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Solo para quienes lo merecen

Ellos no estaban al tanto de que eran los últimos en llegar, pese a que los habían citado a las diez de la noche. Por lo que, con toda tranquilidad tomaron el paraguas para bajar del vehículo y cubrirse de la nieve e ir al elevador cercano a la recepción —ya que tenían diez minutos de sobra—, tomar el elevador que los llevó al tercer piso.

—¿Estás nervioso? —preguntó Rebecca al percatarse de los temblores en las manos del chico.

—¿Se nota mucho? —respondió con otra pregunta, sin poder ocultar su inquietud.

—Hemos pasado por cosas peores, deberías estar acostumbrado —siguió al pecoso por detrás para masajearle los hombros—. Te has visto cara a cara con Nacho y Lucrecia. Un compromiso no debería ser para tanto. Yo debería estar así, recuerda que mi pellejo depende de lo que se decida después de la cena. Ganemos o perdamos, solo yo perderé de verdad.

—Tenemos. Si uno cae, el otro también cae—dio media vuelta para mirar a la rubia—. ¿Cómo es la mamá de Amanda?

—Imagina a una mujer con las caderas de Lucrecia y la cara de Angela. Ahora súmale la locura de una, y la frialdad de la otra.

—La fusión de ambas, mierda —rió por el pánico evocado—. Estamos jugando en el modo locura absoluta. De otro modo el partido no sería justo.

—Tranquilo —dijo ella—. Estoy aquí para salvarte en caso de verte contra las cuerdas.

—Si haces algo como eso, Angela y Lucrecia te van a querer callar.

—Que les den por culo a las dos —afirmó con seguridad—. Ahora estoy contigo, ellas ya no tienen poder sobre mí. Lo acabas de decir.

Grace sonrió.
—Cierto, cierto. Tenemos algo de ventaja, aprovechemos eso.

Caminaron hasta llegar a la puerta al final del tenue pasillo gótico, custodiado por un guardia que parecía ser mucho más alto que Rebecca, robusto, sin ápices de amabilidad.

—Buenas noches —saludó Grace al pasar de largo, pero se detuvo cuando el hombre se puso en medio de Rebecca.

—Es solo para invitados —dijo muy cortante.

—Ella viene conmigo —contestó Grace, siendo ignorado.

La mujer se encontraba en una situación donde no le convenía provocar una pelea.
—Está bien —masculló— aquí te espero.

Grace tomó la acción del guardia como un insulto, por lo que se interpuso entre ambos, tenaz a la hora de mirar al hombre corpulento como si fuera inferior a él.

—Dije que ella viene conmigo.

—Son órdenes de madam Benedetto.

—Dije... —dio un paso al frente para encararlo—: ella viene conmigo. ¿Tengo que repetirlo una cuarta vez, gorila? ¿O te hablo con señas de mono para que tu diminuto cerebro de mierda pueda entender unas simples palabras, cornudo chupa vergas?

El hombre de rasgos europeos se contuvo de reaccionar agresivo, pues sabía quién era Grace.
—Tengo órdenes.

—Bien —suspiró—. Becca, nos vamos.

La rubia estaba descreída del actuar del chico, pues, con el mismo porte decidió regresar al elevador de no ser por el hombre que lo tomó del hombro.

—Lo están esperando —se sintió con la autoridad de adentrar al pecoso por la fuerza, ya que Lucrecia le había advertido que algo como eso podía pasar—. No se puede ir.

Aprensiva, la rubia actuó al instante de ver cómo Grace era jalado por la fuerza bruta del hombre para interceptar su muñeca con unos golpes en lugares sensibles para safarlo, instante que el pecoso aprovechó para propiciar tres rodillazos en los testículos del hombre, haciendo que se doblegue y terminar con arremeter su garganta con simultáneos golpes con los nudillos.

