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Capítulo 18

*Advertencia para mi madre: por favor, no leas este capítulo...*


IZAN


Andoni siempre consigue descolocarme. Si no supiese de su pasotismo, apostaría a que lleva un buen rato entre arbustos, a la espera del momento oportuno para presentarse y pillarme por sorpresa.

—Oye. —Lo espanto—: ¿Hoy no tienes que andar en moto?

—No. Me toca nadar.

—Casualidad... —digo entre dientes y él me sonríe.

Lleva un bañador azul de tipo bóxer holgado que le cubre la mitad de sus fuertes cuádriceps, y que le deja al descubierto la parte inferior del abdomen: el cinturón de Adonis.

Un poco más arriba están los abdominales, desplegados como montañas de músculo bajo la bronceada piel. Adoraría conquistar cada una de estas cimas.

Pero fantasear con ello no me conviene, porque me estoy excitando y temo que se me note: me he empalmado.

Pego la cintura a la pared de mosaico azul y poso mis codos en las baldosas color arena que está pisando Andoni, para disimular.

Pero no sé si ha sido una buena idea porque ahora parece que estoy jugando a «Los Túneles» y que quiero meterme entre sus piernas. Menos mal que este aún no se ha mojado o estaría recibiendo gotas de la parte más abultada de su bañador.

—Te importa si... —Retrocede y se agacha—. ¿Entreno contigo?

Me importa. Va en contra de mis nuevos planes de alejarme de él.

Pero no tengo otra opción:

—Es tu casa, no la mía.

—Durante el verano también es tuya.

Me guiña un ojo, yo le doy la espalda y huyo.

Es lo que debo hacer.

Me he impulsado para nadar hasta la otra punta.

Solo que ni por esas me libro de él. Cuando llego al extremo este ya me espera.

—¿Qué cojones?

—Venga, tampoco nadas tan rápido —observa.

—Has venido corriendo, normal que llegues antes.

Sigue evaluándome:

—Podrías mejorar mucho tu técnica. Tienes potencial.

—Me has visto hacer un solo largo.

—No, antes también te he observado.

—Ah. —Alzo ambas cejas y lo provoco—: Así que, ¿has estado fijándote en mí? ¿Durante cuánto tiempo?

Puede que sea porque pretendo quitármelo de encima, pero he sido capaz de contraatacar sin que me tiemble la voz. Y surte efecto. Por primera vez, Andoni separa sus labios y no les da ningún tipo de uso. Ni articula palabra, ni exhala humo. Simplemente respira mientras decide su siguiente movimiento.

—¿Qué? —apremio.

Como si hubiese accionado un botón que activa su modo chulesco, recupera su característica confianza, flexiona un poco las piernas y salta por encima de mí para zambullirse de cabeza.

Qué estilo tiene el cabrón.

Una vez sale a la superficie, me reta:

—¿Echamos un pique?

Sacude su pelo, tan corto que decenas de gotas salen disparadas al deslizar su mano. Estas brillan en el aire gracias a los rayos de sol y su musculosa figura se ve envuelta en una lluvia de destellos.

Todo me resulta tan jodidamente atractivo como peligroso.

—Prefiero ir a mi bola, gracias.

—¿Por? ¿Tienes miedo?

Lo tengo, pero no por perder la estúpida carrera, sino por la posibilidad de fallar a mi amiga. Por tanto, aunque lleve toda la semana ansiando un momento tan íntimo como este, paso por su lado y...

—Espera. —Me sostiene del brazo.

Menudo déjà vu. El encuentro de aquella noche vuelve a ocupar mis pensamientos y la temperatura del agua ya no se nota tan gélida. Al final, sí que había una caldera. Con nombre y apellido: Andoni Ibarra.

Hoy también me fijo en su muñeca, en la cual ya no hay ni rastro de marcas, lo que me lleva a deducir que algo o alguien debió ejercer presión sobre ella entonces...

—Venga —me devuelve a la tierra—, déjame darte un par de consejos.

Yo me libero de una sacudida.

—¿Quién te crees? ¿Aquaman?

—No, el verdadero héroe: Michael Phelps.

Pongo los ojos en blanco y destaco una condición:

—Si lo hago, ¿me dejarás en paz?

—Si es lo que quieres, sí.

—Perfecto.

La sonrisa de Andoni indica que no se lo cree y ni siquiera borra esta chispeante mueca al empezar con la explicación.

—Lo primero es aprender a respirar correctamente.

—Ya respiro bien.

—No, respiras raro. Ansioso. Tienes que exhalar solo cuando tengas la cabeza dentro e inhalar cuendo estés fuera.

—¿Me tomas por tonto? —Es lo más evidente del mundo.

—Antes has pegado algún que otro trago por abrir la boca cuando no tocaba.

—¿Ah, sí? Tendría sed.

Le provoco una carcajada y juraría que nunca le había escuchado una tan áspera y tan sincera. Ojalá durase más. Pero no. Debe mantener su postura de chulo:

—A ver, sirenito, otra cosa.

—Tritón —corrijo.

—¿Qué?

—Que la versión masculina de las sirenas son los tritones.

Se ciñe al rol de maestro:

—Tío, céntrate y aprende lo fundamental. —Subraya—: A dar patadas.

—Oh. ¿Pruebo ya? —Alzo la pierna derecha hasta golpear su muslo.

Hostia. Está durísimo.

Ni siquiera logro que se meneé un poco.

Es como si sus fuertes patas estuviesen ancladas al fondo.

—Luego te dejo mi saco de boxeo pero ahora —pone orden—, atiende.

Cual alumno insoportable que siempre he sido, protesto:

—¿Es que todo va a ser teoría?

Le atizo de nuevo, aunque si mis movimientos ya son torpes de por sí, bajo el agua lo son mucho más. Lo que pretenden ser patadas graciosas se convierten en caricias patéticas.

—A ver, chipirón —se burla, me agarra de tobillo y tira hacia él—. ¡Hazme caso!

Consigo escapar de su agarre y estabilizarme, pero quedo a menos de dos palmos de su pecho.

—Cuando nadas... —dice a centímetros de mí—. Tus patadas empiezan en las rodillas.

—Eso es bueno, ¿no?

—No, tío, no. Debes darlas desde aquí. —Me sostiene de las caderas—. ¿Entendido? De lo contrario, irás mucho más lento.

Noto cómo un amplio hormigueo se propaga por mi cintura y me recorre la columna vertebral, que tiende a torcerse hacia él.

Mi bañador se pega al suyo, ambos se ondean al compás y mascullo:

—A veces ir lento está bien.

Se encoge de hombros.

—Bueno, si eso es lo que te apetece, supongo que sí.

Es lo que debo, aunque cuando una sutil brisa desestabiliza la superficie del agua y forma una corriente que me acerca aún más a él, olvido qué es lo correcto.

—¿Quién te ha enseñado natación? —rompo el silencio.

—No sabría decirte. Los deportes son mi pasión y, bueno, también me quiero dedicar a ellos profesionalmente.

Siento como sus manos descienden a ambos lados del elástico de mi bañador y, sin disimulo, me lo bajan levemente en una caricia.

No pongo resistencia. De hecho, me sorprendo asintiendo.

Vamos, que ya he perdido el control.

Supongo que «lo que ocurre bajo el agua, se queda bajo el agua».

Así que me dejo llevar y, con la ayuda de sus brazos me mantengo de puntillas. Me aprieto contra él y mi pelvis, reciéntemente desnuda, choca contra sus abdominales, los que me transmiten algo similar a una placentera descarga...

—¿Profesionalmente? —repito, como si estuviera centrado en la conversación, como si no tuviese su firme parte íntima rozándome.

—Sí, mi tío fundó una cadena de gimnasios el año pasado y quiero ser parte del proyecto.

—Lo lograrás —animo—. Tienes madera.

«Y un buen tronco» añadiría.

—Gracias, Piolín.

Sus manos van más allá y se aferran a mis glúteos, arañando la tela roja que los envuelve. Luego me presiona contra él, mientras se le dibuja una sonrisa traviesa.

—Eh... —Planteo—: ¿Y cuál es tu deporte favorito?

Hablo, porque si no lo hacemos, es probable que nos besemos.

