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Capítulo 22


IZAN


La última subida hasta llegar a los famosos pinos se me está haciendo muy dura, aunque para cosas que se están endureciendo... Me he recolocado el paquete unas cinco veces ya. Es como si mi cuerpo quisiera desarrollar un bastón para facilitarme ascender por la pendiente.

—Piolín, no te quedes atrás —alenta Andoni.

El grupo avanza en fila, él va el penúltimo y yo le sigo. Intento mantener un par de metros, porque tengo sus nalgas a la altura de mis ojos y estos se fijan más en su figura que en el terreno que piso.

—¡Hostias! —Acabo de caer entre matojos.

Andoni me tiende la mano, yo la aparto por orgullo y me incorporo de sopetón, tan brusco que pierdo el equilibrio. Si no fuese porque me ha agarrado, habría caído rodando por toda la cuesta.

—¿Estás bien? —susurra sosteniéndome, en un tono confidencial que logra erizarme el vello.

Es como si me abrazara una brisa que se ha colado entre los arbustos del bosque, un bosque en silencio, desierto, con el único fin de adornar la escena en la que nuestros torsos se vuelven a unir.

Todo esto se me pasa por la cabeza antes de ser consciente de que, en cualquier instante, Rosa podría pillarnos así, tan arrimados.

—Estoy bien. —Me separo—. Gracias.

—No es nada.

Da media vuelta y sigue trepando.

Yo también reanudo la marcha. Si mi ardiente cuerpo permaneciera estático un segundo más, incendiaría el suelo forestal, sobre todo ahora que a mi cerebro le ha dado por repasar la anterior vez que tuve a Andoni tan cerca, en la piscina...

No dejo de rememorar aquello mientras camino, hasta que agotado me apoyo en un árbol cuyo tronco es tan gordo como mi erección.

—Joder —jadeo.

—Izan —me llama Mikel—, has encontrado el primero.

—¿Qué dices tú?

—Que te estás apoyando en uno de los pinos más antiguos, los otros dos son los que le siguen.

Todavía cogiendo aire miro hacia arriba, examino el lugar y critico:

—¿Hemos venido a ver esto?

—¿Qué esperabas? —interviene Elena.

—Algo así como los Árboles Madre de Pandora en Avatar.

Na... Deja de flipar —corta Andoni—. Estos son los pinos amatxu de Bizkaia.

—Pues qué excursión más triste —se une a la protesta Rosa.

Aunque, cuando los apreciamos mejor, somos conscientes de que nos hemos precipitado un poco con las quejas. No están tan mal. Los pinos son tan altos que en ninguna de las fotos que hemos sacado se ven enteros y, lo más llamativo, los tres se plantaron hace más de cien años. En 1898. Desde entonces han permanecido unidos. La de tormentas que habrán tenido que soportar con el clima del País Vasco, y ninguna los ha vencido. Han crecido, juntos, durante más de un siglo.

Ojalá mi amistad con Rosa y Elena tuviera unas raíces tan fuertes.

Hey —Andoni empuja con sutileza mi mochila—. ¿En qué piensas?

Yo me dirijo al grupo:

—¿No envidiáis que nada ni nadie haya podido con ellos?

Rosa se mofa:

—Y luego la filósofa soy yo.

Menos mal que Mikel me comprende:

—Yo sí que los envidio.

Atendiendo de soslayo a Elena, responde a la reflexión:

—Si fuesen humanos en vez de árboles no habrían aguantado tanto tiempo. Entre nosotros es fácil cagarla...

Todos los presentes captamos la indirecta y nos volvemos con pésimo disimulo hacia Elena, quien odia ser el centro de las miradas.

—Bueno, ¿vamos para la presa?

—¿Ya? —Apenas hemos recuperado el aliento.

—Sí. Cuanto antes lleguemos antes podremos descansar y comer.

—Si tienes hambre —Andoni le propone— todos llevamos barritas nutricionales en las mochilas.

—¿Cómo? —Pego un respingo—. ¿Y lo dices ahora?

Me desprendo de la mía, abro la cremallera y rebusco en ella.

El resto me imita, con mucha más calma, y debo ser el más torpe porque todos encuentran antes que yo sus aperitivos. Para cuando doy con la barrita Elena ya está desenvolviendo la suya. Espero a ver su reacción ante el primer bocado —en la vida la he visto comer algo tan fitness—, pero se detiene. Ha dado con algo en el envoltorio que requiere de su máxima concentración.

—¿Elena?

Se ha quedado tiesa, palidísima.

—Oye, ¿todo bien? —insisto.

