Veneno: parte dos
Una oveja tan pura como su pelaje, blanca como las de los celestiales que ostentan el trono del todopoderoso. Era esa la que cuatro verdugos apuñalaron hasta mancharla de ese rojo carmesí, sacándole las viseras para rendirle culto a uno de los siete angeles que cayeron por órdenes del soberano.
Un ego instantáneo para cautivarse de los aminorados cantos infernales. Era el infierno que veía en carne y hueso. No eran llamas, mucho menos gritos de dolor. El lugar al que los diablos pertenecen no tiene nada de eso. La penumbra se anteponía, pues la calidez del sol y el brillo de la luna no llegaban a ese lugar.
Entonces lo supo, aquello que conocía como el infierno era ajeno para los malos de una historia mal contada. Las llamas del purgatorio eran reales, pero ni los más temibles querían conocerla, dado que ese lugar es al que ruegan para no llegar. El averno es el lugar que le espera a los pecadores, mejor dicho: a los perdedores del juicio final.
~Gula.
La celebración de la boda que duró tres días fué, entre lo más destacable en lo que iba del último mes del año, insoportable para los protagonistas de dicho evento.
Tanto Grace como Amanda estaban cansados de ver a los tantos rostros ebrios que buscaban una excusa para ceder a sus vicios. Agradecieron cuando todos los invitados abandonaron el salón de eventos, incluyendo a Lucrecia, quien fue de las últimas en despedirse con un beso en la mejilla de cada uno, seguido de Angela, dejando al par junto a Rebecca y Luca, los encargados de cerrar las puertas.
Los cuatro estaban exhaustos, sin ganas de hacer o ver algo que no fueran sus aposentos para caer rendidos en esa última noche de fiesta que, lejos de gozarla, estuvieron obligados a participar.
Incluso cuando no se encontraba en las mejores condiciones de tratar otro asunto importante, Grace se vio en la necesidad de levantarse temprano para visitar un lugar al que hace mucho quería asistir: la biblioteca "Jeremías".
—¿Madrugó para obligarme a traerlo a una biblioteca? —preguntó Luca, parado frente a las inmensas puertas de madera del lugar.
—Si —contestó Grace, llevando la mirada al horizonte en donde se asomaba el sol que se ocultaba entre las nubes.
—¿A las siete de la mañana? —bufó, abriendo el paraguas para protegerlos de la nieve que caía.
—Si —caminó, pasando la entrada.
El lugar era, para el estupor del pecoso, demasiado extenso para ser una simple biblioteca que para su ignorancia, era un lugar privado, al que solo se les permitía la entrada a la gente con su mismo estatus social.
Las cincuenta estanterías de más de tres metros de alto, y nueve metros de largo que remarcaban los pasillos contaban con libros de todo tipo —enciclopedias, biografías, informes de la verdadera historia de Helix, libros que daban información acerca de cosas fuera de la compresión humana— excluyendo novelas ficticias, dado que era una zona exclusivamente para enriquecer el conocimiento que sobrepasaba lo básico.
—¿Puedo saber para qué me trajo? —preguntó el rubio, mirando el lugar de garabatos barrocos con desdén—. Pudo traer a Rebecca. Ella con gusto lo hubiera acompañado.
—Amanda quería tomarse un tiempo a solas con Rebecca, así como yo quiero pasar la mañana contigo —analizaba cada título que veía—. ¿Alguna vez estuviste aquí?
—No creo que yo le pueda servir de algo —hizo un esfuerzo por decir el nuevo apellido de Amanda—. La señorita Ackerman es quien viene cada fin de semana.
—Pero la acompañas cuando viene. Debes saber dónde está cada sección.
—La biblioteca es un lugar seguro —comentó Luca—. Yo solo la traigo, y vengo por ella después de tres horas. A veces cinco o seis horas, dependiendo del día.
No tardó mucho para diferenciar la sección de historia del país, de la zona donde se encontraban aquellos libros acerca de la anatomía humana, entre otras de las tantas secciones para quedarse específicamente en el lugar de los libros con el conocimiento de veneno, sus remedios y lo letal que podía llegar a ser.
—¿Para qué quiere estar conmigo? —preguntó Luca, parado detrás de Grace.
El pecoso sentado en una silla de madera no dejó de leer un libro de su interés, anotando lo más importante en una pequeña libreta de bolsillo.