Sus dedos continúan conquistando terreno y se cuelan por la parte inferior de mi bañador. No llevo ropa interior, así que pronto se pegan a la piel de mis nalgas, haciendo que se me erice cada milímetro de las mismas.

—¿Tú cuál crees que es? —Me las oprime.

Se me escapa un tenue gemido, sus labios me rondan y lo absorben.

Joder...

Ya no sé ni de qué estamos hablando, por lo que me lleva un buen rato responder:

—¿El béisbol?

No es raro que sea lo primero en lo que piense, con semejante bate contra mí.

—¿Tengo cara de estadounidense?

Tiene cara de fuckboy, pero no se lo digo.

De hecho, me muerdo el labio cuando vuelve a estrujar mi trasero, abarcando mayor superficie, acercándose a la abertura, donde nace un vibrante cosquilleo provocado por el frescor del agua.

Bajo la vista, la dirijo a sus tonificados hombros y, aunque tenga los brazos sumergidos, también puedo apreciarlos.

Están en tensión, lo que los vuelve aún más duros.

Admiro la musculatura y me pierdo en las venas que los recorren.

—A mí me gustan los deportes de riesgo —contesta—. Por eso estoy así contigo.

Contengo el aliento, hasta que me atrevo a preguntar:

—Porque podemos ser un problema, ¿verdad? —Tal y como leí en su móvil.

He podido cagarla, matar la química lanzando este triple, pero no es el caso.

Andoni junta las cejas confuso y previene:

—Deberías andar con cuidado.

—¿Por el asistente de Lourdes?

Su rostro se transforma, pero no se ve enfadado, ni agresivo, sino depredador.

—No vuelvas a meterte donde no te conviene.

—Pues no dejes las cosas tiradas...

Sonríe, aprieta más mis esferas y las separa.

Jo-der. Ahora sí que me abre.

—Yo estoy de tu lado, Izan. Así que no la cagues.

—¿De mi lado? —me cachondeo—- ¿Estamos en una batalla?

—Algo así. Y tú y yo, somos uno.

Me gusta la idea, es demasiado acertada ahora que ansío que nos unamos del todo, que sus piezas y las mías encajen por completo.

—Y como te propuse hace unos días —Sus labios se aproximan a los míos—, hagamos como si esta conversación no hubiese ocurrido. ¿Va?

—No, no va. —Aprovecho—: Antes dime por qué tenías las muñecas rojas.

Apenas se esfuerza por mentir:

—Sin más. Debí usar mal las correas en el levantamiento de pesas.

—Y una mierda.

—Es lo que te conviene creer.

—¿Por qué?

—Porque es peligroso.

—Cómo de...

Me calla al dedicarme un último empujón, el más enérgico.

Un estallido de calor se expande por mi vientre, libero un jadeo y él se regocija:

—¿Te gusta, eh?

—Pedazo capullo —gruño.

Y entonces, divertido, empieza a descender.

Aumenta la fricción entre nuestros torsos y mi erección se estira ante su cercanía.

Él baja cada vez más, hasta que respira hondo y...

Se sumerge.

Sí, frente a mi dura entrepierna.

—O-oh, ¿me la vas a...?

Pero no da el siguiente paso, no.

Al contrario, bucea hasta la otra punta de la piscina, dejando a mi hambriento monstruo del lago Ness abandonado.

—¡Eh! ¿A qué juegas? —chillo.

Y justo seguido, me percato de que Rosa ya está en el jardín.

—¡Amore, que me he entretenido porque no encontraba los auriculares! Estaban dentro de un calcetín, no sé cómo han llega... ¡Ay! —da con Andoni—. Si estás aquí. ¿Qué os contáis?

Echa las gafas de color naranja que lleva consigo a un lado y salta de bomba. Los segundos antes de que saque la cabeza, son los últimos segundos en los que Andoni me presta algo, un mínimo, de atención.

Luego finge que entre él y yo jamás ha ocurrido nada.

Absolutamente nada.



*****

Espero que os haya gustado (a ti no, ama, tú espero que te lo hayas saltado).

Esto solo acaba de empezar...

El siguiente miércoles habrá actualización, como siempre, pero además igual subo algún otro capítulo durante la semana. Muchas gracias por el inmenso apoyo en redes ;) ¡Abrazote!

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