Capítulo 4
Una semana después del funeral
ELENA
Burgos, 15 de junio de 2022
«Tu tía es una mujer afortunada porque tiene dos vidas: su vida y la del libro que escribe» reza el grabado del bolígrafo plateado que me regaló mi abuelo el último verano que pasamos juntos.
Es una frase de la hermana de Virginia Woolf en la película Las Horas; adaptación de la obra de Michael Cunningham.
Mi abuelo solía repetirme estas palabras cuando me pillaba escribiendo. Enseguida se abalanzaba sobre mis textos y trataba de ojearlos. No se lo permitía. No eran lo suficientemente buenos.
Aquel verano de 2017 fue cuando empecé «La Novela», esa que cinco años más tarde aún no he finalizado, esa que mi abuelo ya no podrá leer.
—¡Amore! —Rosa se sienta a mi lado y me obliga a abandonar mis martirizadores pensamientos—. ¿Qué tal?
Cierro la libreta en la que hacía apuntes, la lanzo contra el teclado del portátil y bajo la tapa con ella dentro. Se ha quedado apresada, al igual que una rebanada de pan en la sandwichera.
—Bien. Aquí.
—¿Trabajando en tu espeluznante historia?
Lo único que les he contado a Rosa e Izan de mi faceta de autora es que me gusta el terror. Y en realidad, más que gustar, me apasiona.
Desde pequeña he sido una fanática de lo macabro. Con decir que una de mis profesoras de primaria citó a mi madre porque la asustaban mis dibujos: todo payasos asesinos. Por algo a día de hoy mi lectura favorita es IT de Stephen King.
—Sí —admito—. Repasándola.
Nerviosa, me incomoda hablar de mi libro, presiono el botón del boli, este esconde la punta y suena un ligero ¡clic!
Entonces Rosa exclama:
—Tía, no sé cómo puedes ser productiva en un bar. —Choca su botellín de cerveza contra mi taza de café espresso—. Brindo por tus neuronas.
—Pues no brindes con demasiado ímpetu.
—Uy. ¿Estás en crisis, artista?
—No. A ver... No sé.
Pega un largo trago e insta:
—Desembucha.
Mis dedos tamborilean por la mesa inquietos, y me lanzo:
—Es que llevo cinco años con la misma novela.
—Pues estará de lujo.
—Ojalá. Aún falta mucho.
—No me times. Hace meses que Izan me dijo que la habías terminado.
Parpadeo perpleja. Es imposible que él sepa nada.
Rosa zarandea con presunción su anaranjada media melena, se recoloca unas llamativas gafas de sol de color rojo —posee las mismas en múltiples colores—, y en dirección a la barra grita:
—¡Eh! ¡Izan!
—¿Otra caña? —le ofrece este.
Es uno de los camareros del establecimiento.
—No. Que vengas.
Eso hace.
Sin embargo, su ritmo se ralentiza con cada paso.
Debe de haber interpretado mi gesto de angustia y cabreo a partes iguales.
—¿Qué pasa? —nos tantea.
—¿Tú no me dijiste que el libro de Elena estaba completo?
—¿Yo? —se hace el loco.
—Sí. Y que era mazo perturbador.
—¡Anda ya! Si ni siquiera sé de qué va.
Desconfío de ambos, así que permanezco de oyente, alerta.
—Claro que sí. —Rosa opta por aportar pruebas—: Elena, me chivó que narras cómo un hombre lobo le arranca la cabeza a un anciano desorientado en el bosque.
—¡El ataque al señor Connor! —lo identifico y me cubro el rostro—. Qué bochorno.
—Calma, tía. Es friki, pero es que nosotras lo somos. A mí también me molan los licántropos —revela Rosa—. Taylor Lautner, Hugh Jackman...
Aunque Lobezno está inspirado en los carcayúes no es momento de debatirlo.
Además, lo que me avergüenza no es mi lado nerd sino:
—Ese capítulo apenas estaba corregido.
Izan interviene:
—Tenía las tildes en su sitio, eh.
—Vaya. Gracias, corrector. Ya me quedo mucho más tranquila.
—¿Sí? —se emociona.
—No. ¿Es que has perdido la cabeza?
—Como el señor Connor —bromea Rosa.
Pero yo estoy ocupada acuchillando mentalmente a Izan mientras él se disculpa:
—No sé por qué lo hice, de veras.