Me inclino para ojear lo que la perturba, pero reacciona guardándolo rápidamente.

—Sí. Es por los ingredientes. No me convencen.

—¿En serio?

Saca una bolsa y ofrece:

—Pero he traído galletas de almendras. ¿Queréis?

Madre mía. Para que luego diga que no es una finolis.

Eso sí, la comida la acepto:

—Dale, a ver si están ricas.


ELENA


Inmersos en una naturaleza repleta de sombras provocadas por la luz que se cuela entre los árboles, nos abrimos paso a través de la espesura. Sé que vamos en buena dirección por el notable aroma a tierra y humedad y, unos pasos más adelante, llegamos a la presa. El agua se extiende frente a nosotros, a pocos metros, los suficientes para crear un espacio de césped sobre el que poner las toallas.

—Brutal —alaba Izan—. Me encanta.

—Sí. Y para nosotros solos —se asombra Rosa.

—Cerca del pueblo hay una explanada con merenderos y una zona de baño —explica Mikel—. Ahí es donde se suele agrupar la gente. Este sitio es más privado.

Puede que demasiado. Ahora mismo prefiero estar acompañada.

Aquí, si corriéramos algún tipo de peligro, no habría testigos...

Si tengo en cuenta esto es porque hace menos de media hora he sido amenazada. Amenazada de muerte.

En cuanto nos acomodamos, Izan, Rosa y Andoni corren a darse el primer baño. Esperaba que Mikel también lo hiciese pero este se queda a mi lado, lo que me impide analizar la notita que he recibido antes.

Al desenvolver la barrita energética, me he percatado de que en el plástico había un pequeño corte, por el cual habían introducido un trozo de papel con el siguiente texto:


«... si el palacio la atormentaba, lo más sensato sería escapar. No quedarse envuelta en amapolas. La chica debía partir. De lo contrario, aquel lugar la sentenciaría a una muerte segura.»


Es el párrafo de la novela que creí haber alterado noches atrás. Ahora es evidente que no fui yo. Alguien se coló en mi habitación, alguien que me quiere muy lejos.

No he mencionado nada al respecto porque, en caso de que el acosador sea uno de los Ibarra, no es el mejor lugar para enfrentarme a él. Podría acabar conmigo y enterrarme entre la maleza, donde nunca nadie me encontraría...

—Elena —me reclama Mikel.

Mi trasero pega tal bote sobre la toalla que hasta él se yergue sobresaltado.

—Perdón, no quería asustarte.

«Tarde» le diría, justo antes de sacar una pistola y apuntarlo hasta que me dijera qué narices ocurre, por qué alguien me quiere fuera del palacio, y qué significa la maldita amapola.

Pero no tengo ningún arma así que debo disimular.

Trato de ocultar la opresión en el pecho, las palpitaciones que lo sacuden, y me dispongo a reunir información con la que estrechar el cerco de sospechosos.

Al fin y al cabo, las mochilas las prepararon los empleados, puede que los hermanos no sepan nada, que sea cosa del servicio, de los títeres de Lourdes.

—Elena, verás...

Mierda. Tanto darle vueltas al asunto he permitido que Mikel tome las riendas:

—Quiero pedirte perdón.

«¿Por allanar mi cuarto mientras dormía? ¿Por dejarme una notita de maníaco?» acusaría. Pero mantengo la compostura y dejo que siga:

—No debería haberte entregado el regalo de tu abuelo.

—Ah, eso. Ya está olvidado.

Lo está, totalmente.

En este instante tengo algo mucho más serio en lo que pensar.

—También quiero pedirte disculpas —añade—, por haberte excluido del plan con Sonia.

¿Ahora se va a poner a hablarme de su ex?

Pues sí, eso es justo lo que hace:

—Te dije que me fue infiel, que rompimos y quedamos en ser amigos. Te mentí. No fue exactamente así. Es bastante más complejo. —Suspira y continúa—: Sonia sí que se lio con otro chico, pero para entonces nuestra relación ya estaba podrida. Y no porque nos hubiese consumido la monotonía, apenas duramos meses. Fue porque Sonia era muy posesiva. Pasaba por una mala época, su vida se desmoronaba y creo que canalizó sus frustraciones en mí, en lo nuestro. Sentiría que era lo único que podía controlar...

Me vuelvo hacia él para saber más:

—¿Tan celosa era?

—No soportaba la idea de verme con otras chicas, ni siquiera como amigos.

Me resulta surrealista.

—Debió ser un verano asfixiante.

—Ojalá hubiese sido algo puntual. —Se rasca la nuca y recuerda—: El año pasado invité a una chica del pueblo a casa, Sonia nos vio y enloqueció.