—Luca, ¿verdad? —cambió de página—. A partir de hoy estaremos mucho tiempo juntos. Me odies o no, lo quieras o no: ahora soy el esposo de Amanda.
—Lo sé, señor Ackerman.
—¿Sabes que tarde o temprano ella y yo tendremos que tener un hijo? —suspiró—. Y para tener un hijo... Tengo que hacer algo más que dormir a su lado.
—¿Podría dejar de darle tantas vueltas al asunto? —se comenzó a cansar de escuchar a Grace—. Entiendo adónde quiere llegar.
—Amanda me contó lo que sienten entre ustedes —le incomodaba la situación, pero creía que lo mejor era dejar las cosas claras y evitar algún malentendido con Luca.
—No importa lo que yo sienta. Ni lo que la señorita Ackerman siente —apretó los puños dentro de su abrigo—. Tampoco importa lo que usted sienta. Todos estamos obligados a hacer cosas que no queremos. Si piensa que voy a tratar de matarlo después de que cumpla con su deber de marido, quédese tranquilo —mintió, pues trataba de buscar una solución para romper dicho matrimonio—. Ella y yo sabíamos que lo nuestro no podía ser verdad.
—Mientes —cerró el libro en sus manos, pasando de largo de Luca para ir en busca de otro libro—. Alguien como tú no se quedaría de brazos cruzados mientras ve a la mujer que ama pasando el resto de su vida con otro. Luca, soy un gitano. Lo último que puedes hacer es mentirle a un gitano en su propia cara —regresó a su asiento cuando tomó otro libro de su interés—. Sé lo que has estado haciendo a nuestras espaldas, investigué un poco de ti. Mira que ser un italiano que viene de una buena familia, pasaste de ser el futuro de los Barbato, a ser el sirviente personal de Amanda.
Luca sostuvo la máscara que obstruía las inconmensurables ganas de amedrentar contra Grace. No suspiró, ni mostró atisbos del rencor que se acrecentaba al seguir escuchándolo.
—Amanda dice que no te juzgue sin haberte conocido. Quiero darle el beneficio de la duda —hizo lo mismo con anotar lo más destacable en el cuaderno—. El problema es que no puedo confiar en una mierda que dejó a su madre y hermanas con un trauma que las marcará para siempre. Luca: ¿por qué fuiste exiliado por los Barbato?
El rubio recordó el secreto que trató de enterrar por años. Uno que ni la propia Amanda sabía, la razón de haberlo perdido todo. El peor pecado que cometió.
—No sé de qué está hablando —vaciló, con el corazón latiendo rápidamente—. Estoy confundido.
—No hace falta que te hagas el visco que mira a los dos lados —dijo sin dejar de escribir en manuscrito—. El padre Grace está dispuesto a escuchar tus pecados, hijo. Confiesa.
—Señor Ackerman: ¿Se siente bien?
—Deja que te refresque la memoria. Es normal que no lo recuerdes por lo borracho que estabas —suspiró—. Tenías veintitrés años cuando te graduaste de la carrera de criminología, con honores. Eras el orgullo de tus padres y hermanas. Entonces decidieron hacerte una fiesta, desgraciadamente... Y de verdad digo desgraciadamente para esas tres mujeres: todos los hombres de tu familia salieron de imprevisto, terminando la reunión. Para ese entonces ya estabas tan ebrio que no sabías dónde estabas.
—Es mejor que no diga cosas que no le corresponden, señor Ackerman —estaba enfadado, indignado y atolondrado por desconocer el lugar o la persona que le brindó la información a Grace—. No es bueno investigar la vida de los demás.
—El alcohol es malo, pero te ayuda a demostrar quién eres en realidad —acotó, dejando el bolígrafo sobre la mesa—. Estabas ebrio y caliente. Aprovechaste que tu padre estaba fuera de casa para ir a su habitación, donde tu madre dormía. Cinco minutos después, vas al cuarto de tus hermanas. Dime: ¿no te arrepientes de arruinar la vida de esas pobres mujeres, todo por no controlar tus impulsos?
Luca frunció el ceño, tomando a Grace del hombro para azotarlo sobre el librero más cercano.
—Te lo advertí, maldito fragmentado —quiso darle un golpe en el rostro, pero el pecoso movió la cabeza para esquivarlo.
