Trauma
Si las desgracias y la mala suerte pudieran tomar forma, sin duda sería la apariencia de Grace, el chico que yacía atado de pies y manos en el asiento trasero del BMW perteneciente a Rebecca, estando en medio de una moribunda Jesse y la ahora fragmentada Jackie.
—Tu mamá está loca. Sabía que si la provocaba haría algo digno de ella. Pero no pensé que también se cargara a Grecia —dijo Ignacio con su típico tono alegre, quien conducía de regreso al salón de eventos—. Mató tu regalo de bienvenida, culpa mía. Eso me pasa por meterle el dedo en el culo cuando no ha comido ni cogido.
Faltaban unas cuadras para llegar, aunque ninguno de los tres jóvenes lo sabía, en vista de que además de estar atados, tenían una bolsa de tela negra que cubrían sus cabezas.
—La próxima vez tendré más cuidado —farfulló cuando se adentró al estacionamiento del salón, dejando el coche en el mismo lugar de donde lo encontró—. Seguro que no quieres una segunda vez, ¿o si, Edik? Oh, lo siento —su disculpa era falsa—. ¿Cómo quieres que te llame? ¿Grace, o Edik? Es mejor Edik, ¿no? Grace es nombre de vieja —siseó en español— y tú eres machín, creo.
Bajó del auto para abrir la puerta junto a Jesse.
—¿Todavía respiras? —checó su pulso para cerciorarse de que seguía con vida. Contra todo pronóstico seguía respirando—. Con suerte vendrán a tiempo, antes de que mueras de verdad. Tienes suerte que Lucrecia no haya usado sus trucos raros de vudú, brujería, o esa mierda que hace. Bueno, chiquillos. Este es el adiós. Y Edik, no es de mi incumbencia, pero dentro de lo que cabe no me caes mal. De hecho, nadie de ustedes lo hace, pero los negocios, son los negocios. Culpen a Angela por meterse con Lucrecia. Y también a su guardiana por golpearte —Se acercó al pecoso para acariciar su cabeza—. Las cosas se van a poner muy feas. Escoge tu bando. Te recomiendo que busques a Lucrecia. Después de hoy tendrás muchas preguntas, ella te dará las respuestas. No por nada te protegió de Kande cuando le recordaste a su mamá muerta. Si mató a gente cercana a ti fué para mantener las apariencias. Eres el hijo que Trinidad le robó. Por algo masacró a la hermana de Angela y mató a la hermana de Rebecca como venganza por todo lo que las Ackerman te han hecho.
El trío de hermanos no lo veía, pero al momento de cerrar la puerta, Nacho sacó los tres cadáveres de la cajuela que entraron con dificultad. Dos de ellos estaban dentro de bolsas verdes con cierre, exceptuando a Grecia, la cual fue llevada al asiento de piloto para dejar su cara en el claxon que sonó para llamar la atención del personal: en especial a Rebecca.
Rebecca Hamilton.
Habían transcurrido más de dos horas desde que la mano derecha de Angela Ackerman envió a Grace y Meiying por el dichoso pastel. Algo tan sencillo no debía tardar tanto tiempo, por lo que las dudas surgieron dentro de ella, en lo que terminaba los últimos preparativos del banquete.
—Oye tú —llamó al ayudante que hacía su pasantía— vé a la oficina de vigilancia y pregunta si ya llegaron los encargados de traer el pastel.
El chico con problemas de acné asintió al momento de recibir las firmes palabras de Rebecca, yendo a toda prisa de no ser por la repentina aparición de un hombre con uniforme de vigilante que dijo el nombre de la rubia.
—Te llamé con el pensamiento —dijo Rebecca, tapando la inmensa olla de pasta—. A ti te quería ver. Falta media hora para que empiece el evento, dime que ya llegaron.
El guardia de treinta y tantos años no pudo responder al instante. Siquiera pudo tragar saliva por el nudo en su garganta, teniendo escalofríos evidenciados en el sudor frío de su frente. Algo esperado para alguien que debía de dar malas noticias que, en el mejor de los casós; sería despedido sin tomar represalias por su ausencia en las cámaras, en el instante que Ignacio Trujillo acomodó el coche y los cadáveres.
—Vamos al estacionamiento.
La actual encargada de liderar el territorio Ackerman se esperaba una mala noticia que no fuera más allá del evento que organizaban, como ver el pastel hecho un desastre o el auto con alguna abolladura generada por un choque. Ojalá hubieran sido algunas de esas situaciones. Ojalá hubieran sido alguna de esas dos opciones, se dijo a si misma cuando estuvo delante de la escena.
Ver el cadáver de Grecia evocando el sonido del claxon le hizo contraer unas fuertes ganas de dar un quejido por la conmoción, ya que hace unas horas —por la mañana— había desayunado en la misma mesa que ella. Al instante se percató de la presencia de los otros tres en los asientos traseros. Movió el rostro de Grecia para cesar el sonido del coche, entonces vio la nota pegada al pecho de la castaña por medio de un cuchillo que le perforó los huesos que decía: "a los gitanos se les respeta".
