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Capítulo 20

- 23 días para el primer muerto -


IZAN

Usansolo, 25 de junio de 2022


Andoni es una persona escurridiza, un adjetivo que podría sorprender al ser aplicado a un físico tan fuerte y robusto como el suyo, pero que en verdad se le ajusta a la perfección. Lo puedo corroborar porque llevo días tratando de pillarlo a solas, sin éxito. Él siempre logra escapar.

O estar acompañado, también es muy popular.

Desde que hemos aparcado en el centro del pueblo —está a veinte minutos a pie del perdido palacio—, no ha dejado de saludar gente. Algo que no me asombra, ya que ni en casa dejan de rondarle: le persiguen los trabajadores, Rosa e incluso Mikel. Con este último cada vez pasa más tiempo. Es como si hubieran trazado un acuerdo para... joderme.

—¿Qué queréis? —toma nota Andoni.

Acabamos de sentarnos en la terraza de un bar que, según los hermanos Ibarra, tiene los mejores pintxos de la zona. Nos vendrá bien desayunar en condiciones antes de la salida al monte.

Andoni apunta los aperitivos que cada uno va a comer y se dirige, él solo, a pedir.

«SOLO» chillan mis neuronas.

Al fin ha llegado mi oportunidad:

—Voy a ayudarle.

—No, tranquilo. —Se incorpora Mikel—. Ya lo hago yo.

—¡No! —Lo devuelvo al sitio empujando sobre sus hombros—. Voy yo.

Camino hasta el interior y me lo encuentro en la barra, ojeando el menú con una pose tan chulesca como cautivadora.

Si alguien con su tipo y encanto se plantase así en el bar de Burgos durante mi turno de trabajo, fantasearía con servirle mi número en una bandeja. Y digo fantasería porque me faltarían agallas para ser tan lanzado.

—Izan, qué sorpresa. —Sonríe—. ¿Vienes a echarme una mano?

—Qué menos. Te recuerdo que el camarero soy yo.

Me detengo a su lado e imito su postura de modelo inalcanzable, hasta que me percato de lo mucho que la estoy forzando. Entonces abandonó la misión, apoyo los codos en el mostrador y, en un suspiro, dejo que mi columna vertebral se curve...

—¿Pretendes seducirme? —observa mi culo en pompa.

—¿Qué? ¡No!

Me enderezo rápidamente soportando su risita de cabrón.

—¿Te han atendido ya?

—Qué va.

El establecimiento está abarrotado, tardarán un rato en hacerlo, lo que me deja suficiente margen para interrogarlo.

O eso espero, ya que con él es muy fácil irse por las ramas.

—Andoni, una cosa... —Se pone a repasar la carta de aperitivos y se la robo de un zarpazo—. Atiende, por favor.

Me obedece y me mira tan fijamente que impone.

El pulso se me acelera mientras que el habla se ralentiza en un tartamudeo:

—Verás, eh...

—Dime, Piolín.

Su voz rasgada no ayuda, pero avanzo:

—¿Por qué no he sabido de ti durante estos días?

Arquea una ceja.

—Tío, si nos vemos a todas horas. Comemos y cenamos juntos. Vivimos en la misma casa.

—No te hagas el imbécil —corto—. Me refiero a que no he sabido nada del Andoni majo, el Andoni que...

—¿Te azota en la piscina?

Me da un espasmo y se me cae la carta.

Avergonzado me agacho a por ella y, antes de subir, miro a ambos lados.

—¿Te da apuro que la peña del pueblo sepa que nos lo pasamos bien?

Alzo el mentón y, a la cara, me susurra:

—Porque arrodillarte ante mí no creo que sea la mejor opción...

Me levanto seguido.

No voy a dejar que me haga el lío:

—El que se avergüenza eres tú.

—No creo.

—¿Y por qué tanto secretismo?

—Solo en el palacio —reconoce—. Aquí, ahora, puedo comerte la boca entre toda está peña si quiero.

—No serías capaz.

Se humedece los labios y noto un martilleo en el pecho solo de imaginarlo.

—¿Que no? —repite.

—No.

—Prepárate

Su brazo izquierdo coge impulso en la barra, se inclina para llevar a cabo su cometido y el golpeteo en mi tórax se acentúa con cada centímetro que se acerca. Pero reúno toda mi fuerza interior y retrocedo mientras trago saliva.

—¿Me acabas de hacer la cobra?

«Y no sabes cuánto me ha costado» diría, pero me contengo.

Bastante he tirado mis principios por la borda al comenzar esta conversación. Se suponía que iba a mantenerme lejos de él por Rosa. Claro que eso era antes de que Andoni me acorralase en la piscina y me estrujara los glúteos como dos medias naranjas con las que hacer zumo.

—Estoy confundido —admito—. En algún momento he llegado a pensar que te daba miedo que te viesen... con un chico. Ya sabes.

Tenía la esperanza de que el motivo por el que me rechaza fuese personal, completamente ajeno a mí. Como alguna inseguridad suya. Una teoría se va al garete en cuanto declara:

—Izan, a los quince descubrí que me iban tanto los tíos como las tías y nunca ha sido un problema para mí. Ni para mi gente.

—Joder, ¿entonces?

—¿Qué? Te dejé muy claro que me gustas. Lo hice con palabras y con actos.

Exhalo un corto soplido de reproche y no dejo que me distraiga:

—¿Pero por qué andamos con tanto sigilo? —insisto.

—¿En el palacio? Porque nos vigilan.

Ya ni siquiera voy a entrar en lo poco probable que es la idea de que la mansión sea una especie de Gran Hermano, sino que me sumo a la histeria:

—Vale, nos vigilan, ¿pero hasta en los dormitorios? Podríamos quedar por las noches y charlar tranquilos.

Se exalta y vacila:

—Ya, charlar.

—Sí, charlar.

Termina con la mofa y procede:

—De momento, prefiero tener cuidado.

Ladeo la cabeza, escéptico, y él recalca:

—No es fácil.

Entorno los ojos.

—No, desde luego. Es como salir con un espía del Servicio Secreto británico o algo así.

De toda esta desorbitada comparación, él se queda con un verbo:

—¿Salir? —Sus labios se curvan.

Empiezo a rendirme:

—¿No voy a saber qué narices ocurre, no? Ni por qué tu hermano está en el ajo.

Esto lo despista:

—¿Mi hermano?

Dejando a un lado que lo pillé discutiendo con un empleado, me enfoco en lo que más me molesta ahora:

—No se separa de ti.

—Ah, eso es porque Elena está picada con él y este me cuenta sus dramas.

Me puede las curiosidad:

—¿Tú sabes por qué están enfadados?

—Sí, pero mejor háblalo con ella.

—Ya, bueno. Ojalá.

—¿Por qué no?

—Está más distante de lo normal, que ya es decir.

Se me forma un pequeño nudo en la garganta, que se tensa al pronunciar las siguientes palabras.

—Incluso mi relación con Rosa es más falsa que nunca.

Me hago con un taburete y, como si fuese el diván de la consulta de mi psicóloga, me siento para arrancar con los lamentos:

—Creo que la estoy traicionando, que estoy siendo un amigo horrible.

Sin embargo, no hablo con un profesional, sino con Andoni, un personaje con menos tacto que un cactus en una tienda de globos:

—¿No estarás dramatizando? Tiendes a hacerlo.

Ignorando la patada y beneficiándome de tal sinceridad, continúo:

—¿Soy un amigo de mierda por dejar que ligues conmigo?

—Interesante que creas que el único que mete fichas aquí soy yo, pero, sobre ser un amigo de mierda...

Se hace con otro taburete y se acomoda, mientras nuestras manos apoyadas en la barra se topan.

—Tú no eres un cabrón. —Su voz se torna más grave al asumir un tono serio—. Aunque quisieras serlo, no podrías. No está en tus genes. Tú eres simpático, salau... Eres el puto Piolín.

Aunque aún no sé si es un cumplido o un ataque, consigue hacerme reír.

—Lo que pasa —sigue adelante—, es que estás en una situación difícil.

—Muy difícil —recrimino.

—Ya, y... —Hace una mueca pícara—. ¿Eso no te pone?

—¡No!

En verdad sí.

Pero no me compensa un poco de morbo a cambio de toda una amistad:

—No puedo seguir con esto, Andoni.

—¿Con qué?

—Con ocultar cosas a mis amigas.

—Vale. Lo entiendo.

Me acaricia la muñeca y un hormigueo se propaga por mi piel cuando sus dedos la recorren.

—¿Y si te juro que muy pronto no tendrás que engañarlas? —Me tienta—: No tendremos que escondernos bajo el agua. Podrás ponerte cariñoso en medio del palacio. Como si quieres darme la mano.

Finjo espantarme:

—¡Oye! Tampoco soy tan cursi.

—Sí, sí que lo eres. Todo un romántico.

De inmediato revela:

—Me han chivado que te gusta Taylor Swift.

—Oh, ¿quién ha sido? ¿Rosa?

Se encoge de hombros evasivo, hincha el pecho y canta:

—«Romeo, take me somewhere we can be alone! I'll be waiting, all there's left to do is run...!»

Ahora sí que suelto una carcajada.

—Dios —me cachondeo—, qué horror. No te dediques a la música.

—Descuida. No estaba en mis planes.

Nuestros dedos se entrelazan al fin, envolviendo mis nudillos. Las miradas se cruzan de nuevo y promete:

—Todo se solucionará.

Me fijo en su rostro y la risa se me desvanece por completo.

Andoni tiene la mandíbula apretada y se esfuerza por sostener una sonrisa que no le llega a los ojos. Es una sonrisa apenada, cargada de palabras que no puede pronunciar.

Aunque no comprendo lo que está viviendo, sé que su posición es compleja.

Y aun así, siempre está dispuesto a animarme.

Un sentimiento agridulce me repta desde el estómago, me corta el aliento y me empuja hacia él. Quiero abrazarlo y besar esos labios que no pueden hablar.

Por ello, dejándome llevar, cierro los párpados y me inclino.

Me inclino mucho hacia él.

Demasiado.

¿Dónde narices está?

Abro los ojos y descubro que me ha devuelto la cobra.

—¿Andoni?

Qué bochorno. Yo con morros de pato y él a un metro.

Aunque su escapada se justifica al llegar a mí la voz de Rosa.

Amores, que se me ha olvidado pedir un vasito de agua.

Qué oportuna es siempre.

—Ross —Me vuelvo hacia ella—, haberme mandado un mensaje y te lo pido.

I know. —Por lo bajo se sincera—: Pero no soportaba la tensión que hay ahí afuera, entre Elena y Mikel.

«Pues sí llegas a ver la que había aquí dentro» me gustaría decir.

Y Andoni, tras cederle su sitio, se ausenta:

—Tres son multitud para pedir. Voy al baño.

Antes de marchar me tiende su tarjeta de crédito, se me arrima y, sobre mi oído, elevando la temperatura de cada partícula de mi cuello, me da el PIN:

—Sesenta y nueve, sesenta y nueve...

—¿Es coña, no?

—No. Pero no te flipes que no es la tarjeta buena. Con ella no llegarías muy lejos.

Tampoco me apetece hacerlo.

De espaldas a Rosa, me guiña un ojo y se larga.

Por suerte, la única duda que le inquieta a mi amiga es:

—¿Cuánta pasta habrá ahí?



*****

Rosa siendo Rosa y nuestros chicos cada vez más pegados...

Estoy dentro. ¡Venga ese shippeo! jeje

Espero que estéis disfrutando de la historia ;)

Hoy en honor a Izan os dejo un temita de la Taylor.

https://youtu.be/8xg3vE8Ie_E

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