Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 24

- 19 días para el primer muerto -


ELENA

Usansolo, 29 de junio de 2022


Los últimos días han sido peculiares. Desde que fuimos a ver los pinos más antiquísimos de Bizkaia, ha habido cambios bastante significativos en mi día a día. He experimentado un acercamiento hacia mis amigos, con quienes cada vez comparto más tiempo, pero he generado una especie de escudo contra el resto de personas que se cruzan en mi camino. En particular, contra el servicio de Lourdes, los compañeros de Sonia. Siempre me he mantenido alerta, pero he llegado al punto de desconfiar de la comida que me sirven. Ya sé por qué los emperadores romanos tenían degustadores.

Ser tan desconfiada es agotador, pero necesario si quiero dar con la persona que se ha propuesto borrar mi nombre de la lista de huéspedes del palacio. Porque todo apunta a Sonia, pero podría ser cualquiera, incluso podría haber varios implicados.

En cuanto a mi relación con Mikel, al principio era un poco tirante, pero vamos recuperando la normalidad. La labor de cuidar juntos del jardín es una especie de terapia que nos ha ayudado a resolver nuestros asuntos pendientes.

Él sigue yendo a mi dormitorio cada mañana, donde yo lo recibo tras quitar el pestillo, fundamental desde la amenaza, y retirar los vasos de cristal que siempre dejo junto a la puerta para que hagan ruido si alguien entra a traición.

Poco a poco estamos mejor y le he perdonado que me entregara el regalo de Gabriel. Sé que lo hizo con buena intención, por más quebraderos de cabeza que me esté causando...

Y es que mientras Rosa investiga a Sonia, yo sigo otras pistas.

No he hablado con nadie acerca de la panadería que vende novelas de Agatha Christie, ni de lo descubierto sobre la historia de los Ubel, porque de ello prefiero encargarme yo sola.

Es lo que estoy haciendo.

—Hola —saludo al entrar en la tienda.

Es la primera tarde que consigo escaparme del palacio sin que nadie me vea. Lo he intentado otras veces y siempre he acabado dando un paseo en compañía.

—¿En qué puedo ayudarte, querida? —ofrece una señora desde el mostrador.

Paso junto al expositor de las novelas, me acerco y explico:

—El otro día compré unas galletas de almendras, triunfaron entre mis amigos y venía a por más. Una docena, por favor.

—Ahora mismo.

Mientras me las sirve, abro el bolso que llevo conmigo, uno de color verde oscuro que convina con mis sandalias tipo chancla, y saco el regalo de mi abuelo: la novela y el lazo que adornaba el envoltorio.

—Disculpe, ¿podría decirme si este libro se compró aquí?

La señora me tiende las pastas y echa un vistazo al ejemplar.

—Sí. Es más, sé quién lo compró. —Me observa de arriba abajo—. Tú... ¿Eres Elena?

Otra persona que me conoce sin tener yo idea de quién es.

Soy la Lady Gaga del pueblo.

—Sí, la nieta de Gabriel

—Y de Lourdes —puntualiza—. Ella fue quien compró el libro.

—¿Lourdes lo compró?

Trato de hacer cálculos:

—¿Podría decirme cuándo?

—Hace muchos meses ya.

—Entiendo.

Mi abuelo seguía vivo, por lo que tal vez fuese él quien se lo encargara. Al fin y al cabo apenas podía moverse por la enfermedad.

—Querida, siento mucho lo de Gabriel. Era un gran hombre.

—Lo era. Gracias. —Recojo las galletas y las guardo—. ¿Cuánto le debo?

—Nada. Invita la casa.

—Oh, no. Déjeme pagarlas.

—Insisto.

Pero no se lo voy a permitir. Saco un billete de diez y lo dejo en la vitrina sin esperar que me devuelva el cambio. Es un extra por la información que busco:

—¿Usted conocía a los Ubel?

—¿Quién no?

Si yo soy la Lady Gaga del pueblo, ellos son algo así como los Beatles.

—Y cuando la familia se fue y dejó a uno de los hijos aquí...

—Todo fue a peor —se adelanta.

Hago un gesto de lamento e indago:

—Tengo entendido que aparecieron varios cadáveres, ¿no?

—Sí, pero nunca pudieron culparlo. No porque fuese hábil, sino porque no trabajaba solo.

Esto último no lo sabía:

—¿Tenía ayuda?

—Sí, un chico que vino al pueblo por él. Para mí que lo conoció en alguno de sus trabajos turbios.

—¿Un chico? —repito.

—Tendrá tu edad.

Por cómo se refiere a él en presente imagino que sigue por la zona:

—¿Este no se fue de Usansolo?

—No, sigue aquí, aunque no se relaciona. A veces viene al bar de al lado a ver los partidos del Athletic, nada más.

Arrugo aún más el entrecejo e infiere:

—¿No te gusta el fútbol, no? El Athletic Club es...

