Todo sea por el deber: parte uno
—¿Nunca te han dicho que las mejores cosas son las que se planean de último momento? —preguntó Grace.
En un principio iban sin una dirección en específico, en vista de lo temprano que era para ir a la plaza comercial donde abrían después de las ocho. Por desgracia faltaban cuarenta minutos para cumplir ese plazo.
—No me gustan los problemas —refutó ella—. Nos acabamos de meter en uno. Luca me va a matar.
Grace despegó una mano del volante, tomó el celular del bolsillo, marcando al número de Angela para ponerlo en altavoz, no sin antes estacionarse en la orilla de una calle desolada para evitar cualquier reclamo de su esposa al manejar y atender una llamada al mismo tiempo.
—¡¿Estás loco?! —clamó Amanda—. Sabía que no era buena idea confiar en ti.
Angela contestó después de seis segundos.
—¡Buenos días! —anunció Grace, idéntico a un excelente vendedor—. ¿Cómo amaneció mi persona favorita?
—Sería bueno si hubiera dormido, pero no —bostezó la mujer en el teléfono—. Tienes un día de casado y ya pusiste a los Croda de cabeza.
La cabeza de los Ackerman sonó demasiado relajada, caso contrario a Amanda que tenía el corazón a punto de llegar al paro cardíaco.
—Somos unos recién casados queriendo remodelar su casa a gusto —dijo Grace—. ¿Hay algo mal con eso?
—Por si no lo sabes, hay un conflicto con el sur que les impide salir sin gente que los pueda defender.
—¿Desde cuándo alguien como yo necesita gente que me defienda? —carraspeó—. Es solo un paseo.
—Desde que te casaste con esa linda señorita. Si quieren salir, lo harán en compañía de Luca y Rebecca, entiende que tu vida no es la única que está en juego. ¿Por qué tanta insistencia?
—Queremos amueblar la casa —respondió—. Solo iremos a la plaza.
—Pueden comprar todo por internet sin salir de casa.
—Preferimos hacer las cosas a la antigua —sonó relajado mientras miraba a Amanda, quien seguía tensa por la situación—. Así aprovechamos para conocernos mejor. No es como si vayamos a robar un banco, o queramos matar al presidente. Solo seremos dos personas queriendo comprar las cosas del hogar.
—¿Los otros dos se dieron cuenta cuando salieron? —lanzó una segunda pregunta al cabo de diez segundos de absoluto silencio.
—Solo un poco —simuló una alegría que escondía su malicia para hacer las cosas.
—No tienes remedio —bufó—. Bien. Le diré a Rebecca que no los vaya a buscar, solo si prometes quedarte en la plaza comercial.
—Trato hecho —aceptó de inmediato.
—¿Escuchaste, Grace? No quiero sorpresas, ya no estás por tu cuenta. Tienes a una niña muy valiosa a tu lado, será mejor que la cuides antes que otro lo haga por ti. No la metas en problemas.
—Tienes poca confianza en mí.
—¿La niña está junto a ti?
—Escuchó cada palabra. Estás en altavoz.
—¡Hola, querida! —saludó Angela—. ¿Qué tal tu primera mañana junto a mi hermanito?
—Buenos días, señorita Ackerman —respondió cortésmente—. No tengo quejas. En un momento iremos a desayunar.
—Grace tiende a convencer a las personas de hacer cosas que no quieren, así que entiendo que lo hayas seguido a la fuerza. A veces puede ser insoportable. Se necesita de mucha paciencia para estar con él —sopesó con cansancio—, pero a pesar de todo no es un mal muchacho. Seguramente no será la primera vez que te arrastre a situaciones como esta. Eres libre de frenarlo cuando quiera cruzar la linea. Te lo encargo mucho. Tengo fé con que puedan hacer buena pareja.
—No se preocupe —le devolvió la mirada a Grace, dando a entender que también tenía autoridad en la toma de decisiones—. Le garantizo que no tendrá rienda suelta.
Amanda era delicada para comer, puesto que consideraba los desayunos tan sagrados como un religioso asistiendo a la misa de los domingos. Por lo que Grace no tuvo de otra más que llevarla a comprarse un conjunto de ropa adecuada y despedirse del glamuroso vestido con tacones. Nada destacable, solo unos pantalones holgados y una polera cuatro tallas más grande que opacaban su voluptuosa pero trabajada figura, dejándose el abrigo que la protegía del frío.
«¿Si le digo que parece vagabunda con esos trapos que salieron caros?» pensó Grace.
—¿Qué quieres comer? —preguntó Grace.
—No lo sé —respondió ella—. ¿Adónde me vas a llevar?
No era la primera vez que Grace se enfrentaba a la adversidad prominente de una chica a la espera de una iniciativa de su parte.
Se detuvo en medio de los constantes puestos, tanto de comida rápida donde solo despachaban los alimentos para que el consumidor usara las mesas al costado. También estaban los pequeños restaurantes que abarcaban de dos a tres locales con sus propias mesas. Miró a la chica que parecía interesada en entrar a uno de los restaurantes más reservados. Ni mas ni menos que una sucursal de Grillo's, la cadena alimenticia de su madre.
—¡Oh, mira! —dijo en un tono alegre, fingiendo que no prestó atención a las intenciones de su esposa—. Un Grillo's en miniatura. ¿Tendrán el mismo sabor que el restaurante del centro?
—No lo sé —respondió ella—. Creo que es nuevo porque nunca lo había visto.
—Vayamos a ver si la calidad es la misma —la tomó de la mano, dirigiéndose a la sucursal—. Será divertido, canelita.
La atención al cliente no parecía distinta a la que se daba en el restaurante principal, siendo recibidos en la entrada por la recepcionista situada a un costado de la puerta de cristal templado junto a un orador. En un principio les dieron la mala noticia de que faltaba un lapso de treinta minutos para abrir, pero al ver la tarjeta dorada con el nombre del pecoso, no dudaron en darle la mesa que ellos querían.
—Eso fue raro —musitó Amanda, confundida por el rotundo cambio del personal—. Por tan importante que seamos, nosotros no tenemos el poder de mi mamá o tu hermana para hacer que nos atiendan.
Grace omitió que era hijo de la dueña para seguir manteniendo las apariencias, lo que le trajo confusión por pensar que su verdadera identidad era un secreto. Lo que no contaba era con que los trabajadores de la gitana eran más que simples cocineros y meseros. Estaban capacitados para defenderla, incluyendo a su primogénito. Por ende, estaban al tanto de quién era debido a Lucrecia.
—¿Qué más da? —se alzó de hombros—. Mejor para nosotros. Qué pereza esperar media hora.
—Sácame una duda —dijo la morena, moviendo la taza de café que les trajeron junto a unos panes como entrada.
—Pregunta lo que sea —Grace dio el visto bueno con una pequeña mueca que figuraba seguridad—. Si tengo la respuesta, con gusto responderé.
—No es un secreto que la señora Benedetto no se lleve bien con tu hermana —acotó, siendo lo mas discreta que pudo—. Se humillaban cada vez que podían, incluso, mamá dice que casi llegan a los golpes. Pero de pronto llegaste y todo el odio que se tenían desapareció. Me sorprendió ver que la cena de ayer fue en Grillo's. Ahora venimos aquí y nos atienden como si fuéramos ¿qué? Parientes de la señora Benedetto.
—Esas dos son un enigma que ni yo he podido descifrar —siseó—. Nadie sabe lo que pasa por la mente de esa gitana. ¿Y qué decir de Angela? A veces te ama como la última soda del desierto, a veces te trata como si fueras un mojón flotando en el inodoro de un baño público.
—¿Lo ves? —cuestionó al tiempo de tomar una pieza de pan y remojarla dentro del café—. Te diriges a una mujer casi o igual de importante que mi mamá con toda confianza. De la señora Ackerman lo creo, pero de la señora Benedetto...¿Hay algo que no sepa?
El chico tardó en contestar.
—Prometimos sinceridad ante todo —Amanda fue rígida al interrumpirlo—. Piénsalo dos veces antes de hablar.
—Eres más insistente de lo que pensé —estaba satisfecho con la persistencia de la joven—. Hay unos temas que por el momento no debemos tocar. Te lo diré cuando estés lista, todo a su tiempo.
—Eso no responde mi pregunta. Quiero respuestas, debo saber quién es la persona con la que pasaré el resto de mi vida.
—También hay cosas que desconozco de ti —en ningún momento deshizo la conexión de miradas, siendo igual de quisquilloso que ella—. Dime si miento.