Frunzo el ceño, él se altera aún más y lo empeora:
—¡No razonaba! Acabábamos de acostarnos, la sangre no fluía bien...
Rosa agarra sus gafas de postureo y, con voz aguda, chilla:
—What? ¿Le cotilleaste el orde a tu churri tras echar un polvo? Eres lo peor.
—Lo siento, lo siento. Es que se fue al baño, tardaba mucho y...
—Normal que tardase. Es Elena. Se limpia los dientes cada vez que come un aperitivo, así que imagínate después de tenerte a ti en su preciada boca.
—No hubo sexo oral —descarta él.
—Obvio que no. Me refería a que te besó. Si hubiese tenido tu nepe en su paladar aún estaría cepillándose. Ya no tendría encías.
—¡Basta! —Borro ciertas imágenes que me han venido a la mente y reprendo—: Izan, me has fallado. No respetaste mi intimidad.
—¡Estaba muy intrigado! Te veía tan metida en el documento de Word... Prestabas más atención a esas páginas que a mí.
Rosa corta el sorbo que le estaba pegando a la cerveza para decir:
—Sinceramente, hasta puedo llegar a comprenderlo. —Maldita veleta—. ¿Para tanto es esa historia? Ea, enséñame la sinopsis.
Rechazo:
—No tengo la oficial.
—Pues la provisional, así te ayudo a darle los últimos retoques.
Ni de coña:
—No.
Presiente que no me va a convencer y supone que es por Izan, así que lo espanta:
—¿Tú no tienes que currar? Tu jefe te está espiando desde la cocina.
—Maldito acosador... —refunfuña.
Y vuelve a su puesto.
Antes de que Rosa se esfuerce en vano, adelanto:
—La novela no está terminada. Aún necesita muchos retoques. Cuando esté lista, te la dejaré. Punto.
—¿Cuándo será eso?
—Honestamente —reconozco—; esperaba terminarla este verano.
—Junto a tu abuelo.
Asiento con pesadumbre y sigo:
—Él siempre me ha apoyado. Lourdes me dijo que antes de morir me preparó un despacho en uno de sus palacios.
—¿Y la ricachona te deja ir?
—Cuando quiera y con quien quiera. Es pura amabilidad —remato con retintín.
Rosa muerde la gruesa patilla de sus gafas, meditabunda.
—¿Y qué palacio es ese? ¿El de Getxo?
—¿Importa? —Su cara me expresa que sí—. Es uno de Usansolo, un pueblo de Bizkaia.
—¿En la costa?
—En el monte.
—Bueno, me vale.
Niego rotundamente. Ya sé por dónde va:
—No vamos a ir.
—Baby, tenemos a nuestro alcance un airbnb de cinco estrellas gratis.
—Gratis no. —No pienso sucumbir—. Lo pagaría con mi dignidad.
—¿Qué dignidad? Escribes batallas de licántropos y viejos dementes.
Por si su ofensa no hubiese sido bastante humillación, Izan ha puesto la oreja y se dispone a «defenderme»:
—Oye —llega—, que también hay una pelea muy bien documentada en la corte, entre una reina y un bufón.
—Claro. —Rosa compara—: Se habrá inspirado en nosotros dos.
Me tienen harta:
—¿Podéis dejar de meteros en mi vida?
—Es que es una lástima. —Rosa insiste—: Estamos tan cerca de pasar un verano inolvidable... Además, tal y como está mi monedero, son las únicas vacaciones que me puedo permitir. ¡Y pintan de lujo!
—Ya te dije yo que no te saldría trabajo en el cine —hurga en la herida Izan—. Y no te flipes, ir allí no molaría tanto. En la familia de Lourdes no encajaríamos. Cuando Elena me abandonó en el velatorio sentí que todos me criticaban. Esa mansión estará llena de ricos mimados. Es un The White Lotus.
Rosa ladea la cabeza y cuestiona:
—¿Y? ¿Qué más da si no nos aceptan? Tenemos el permiso de la dueña. Somos los vips entre los vips.
—No. —Corrijo—: No habría vips porque la casa estará vacía.
Me arrepiento de lo dicho en cuanto veo a Izan erguirse en plan suricata vigía.
—Eso cambia las cosas —abandona mi bando y se esperanza—: Oh, ¿y tampoco estará el tipo por el que babeaste?
Rosa se vuelve hacia mí.
—¿Babeaste por alguien? ¿Tú?
—¿Qué-é? —balbuceo—. No, yo, eh...
