Capítulo 44
ELENA
Bajo la sombra de uno de los frondosos árboles que bordean la presa, he extendido la toalla, en la que pienso tumbarme durante el resto de la mañana. Me hago con los auriculares y reproduzco la mejor playlist que tengo, pero ni por esas me olvido de Luken. Además, las esperanzas de hallar respuestas en la biblioteca de mi abuelo se han esfumado. Me he pasado la noche estudiando los documentos de la carpeta que dejó, sin dar con nada relevante. Y ya tampoco me queda la baza de acudir a la cafetería en busca de información sobre los panaderos.
—Joder —farfullo.
Grave error, hace que Rosa me robe un auricular.
—¿Qué pasa, amore? ¿No será un podcast de la competencia, no?
Se lo coloca y pronto se contonea al ritmo de Amy Winehouse.
—«They tried to make me go to Rehab, but I said no, no, no» —canta.
Y a nuestro lado Andoni opina:
—Qué pedazo tema.
Lo que hace que Rosa sugiera:
—Tía, ponlo en alto.
No me apetece llevarles la contraria, así que por los altavoces de mi iPhone suena: «They tried to make me go to Rehab, but I won't go, go, go». Entretanto, Andoni regresa a nadar, algo que Mikel e Izan llevan un rato haciendo, y la única que se queda conmigo es Rosa. Al menos está formal, absorta en sus pensamientos, deleitada por la música.
—Menuda bestia —comenta.
—Cierto —coincido—. La voz de Amy es brutal.
—¿Qué? Yo me refería al paquete de tu novio.
Me sobresalto y rectifica:
—O sea, Amy tenía un gran talento, pero es que el de Mikel... —Se le van a salir los ojos—. Tía, es inmenso.
Todo ello porque el hermano mayor de los Ibarra se ha acercado a la orilla, el bañador ha quedado al descubierto y la empapada tela se le adhiere al imponente miembro.
—Empiezo a plantearme que sea una culebra.
—No lo es, no —atestiguo.
Le provoco una carcajada e interroga:
—¿Cómo va vuestra relación? ¿Ya habéis hecho algo más allá de hablar de libritos y flores? ¿O te da miedo lanzarte?
—¿Miedo? Igual es que no quiero, y punto.
Se ríe cual desquiciada.
—Elena, ¿en serio? ¿A estas alturas me vienes con esto? ¿Acaso no te gusta?
Me tomo unos segundos para meditarlo, en lo que observo a Mikel, cómo se sumerge otra vez y se desplaza habilidoso en natación. El agua le sienta bien, hace que el sol llene de brillos su cabello, sus fuertes brazos y sus característicos accesorios de bisutería. Cuando se detiene a descansar, el poco vello de la zona del pectoral se le pega a la bronceada piel, al igual que la cadena que se recoloca varias veces, justo antes de sacudirse los mechones que le tapan la frente. Así también descubre sus casi verdosos ojos, esos que se pliegan al sonreír. Porque me ha pillado dándole un repaso de manual. Y por alguna razón, no desvío la vista, sino que le devuelvo el gesto alegre.
—Vale —Rosa zanja—, con esa cara de lerda no hace falta que digas nada.
—Que te den.
—A ti. Y que lo haga tu grandullón.
Resoplo y Rosa insiste:
—¿Qué? No tengo ningún rollo aquí, ¡déjame fantasear con el tuyo! —Inclina sus gafas y me coquetea—. Porfis, cuéntame más.
—No hay nada que contar.
—Pues debería. —Aconseja—: No pierdas el tiempo, amiga. El verano es una excitante cuenta atrás. Carpe diem.
—¡Conmigo no te pongas filósofa!
—No lo hago, solo te estaba preparando.
—¿Para qué?
Se incorpora y dice:
—Para que no malgastes esta oportunidad. —Corre a bañarse.
Los piececitos descalzos saltan sobre la hierba y tiene que esquivar a Mikel, que camina en mi dirección. La cabrona lo ha visto venir, nunca mejor dicho.
—¿Se puede?
Está parado a mi lado, por lo que tengo el rostro a la altura de cierta parte que me esfuerzo por no mirar.
—Ya hay confianza como para que sigas siendo tan comedido, ¿no?
Lo interpreta como un sí y se acomoda.
—¿No te bañas?
—Créeme, si meto la cabeza es para ahogarme.
—Vaya —describe—; siempre tan tétrica...
—Así soy.
Mikel dobla las rodillas para apoyar los antebrazos en ellas y especula:
—¿Estás agobiada por haber ido a la biblioteca?
Lo estoy por muchas otras cosas que no puedo compartir con él ni con nadie, así que me limito a seguirle la corriente:
—¿Tanto se me nota?
—Bastante.
Exhalo con pesar y poso una mano en su muslo. Lo tiene protegido por la arrugada y fresca tela del bañador.
—¿Y tú? —pregunto—. ¿Qué tal estás?
Pocas veces soy yo quien se interesa, hasta él se desconcierta.
—Ah, bueno... No estoy mal. —Sus iris pardo me buscan—. En verdad, estoy encantado de pasar el día aquí. Contigo.
Le doy un toque con el codo y chisto:
—¿Conmigo? Si lo único que hago es tirarme a escuchar música.
—Perfecto. Hagámoslo juntos.
Se me adelanta posando la espalda sobre la toalla y simula dormir. Yo lo copio y, tumbados, apreciamos las canciones, mezcladas con el ruido del bosque, el viento que azota las hojas de los árboles, el cantar de un grupo de pájaros, el rumor de nuestros amigos bañistas...
Y de pronto, noto cómo Mikel recupera el contacto, haciendo que uno de sus dedos recorra mi muñeca. Sus caricias me erizan la piel a lo largo de todo el brazo, en especial cuando se entretiene dibujando formas imposibles de descifrar.
—¿Qué haces? —Río.
—¿Por? ¿Paro?
—No, está bien.
La toalla pega un pequeño tirón e intuyo que se ha tendido de costado, mientras yo me mantengo impasible. Excepto por una nerviosa sonrisa y por las vibraciones causadas por mi acelerada respiración.
En silencio, su dedo asciende, mi sentido del tacto enloquece y me estremezco, sobre todo cuando llega al hombro y cambia el rumbo. Cae por el borde del bikini; por la cintura. Curvo ligeramente la espalda y él se desliza hasta mi ombligo.
Ahora sí, abro los ojos y me topo con una tez morena, llena de lunares y dos atractivos surcos en los carrillos, debidos a una expresión risueña.
—¿Qué?
—¿Nada...? —Extiende la palma de la mano y abarca hasta mis caderas.
Esto forma un hormigueo que se propaga como una onda expansiva.
—¿Recuerdas cuando nos vimos por primera vez? ¿En el funeral? ¿Sabes qué fue lo que más me llamó la atención de ti?
—¿Lo borde que soy?
—No.
Sin prisa, corrige:
—Lo transparente que eres. Es fácil saber cuándo estás a gusto.
Al igual que él, me recuesto para quedar más cerca. A una pequeña distancia.
—¿Y qué?
—Pues que ahora sé que lo estás —susurra.
Me aproximo y musito:
—Lo estamos, ¿no? Los dos.
Junta las cejas, fingiendo dudas.
—Mmm. Podríamos estar mejor.
Lo comprendo, porque siento exactamente lo mismo.
Por ello regreso a la oscuridad, recojo la calidez que libera entre sus labios y la persigo. Con cautela, pero me impulso, y...
Una gota cae sobre mi nariz. Otra en mi mejilla. Otra en la frente. Y enseguida invaden el resto de mi cuerpo.
—¡A cubierto! —grita a lo lejos Rosa.
Aunque su voz y la de Amy Winehouse de fondo, son eclipsadas por el estallido de un trueno. Ha empezado a llover, a causa de unas oscuras nubes que amenazan con quitarnos la luz del sol.
Mikel me ayuda a doblar la toalla, divertido ante la escena, ahora adornada por un tenue arcoíris. Los demás nos alcanzan y juntos nos refugiamos bajo el tejado de un pequeño merendero al que nos ha guiado Andoni. El sitio debe de estar abandonado —el techo está repleto de goteras—, pero es el único lugar cubierto de la zona.
Los rayos no cesan, la temperatura disminuye bruscamente, y me arrimo a Mikel, quien me abriga con su ancha camiseta aún sin poner. Este abraza mi espalda y Rosa nos acecha de soslayo, con pésimo disimulo, gesticulando de manera exagerada.
Es todo un caso de mujer...
A la que tengo que hacer una seña asesina cuando realiza el quinto guiño picarón.
—¡Vale ya!
*****
Todos somos Rosa jajja
¡Y feliz día del libro! Gracias por todo el cariño que estáis dando a la historia por aquí y en redes ;)
Os adelanto que el siguiente capítulo, es de mis favoritos jeje
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