En ese momento hizo uso de la fuerza bruta otorgada por Gula para liberarse del agarre, terminando con darle un puntapié a la entrepierna del rubio que se puso de rodillas cuando creyó que le habían roto un testículo.
—No dejaré que alguien tan asqueroso como tú esté cerca de mi mujer —lo tomó del cuello de la camisa para acercarlo a él—. De ahora en adelante pasas a ser de mi propiedad. Eres mi perra, y harás lo que yo quiera. Comenzando con alejarte de Amanda, te encargarás de hacer que desaparezca lo que siente por ti, a menos que quieras que le diga lo que eres en realidad: un bastardo que no pudo respetar a su familia.
—¿C-cómo? —apenas y pudo articular la pregunta, pues el dolor era tanto que vomitó el licuado que se había tomado antes de salir—. ¿Cómo lo...?
—¿Cómo harás para alejarte de Amanda? ¿O cómo sé lo que le hiciste a tu familia? ¿Por qué le debo contar mis métodos a una perra? —sonrió, evidenciando el ojo derecho que emanaba una flama esmeralda, visible para el chico—. No sabes cuánto me gusta maltratar a las escorias como tú —recordó a los tantos hombres que forzaban a las compañeras de Jessica a hacer cosas con las que no se sentían cómodas—. Ahora verás lo que se siente ser forzado a algo que no quieres.
Amanda.
Si bien la tensión entre la nueva futura señora Ackerman y la última Hamilton con vida disminuyó desde la resolución del malentendido con respecto a la relación entre la rubia y el pecoso, ninguna tomó la iniciativa para forjar una amistad.
Se limitaban a darse los buenos días, nada a destacar. Razón por la que el desayuno entre ambas estaba en completo silencio. Si alguien estuviera cerca de ambas, pensarían que ambas mujeres estaban a la espera de la más mínima provocación para desatar una pelea, ya sea física o verbal. Ese no era el caso.
Por tan distantes que fueran la una de la otra, tenían similares puntos de vista, como lo era agilizar los horarios que tenían para hacer sus pendientes. Todo mientras comían con tranquilidad.
—¿Sabes adónde fueron? —fue Amanda la que rompió el silencio, haciendo que Rebecca la viera—. Grace y Luca.
—No lo sé —respondió después de haber ingerido el pedazo de huevo frito—. Usted es la señora de la casa, pensé que lo sabía.
Amanda dio un resoplido, tocándose la cien.
—Cuando desperté Grace ya no estaba, tampoco Luca. Les marco y no contestan. ¿Crees que debamos preocuparnos?
Rebecca se tomó su tiempo antes de responder. Dado que solo eran las dos mujeres que estaban compartiendo los alimentos, decidieron usar la pequeña mesa cuadrada de la cocina.
—El señor Ackerman puede ser impulsivo, pero no haría algo como buscar pelea con alguien que no le haya hecho nada. A menos que tenga un buen motivo, claro. Dudo que tenga motivos para tener algo en contra de Luca —los gestos de inseguridad de Amanda le hicieron querer indagar en lo que la atormentaba—. ¿Ocurre algo?
La morena dudó si era buena idea contarle la plática que había tenido con Grace.
—Es complicado —dijo ensimismada.
—¿Discutieron?
—No es eso —miró su plato casi vacío, luego volvió la mirada a Rebecca—. ¿Alguna vez has estado con alguien por la fuerza, a pesar de que sientes algo por alguien más?
La rubia entendió lo que quería decir. Nunca pasó por lo mismo, pero intuía el motivo de sus tormentos.
—Nunca estuve casada. La única persona que me ha interesado me correspondió —dijo, tratando de ser comprensiva por profesionalismo.
—¿Estuviste enamorada de alguien? —estaba sorprendida de escuchar algo de la mujer mayor—. Nunca pensé que tendrías ese tipo de relaciones. No es por ofender, pero es que nadie que no sepa tu nombre conoce de tu vida personal, además de ser la antigua mano derecha de la señora Ackerman.
—Fué hace mucho tiempo. Ahora es usted la que está en un lío interno —suspiró, no queriendo recordar su primer y último mal de amor, tratando de volver la atención en el problema de Amanda—. ¿Le dijo al señor Ackerman que siente algo por Luca, y ahora tiene miedo de que trate de usar su influencia para hacerle algo malo?
