Repuesto
—Una buena esposa —dijo Gula, sentada frente a Grace—. Me sorprende que tu mami no me haya detectado. Se supone que es una bruja de primera, ¿o me habrá ignorado? Mira que debe tener mucho ego para hacer que no existo. La usaré de sacrificio.
Tres de la madrugada, la hora de los demonios. El momento más fuerte para la reina demonio, donde aprovechaba para alardear de su poderío con mostrarle a Grace la manera en la que sus creyentes le rendían culto mediante sus sueños. Razón por la que el chico padecía de insomnio.
Ahora, para desgracia del joven heredero de los Ackerman, tenía un segundo duelo: el compromiso arreglado.
Si bien el chico se había hecho la idea de que sus días estaban arreglados, incluso entendía que en algún momento se tendría que casar con alguien de la alta sociedad, tener una esposa a los veintidós años no lo veía con buenos ojos.
Era joven y quería disfrutar de la soltería, ya que en palabras citadas de Angela: una vez casado, la responsabilidad y el trabajo será lo único en lo que pienses.
—Primero te dan a una niña genérica, después a una linda rubia que duerme desnuda a tu lado, y ahora te prometen una buena mujer —dijo Gula, acercándose a Grace que estaba recargado en el cabecero de la cama—. Todos tienen razón cuando dicen que lo tienes todo para vivir con el placer a tope. Tu hermano el portador de lujuria quisiera tener tu vida.
—¿Para que quiero seguir rodeado de gente falsa? —su pregunta fué una respuesta—. Grecia me decía amo porque estaba rota, no era porque me siguiera. Rebecca me provoca para follar, y lo que menos quiere es verme a la cara. Angela, Jesse, hasta dudo si la profesora Nazawa me haya apreciado de verdad. Vivo en un nido de hipócritas. Ya tengo suficiente con ellas como para tener a otra más.
La penumbra de la habitación no era impedimento para divisar el entorno con claridad. Podía ver al ente sonriente que se deleitaba con sus tormentos. No le importó, en cambio, quería estar en silencio absoluto. Evitar a Gula, pasar la noche sin su presencia.
—Estás cansado de escuchar lo mismo, pero lo diré: tienes una vida que muchos quieren —acortó el espacio entre ambos con sentarse sobre las caderas de Grace, rodear su cuello con ambos brazos y susurrar—: el pasado sigue sin permitirte disfrutar el magnífico presente. Te doy el deseo de comer lo que quieras, a la hora que quieras. Tu mamá hizo que tú tía te diera el trato de príncipe. —Miró a Rebecca que dormía boca abajo con la espalda descubierta—. Si quieres puedes coger hasta vaciar todo lo que tienes adentro de ella sin preocuparte de dejarla embarazada. Si fueras un pervertido harías que una fila entera de mujeres estén a la espera de que les hagas un hijo. Y aquí estás, haciéndote la víctima. No importa que tan fuerte sea, si sigues así moriremos antes de que todo empiece.
Grace volvió a la rubia que después de semanas podía permitirse un largo sueño. Estiró el brazo para hacer contacto con la piel de Rebecca, acariciándole el hombro, luego la espalda, y así siguió hasta que ella se movió. Asustado, retiró la mano de forma maquinal.
—¿Por qué te asusta tocarla? —preguntó Gula—. Ella te pertenece. Puedes ponerte duro, subirte encima de ella y cogértela hasta que ya no puedas más.
—No —estaba al límite, quería hacerlo—. Me prometí que jamás tocaría a alguien que no quisiera. Mucho menos a la hermana de Jessica.
—Somos seres que están por encima de todos, olvídate de lo que piensen —insistió—. Solo fue una promesa hacia una persona que ni te quería. Jessica Hamilton te protegía por obligación, jamás le importaste, solo cumplía con su deber.
Aunque apartó su mano de Rebecca, el tacto de Grace la despertó del sueño que obtuvo hace menos de unos minutos. Estaba molesta, no obstante, se abstuvo de responder de mala manera, puesto que esa noche podía ser cuando el chico quisiera intimar con ella. No lo quería, era eso o terminar en un burdel como su hermana por no cumplir con el deber impuesto por Angela y Lucrecia.
—Lo siento —dijo Grace cuando Rebecca se puso boca arriba, mirándolo con los ojos entrecerrados—. No te quise despertar.
—¿No puede dormir? —preguntó ella, con voz somnolienta.
—Justamente lo iba a hacer —mintió. Su intención era permanecer despierto hasta el amanecer.
—Siempre dice lo mismo, pero nunca duerme —se sentó en la misma posición que Grace, de modo que sus hombros hicieran contacto—. Parece tener pesadillas las pocas veces que lo hace.
—El demonio que me acompaña no para de enseñarme lo que me espera en el infierno —tomó una cajetilla de cigarros sabor pepino situados encima del buró a un lado de la cama—. Es frustrante.
—Son las consecuencias de tener una consciencia intranquila —dijo ella—. ¿Me da uno?
Le ofreció el cigarro que encendió, a lo que ella aceptó.
—Brincos diera porque solo fuera la consciencia —exhaló el humo de sus pulmones—. Tampoco pareces dormir bien. Apuesto que me odias por despertarte, parecías dormir como un bebé.
—No me gusta dormir mucho. Con cinco horas es más que suficiente —inquirió, dando una calada del cigarro—. ¿Puedo preguntar algo?
—Con toda confianza.
—Es algo personal.
El chico se interesó, mirándola a la cara. Ella no lo sabía, pero podía ver la mitad de su cuerpo desnudo, aunque se abstenía de apreciar sus atributos para no ceder a la tentación que hace días comenzaba a tener, llegando al punto de encerrarse más de dos veces en el baño para darse placer con la mano.
—Suéltalo.
—¿Qué hacía en el territorio de la señora Benedetto?
—Buscaba un modo de traer a Jill —articuló su segunda mentira.
—Está bien si no quiere responder —supo que no hablaba con la verdad—, por eso dije que era una pregunta personal.
Sonrió levemente tras un largo suspiro, recibiendo el cigarro a la mitad.
—Todo lo que te diga será una mentira, ni yo mismo se por qué lo hice —dio una bocanada—. Solo actué como cualquier huérfano que descubre quienes son sus padres.
—A la señorita Ackerman no le gustó eso —afirmó—. Se escuchaba muy enojada cuando supo que estuvo mucho tiempo en Grillo's.
—Gracias por decirle —comentó sarcásticamente— confirmaste que puedo confiar en ti.
—Yo no dije nada. Ella tiene ojos en todos lados —bostezó—. ¿Valió la pena arriesgarse a ser castigado? Espero y haya encontrado lo que buscaba de la señora Benedetto.
—Tuve más preguntas que respuestas —soltó un discreto gruñido—. A todos les gusta hacerse misteriosos.
—Tal vez esté haciendo las preguntas incorrectas. O hace las preguntas correctas en el momento equivocado —solicitó terminar el cigarrillo, llevando la polilla al cenicero que Grace tenía en sus manos—. La señorita Ackerman y la señora Benedetto son así. Trate de controlar los tiempos y no haga tantas preguntas seguidas, deje que ellas respondan hasta que estén satisfechas con sus respuestas. Un paso en falso puede traerle graves consecuencias.
Recordó que sin darse cuenta, Lucrecia lo acorraló hasta condenarlo a un matrimonio.
—Esas dos son un peligro para los que bajan la guardia.
—Así son todas las personas que viven aquí —alzó la vista aunque solo hubiera oscuridad ante sus ojos—. Dele la oportunidad y le morderán el cuello hasta quitarle la vida.
—Ni que lo digas —torció los labios en una mueca de disgusto—. ¿Alguna vez te han comprometido?
Ella se hizo una idea de lo que pasó entre él y Lucrecia.
—No, por el momento. No lo han hecho directamente.
—Tienes mucha suerte.
Tenía ganas de gritarle lo que pasaba con ella, pues estaba encadenada a sus órdenes.
—¿Pasa algo? —prefirió ser cautelosa y esperar a que el chico confesara.
Grace le contó lo que vivió durante el día. Desde que lo obligaron a ser representante de su clase, la charla con Freddie —omitiendo el trato que tenían— y la idea de ir a Grillo's para reunirse con Lucrecia. Rebecca escuchó atenta, sin perderse ninguna palabra que, lejos de hacer ver al chico como un gran estratega, lo tachó como un estúpido para tomar decisiones, igual a ella.
—¿Quiere que sea honesta, o le digo lo que quiere escuchar? —quería que le diera la autoridad de vomitarle sus verdades —. Se lo advierto: puedo ser demasiado sincera. Si es que quiere mi humilde consejo, claro.
—Adelante —se golpeó la cara con una palma sin tanta fuerza—. Ya te dije que dejes el usted cuando estemos solos. Puedo decirte dónde están los treinta y siete lunares de todo tu cuerpo como para que sigas siendo respetuosa conmigo.
No se dio cuenta de que Gula ya no estaba, ni siquiera cuando hablaba con Rebecca.
—¿Eres igual o más estúpido que yo? —lo reprendió sin alzar la voz—. Angela te da la oportunidad de tener unos años de soltero, y tú vas y la cagas por tus traumas del pasado.
Esas breves pero filosas palabras le dolieron. Intentó defenderse, no obstante, le había dado el permiso de expresarse como quería.
—Tienes veintidós años y dejas que un diminuto parásito como Freddie te convenza de ir con Lucrecia, ¿y todo para qué? Destruir lo que hicieron por ti. Te burlaste de lo que pasó con Jill, hiciste que su secuestro fuera en vano —prosiguió—. Angela no quería comprometerte hasta que tuvieras la madurez de tener la responsabilidad de tomar la cabeza de tu familia, una que ella se ha esforzado en reparar después de todo el desastre que Angelo hizo. Tienes suerte de que Lucrecia todavía no tenga poder sobre ti, por ahora. Dudo que Angela acepte.