—¿Qué carajos te has creído, pie grande? —vomitó sin dejar de agredirlo—. En tu puta vida me vuelves a tocar, carne de cañón. Si esto no te mata, volveré para darte el tiro de gracia.

Al poco tiempo llegó la anfitriona del lugar para evitar que el pecoso ahogado por la ira desviviera a uno de sus guardias de confianza.

—¡Grace! —había visto lo que pasó desde la lejanía—. Suéltalo.

El chico no obedeció al instante, pues no se encontraba satisfecho, en parte por su falta de autocontrol, en parte por la influencia de Gula. Hasta Rebecca consideró que era suficiente castigo.

—Es suficiente, señor Ackerman —la mujer más joven apartó al chico del hombre con dificultad para respirar.

La pelirroja estaba colérica, pero dentro de lo que cabía, presenció lo que su hijo era capaz de hacer.
—¿Qué crees que haces, niño? —cuestionó mediante un susurro.

—Practico lo que me enseñaste cuando golpeaste a Jesse —su lengua era venenosa, ya que sus palabras tenían resentimiento—. Con suerte vivirá. Apuesto que si. Mira a Jesse, le hiciste cosas peores y ya está en recuperación. Ese gorila tiene la piel gruesa, seguro que no lo maté.

Rebecca creyó que era un mal inicio de presentación por parte del pecoso que, despectivo, tomó a Rebecca de la espalda baja, haciéndola pasar.

—Solo estamos los invitados —a comparación del guardia, Lucrecia tomó al chico del hombro, siendo más gentil, pero con las mismas intenciones de frenarlo—. ¿Qué mierda te pasa?

—Rebecca es de máxima confianza. Todo lo que se diga aquí, ella lo sabrá —sonrió—, todo.

—¿Que pasó con eso de ser hombre de una sola mujer?

—Ella y yo no tenemos ese tipo de relación. Es mi guardaespaldas, consejera y eso.

La gitana reprimió su ira en una falsa sonrisa.
—Abrázame para que todo parezca un malentendido.

El chico obedeció mientras susurraba al oído de su madre:
—Ustedes decidieron el compromiso, y estoy de acuerdo con cumplir mi deber, pero a cambio tengo unas condiciones. Una de ellas es que nadie puede tocar a Rebecca. Ella es el último recuerdo que tengo de Jessica, no dejaré que me la quiten.

Ambos Benedetto se acercaron a la única mesa del salón, donde tres personas estaban a la espera, alcanzando a Rebecca que estaba a nada de llegar.

—Dijeron a las diez, pero todos están aquí —dijo Grace, contando a los presentes.

—Por lo general llegamos veinte minutos antes de lo acordado para evitar retrasos —habló Amanda—. Es educación general.

—¿Ah, si? —tomó el asiento en medio de Angela y Lucrecia de la mesa redonda, teniendo a la morena de frente—. Lo tomaré en cuenta para futuras reuniones.

—Debemos trabajar en eso —aseveró la chica de pelo corto—. Pareces distinto a cuando te vi en la escuela, ¿llevas una doble personalidad?

—Ya se conocen —siseó Angela que omitió su enfado de ver a Rebecca en el restaurante—. Eso facilita las cosas —miró a Grace—. Hermano, ella es Amanda Croda. Hija única de Monserrat Croda.

—Mi futura esposa —sonrió, terminando la frase de Angela, sin despegar la mirada en Amanda—. Ya me lo hizo saber.

—¡Qué alegría ver que todos se llevan bien! —clamó Lucrecia.

—Se supone que sería una cena entre familia —Angela volvió a tomar la palabra— pero Monserrat tuvo unos imprevistos. Así que ocuparán la noche para conocerse mejor. Nosotras nos retiramos.

Tanto la pelinegra como la gitana se levantaron de sus asientos, dispuestas a irse, con Angela teniendo la intención de llevarse a Rebecca.

—Antes que se vayan, quisiera comentarle algo, señora Ackerman —acotó Amanda.

