Capítulo 11
IZAN
Me he duchado y, después, un hombre llamado Álex se ha ocupado de llevar mi ropa sucia a la lavandería. Al parecer es otro de los trabajadores que pasa un par de horas en el palacio. Andoni ha debido de requerir sus servicios antes, en nombre de los tres que hemos hecho ejercicio.
Cuánto lujo. Creo que podré acostumbrarme.
Una vez aseado y vestido, tengo que bajar a cenar, pero me permito echarme un rato. Un rato bastante largo, porque la cama me absorbe. Mis músculos necesitan descansar y mi cerebro también. Este último ha sufrido demasiado procesando el descarado flirteo entre Rosa y Andoni. Sí, entre ambos. Ahora él también le sigue el rollo.
Quiero pensar que lo hace para ponerme celoso aunque lo más probable es que lo haga porque mi amiga le atrae, la misma amiga que hoy siento que me ha fallado.
No es la persona más avispada del planeta tierra pero la considero lo suficientemente inteligente como para saber que Andoni me gusta y que como yo lo vi primero, es mío.
Vale, sé que eso no funciona así. No soy tan tóxico. Pero me jode.
Y por si tenía pocas cosas que lamentar, pronto también me arrepiento de no haber echado el pestillo.
—¡Amore! —irrumpen mi agonía—. ¿Ya estás listo?
Es la traidora, quien se tumba a mi lado y dice:
—Yo estoy agotada.
«¿De robarme el chico?» quiero reprochar, pero no tengo agallas. Me dedico a guardar silencio y, antes de que la situación se vuelva demasiado incómoda, llega Elena. Rosa le indica que tome asiento en el colchón y la presiona para que nos cuente qué tal ha ido el paseo con su primo el grandullón.
—Pues hemos visto el palacio —contesta.
La pelirroja pide más:
—¿Y...? Eso ya lo sabemos.
Pero elude entrar en detalles:
—Pues eso es todo.
—Y una mierda. —Rosa no va a tirar la toalla.
En una interpretación muy sensual, pregunta:
—¿Qué era eso que te quería enseñar? ¿Eso que te iba a gustar tanto?
Elena la mira asqueada.
Así va a ser imposible sonsacarle, por lo que intervengo:
—¿Has visto algún sitio interesante al que podamos ir?
—O... —La salida insiste—: ¿Algo interesante que podamos catar?
—Qué va.
No nos lo creemos.
Nuestras miradas la desafían y, al final, conseguimos empujarla a hablar:
—Bueno, a ver, sí que me ha enseñado algo.
—¡Lo sabía! —celebra Rosa—. ¿Se ha sacado el cimbrel?
—¿Qué? No, claro que no.
—Vaya.
Pongo los ojos en blanco y avanzo con la conversación:
—Elenita, ¿a qué te refieres?
—Hay una especie de puerta secreta. ¿Sabéis cómo se llega a Narnia?
Rosa lo resuelve:
—Obvio, hice un podcast hablando de mundos de fantasía. Se llega a través de un armario.
Y creo captar la idea:
—¿Nuestro pasadizo está en un armario?
—No exactamente —niega Elena y va al grano—: En el salón hay un paso escondido detrás de un mueble desplazable. Tan solo hay que mover una enciclopedia roja para que este vibre y se corra a un lado.
—¿Ahora hablamos del mueble o de Mikel? —se mofa Rosa.
La ignoramos y Elena sigue:
—Al otro lado, hay una biblioteca con un despacho. Mi abuelo mandó hacer esta habitación para mí.
—Sí. Ya lo mencionaste —recuerda Rosa y yo me autoinvito:
—¿Y qué tal está? ¿Podemos ir?
—No. No puede ir nadie. Yo tampoco he ido.
Ante esta negativa, nos detenemos.
—Espera —Rosa espeta—, ¿qué?
Agobiada, Elena se recoge el pelo y reconoce:
—Que no he ido. Siento que si entro la habitación, esta se me caerá encima.
Le damos tiempo y esclarece:
—Si la uso y no es con Gabriel... —Termina—: Le habré fallado.
Nada más lejos de la realidad.
—Tu abuelo no podía estar más orgulloso de ti —le digo.
Gabriel la quería más que a nada y lo único que desearía sería su felicidad.
Ojalá ella lo viese aunque, tal y como dice Rosa:
—Cari, el duelo es mazo jodido. Pero podrás con ello.
Elena suspira y, en un intento por apoyarla, me inclino para darle un abrazo, hasta que...
—¡Tú! —Lo rechaza—. ¿A dónde vas?
Era de esperar.
Elena siempre ha sido reacia al contacto físico. Más cuando está ligado a los sentimientos. Además, que se haya abierto así frente a nosotros ha sido todo un milagro, por lo que no podemos exigirle mucho más por hoy.
Me dedico a darle su espacio:
—Bueno, si nos necesitas, ya sabes que nos tienes a tu lado.
Rosa respalda mis palabras, Elena nos lo agradece y se anima un poco:
—Venga, ¿vosotros qué tal? ¿Cómo ha sido entrenar con Andoni? ¿Es majo?
En fin, la prefería deprimida.
Menos mal que pronto bajamos a cenar.
***
Si bien la cena no ha ido del todo mal, ha sido tensa. Elena, avergonzada por su actitud frente a la biblioteca, ha evitado a Mikel mientras este se dedicaba a atender la mesa con la ayuda de Darío. Nos han preparado un salteado de arroz, setas y pollo. Estaba delicioso aunque diría que ninguno lo ha podido disfrutar.