—Prohibe la entrada al estacionamiento —le ordenó al guardia que acató la orden.
No perdió el tiempo cuando Grace comenzó a moverse en su lugar para hacerse notar, a lo que Rebecca abrió la puerta más cercana a ella, quitando la bolsa de primera persona cerca de ella, gritando del susto cuando vió el estado en el que una de las trillizas se encontraba.
—¡Jesse! —por la desesperación y la falta de objetos, fue hasta Grecia para extraer el cuchillo de su pecho y cortar los amarres de sus manos y pies—. ¡Hey! ¿Me oyes? ¡Jesse! —le tomó el pulso, apuradamente y seguía con vida.
Fue hasta el otro par para cortar las cuerdas que los ataban, eso solo le generaba más preguntas que respuestas en lo que el miedo se apoderaba de su juicio. ¿Quién se atrevería a hacer esto? ¿Por qué atacar a gente como los Ackerman? ¿Cuál era la finalidad de todo esto?
Tanto Jesse como Jackie estaban inconscientes, acostadas en el suelo. Grace era el único que estaba despierto, y no dudó en hablar cuando le quitaron la cinta de la boca.
—Trae una caja de primeros auxilios —dijo el pecoso con una voz entrecortada, acercándose a Jesse para tratar sus heridas—. Tráelo rápido. Ya perdió mucha sangre.
—Grace —Rebecca trató de acercarse—. ¿Que pasó?
—¡Que traigas el puto botiquín! —gritó con lágrimas que seguían brotando de sus rojizos e hinchados ojos—. Por favor. No quiero ver más muertes.
En el breve lapso de tres minutos que Rebecca llamó a los médicos personales que atendían única y especialmente a los Ackerman, Grace había hecho maravillas con los primeros auxilios, dado que tenía conocimiento básico, nada destacable. Las heridas superficiales como el rostro fueron tratadas, el problema recaía en las costillas rotas, pues temía que algunos huesos hayan llegado a cortar sus órganos.
—La ayuda viene en camino —masculló Rebecca, yendo a un lado de Grace—. Oye —le habló con tranquilidad—: ¿Quién hizo esto?
El chico volteó a verla, con la mirada apagada.
—Tú... —la señaló para sorpresa de la joven mujer—. Dijeron que era un mensaje para Angela, pero no. Por tu culpa Jesse terminó así, y... —las lágrimas volvieron a salir cuando recordó lo que le hicieron a la profesora Nazawa y a Meiying—. Mataron a gente inocente. Te sentiste la jefa, y eso nos salió caro. El mensaje no parecía ser para Angela, ella era una excusa. Lucrecia lo envió para ti.
Una incierta corazonada le hizo articular la siguiente pregunta, cuando se enfocó en las dos bolsas verdes a un metro de ellos.
—¿Quiénes están ahí? ¿Dónde está Meiying? ¿Sabes algo de Jill? Ninguna responden mis llamadas.
—Tú me quitas un hijo, y yo te quito una hermana. Es lo que ella dijo —susurró él, dándole a entender que sus intentos por localizar a Jill eran en vano—. Y Meiying... —señaló las bolsas—. Velo tu misma.
No queriendo, fue hasta las bolsas para abrir la primera y, sentir una profunda tristeza cuando vió el cuerpo de Meiying sin vida. No la hizo llorar, pero le afectó saber que la amiga con la que había pasado tantos años estaba muerta.
Caminó hasta el segundo cuerpo, ahí es donde lloró. Ante sus ojos estaba ella, su hermana mayor, quien comúnmente acudía en sus ratos libres. Alguien cercana a ella, la persona en la que más confiaba, la única que podía decirle sus verdades y salir impune.
—No —se negó a creerlo, llevando ambas manos a la boca—. Tú no.
Las penas de Grace y Rebecca frenaron cuando escucharon el sonido de un vehículo que se acercaba, siendo el equipo que la mujer había llamado, llevándose tanto a las dos hermanas inconscientes, como los cadáveres, aunque Rebecca no quería despegarse de su difunta hermana.
—Habla claro —dijo Rebecca—: dime lo que pasó.
El chico le explicó todo lo que pasó. La aparición de Ignacio en el coche que los obligó a él y Meiying a conducir hasta las afueras de la ciudad, la caminata que tuvo con una bolsa puesta, la ira de Lucrecia y los mensajes que le mandó a Angela. Incluso mencionó la revelación que todavía estaba en su cabeza: era hijo de Lucrecia Benedetto.
—Mentira —farfulló Rebecca, incrédula—. Hijo de Lucrecia. No, debe ser una broma de mal gusto. Luego un hijo por una hermana... —se estremeció de pensar en lo que podría pasar con la trilliza raptada—. Jill, debemos rescatarla. Si dice que la tratará como te tratamos, está en peligro.
—Jesse ya pagó por lo que me hiciste —se encontraba estable, pero internamente seguía molesto con Rebecca—. De hecho, todos pagamos por tus actos. Grecia, Jill, incluso Jackie que vio cómo destrozaban el cuerpo de su hermana mientras se llevaban a otra. La profesora Nazawa que no hizo nada, su único error fue tener tu sangre. Y Meiying —vaciló— ella tuvo la mala suerte de subir al mismo coche que yo.