Mis párpados se elevan y espeto:

—¿Una empleada se vuelve loca porque vas con una acompañante y no la despides?

—No puedo. Es complicado.

Frunzo el ceño.

Más que complicado, es raro.

Además, parece que el destino quisiera señalar a Sonia como la persona que me acecha. Mikel me lo está poniendo muy fácil. Todo apunta a ella. Pero me cuesta creer que alguien se tome tantas molestias por puros celos.

Debo asegurarme:

—¿Todos los trabajadores tienen llaves del palacio?

—Sí.

—Así que pueden venir cuando quieran.

—Por lo general, respetan los horarios.

—Ya. —Indago—: ¿Y quién se ha encargado de preparar las mochilas?

Si no me equivoco las han hecho hoy, cuando Sonia, en teoría, no estaba.

—Darío y Naroa —resuelve—. ¿Por qué?

—Por nada.

¿Habrán sido ellos? ¿Habrá modificado Sonia su jornada...?

—Elena —me saca del ensimismamiento Mikel—, te he contado lo de Sonia porque quería que entendieras por qué no te invité a venir con nosotros. Pero también porque quiero dejar claro que no volveré a darte de lado por cosas así. Fui un cobarde.

—Bueno, si me va a tirar de los pelos por estar contigo, paso de quedar cuando esté cerca.

El hermano mayor de los Ibarra niega:

—No lo hará.

—Ya, bueno...

—Elena —zanja—; no te tocará.

Lo acepto porque, por muy retorcido que sea todo, por más que salten las alarmas, él siempre consigue hacerme sentir a salvo.

Es algo que me avergüenza de mí misma. Jamás me había pasado con nadie. Mikel es capaz de anular mi lado racional con un par de palabras. Da igual cómo de turbia sea la situación que lo rodea, él logra mantenerse al margen y, mientras el juicio me dicta que ande con cuidado, el instinto me lanza a sus brazos.

Izan siempre se fía de sus presentimientos y, si aprendo de él, a mí los míos me dicen que Mikel jamás me perjudicaría.

Al final, no percibo maldad ninguna en él.

Así que paso a la mayor sospechosa:

—¿Crees que Lourdes quiere que esté en el palacio?

Me mira sobresaltado.

—No lo creo. Lo sé.

—¿Por qué?

—Porque es lo que deseaba Gabriel.

Le corrijo:

—Mi abuelo deseaba que pasase las vacaciones con él. Pero ya no está. Puede que mis amigos y yo sobremos aquí.

Clava sus ojos en mí y, sin vacilación alguna, dice:

—Hay muchas más razones por las que Gabriel quería traerte. Su fallecimiento no afecta a todas ellas.

Ladeo la cabeza, confusa. De nuevo le ha rodeado ese halo de misterio que me desquicia, intriga y atrae a partes iguales.

—¿Qué otras razones?

Pierde la vista en la presa, en el inmenso espejo de azules y verdes.

Yo hago lo mismo, presencio cómo su hermano y mis amigos se divierten, hasta que Mikel se cubre ambos lados de la boca para gritar:

—¡Eh! ¿Comemos?

Hago una mueca de estupor.

¿Acaso no me piensa contestar?

Él enarca una ceja y suelta:

—¿No tenías hambre?

Se me ha quitado al saber que alguien pretende matarme si no huyo, pero no creo que ponerle al tanto de ello sea la mejor opción. Mikel me defendería pero ¿de quién? Ni siquiera pondría la mano en el fuego por él. Mucho menos por su hermano o por Lourdes. Además, buscar al acosador causando demasiado revuelo podría ser peligroso, mientras que mostraría debilidad.

Es algo que he aprendido como lectora de thrillers.

Debo meditar bien mi siguiente paso. Y si busco refuerzos no será en Mikel, sino en mis amigos, los mismos que nadan hambrientos en nuestra dirección.

—La verdad —disimulo—; no tengo apetito después de las galletas y de la barrita...

—¿Estaba buena? —se refiere a esta última, la que ni siquiera he probado.

—Oh, sí. Muy buena.

—Genial. Eso sí que se lo diré a Sonia.

Dudando acerca de si quiero conocer la respuesta, me la juego:

—¿A Sonia? ¿Por qué?

Y las siguientes palabras son clave:

—Las trajo ella ayer. 



*****

Andoni perdido en el culo de Andoni y Elena temiendo por su vida.

Esta es la situación.

Pero, ¿por cuánto tiempo?

No os preocupéis, esta misma semana subiré otro capítulo, antes de que comience el 2024 jeje


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