Yo me he desahogado trinchando sobre el plato cada vez que Rosa intentaba flirtear con Andoni, quien no ha tardado en percatarse de que no le reía las gracias. Ha juntado las cejas en señal de confusión pero no me he ablandado. Si tengo que explicarle que me molesta que después de decirme que le gusto se vaya a tontear con Rosa, no merece la pena.
La situación era tan tirante que hemos devorado el plato en menos de un cuarto de hora y Elena nos ha propuesto ir a dormir. El intenso día en el palacio nos ha pasado factura a todos, por lo que la idea ha triunfado y para las once de la noche ya estábamos en las camas.
Sin embargo, es difícil conciliar el sueño cuando estás cabreado. Por muy cansado que estés, no puedes cerrar los párpados y olvidarte de todo. Al contrario, la oscuridad solo aviva el enfado. La cara del responsable del mal humor se manifiesta entre las sombras y da igual lo atractiva que te resulte, lo jodidamente guapo que sea, que solo quieres borrarla, deshacerla, que se desvanezca...
—Qué mierta todo —gruño y me incorporo.
Llevo un largo rato entre las sábanas así que puedo dar por fallida la misión: no voy a lograr pegar ojo.
Y una vez vencido, me calzo y salgo al pasillo.
No sé muy bien qué hago. La opción de deambular por este misterioso palacio a oscuras no parece la más adecuada para calmar mi nerviosismo, pero el insomnio me nubla la razón.
Llego a la planta baja y recorro cada estancia. Todas están impolutas, en silencio y vacías, además de en penumbras. Si consigo ver es gracias al flash del móvil y a las cortinas que han dejado corridas. Sé que podría usar alguna de las muchas lámparas pero, sinceramente, hay tantos interruptores que me hago el lío.
No obstante, desde la sala veo que alguien ha dejado la puerta del garaje abierta y que la luz está encendida.
¿Se habrá despistado algún empleado?
Entro y el olor a porro penetra mis fosas nasales, tanto que mi exagerado cerebro prevé colocarse.
—Madre mía. Menudo viaje se ha pegado alguno —digo para mí mismo.
¿Habrá sido Andoni? ¿O es que Mikel también fuma? ¿Los trabajadores?
Regreso al salón y, entonces, un zumbido me sacude cada parte de mi asustadizo cuerpo. Este sonido procede del sofá, al cual me acerco persiguiendo una nueva fuente de luz más pequeña, pero intensa.
Es la pantalla de un móvil tirado entre cojines, junto a una camiseta roja y blanca. Es del Athletic Club, un equipo de fútbol.
El móvil acaba de recibir un mensaje y, aunque no debería, lo recojo para leerlo.
Asistente, Lourdes:
Andoni, tened paciencia y no dejéis que sean un problema o... (leer más).
Pulso desesperadamente en «leer más» pero el sistema de seguridad me pide un PIN, que desconozco, porque no es mi teléfono. Es el de Andoni cuya intimidad bastante he invadido en las últimas veinticuatro horas escarbando entre los cajones de su baño.
Lo dejo en su sitio, aunque no es un acto de madurez, es de rendición. Si fuese hacker nada me habría impedido entrar en ese chat y descubrir de qué narices hablan...
Mi cabeza no solo le da vueltas a esto sino también al hecho de que Andoni se haya quedado fumando hasta tan tarde y se haya largado dejando su móvil y camiseta en el sofá. Es todo muy extraño y, cuando creo que no puede ser más complejo, llega a mí otro incentivo para explorar por la mansión:
—¿Un gemido?
Aguzo el oído y vuelvo a escuchar una voz varonil expresando placer.
—¿Andoni? —se me ocurre.
Y la posibilidad de que se trate del malote me pone palote.
Vale, ha sido un pareado horrible, tan horrible como que me excite la idea de que sea él quien goza en voz alta.
—Estoy fatal.
De la mente, pero no de la audición: mis tímpanos acaban de ser tétigos de otro grito bastante erótico que me empuja a investigar.
Me dirijo al recibidor, a las escaleras y me asomo.
No veo nada, apunto con el flash y... Sigue siendo insuficiente.
Tanto suspense me he acojonado y ya no me atrevo a subir si no enciendo la luz antes. Acciono el interruptor adecuado y, entonces sí, camino con cautela. Escalón a escalón. Hasta que...
—No es Andoni —descarto, atendiendo de nuevo a esa voz.
Pero procede de su planta. Y más concretamente de su dormitorio.
Curioso, metiendo las narices en asuntos ajenos —justo lo que él me pidió que no hiciera—, me acerco al origen y percibo un nuevo sonido. Es chirriante, fruto de una sacudida. Son las patas de una cama arañando el suelo.
Jo-der.
Debería detenerme aquí pero la curiosidad me puede: necesito saber qué está pasando ahí dentro y sobre todo quienes son los protagonistas.
Me arrimo a la entrada del gimnasio en el que hemos estado horas antes y pego la oreja en la puerta, con la mala suerte de que esta no estaba cerrada del todo y la he empujado.
—¡Mierda! —Retrocedo de un salto.
El ruido para en seco, empalidezco y huyo paso a paso... Tan sigiloso como lento. Demasiado lento.
—¿Izan? —me acaba de pillar Andoni.
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