Amanda asintió.
—Prometimos que seríamos sinceros entre nosotros, nada de mentiras. Me preguntó lo que sentía por Luca, no quería mentirle.
—Hay cosas que una mujer debe llevarse a la tumba por un bien mayor al que su marido es incapaz entender —inquirió—. Los hombres tienen dos cabezas, por desgracia casi siempre piensan con la de abajo. Ahora, sumado a que son territoriales, el resultado es evidente.
—Quedamos con que diríamos lo que sentimos —entendió lo que Rebecca trataba de explicarle—. No pensé que fuera a hacer algo malo.
—¿Cómo reaccionó cuando se lo dijo?
—Se lo tomó normal —pensó en las reducidas reacciones de Grace—. Fué demasiado comprensible.
—Permítame preguntarle algo —Amanda le dio el visto bueno—. ¿Pasó algo entre los dos? Me refiero a Luca y usted. —Dio otro bocado a lo que quedaba de su comida—. Le prometo que nada de lo que diga saldrá de esta mesa. No soy nadie para juzgar a los demás.
La joven pensó en las siguientes palabras que usaría.
—Estuve enamorada de Luca desde que antes de entrar a la secundaria —sonrió de la vergüenza—. Casi siempre me acompañaba a todos lados. Cuando quería ir de compras, a la escuela, hasta en las noches cuando me daba miedo ir al baño. ¿Cómo no sentir algo por alguien que nunca me seguía por interés?
—No es la primera señorita que se siente atraída por su mayordomo —comentó Rebecca—. Debo creer que el sentimiento es mutuo.
—Luca nunca trató de cruzar los límites, aunque decía que sentía lo mismo por mí —lo dicho pareció decepcionarla—. Hubo veces que traté de tomar la iniciativa, pero él siempre encontraba una excusa. A veces pienso que lo decía para no hacerme sentir mal. ¿Creés que mentía?
Rebecca sabía que ella quería escuchar palabras de aliento. Algo muy imprudente para alguien que confiaba en alguien con quien apenas interactuaba. Le recordaba a ella, aún así, no se sentía con la obligación de consolarla, pues una parte de ella seguía resentida por haberle llamado puta.
—Si nunca hubo algo que pudiera arruinar su matrimonio, no creo que hubiera tenido necesidad de contarle al señor Ackerman —por tan enojada que estuviera, le era imposible no verse a su yo de joven reflejada en Amanda—. ¿También le dijo que nunca pasó nada? —la joven movió la cabeza de arriba a abajo—. Entonces no hay nada que deba preocuparse. Seguramente está hablando con él para que no tengan problemas. En caso de no ser así, yo hablaré con él.
—¿Harías eso por mí? ¿Por qué?
—Luca no parece ser un mal tipo.
—Es la persona más dulce que he conocido. Jamás haría algo que me lastime.
Ambas escucharon el sonido de una llave abriendo la puerta de entrada. Supusieron que se trataba de ambos chicos, a lo que Amanda se apeó para dirigirse a ellos, topándose con el par que parecían actuar de lo más normal.
—¿Dónde estaban? —preguntó ella, reprochando—. Ninguno respondió mis llamadas.
—Nos quitaron los celulares cuando entramos a la biblioteca —respondió Grace mientras se quitaba el abrigo.
—¿Qué hacían en la biblioteca? —miró a Luca, pero él parecía indiferente al tiempo que le hacía señas dirigidas al pecoso—. ¿Grace?
—Quería estudiar un rato.
—¿Estudiar? —dio unos pasos en dirección a Grace—. ¿Antes de las ocho?
—Ya has hecho cinco preguntas en menos de un minuto —caminó hasta la cocina, siendo seguido por su esposa.
—Quiero saber lo que hicieron
Grace se tomó su tiempo para agarrar un vaso de vidrio situado en la alacena pegada en la parte superior de la pared, servirse agua y beber, siendo visto por Rebecca y Amanda.
—De los creadores de mamá Rebecca —farfulló— tenemos a mamá Amanda preguntándome cómo me fué en la biblioteca.
Quiso subir al segundo piso, siendo obstruido por la castaña.
—¿Todo bien? —preguntó Rebecca.
El chico sonrió maliciosamente.
—Acabo de castrar a tu mayordomo con una patada —la hizo a un lado para alejarse de ambas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro