Todo sea por el deber: parte dos
Los pendientes del hogar eran tantos que no se dieron cuenta de lo tarde que era —medio día—, en vista de lo requerido como lo eran las vajillas, muebles, aparatos eléctricos.
—Claro que nos llevaremos a Filomena —justo era lo que la pareja discutía.
—Es ridículo —replicó Amanda—. Quiero el normal.
Grace y Amanda discutían acerca del modelo de inteligencia artificial con el que se llevarían a casa, dado que él chico quería la versión con forma de patito. No obstante, la chica quería la versión circular para evitar tanta extravagancia infantil.
—¿Odias a los patos? —preguntó él sin exaltarse.
—No eres un niño —contestó, cruzada de brazos—. Deja de ser tan inmaduro. Haces que pierda la estima que te ganaste de mi.
—Eres tú la que está muy amargada. Lo resolveremos a la antigua —acotó Grace, sacando una moneda de aspecto peculiar del bolsillo. Misma que le dio Lucrecia en el fatídico día de haber perdido a Miyuki—. Si cae cuervo blanco, nos llevamos la que quieres, y no te llevaré la contraria por el resto del día. Si cae cuervo negro, nos quedamos con Filomena.
—Hasta le pusiste nombre —vaciló, con la vergüenza a tope debido a discutir frente al empleado que los atendía—. Ya me diste tu palabra —aceptó el reto.
El retraso que tenían pese a llevar alrededor de tres horas comprando se debía al constante choque de gustos que ambos tenían a la hora de amueblar su hogar. Mientras Grace se decantaba por gustos menos opacos, así como peculiares y llamativos; Amanda era más elegante y poco llamativa, tomándose las cosas con seriedad. Eso no significaba que Grace tuviera mucha influencia en las compras, simplemente daba su punto de vista ante las dudas de Amanda.
Se notaba con la selección de muebles oscuros de terciopelo escogidos por ella, y los tapetes verdes neón que Grace seleccionó. Dichas discusiones llevaban aproximadamente treinta minutos por no llegar a un punto medio.
Al ver que el debate de quién debía escoger el estilo de las cosas podía terminar con una moneda, ella no dudó en aceptar la apuesta del pecoso que lanzó la moneda al aire, la cual atrapó con ambas manos.
—¿Preparada para perder? —preguntó con una confianza reflejada en la manera tan llevadera pero gomosa de hablar.
—Déjame ver —dijo para que expusiera la moneda—. Todavía nos falta mucho por recorrer.
La victoria de Grace trajo una serie de gestos contraídos por parte de Amanda, cuya derrota le hizo estar al margen acerca de las pocas cosas que Grace escogía —algún adorno de mesa, muñeco de colección o la consola de videojuegos— para entretenimiento propio, ya que ella seguía siendo la que tenía mayor elección.
—¿Por qué te gusta llevarme la contraria? —cuestionó Amanda, con una mueca de disgusto—. No podemos comprar algo sin que le pongas peros a mis decisiones. Se supone que estás para apoyarme, no para contradecirme frente a los demás.
—Relájate, canelita —contestó Grace, animado por su victoria—. Solo escogí a Filomena. Técnicamente estamos arreglando la casa a tu gusto. Mamá siempre decía que por ley no estipulada, es la mujer quien debe decidir la remodelación del hogar.
Para no cargar con tantas cosas en un carrito de compras por toda la plaza, estacionaban los carritos llenos en un punto especializado para las compras extremas como era el caso.
—Deja de decirme así —se quejó del apodo que comenzaba a ser primordial en el diccionario de Grace—. No me gusta.
—¿Por qué? Si eres una hermosa canelita que opaca un jardín de rosas con espinas —siguió el paso de la chica al compás de llevar el cuarto carrito de compras—. Los apodos no se hicieron para agradarle a las personas.
—¿En dónde está el botón para callarte por un momento?
—Te lo diría si no estuviéramos en público —tronó los labios—. ¿Cuál es la siguiente parada?
Aparcaron el carrito junto al resto para abandonar la zona de supermercado para subir de planta, el lugar de moda. Un medio que Amanda tenía guardado cual comodín que pensaba usar al finalizar con las compras del hogar, de no ser por estar agobiada de pasar por tantos pasillos. En unos años atrás pensaba que decorar su propia casa sería algo divertido, nada que ver con la realidad.
—Volvemos por más ropa —siseó Grace entre dientes, deleitado con la sonrisa divertida de Amanda.
La joven mujer estaba confiada al creer que por fin aburriría a Grace, ya que era lenta para escoger ropa. Se adentró en la tienda que catalogó como su favorita después de tantos años comprando en el mismo lugar.
—Casa nueva, vida nueva —eran pocas las veces que la chica sonreía, esa era una de esas—, ropa nueva.
—Interesante —a comparación de lo que esperaba, el pecoso tomó asiento delante del probador desocupado—. Modela para mí, querida.
Ella se sorprendió, dado que en la mayoría de las veces que visitaba la tienda solía estar llena de hombres que acompañan a sus parejas por obligación, incluyendo a Luca Barbato. El mayordomo que era retenido por horas para darle su punto de vista acerca de los tantos conjuntos que ella compraba. Denotar el entusiasmo de Grace era nuevo para ella.
—¿Por qué estás feliz? —preguntó con una mano en la cintura—. Estaremos mucho tiempo, y te aseguro que soy lenta para ir de compras.
—Hace tres horas que lo noté —contestó, cruzando las piernas, de porte elegante—. Vamos, muéstrame tus mejores gustos.
La morena se perdió entre los tantos mostradores para llevar un aproximado de tres prendas para iniciar, siendo saludada por las vendedoras que reconocieron a una de sus mejores clientas. Ofreciéndoles café al dúo que parecían preparados para llevarse el resto de la tarde en la tienda, siendo atendidos por la persona encargada. Alguien que Amanda consideraba como una amiga después de los años de conocerla.
—¿Un Ackerman? —preguntó la gerente de complexión delgada, mayor que ambos—. Pensé que solo habían mujeres en la familia Ackerman.
—Lamento romper sus ilusiones, señorita... —leyó el nombre de la persona con aspecto de mujer a un lado de él, pegado en la esquina superior de su camisa.
—Gabi —dijo el hombre que mayormente era confundido por una mujer, gracias a su cambio de género—. Gabi Da'Silva. Encantada de conocerlo, señor Ackerman.
—¡Por favor! Para usted soy Grace —dijo cordialmente—. Toda amistad de mi hermosa canelita es amigo mío. —Supo que era hombre gracias a la experiencia ganada al estar rodeado de mujeres. Evitó cualquier inconveniente, así que se dirigió a él como si de una dama se tratase.
—¿Su canelita? —la confusión se notaba en Gabi.
—Es la primera amistad que conozco de mi esposa —estrechó la mano de Gabi.
—¡No me diga! —estaba sorprendido del estado civil de Amanda—. No sabía que Amanda estaba...
—¿Casada? —rió—. Son gustos que dan sustos.
—Si no es mucha molestia, ¿cuánto llevan de casados?
Simuló pensar el tiempo.
—Menos de lo que se imagina. Si no es mucha molestia, me gustaría pasar tiempo de calidad con ella.
Ella entendió que el pecoso la estaba corriendo de su espacio.
—Avísenme si necesitan algo, ¿okey?
La castaña oscura salió del probador después de diez minutos, quien seguía sin hacerse la idea de que la noticia de su casamiento se difundiría en poco tiempo. Le avergonzaba, algo común después de conocer las distintas facetas de Grace.
—Di-vi-na —susurró él, de modo que solo ella pudiera oírlo—. Una vuelta, por favor.
Ella hizo caso al mostrarle cómo se veía con el mono negro que ocultaba su figura trabajada.
—¿Qué dices?
—¡Aprobado! —exclamó Grace, alzando el pulgar—. Ahora ponte que destaque tu cuerpo.
—No me gusta la ropa ajustada.
Se rehusaba a confesar que contaba con ciertos complejos debido a las constantes críticas recibidas por sus padres, todo por su adicción al ejercicio que le hizo ganar una considerable masa muscular. Para ellos era un pecado que una señorita de la alta alcurnia tuviera un cuerpo que sobrepasaba el exceso, todo gracias a los pensamientos ortodoxos con los que fueron educados. Incluso Luca le aconsejaba limitarse a no excederse con el trabajo que tantos años le costaron para verse en forma.
—¡Tonterías, canelita! Sería un delito no relucir un cuerpo tan envidiable como el tuyo —clamó—. Anda. Quiero verte con todo tipo de ropa.