—El equipo al que todos aspiramos a entrar algún día —escucho a mis espaldas.

Me vuelvo y me topo con el joven que me atendió días atrás. Lleva una enorme mochila deportiva, que deja en un rincón de la tienda cuando saluda.

—Sabía que volverías.

—¿Os conocéis? —se asombra la mujer y se dirige al hijo—: Luken, tú has coincidido más veces con el amigo de Ubel. ¿Por qué no tomáis algo juntos y charláis del tema?

—Oh, no. No quiero molestar.

Luken me sonríe y, con ambas manos en los bolsillos, se pronuncia:

—No es molestia. Vengo de entrenar y me vendrá bien descansar un poco.

—¿Juegas a fútbol? —deduzco.

—Jugaba, ahora hago natación.

La madre menciona:

—Una lesión le obligó a retirarse. Tiene que hacer rehabilitación.

Él se endereza, enfatiza estar triste y vacila:

—¿No te doy pena? Ya no puedes rechazar mi invitación a tomar un trago.

La señora agarra el billete que le he dado antes y se lo pasa:

—Además, te invitará ella. Nos ha dado propina.

Luken acepta y comenta:

—Qué generosa...

—Obvio. Soy familia de Lourdes —me mofo.

Él se ríe y me cede el paso para salir yo primera del establecimiento:

—¿Vamos?

Puede que esté cometiendo un error, pero le voy a seguir el juego, no solo porque me parezca un chico simpático, sino también porque estoy convencida de que sabe más que su madre acerca del supuesto ayudante.

—Vamos. Espero que en el bar sirvan moscato.


***


Estamos en la terraza en la que días atrás desayuné con mis amigos, solo que ahora, en vez de haber cafés y pintxos sobre la mesa, hay un botellín de cerveza y una copa de moscato. Y mi acompañante es Luken.

—¿Por qué tanto interés en los Ubel? —se adelanta.

Bebo de mi copa mientras medito una estrategia, y la ejecuto:

—¿Por qué tanto interés en mí? ¿Es porque vengo de una familia rica?

—No soy tan materialista.

—¿No? A veces pienso que Lourdes solo te cae bien por el dinero.

—¡Eh! Qué va —despacha—. Ya te lo dije. Es porque nos libró del antiguo dueño del palacio.

—Pero no del ayudante.

La yema de su dedo recorre la corona de la botella, mientras reflexiona:

—Bueno, su amiguito no nos ha traído ningún problema desde que Ubel se fue. Se le ha visto por el pueblo en varias ocasiones, viendo partidos o dando paseos, pero nada raro.

—¿Es cliente vuestro?

—Nunca ha entrado a la panadería, no.

—¿Tampoco lo has visto en ninguna otra tienda en la que pueda preguntar?

—Como supondrás, no lo espío.

Me río, por cumplir, y continúo:

—¿No sabes dónde vive?

—No, Elena, no.

Puede que esté siendo muy directa.

—Perdona, te estoy agobiando.

Él se recuesta en la silla, me mira y no logro descifrar la mirada por culpa de los gritos que pega el grupo de amigos que tenemos al lado. Indudablemente, es el bar de moda. Está abarrotado, lo que dificulta mi aventura de detective perspicaz.

—Sobre por qué tengo interés en ti —toma la iniciativa Luken—, no pienses que quiero ligar.

—Sabía que no.

Me sonríe, atrevido.

—¿Y eso te entristece?

De nuevo mojo los labios en el moscato, queriendo ganar tiempo, y contraataco:

—¿Te entristece a ti que le dé más importancia a un tipo cuyo nombre desconozco que a ti?

Simula clavarse un puñal en el pecho y consigo lo que quería:

—El asesino exiliado, se llama Alberto, Alberto Ubel.

—¿Y el ayudante?

—Eso ya no lo sé.

Asiento, lentamente, y apuro la copa antes de apoyarla sobre la mesa y colocarme el bolso entre las piernas para dar con el iPhone. Son las ocho y media, tengo que llegar a casa en menos de una hora para cenar con el resto o me descubrirán.

—¿Te aburres?

Bloqueo la pantalla.

—En absoluto. Agradezco este rato contigo. Llevo días en los que solo me relaciono con los nietos de Lourdes y un par de amigos, además de mi familia, que me llaman de vez en cuando para comprobar que sigo viva...

—Y de momento lo estás.

Noto un escozor en el pecho y no sé si es por la falta de costumbre a tomar alcohol o por sus palabras. Luken lo percibe y lo asocia a lo segundo:

—Seguirás estándolo, eh. —Termina—: Si te preocupan los Ubel, el ayudante o quién sea, puedes estar tranquila. Son pasado.

—Un pasado no tan lejano. Lourdes compró la casa hace poco más de dos años.

—Suficiente.