—No tengo hijos para ser una señora —rió—. Bueno, si cuento mi edad y a Rebecca, supongo que dejaré pasar esto. ¿En qué te puedo ayudar?

—Mamá y usted planearon todo —respiró—. No me opongo a un matrimonio con su hermano. Pero, así como le dije a mi madre: tengo algunas demandas que les agradecería atender en tiempo y forma. Ya lo hablé con ella, me dijo que estaba bien siempre y cuando usted estuviera de acuerdo.

—Oh, vaya —ya se lo esperaba—. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Número uno: su hermano y yo comenzaremos a vivir juntos.

—¿Juntos antes de la boda? —fingió estar vacilante—. Sería mal visto si lo hacen antes de la boda. No lo sé... ¿Para cuándo quieres que vivan juntos?

—A partir de ahora. La casa correrá por cuenta de ustedes —pronunció con firmeza—. Dos: la boda se hará en tres días. Si fuera por mí, traemos a mi madre para que nos case ahora mismo, pero conociéndola, querrá una fiesta digna de los eventos organizados por ustedes los Ackerman.

—Llevo meses hablando con Monserrat sobre la boda. Ya tenemos idea de lo que haremos, pero no hemos movido un músculo. Preparar una boda como la quieren lleva tiempo, meses.

—¿Me está diciendo que la mejor organizadora de eventos del país no puede hacer la boda más grande del año en tres días?

Dicha pregunta fué un golpe en el orgullo de Angela. Lo que pedían era casi imposible, aún si el encargo era para ella. Pero podía solicitar muchos favores, suficientes como para hacerlo realidad. Tenía a los cocineros, meseros, arreglos y decoradores. En cambio, hacerlo requería cancelar eventos que le costaría muchas pérdidas.

—Tendrás tu boda en un día y medio —sonrió para no mostrar una mala cara para aterrar a la chica—. Los Croda no pondrán un solo centavo, pero todo será a mi manera. Así que no te quejes si algo no te gusta, nena. Tendrás cosas de primera calidad. Solo les encargo la lista de sus invitados.

—No esperaba menos de una de las candidatas a la presidencia —miró a Rebecca con cierta superioridad—. Y por último: no quiero putas en mi casa. Si voy a tener un matrimonio será uno de verdad, nada de juegos —devolvió la vista a Angela—, no conozco a su hermano, no es un secreto que no sienta nada por él. Confío que el tiempo hará que sintamos algo entre nosostros. Sé lo que se espera de nosotros, así que estoy lista para hacer que crezcamos como personas y con el tiempo tengamos hijos para formar una familia de verdad. Por eso quiero evitar toda infidelidad. Si voy a darle su lugar, también espero que me den el mío. Esas son mis condiciones.

—Interesante —siseó Lucrecia, con una sonrisa malosa—. Ni las novelas de bajo presupuesto se atrevieron a meter tanto drama. Me gusta...

—La única puta que tendré será la que tengo enfrente —dijo Grace, sereno, pero con una sonrisa igual de pícara que la de Lucrecia.

El comentario hizo que Angela y Rebecca quedaran con los ojos crispados, quienes no esperaban que Grace pudiera comentar algo tan indignante para una joven mujer tan refinada como Amanda.

—¿Perdón? —preguntó Amanda, evidentemente enojada por el insulto.

—No te confundas. Mamá una vez me dijo: a tu esposa la vas a tratar de dos maneras. En la calle será tu reina, pero en la cama tendrás a una perra en celo que te pedirá verga hasta para llevar —respondió Grace—. Hay unos pequeños detalles en tus condiciones que debemos discutir. Comencemos con eso de vivir juntos. Exactamente: ¿Cuántos viviremos en el mismo techo? Porque Becca sí o sí viene conmigo. Supongo que tú doberman te seguirá a cualquier parte que vayas —señaló al acompañante de Amanda, ganándose cierto desprecio por parte de ambos—. Hablemos de eso, cariño.

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