—¿Por qué tanto interés? —quiso disfrazar sus liosos pensamientos negativos, pero Grace era excelente con desenmascarar a las personas.
—¿Por qué? —pero Grace era excelente con desenmascarar a las personas—. Verte de todas las formas me hará convencerme de que no estaría mal entregar mi juventud a tu lado?
—Estás siendo muy intenso —comentó ella, viendo que Grace se apeó para ir a la sección de ropa deportiva.
No sabía si era por causa de su madre adoptiva, o las tantas veces que acompañó a todas las mujeres del antiguo burdel de Jessica para hacer de crítico. Incluso era capaz de calcular la talla de Amanda.
—Si te pruebas esto —le ofreció las dos prendas en sus manos— prometo que te dejaré remodelar el resto de la casa a tu gusto.
Ella lo pensó. Rodeó la tienda con la mirada, notando que el lugar estaba completamente vacío.
—¿Las cosas se harán como yo quiera? —alzó una ceja como siempre lo hacía cuando había algo de su interés en juego.
—Lo que tú quieras. Ahora... —estuvo alegre de cumplir su cometido—. Lúcete.
Regresó a su asiento cuando Amanda se adentró al probador. Asimismo se preguntó la razón de tanto capricho por su esposa. ¿Era por su gusto de hacer que las personas hagan lo que no quieren? ¿Saber que no tenía de otra, salvo obligarse a sentirse completamente atraído por la chica para cumplir su promesa de ser un marido leal? ¿O simplemente cedió a los atributos de la chica que, para sus fetiches ocultos soñaba con una mujer adicta al ejercicio? Existían tantas posibilidades que prefirió aceptar todas.
—Lo sabía —dijo, satisfecho por los resultados de su elección—. Canelita, no sé por qué te empeñas en ocultar todo eso.
—A saber —se sentía incómoda, como toda persona que prueba algo nuevo—. ¿Qué tal?
Grace hizo señas para que Amanda diera una vuelta, luego de admirar sus brazos tonificados por el top que exponía ambas extremidades y el abdomen marcado. Al ver su retaguardia evidenciada por la tela pegada a su piel por el pantalón corto no pudo seguir conteniendo los continuos pensamientos pervertidos acrecentados por las ganas que tenía de tener relaciones intimidad. Sintió ese cosquilleo que le generaban las veces que veía vídeos para adultos, o las noches que paso junto a Rebecca, quien mayormente dormía desnuda.
—Bien —se abstuvo de soltar un comentario subido de tono—. Te queda lindo.
—¿Es todo lo que vas a decir? —estaba insatisfecha de recibir una respuesta corta, comparada con las antiguas observaciones—. Me obligaste a usar esto, ¿solo para decir que está bien?
—Me has dejado sin palabras —mantuvo una actitud respetuosa—. Deberias llevarte más de esos.
—¿Para qué? —los ánimos que tenía al entrar a la tienda se habían esfumado—. No compraré algo que estará guardado para siempre.
—¿No te gusta lo que escogí?
—No estoy acostumbrada a enseñar tanto.
—¿Puedo saber por qué?
Vaciló.
—No me siento muy cómoda...
—Pero te gustaría.
Aceptó que quería, después de tanta insistencia.
—Entonces ¿cuál es el problema?
—A mamá no le va a gustar que use esto en la calle —dijo decepcionada por su realidad.
—Escucha —volvió a pararse, acercándose a Amanda—: sonará cruel lo que voy a decir, pero ya no eres una Croda. Tu apellido es Ackerman, mi querida suegra ya no tiene poder sobre ti. Nueva casa, nuevas cosas, nueva ropa, nuevas reglas.
—No conoces a mamá. Si ella dice que algo es azul aunque sea rojo, todos decimos que es azul —puso una expresión afligida y molesta a la vez—. Siempre ha sido así.
—¿Y qué hay con lo que yo digo? —la tomó de la barbilla para que alzara la visita—. Ya estás grande como para dejar que tú madre decida lo que quieres ponerte. Tienes veintidós años, comienza a tomar tus propias decisiones que ella no estará controlándote para toda la vida. —Dejó la seriedad para seguir sonriendo—. Ahora, que siga la pasarela. Recuerda que nos faltan más cosas para la casa.
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