—Bueno, por más tiempo que pase lo que hicieron seguirá siendo horrible. —Le recuerdo—: ¿Ahorcó a su hermana, no?

—Eso han dicho siempre. Aunque le soltaron por falta de pruebas.

—¿No estabas seguro?

—Como comprenderás, no estuve allí.

—Ya.

Por eso mismo, de él ya no voy a averiguar mucho más, y si llego tarde a la cena corro el riesgo de que me pillen.

—Oye, Luken...

—Te tienes que ir —acaba mi frase.

Lo que me saca una mueca apenada.

—Sí. No puedo llegar tarde.

Bebe otro trago de cerveza y, pese a quedarle la mitad, se levanta.

—Te acompaño.

—Ah, no, no. No es necesario.

—Pero quiero.

Ni de coña:

—Luken, me sabe fatal tener que largarme, como para encima hacerte ir hasta allí.

Le da igual, no se sienta, así que me pongo firme:

—A ver, que no vas a venir. Ya has hecho mucho por mí.

Alza ambas cejas tanto, que casi se queda sin frente.

—Elena, no me jodas.

—No te jodo.

Me pongo a su altura y soy franca:

—Me ha encantado tomar algo contigo. Vendré de visita pronto. Pero no voy a hacerte caminar hasta el palacio. Y punto.

—A sus órdenes. —Se cuadra.

—Eres un cretino... —Lo miro a los ojos—. Pero me caes bien.

—¿Porque te lo he contado todo sobre los Ubel?

«Adorable incrédulo, aún me queda demasiado por descubrir» corregiría, en balde. Mejor soy simpática:

—Te debo una. Ha sido un placer, de verdad.

No sé si darle dos besos, cuando él va más allá:

—¿Me das tu número?

—Vaya.

Siendo honesta, me halaga y se lo daría, pero la verdad es que siento estar conociendo a alguien y nunca he sido de tener muchos candidatos.

—No busco nada.

—Claro. —Suelta una risotada y cuando creo que reculará por orgullo, afronta—: Lo entiendo.

Entonces la que recula soy yo:

—Aunque... Me puede venir bien.

Se expresa con gracia:

—Oh, sí, ya. Soy tu particular enciclopedia de Usansolo.

Ahora la carcajada viene de mi parte.

—Algo así.

Al final, intercambiamos teléfonos, nos damos un abrazo y, antes de retirarme y dejarle tomando cerveza a gusto, me aconseja:

—Elena...

—Dime.

—No te vuelvas loca, ¿vale? Esa gente no merece la pena. No malgastes tu tiempo en ellos.

Le digo que sí, lo que no le discuto es que, aunque ellos no merezcan la pena, mi abuelo sí. Necesito destapar cualquier historia que pueda estar ligada a él.

O incluso a mí.

Es patente que el palacio es mucho más que una residencia de lujo, es el punto de unión de diversas historias.

Nuestras historias.


***


El sol se hunde detrás de las montañas, mientras me aventuro por el estrecho camino del bosque que me conducirá al palacio. A medio kilómetro de distancia hay una carretera paralela y mis oídos alcanzan el sonido de los coches. Pero es un ruido muy sútil, amortiguado por los cientos de árboles que nos separan. Podría decirse que el eco de mis pasos es lo único que rompe el silencio aquí. Con cada pisada, el sendero emite un crujido, cada cual más vibrante.

Si ya da mal rollo de día, no me quiero ni imaginar cómo será la experiencia de noche, y ante la idea de quedarme sin luz acelero el ritmo, pero no tanto como se me revolucionan las pulsaciones...

La crujiente marcha bajo mis sandalias resuena cada vez más fuerte, se levanta una brisa que propaga los susurros entre los árboles, y el latido de mi corazón cobra intensidad. Ya no hay ni rastro del sonido de los coches.

Todo esto me vendrá genial para la novela, es pura inspiración, pero en la vida real preferiría evitarlo. Empiezo a arrepentirme de no haberle dejado a Luken que me acompañara.

Aunque, ¿qué puede pasar?

Me detengo de golpe por un crujido que no procede de mi andar. Se ha originado entre los arbustos. Lo más probable es que se trate de algún roedor, pero mi faceta de escritora perturbada me alerta de un peligro.

Aguzo los sentidos. Trato de dar con cualquier indicio de la presencia, la misma que parece haberse esfumado.

Mosqueada, decido continuar, todavía sintiendo que me persiguen.

El camino se estrecha aún más y me llevo varios arañazos por las zarzas que lo cercan. Entonces concluyo que no haber ido por la carretera ha sido un gran error. Es preferible que me atropellen a atravesar este bosque, una decisión que cobra vigor cuando escucho otro crujido.

Me agacho, agarro una piedra y aguardo escondida a que la amenaza en potencia salga de la penumbra.

Algo que no tardará en suceder.

Alguien se me está acercando...



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro