Capítulo 64
ELENA
Avanzo por el pasadizo a la biblioteca. Sin derramar ni una mísera lágrima; con carácter tan hermético como espero que lo sea la sala secreta. Necesito estar sola, un deseo que se ve frustrado en cuanto pongo un pie en ella y veo a Lourdes sentada en el sillón rojo, encorvada sobre el escritorio. En él tiene una botella de vodka y dos vasos de cristal.
—Sabía que vendrías —me recibe.
Lo que me exaspera.
—Lourdes, ¿qué quieres?
—Dialogar.
—¿Más?
—De Mikel.
Me aproximo e indago:
—¿Qué pasa con él?
—Dímelo tú. —Me tiende un vaso.
Pero lo aparto. No quiero beber.
—Dejémonos de rodeos para que pueda perderte de vista cuanto antes.
Lo acepta. Con un aletargado movimiento se aparta el pelo de la cara y deja sus manos unidas sobre la mesa.
—Querida, para Mikel eres muy especial.
—¿Has venido a decirme eso?
—Todo lo demás ya está hablado.
En realidad no, pero más adelante sacaré el tema que llevo en el bolsillo.
—Pues sobre Mikel, no te molestes. No voy a perdonarlo.
—Oh, ¿acaso debes perdonarle algo? Si sabes la verdad es por él. Por su inmenso sacrificio.
—¿Con sacrificio te refieres a jugar conmigo?
—Me refiero a velar por el bien de todos, acatando mis órdenes y las de Gabriel.
—Gabriel ya no está —apunto.
—No, Gabriel se ha ido y sus últimas semanas fueron menos dolorosas gracias a los tratamientos que pudimos pagar con el dinero de la póliza de César. Un dinero que no hubiésemos cobrado sin la colaboración de Mikel.
—Seguro que lo obligaste —acuso—. Vas de que te importa y luego lo cargas con dinamita.
Golpea la mesa con el culo del vaso.
—Créeme, querida. Va a sufrir más por tu rechazo que por aquel incidente —compara.
Ha perdido el norte, si es que alguna vez lo tuvo.
—¿Tú te escuchas?
—Me escucho y escucho a Mikel. No sabes cuánto significas para él.
—Estás exagerando para que me ponga de vuestro lado. Tan solo me conoce desde hace unas semanas.
Lleva a cabo un gesto de terquedad.
—Ay, Elena. Las cosas de palacio van despacio... Menos cuando se trata del amor.
—El amor que me tiene a mí, ¿o el que os tiene a vosotros?
—Mikel es leal —reconoce—, y le mandamos vigilarte, pero enamorarse de ti no estaba entre las tareas.
«Enamorarse» afronto el eco, clavándome la manicura al cerrar los puños. Tengo la sensación de que el espacio se estrecha, empequeñece y me asfixia. Lo que paradójicamente hace que me crezca.
—Lourdes, basta ya. No soy uno de tus títeres.
—No, claro que no. Solo estoy siendo honesta.
—A buenas horas... Ya no me puedo fiar de ti.
Se levanta de inmediato.
—No se trata de confiar, Elena. ¡Sino de vivir!
Camina hasta esquivarme y alcanza uno de los libros que tengo detrás, uno que yo ya había fichado. Es el ejemplar de Las Horas. Lo tira contra la mesa y recita:
—«Tu tía es una mujer afortunada porque tiene dos vidas: su vida y la del libro que escribe.»
—Esa frase es de la película, no del libro.
—Lo sé —afirma—. La he visto una infinidad de veces. A Gabriel le reconfortaba en sus peores días.
Algo se remueve en mí, una masa de emociones que repta desde lo más hondo.
—Es una idea que siempre me ha apasionado. ¿Dos vidas? Lo envidiaba. —Cae en el sillón—. Hasta que me percaté de que, a veces, tener dos vidas hace que exprimamos menos la principal.
Algo similar me dijo Mikel en este mismo sitio.
—Vaya. En tu familia sois muy de vivir al límite —mascullo.
—Sí y tú deberías hacer lo mismo. Arriesgarte más.
—¿Cómo? ¿Quemando yates? ¿Estafando aseguradoras? ¿Enterrando cuerpos a escondidas? —enumero sus delitos.
—No, querida. ¡Amando! —resalta—. Sin ataduras, sin normas, sin miedo. ¡Debes amar libremente! Yo me puedo arrepentir de muchas cosas, pero jamás de haber hecho caso al corazón, porque aunque me lo hayan roto varias veces, en todas ellas mandaron mis sentimientos y no la cobardía.
Lo medito con determinación.
—Esa visión puede ser un tanto dañina.
—Como el vodka, querida... —Se bebe otro vaso.
Apura hasta la última gota y mete la botella en uno de los cajones, supongo que para no tener la tentación cerca.
—La novela es para ti —me la regala.
—No. Ya la tengo.
—Tienes otro ejemplar. Este era de Gabriel. Quédatelo como recuerdo.
Abre otro cajón y saca las gafas de color marrón que tanta confusión nos han causado a mis amigos y a mí.
—También eran de Gabriel. César las graduó y las usó en su honor. Ahora las tendré yo en honor a ambos.
—¿Tienes un objeto de cada uno de tus exmaridos? Habrás construido otro museo dedicado a las reliquias...
Me mira fijamente y se muerde el labio, pensativa.
—Elena, no me odies tanto. Aunque te cueste verlo, todo lo que he hecho ha sido para proteger a César y a tu abuelo —se exculpa.
—Pues ambos están muertos —digo y recorto la poca distancia que nos separa—. Y no son los únicos perjudicados.
Sobre la mesa, despliego la hoja que llevaba en la blusa.
Ha llegado el momento del chantaje.
—¿Qué es esto? —Lourdes la analiza.
—Estaba en el sótano de la cabaña.
Antes de que intente deshacerse de la prueba, procedo:
—Le he hecho fotos y las he subido a la nube. Si a mis amigos o a mí nos sucediera algo, se publicarían junto a un informe en el que he detallado lo justo, para que tus ayudantes y tú os mudéis a una prisión.
—Vaya. Interesante.
Se acaricia el cuello, deliberando.
—Pero yo jamás os haría daño, Elena. Ni dejaría que os lo hicieran.
—Bien, porque también nos vas a ayudar. Contratarás al mejor especialista en psicología para Izan y Rosa, por todo lo que han debido presenciar; darás con un profesional al que puedan narrarle los hechos.
—Claro —accede—. ¿Algo más?
—Por supuesto que sí.
Me apoyo en la mesa y señalo los nombres escritos en el folio.
—Quiero justicia —exijo, con firmeza—. Justicia para Luken.
*****
Pronto sabremos lo que trama Elena...
Estamos muy cerca del final.
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