—Claro que babeó —encizaña Izan—, y mucho. Ya ves qué rápido superó lo de Pedro.
Rosa se mofa:
—Chiqui, más rápido superó lo tuyo.
—También es verdad.
—Eh. —Les recuerdo—: Acabo de pediros que dejéis de meteros en mis asuntos.
—¿Y cómo era el maromo? —continúa Rosa como si nada.
—Pues... —Izan lo describe con pelusilla—: Muchísimo más alto que ella, estaba despeinado, vestía retro...
—¿Retro rollo Cuéntame o rollo videoclip de Harry Styles?
—Rollo —Izan añade—; me gustan las hierbas.
—¿Fumata?
—Jardinero.
—O sea, que le van los matojos —conjetura Rosa—. Al final ha resultado ser retro tipo: desnudos en la época del destape.
Me da un codazo y celebra:
—Ya me cae bien tu novio.
Mi mueca se torna en la absoluta turbación.
—¿Qué gilipolleces son esas?
—Sí, no es su novio —se queda con lo último Izan—. Es su primo.
—¡Tampoco!
—Ay, jo. —Rosa tuerce el morro con pesar—. Es una pena que el chaval no vaya a estar en la mansión cuando lleguemos. Podría hacer de celestina.
—¡Que no vamos a ir! —refuto—. Además, Izan, tú tienes que currar.
—Nada. Estoy explotado. Lo dejo. Al menos hasta septiembre. No creo que encuentren a nadie más capaz de aguantar al jefe.
Busco otro motivo:
—Llegan las fiestas de Burgos. ¿Os las vais a perder?
—Uy, las fiestas. —Izan reafirma—: Otra razón por la que debo escapar ya del bar.
—Yo en las fiestas me dejo mucha pasta —se conoce Rosa—. Prefiero irme al campo a chupar del bote de unos ricos.
Pero yo no estoy por la labor:
—Pues es una pena.
—¡Elena, tía! ¿Un casoplón en la montaña? Eso es un chorro de inspiración para las aventuras del licántropo. ¡Acepta!
—¡Que no!
—Madre mía. —No me comprende—. ¡Qué amargada estás! A ver si te echas otro novio pronto porque...
He llegado al límite.
Me levanto de forma violenta, agarro mis cosas —las aguanto como puedo entre mi pecho y antebrazo derecho—, y me despido:
—Adiós, chicos.
—Elena, no te ofusques —me intenta retener Izan.
En balde.
—Gracias por amargarme la tarde de escritura.
Marcho e Izan aún me reclama:
—¡Eh, espera!
—Déjala. —Rosa por fin ha tirado la toalla—. Se me ha secado la garganta de tanto insistir.
Acto seguido, pide:
—¿Otra cerver?
No pueden ser más ridículos.
***
He huido del establecimiento abrazada a mis pertenencias y, con estas en la pechera, avanzo entre la gente. Iracunda. Cada vez más rápido. Hasta que, a un par de manzanas de distancia, mi alterado andar es boicoteado por una alcantarilla mal cerrada. Tropiezo con ella y salgo volando.
—¡Mierda!
Caigo de rodillas, hago malabares con el ordenador y el cuadernillo que guardaba en su interior y consigo salvarlos. Lo único que ha llegado al suelo ha sido el bolígrafo de mi abuelo.
Este pega varios botes y rueda hasta detenerse frente a una peluquería que, irónicamente, me acaba de dejar los pelos de punta.
Concretamente se ha detenido en su entrada, adornada con un excesivo ramo de lirios, lirios morados.
—No puede ser.
De inmediato, llega lo que estoy convencida de que es una señal afirmativa: el boli que me regaló mi abuelo recoge la punta en un... ¡Clic!
Y entonces sí que sí, sé que se trata de él.
Que ni bajo tierra va a rendirse.
Que debo cumplir su maldito deseo.
Que debo ir al palacio.
Joder.
IZAN
Nos hemos pasado. O eso creo yo. Porque Rosa no parece arrepentida:
—¿Cómo puede no querer irse de vacaciones? —Recalca—: ¡Vacaciones gratis!
—Ross, ya sabes que Elena no está en un buen momento —defiendo a nuestra amiga ausente.
—Sí. Lo sé. Pero me da rabia.
—Porque eres una egoísta.
