Capítulo 52
IZAN
Tras pasar la noche con Mikel, Elena regresa a su dormitorio, donde se encuentra con nosotros dos. Rosa y yo llevamos un buen rato esperándola en los sillones. Nuestras ojeras son prueba de ello, aunque nuestra amiga tampoco es que tenga muy buen aspecto.
—¿Qué queréis? —Camina hacia nosotros.
—¿Tenemos que querer algo? —esquiva Rosa.
No la juzgo, yo también me iría por las ramas.
—Habéis madrugado, estáis en mi habitación y ni siquiera me preguntáis de dónde vengo; ni me pedís ningún detalle. Es evidente que os pasa algo y llegados a este punto me espero cualquier cosa.
—No, cualquier cosa no —adelanta Rosa.
Ha llegado la hora de la verdad.
Desbloqueo el teléfono que hay sobre la mesita de mármol y se lo tiendo a Elena, tal y como hemos ensayado repetidas veces. Nuestra amiga lo analiza. Impasible. Hasta que alza la vista y su imponente expresión hace que Rosa se acobarde.
—Según Izan —resalta mi nombre—, ese es Gabriel. Le he dicho que es un disparate pero...
—No —concluye ella—. No es ninguna locura.
Me busca con la mirada y se me hiela la sangre.
—Hay muchas cosas que no sabéis, que ni siquiera yo comprendo y de las que no puedo hablar porque os pondría en peligro. —Señala la puerta—. Así que haceos un favor y dejad de hurgar en asuntos ajenos.
No podemos obedecerla porque todavía estamos asimilando su reacción y lo que esta conlleva. No solo no ha discutido la posibilidad de que Gabriel siga con vida sino que además no le ha extrañado. Es obvio que la magnitud del problema es mucho mayor de lo que creíamos, y Rosa y yo hemos llegado tarde.
—Elena, ¿es una coña? —le pregunta nuestra amiga.
—Ojalá.
—¿Y qué está pasando? —inquiero yo.
—Es complicado. Ni siquiera yo lo sé con certeza. Y tampoco os lo diría.
—Tendrás que hacerlo —ordeno—. No pretenderás que ignoremos algo así.
—Si os lo dijese correríais riesgos.
—¿Y cuándo hemos sido prudentes nosotros dos? —responde Rosa.
—Lo soy yo por vosotros —zanja—. No voy a haceros partícipes.
Rosa bufa y pone los ojos en blanco.
—Sabes que no vamos a dejarte sola, amore. No vayas de interesante.
No surte efecto tan rápido como nos gustaría, así que yo también la presiono:
—¿Nos dejas ser de tu equipo?
—Eso —me sigue Rosa—. ¿Podemos unirnos? ¿O vas a seguir siendo la tipa fría, cabezota y solitaria de siempre?
Elena nos observa con atención. Tiene una pose recta, exageradamente derecha, que solo se relaja cuando da media vuelta y coge una carpeta azul de la mesilla.
—Vosotros lo habéis querido. —Se dirige al pasillo—. Venid conmigo.
Elena nos ha conducido al salón. Por si la mañana no estaba siendo del todo surrealista, nos descubre el pasadizo a la biblioteca secreta, el lugar que nos mencionó semanas atrás. Entonces hubiésemos pagado por entrar. En el presente, ninguno se atreve a hacerlo.
—¿Qué hay al otro lado? —teme Rosa.
—La biblioteca.
—¿Nada más?
Dadas las circunstancias, no sería de extrañar que hubiese algo bastante más perturbador. Sin embargo, Elena lo niega y se adentra. Deja la decisión en nuestras manos.
—¿Qué hacemos? —duda Rosa.
—Confiar en ella —cedo—. Es lo que toca.
—Venga, pues sigamos a nuestra Miércoles Addams.
Enseguida, los tres nos reunimos en el centro de una serie de alargadas librerías que crecen hasta el techo. Elena lanza la carpeta que llevaba consigo sobre un amplio escritorio y se aleja de él para desviar nuestra atención hacia un retrato de Gabriel, ubicado entre los libros. Tiene a una niña pequeña en brazos que supongo que es ella. Están viviendo un momento entrañable que Elena pasa por alto para señalar un objeto. Sus gafas. Recupero la fotografía de anoche y las comparo. Son el mismo modelo.
—¿Es broma, no? Eso no prueba que sea él —suelta Rosa—. ¿Sabéis la cantidad de gente que puede tenerlas?
—Ya, pero eso no lo es todo —agrega Elena.
Se sienta en un sillón, abre la carpeta y sobre la mesa de madera organiza unos cuantos papeles.
—Desde que fuimos al funeral de mi abuelo, no he dejado de notar que este me acompaña. Es como si una fuerza invisible me guiara, con pequeñas señales, con pistas que él mismo dejó en el pasado. Quiere que desentrañe un misterio y el contenido de esta carpeta es parte de la solución
—Tal vez sea el misterio de su no muerte —opino.
—Eso no lo sé —se sincera Elena.
Coloca una serie de papeles en horizontal.
—Pero mirad. Estos son los planos del palacio antes de la reforma de Lourdes. No comprendía por qué mi abuelo me los había dejado, hasta que me habéis enseñado esa foto, de la cabaña —apunta—. Mikel y Andoni nos dijeron que, en el pasado, la cabaña era donde se alojaban los trabajadores de la familia Ubel, y que Lourdes la convirtió en un simple almacén. Es mentira. Si os fijáis en los planos antiguos, no hay ni rastro de ella. Es más, aparece una pequeña estancia en el interior con el mismo fin; hospedar a los empleados. Por tanto, ese pequeño edificio tiene que ser nuevo. No ha sido reformado por Lourdes. Directamente, lo construyó ella.
—¿Crees que lo hizo para encerrar a Gabriel en él? —ata cabos Rosa.
—Encerrarlo no. De ningún modo. Lourdes y mi abuelo pertenecen a un mismo bando. Seguro. Y creo que Andoni y Mikel también. Sea lo que sea, lo han planeado todo juntos. —Hace una breve pausa—. Se han organizado, como los pasajeros del Orient Express.
Frunzo el ceño y, pese al riesgo de quedar como un idiota, intervengo:
—Lo siento, pero estoy perdido.
Elena se levanta del sillón.
—Todos lo estamos. La verdad se encuentra en esa cabaña, a la que pienso entrar esta misma noche. Cuando nadie me vea.
—Nos vea —corrige Rosa—. Vamos contigo.
—Los tres juntos —subrayo.
Elena cabecea y entonces planteo una nueva preocupación:
—¿Cómo haremos para disimular hasta tan tarde? Debemos mantener la calma frente al resto.
—Sí, buscaos una excusa para salir lo menos posible de vuestros cuartos —nos indica—. Disfrutad del lujo de las habitaciones. Cuando todo esto explote, cabe la posibilidad de que debamos largarnos y no volver jamás.
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Ya está disponible el siguiente capítulo ;)
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