Amanda no supo cómo responder.
—El silencio también es una respuesta —dio un sorbo de su café sin azúcar—. Por el momento quedamos a mano. Ninguno de los dos miente. Sabremos todo de nosotros cuando lo tengamos que saber. ¿No?
Ella asintió.
—Una cosa más.
—Te escucho.
—¿Sientes algo por Rebecca Hamilton?
—Es la hermana de alguien que me apoyó cuando no tenía a nadie.
—¿Te refieres a la difunta profesora Nazawa?
Mencionar a la asiática evocó los malos recuerdos que vivió cuando Lucrecia mató a Miyuki, pero no dejó que la melancolía tomara el protagonismo de sus emociones.
—Rebecca es el único recuerdo que tengo de ella —se aferró al escape que tuvo, aprovechando que Amanda desconocía de su pasado con Jessica.
—Lamento lo que le pasó, era una excelente maestra, de las pocas profesionales que el instituto tenía. Malditos sean los delincuentes del sur que le hicieron eso —terminó su bizcocho y esperó a ingerirlo para decir—: recuerdo que te llevaba de oyente a las clases de universidad. Ella no le regalaba su tiempo a cualquiera, seguro veía algo en ti. Quizás no lo habías notado, pero muchas veces tú y yo estuvimos en el mismo salón, aunque en ese tiempo no sabías quién era.
—Gracias a "sensei" puedo decir que soy el mejor de mi clase, aunque esté en el peor de los grupos.
—Otra cosa que me intriga —su forma inquisitiva no lo dejaba respirar—. Eres un Ackerman, alguien de prestigio. Estudiaste en un convento de Quito, ¿cómo terminaste rodeado de la peor escoria del instituto?
—Angela quería que no llamara la atención —respondió—. Dijo que ya era mucho con que todos supieran que tenía un hermano menor.
—No tiene sentido —Amanda siguió indagando—. Si lo que buscaba era discreción, lo mejor hubiera sido colocarte en un grupo regular. Con tenerte en una pocilga como el grupo F trajo polémicas y desprestigio para su casa. Se supone que eres el quinto hermano, el único hombre de tu familia. El que le dará tu apellido a tus hijos... Nuestros hijos. ¿Por qué hacerte pasar por un mediocre?
—Te digo —suspiró por lo cancino que estaba de tantas preguntas—: Angela es una caja de sorpresas.
—Eres igual a ella —relajó su mirada—. Admito que te juzgué mal.
—Todo el mundo lo hace —hizo un ademán con la mano, tomando un porte elegante—. Piensan que por estar rodeado de inútiles soy igual a ellos.
—No me puedes juzgar —trató de justificarse—. Ponte en mi lugar y piensa que estarás casada con alguien de dudosa procedencia. Te he vigilado desde lejos. En tus primeros días parecías un deprimente que estaba alejado de la realidad. Luego te involucras con Grecia Pinkman, te escapas de clases y haces de las tuyas. ¿Cómo te sentirías si yo fuera alguien con tu misma actitud en ese entonces?
—No te preocupes, canelita —sonrió, cruzando las piernas y apoyando en mentón en la mano recargada sobre la mesa—. Me gusta ser subestimado. Así no tengo los ojos del resto, y por consecuencia: nadie espera nada del vago que creen que soy.
—Eres más astuto de lo que pensé —las acciones de Grace ocasionaron más interés en saber acerca de él—. ¿Quién eres, Grace Ackerman?
—Soy tu esposo —dio un segundo trago a su café—. Ahora, cuéntame de ti. ¿Quién es Amanda Croda? Perdón, quiero decir: Amanda Ackerman. Ahora hablemos de ti.
Pronto, el mesero encargado de atenderlos trajo los alimentos que pidieron. Un par de huevos y fruta para Amanda, y un sándwich con doble queso para Grace. El silencio se apoderó cuando empezaron a comer, y así continuó hasta que abandonaron el lugar donde no tuvieron que pagar un solo centavo. Entonces más preguntas surgieron en Amanda, ensimismada acerca de lo importante que su esposo podía ser.
—¿Puedo hacerte otra pregunta? Después responderé lo que pueda.
—La acabas de hacer —rió—. Te escucho, canelita.
—¿Eres pariente de la señora Benedetto?
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