—Puede. Pero yo también tengo mis dramas, ¿sabes? —Los expone—: No he conseguido curro y sigo sin sacarle partido al podcast. No puedo gastar mucho dinero o regresaré a las clases más pobre que una rata.
—No es comparable. —Expongo los dramas de Elena—: Es incapaz de acabar la novela a la que tanto ha dedicado, le han puesto los cuernos y se le ha muerto el abuelo.
Se centra en el lado positivo:
—Pero tiene la posibilidad de pirarse a un pedazo de palacio.
—Eres muy materialista.
Se queda con las últimas cinco letras:
—Dejémoslo en lista.
Me repito:
—Egoísta.
—Y vaga también —añade—. Características que toda gran pensadora debe tener.
Arqueo una ceja y me cachondeo:
—¿Eso estás aprendido en la carrera de filosofía? ¿Es lo que vas a enseñar cuando seas profe en los institutos?
—No...
—Menos mal.
—...porque como dijo Sócrates: «No puedo enseñar nada a nadie. Solo puedo hacerles pensar». Así que no enseñaré, les invitaré a hacerse cuestiones.
Aunque sé que me arrepentiré, le pido ejemplos:
—¿Qué tipo de cuestiones?
—Pues, en plan: ¿Por qué no ha venido hoy la profe? ¿Por qué siempre nos pone pelis? ¿Lleva esas gafas para dormirse y que no nos demos cuenta?
Se me escapa una carcajada.
—Eres horrible. La carrera de Filosofía te queda grande.
—Lo sé. —Alza la cerveza y le da un largo trago—. La culpa es de Merlí.
Yo le pego un par de palmadas en la espalda y me alejo en dirección a la barra. Al fin y al cabo es donde debería estar. Pero mi amiga me reclama:
—Espera, Izan.
Encuentra algo con lo que retenerme:
—¿Has coincidido con Manu?
Tardo un rato en entender de quién me habla:
—Ah. Nuestro Manu.
—Sí, ¿habéis coincidido?
—No.
Y tampoco tenía en mente esa posibilidad, algo muy extraño en mí.
Cada verano Manu pasa algunas semanas en la ciudad y, antes, durante esos días, me perfumaba hasta para ir a tirar la basura. La pequeña probabilidad de encontrarnos me mantenía alerta.
Sin embargo, esta vez ni siquiera me he acordado de él.
Mis pensamientos han tenido a otra persona como protagonista...
—¿Izan, te ocurre algo?
La voluntad por regresar al trabajo me falla y me siento junto a Rosa.
—Sí. —Confieso—: Creo que me gustan los malotes. Como a ti.
—Lo sé. Ambos estábamos colados por Manu.
—¡Manuel es un pardillo!
Rosa baja el mentón y me mira por encima de las gafas.
—¿Has vuelto a ver Dirty Dancing? ¿Otra vez te has pillado por Patrick Swayze?
—No. A ver...
Sinceramente, me apetece mucho hablar del chico trajeado cuyo humo me tragué. Pero no sé por dónde empezar. Y tampoco voy a tener tiempo para organizar mis ideas, porque la persona que acaba de entrar por la puerta del bar ha robado toda mi atención:
—¿Elena?
Con paso firme, llega hasta nosotros y Rosa la recibe parafraseando a Bad Gyal:
—«He vuelto, zorras».
Elena traga saliva y dice:
—Sí. Eso mismo. Pero sin la vulgaridad.
Me alegra tenerla de nuevo:
—Genial. ¿Te sirvo otro café?
—No. —Carraspea y murmura—: Tú ya no trabajas aquí.
El rostro de Rosa se ilumina mientras que el mío empalidece.
—¿Qué? ¿Me han echado? —Estoy flipando—. ¿Qué has hecho, Elena?
—¿Yo?
—Te has pasado. ¿Es por lo del espionaje postcoito?
—No, Izan, que no te han despedido.
—Aunque deberían —apunta Rosa.
Lo que me desconcierta aún más.
Por suerte, se dejan de rodeos y Rosa me da la noticia:
—Chiqui, ¡que nos vamos a la choza de los ricos!
—¿En serio?
Busco la afirmación de Elena y, efectivamente, esta llega:
—Exacto.
Respira hondo y ordena:
—Antes de que cambie de opinión, haced las maletas.
*****
Vosotros también, haced las maletas porque... Nos vamos.
Ahora sí que sí, empieza lo bueno ;)
¿Preparados para pasar un verano en el Palacio Ubel?
- 33 días para el primer muerto -
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