Rebecca hizo amagos por pensar en las probabilidades, soluciones y resultados para salir de un embrollo que, si bien no habían ganancias, pensaba que todo iría peor si no se hacía algo al respecto.
Quizás era la pérdida de su hermana y amiga, o de la reacción que Angela tendría cuando supiera el estado de sus hermanas, pero no había otro camino que no fueran las malas consecuencias.
—Angela te adoptó —siseó, secándose las lágrimas con un pañuelo amarillo—. Pensé que era por lastima o capricho, pero no. Ella sabía que eras hijo de Lucrecia, ¿por qué no me lo dijo? —meditó antes de proseguir, caminando entre círculos que rodeaban a Grace—. Estabas en un burdel, siendo la mascota de las prostitutas. ¿Qué hacías en un burdel? —no esperaba que el pecoso respondiera—. Especialmente: ¿por qué en el burdel donde trabajaba mi hermana? Nada tiene sentido.
—Cállate un rato —dijo Grace, queriendo un momento de silencio—. Si vas a pensar, hazlo en silencio. Mejor no pienses, que todo se va a la verga cuando tomas decisiones.
—Grace —negó—. Tu verdadero nombre es Edik, ¿verdad? —se detuvo frente a él, se puso de cuclillas y lo tomó de la barbilla para que alzara la mirada a ella—. Hace días dijiste que querías hablar conmigo. Por favor, háblame de ti.
—¿Hablar de qué? —apartó la mano de la mujer de forma brusca—. Mataron a tu hermana, secuestraron a Jill, traumaron a Jackie y medio matan a Jesse. Las mujeres que debías proteger. Tienes cosas más importantes que pensar en vez de preguntar por mí. ¿Cómo crees que reaccionará Angela con todo esto? Con suerte y te deje vivir, después de romper cada parte de ti.
—Tú eres la clave —respondió—. Falta algo, pero no sé lo que es.
—Eso si —rió por lo bajo, sin importarle que pareciera un loco—. Falta tu cabeza en una lanza. Creo que Lucrecia lo dejó claro. ¿Que yo soy la clave? Jesse y tú ya lo dijeron; solo soy una falla en todo esto.
—Dijiste que tú mamá dejó un mensaje para mí. En parte es así, pero no del todo —filtró el aire en sus pulmones—. Si el mensaje era para mí, solo hubieran matado a Miyuki, y a lo mucho hubieran hecho lo mismo con mi otra hermana. Pero mataron a Grecia que no tenía nada que ver, a Meiying por estar en el lugar equivocado —le dolía hablar de ellas, pero no lo mostró—. Se metió con las Ackerman. Algo aquí apesta.
—Apesta tu manera de tratar a la gente —Grace le escupió la cara en un arrebato desesperado por callarla—. De pronto me hablas con respeto, ¿por qué? —se levantó cuando la furia se apoderó de sus pasiones—. Ahora resulta que me hablas como una persona normal cuando antes te daba asco estar cerca de mí. ¿Es porque soy hijo de la mujer que mató a tu hermana? ¿Porque según tu ahora tengo valor? ¡Vete a la mierda! ¡Me cago en tu moral! No digo que me cago en tus muertos porque sería insultar la memoria de la maestra Miyuki. Ella no merecía morir, debiste ser tú.
Ella tampoco estaba en las mejores condiciones, sin embargo, hacía todo lo posible por mantener la compostura. Las palabras y el escupitajo del chico la hicieron enojar, pero el remordimiento era más fuerte, tanto que ella misma reconoció merecerlo.
—Así es —se apeó— soy una narcisista que juzga a todos por lo que son por fuera. También soy una idiota, soberbia, impulsiva. Todo lo que quieras —suspiró—. Si alguna vez pensaste que me arrepentiría de lo que hice, aquí estoy.
—¡Esa es la peor pendejada que he escuchado en mi miserable vida! Ahora estás arrepentida —sus palabras eran amargas, llenas de veneno—, todos los hacen cuando pierden algo importante. Pero tú no mereces arrepentimiento. ¿Tratas de pedirme perdón, o quieres que sienta empatía por ti? Eres patética. Peor que yo.
—Tu perdón no me sirve ni para limpiarme el culo —acortó la distancia entre ambos—. Tu ayuda es lo que me sirve para hacer algo que de verdad valga la pena.
—¿No entiendes que la virgen se caga en sus calzones cada vez que quieres hacer algo? —la empujó para tener su espacio—. No hay nada que puedas hacer, o supuestamente tu: ¿qué harás cuando sepas quién soy?
No respondió al instante.
—No lo sé —apretó ambos puños— pero por algo se empieza.
—Primero preocúpate por sacar el evento que está a punto de empezar —le recordó que estaban a nada de iniciar una fiesta—. Comienza con terminar lo que empezaste. No dejes que los esfuerzos de Meiying y las personas que están arriba, quienes se han roto la espalda por ti sea en vano. Hazlo por Meiying. Yo me voy a casa, si es que el lugar en donde duermo se puede llamar así.
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