puede esperar: procede con el brindis. Se lleva una mano al pecho, palpa las gruesas gafas marrones que lleva en el escote, las que algún día pertenecieron a sus exmaridos, y cierra los ojos en honor a ellos.
—Por el amor —musita.
—El amor no lo justifica todo —le reprocha la pelirroja.
La anciana repara en cómo la otra joven y el chico que tiene a su lado se agarran de la mano, y se explaya:
—Somos capaces de hacer cosas inimaginables por aquellos a quienes amamos. Y eso es lo realmente importante.
Tras las palabras, descorchan la botella, se sirven y juntos celebran estar frente a un nuevo comienzo. Ya que todos ellos, disponen de una segunda oportunidad.
Sin embargo, la insistente joven continúa insatisfecha con el brindis.
—Yo propongo otro. —Recarga las copas—. Por la libertad... Y por Piolín y compañía. Porque tengan el nidito de amor que tanto se merecen.
—¡Hurra! —se emociona la mujer.
Las copas tintinean al chocar de nuevo, la luz se asoma por el horizonte provocando un destello rojizo, y beben a la par. Aunque no demasiado. Pronto tendrán que hacer turnos en el hospital de Usansolo, donde han ingresado al herido. Está fuera de peligro, pero el rubio que ha ido con él, aún lo vigila. No se piensa despegar de la cama. Después de todo, no volverán a separarse...
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Gente, estoy muy emocionado porque hoy nos despediremos.
Quedan tres capítulos más...
Gracias, gracias, gracias por todo y espero que el final os guste y sorprenda ;)
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