Capítulo 47
* Advertencia: contenido adulto... ;) *
ELENA
Usansolo, 14 de julio de 2022
Otro día más marcado por la visita de Sonia, la empleada que menos viene al palacio y más aparece por mis pensamientos. Va a volverme loca. Debería haber accedido a pasar la mañana con mis amigos. Ahora ambos están dormidos, mientras yo leo de manera compulsiva toda la información recabada sobre la mujer que, en este instante, pasea con Mikel.
Aunque no puedo culparla de toda mi histeria. Sería injusto. Hay algo que me perturba aún más: la desaparición de Luken. Se ha evaporado y con él, su madre. Ya nadie trabaja en el pequeño negocio de pan...
—Necesito aire.
Salgo al balconcito, el viento ondea mi corta falda negra y mis pulmones se alivian. He tenido precaución para que nadie me viese asomada y creyera que espío a Mikel y compañía, porque no. Ya no lo hago. No tengo una personalidad tan nociva como Sonia, quien se molesta incluso si Mikel no va con ella al recinto de los tulipanes, esa parcela que representa el amor fugaz que vivieron durante el verano del 2020.
O eso me contó Mikel para demostrar que las flores son grandes mensajeras. Al discurso sumó los lirios morados, los favoritos de mi abuelo, y también habló de las amapolas, aunque el significado de estas aún se me escapa.
He sacado datos de internet pero es absurdo, a Mikel no le interesa la visión social, sino la personal. Tal vez el problema esté en que soy demasiado objetiva. Debería fiarme más de mi instinto. No puedo ser tan fría, tan matemática.
Si escarbo en mi interior, ¿qué momentos considero claves en esta historia? Está el día que conocí a Mikel, cuando nos topamos en la tercera planta del chalet de Lourdes, en una especie de museo propio de un adinerado con ínfulas de culto. Allí empezó todo. Luego vinimos al palacio y si algo puedo resaltar, es nuestro primer paseo, en el que bromeó con que este es el lugar idóneo para revivir muertos; entonces ya sabía de mi faceta oscura. Sin embargo, no hace falta irse tan lejos, ayer mismo, en el coche, un presentimiento me alertó de estar en un momento clave, que si lo analizo...
—¿Elena?
Pego un respingo y bajo la vista, es Mikel.
Me llama desde el jardín, en soledad.
—¿Dónde está Sonia?
—Ya se ha ido. ¿Te vienes a dar una vuelta?
—¿No acabas de dar una con ella?
—También podemos ir a la piscina —plantea.
—No —rechazo—. Luego si eso.
Ante la negativa, se cruza de brazos.
—¿Julieta también se lo puso así de difícil a su Romeo?
—Peor. Por algo terminaron muertos.
Se suicidaron por culpa de sus familias, espero que a nosotros no nos pase lo mismo.
—¿Y si subo yo? —se le ocurre.
—¿Trepando? ¿Como en la obra?
—No, por las escaleras.
—Pues vaya. —Tuerzo el morro.
Y por alguna razón ve la necesidad de justificarse:
—Tengo mal la espalda.
Frunzo el ceño y aguanto la risa.
—Mikel, era broma.
—¿Lo de pedirme trepar o lo de darme calabazas?
Todavía con una sonrisa, suspiro.
No me hago de rogar más.
—Venga. ¿Quedamos en tu dormitorio de bohemio?
***
Sobre las alisadas sábanas de una cama arreglada, nos sentamos descalzos. He apoyado la espalda en la pared donde iría el cabecero y él se sitúa frente a mí, con las piernas plegadas, en una postura encogida que poco se ajusta a un cuerpo como el suyo.
—¿Qué tal ha ido la mañana con Sonia?
—Bien. —No da más detalles—. ¿La tuya con el ordenador?
—Genial —miento.
—¿Genial? Igual tengo que convertirme en un androide para que me hagas más caso —vacila.
Si estuviese Rosa con nosotros haría un chiste soez sobre su cable. Estoy convencida. Pero yo no soy como ella.
—¿Sabes que mis ex me llamaban cíborg? —confieso.
—Un poco cuadriculada sí que eres.
Le pego un almohadazo.
—Perdón, perdón. Está feo.
—Y acertado —admito—. Con ellos apenas llegué a sentir.
Me sonríe, va a pronunciarse al respecto y lo atropello:
—Oye, ¿y qué te pasa en la espalda?
—Ah, nada grave.
—¿Tiene que ver con las cicatrices?
—Tiene que ver con la poca crema de sol que me apliqué ayer, antes del baño.
Le reñiría pese a que cubrir una espalda como la suya debe de ser difícil. No obstante, mis ojos buscan el recipiente de cristal con el aceite de lavanda que tanto me gustó oler días atrás.
—Podría venirte bien usarlo —le aconsejo.
Y va a por él.
—Tú lo que quieres es olerlo de nuevo, ¿eh?
Efectivamente, es quitarle el tapón y complacer mi nariz.
Tengo que aprender a hacer este adictivo mejunje.
—Aún no me has enseñado a prepararlo.
—Tranquila. Hay tiempo.
—No creas. —Parafraseo a Rosa—: «El verano es una excitante cuenta atrás».
—¿Excitante?
Se gana otro almohadazo y le ordeno:
—Vamos, quítate la camiseta.
—Vaya, sí que es excitante, sí.
—¡Lo digo para untarte en aceite!
—¿Elena?
—¡Por las quemaduras! No seas cretino.
Hace una divertida mueca de rendimiento, se desnuda de cintura para arriba y me veo con dificultades para tragar.
—Bien. —Carraspeo—. Túmbate.
—¿Seguro que no me vas a freír la espalda?
—Puede. Sería mi venganza por tenerme en ascuas con el enigma de las amapolas.
Resopla, hasta que su cara queda hundida en la almohada. Me coloco en el comienzo de su pantalón, me embadurno las manos y, en lo que mi olfato se regocija, masajeo su zona vertebral. De arriba abajo. Estudiando las cicatrices y el relieve de las mismas.
—¿Bien?
—Sí, sin miedo, que si empiezo a arder te aviso —se mofa.
Mis dedos ejercen mayor presión sobre sus lomos, omoplatos, e incluso brazos. Ahora los tatuajes relucen y juego a delinear estas formas tan minimalistas como personales. Los trazos de tinta que más respeto son los que recrean la silueta de su madre, aflojo la intensidad, para luego aumentarla de regreso al dorso.
—¿Mejor?
—Mucho mejor... —murmura—. En realidad, este aceite lo hice por sus propiedades calmantes.
—¿Insinúas que el mérito es del producto y no de la masajista?
—Insinúo que esto, en tus manos, hace maravillas.
Me permito sonreír a escondidas, sin dejar de amasar cada rincón de su piel morena, repleta de lunares y otras marcas que le otorgan una atractiva apariencia desigual. Podría pasarme horas haciéndolo, atraída por la electricidad que genera nuestra interacción —es la explicación más racional a por qué tengo el vello en punta—, pero al cabo de diez minutos, la temperatura de la sala se dispara y me obligo a cortar la corriente.
—Listo. ¿Te traigo una toalla?
Me echo a un lado y este se recoloca sentado.
—Espera. Es tu turno.
—¿El mío? A mí no me duele nada.
—¿Ni siquiera las articulaciones de tanto teclear?
—Ni que fuese una pianista con artritis.
—Voy en serio. —Extiende las palmas—. Déjame.
Le acerco una mano y este la cubre con las suyas. Nada más hacerlo, debo erguirme para canalizar el cosquilleo que asalta a mi sistema nervioso, y que se acentúa cuando realiza los primeros movimientos.
—¿Sabes lo que haces? —se la devuelvo.
—Llevo sin saber lo que hago desde que te conocí, Elena.
—Bueno, que lo reconozcas es un gran avance.
Lo miro, pero permanece concentrado.
Y no se le da nada mal.
—Oye, ¿tienes algún otro talento oculto que deba saber?
—No es para tanto. Te sientes mejor por el aceite. Tus manos estaban muy secas.
Es verdad, desde que las tengo impregnadas, han desaparecido los pequeños sarpullidos a los que estaba acostumbrada.
—Se secan porque me las lavo casi de forma compulsiva. Lo hago cuando estoy angustiada.
—¿Ahora lo estás?
—No. —Lo contemplo, él sigue centrado y recalco—: Cuando estoy contigo no.
Se detiene y alza la vista.
No sé si halagado o alarmado.
—Elena... Sabes que me tendrás a tu lado siempre que lo desees.
Le sonrío.
—Mínimo, hasta el último amanecer de agosto, ¿no?
—Si para entonces aún es lo que quieres, sí. —Me esquiva la mirada.
Simula enfocarse en mis manos, tanto, que para volver a captar su atención susurro:
—¿Vas a leerme el futuro?
Funciona, algo cambia dentro de él. Sus engranajes están girando a la inversa y la caja fuerte que protege los secretos empieza a ceder.
—Podría hacerlo.
—Lo sé.
Pero ya no lo veo necesario, porque en mí ha sucedido algo similar, capaz de derribar mis defensas y hasta mis ansias por saber.
Si de algo estoy segura, es de que Mikel no es el malo de esta historia. Además, aunque lo fuese, he leído muchas novelas donde la protagonista termina liada con el villano. El desenlace perfecto para nosotros dos.
—Yo también puedo decirte lo que va a ocurrir ahora... —expreso.
Y nuestras miradas se abrazan.
Mikel lo ha captado y con eso me basta para lanzarme.
Para besarlo.
Nos abrazamos mientras nuestros labios se funden, y es todo lo que necesitamos.
Ambos somos conscientes de la pasión que le mueve al otro. Me sitúo en su regazo y este reacciona atrayendo mi cintura, tan pequeña en comparación con sus dimensiones, que cuesta creer lo bien que encajamos. Somos uno, y la habitación es testigo de ello. Los chasquidos y respiraciones entrecortadas resuenan por la estancia, en un ambiente cargado de aroma a lavanda.
Es embriagador, y lo nuestro irrefrenable.
El pringue de su espalda se esparce al envolvernos y por nada interrumpiría la fricción. Si minutos atrás me he decidido a ser menos analista y más impulsiva, lo he conseguido. Estoy siendo guiada por un torrente de emociones que ya no puedo contener.
Lo rodeo con las piernas, aprieto mis caderas y noto cómo su tirante pantalón crece cada vez más. Me froto contra él, una explosión de calor sacude mi vientre y me retuerzo tirándole de los mechones, esos que siempre me han cautivado.
—Elena, no sé si esto que estamos haciendo está bie...
Choco nuestros labios para acallarlo, lo beso como si fuese el final de nuestros días, y me tiemblan los muslos al incorporarme para que pueda colarse bajo la falda y quitarme la ropa interior. Enseguida nada le impedirá darme placer. Quedo expuesta y el contacto aterciopelado con sus dedos me enciende el cuerpo; siento cómo nos invade el calor. Libero mi lengua, la dirijo a la piel de su cuello y, en un suspiro ronco, Mikel pronuncia mi nombre. A este sonido lo acompaña el tintineo de los anillos cuando se los quita, preparándose para meter un dedo, poco a poco, dejando que yo lo atrape. Eso hago. Me arqueo, empujo y también lo llamo:
—Mikel... —Lo que vuelve la situación más real.
Ya no hay vuelta atrás.
Mi intimidad cede ante él, llega adentro y se asegura de aumentar mi desbocado deseo para poder dar el siguiente paso. Algo que rápidamente ruego. Él obedece e introduce otro dedo más. Mi cuerpo se hace al grosor, Mikel se retira y embiste. Repetidamente. Avivando el ritmo. Provocándome gemidos que su boca absorbe.
Pronto lo espoleo para que continúe y, con el tercero, el incendio se propaga. Un zumbido revoluciona la zona y amenaza con hacerme enloquecer, con perder el control ante la idea de correrme. Mis ojos ruedan de placer y suplico:
—No pares... Nunca.
Sin embargo, me abandona. Yo lo fulmino y, por su expresión insaciable, sé que solo ha sido el principio. Le robo la iniciativa, le desabrocho el pantalón y se lo bajo hasta las rodillas. De inmediato se me escapa una exclamación. Mikel no presume de ningún modo, sino que él y su miembro son el vivo reflejo del apetito. Y estoy de acuerdo con no esperar más.
Me indica que levante la portada del último ejemplar de la pila de libros que tiene como mesilla, y bajo la cubierta de este, doy con un preservativo. «Qué creativo». Se lo pongo y observo cómo se estira el látex, cómo se ensancha la erección.
Después la agarro, me abro sobre ella y desciendo. Muy lentamente.
—¿Bien? —se preocupa, aunque en sus ojos veo las ganas de entrar hasta el fondo.
Le dejo claro que sí, voy cediendo, y caigo. Chocamos.
Él jadea, suena ronco, y quiero escucharlo mil veces más. Quiero que salga de lo más profundo de su garganta, como si fuese una de las muchas declaraciones que me debe, y que algún día sé que me dará...
*****
Ay, Elena y Mikel...
Mil gracias por el apoyo que está teniendo la historia, de verdad. Cada vez veo más posts sobre nuestros chicos del palacio y no sabéis la ilusión que me hace <3
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