—Hay otro problema —dudaba si era buena idea decirle—: Lucrecia estaba tan convencida de su plan, que Angela aceptaría.
—¡Mierda! —exclamó, controlando sus impulsos al instante—. Hay que respirar —inhaló y exhaló—. ¿Te dijo con quién te quiere comprometer?
—No dijo nombres —rememoró cada palabra de la gitana—. Solo que sería la mujer ideal.
—¿Ideal en qué sentido? —preguntó de inmediato.
—La indicada para mí.
—¡Dame detalles, Grace! —estaba temerosa, al borde de la desesperación—. ¿Qué tuviste que decir para metierte en una mierda que nos supera?
—Me preguntó si era gay —suspiró, igual de fatigado—. No paraba de pedirme un nieto en caso de que lo fuera. Era la única condición que me ponía para aceptarme.
—¿Entonces si eres tremendo puto? —eso la asustó aun más—. Es un hecho, nos mandaste a la hoguera. Estamos perdidos, no tenemos salvación. ¡¿Por qué tuviste que ser tan pendejo?!
—No lo soy, se lo hice saber —farfulló—. Era un loro repitiendo lo mismo, solo porque nunca toqué a Grecia, ni he intentado nada contigo.
—¿Qué le dijiste?
Le daba vergüenza decirle.
—¿Es necesario?
—¡Grace!
—Mierda —susurró, dándose cuenta de que su compromiso podría ser más peligroso de lo que pensaba—. Le dije que no me gustabas.
—¡Ay, no mames, cara pito! —clamó en español, volviendo a emplear el ingles terminando de decir—: esa es la cosa más estúpida que has dicho desde que llegaste. Nos mandaste al infierno solo porque no le gusto a la señorita delicada.
—¿Por qué te enojas? —ahora era él quien preguntó—. Si yo me caso te liberarán de mí.
—No es tan fácil, idiota. Si te casas yo estaré expuesta. Sin ti Lucrecia no tendrá motivos para dejarme libre —llevó ambas manos a su cabeza, agarrando los cabellos que sus manos abarcaban—. Me volverá una puta como Jessica. Voy a ser una puta... Como Jessica —tomó a Grace de la nuca para acercarlo a su rostro, provocando que Grace contemplara su exacerbación en su máximo esplendor—. Te deshiciste de mí cuando prometiste que juntos saldríamos de esto. Me acabas de matar. ¡¿Escuchaste?! ¡Me acabas de matar!
Nunca había visto a Rebecca tan desesperada. Por lo general ella actuaba cautelosa, en silencio y sin tanto drama. En cambio, esa noche fue distinta.
El miedo se le contagiaba con recordar esa expresión al borde del llanto, tan desolada y carente de sentido común. Comprendió que la había roto sin haberlo querido. Una mujer tan fuerte que siguió adelante aún y con lo ocurrido con sus hermanas, tener la desgracia de verla en ese estado le bajaba la moral, dado que nunca se imaginó verla así.
Pensaba en ella, incluso cuando su atención era requerida en la reunión de los representantes de cada grupo —tanto preescolar, secundaria, bachillerato y universidad—, con los niños siendo acompañados por el maestro bajo su tutoría. No escuchó nada durante esa hora dentro de una oficina para alumnos donde atendían los preparativos para el festival de fin de año.
—Manden sus ideas por el grupo —dijo la chica de piel morena y corto cabello castaño—. Se los encargo.
Todos se levantaron de los asientos de madera que acompañaban a la gigantesca mesa ovalada excepto él que permaneció ensimismado. A nadie le importó, salvo el joven colombiano que se acercó para darle una palmada en la espalda.
—Deja de comer moscas. Ven, quiero presentarte a alguien. —susurró para traer a Grace a la realidad—. Ayer no apostaba ni un pedo por ti, me cerraste la boca, maldito enano de mierda. ¿Qué hiciste, apretaste todos los botones? Eres el indicado, hermano. Te sacaste el premio gordo.
Freddie ayudó a Grace para despegarse del asiento e ir junto a la morena que hablaba con los profesores a cargo de los representantes del preescolar. Esperó a que estuviera libre para saludarla como si la conociera desde hace años.
—¡Ami! ¿Cómo estás? —exclamó con una sonrisa—. Que gusto verte tan animada por las mañanas.
—Hola —saludó por cortesía, pues no parecía entusiasmada de ver al pelo rosa, tampoco era actante—. ¿Cómo estás? Si tienes dudas, las resolvemos en el almuerzo. Tu grupo se unió al mío, es más fácil que trabajemos juntos.
—Peor que hace años, pero mejor que antier —susurró a Grace, en español, de modo que solo el pecoso pudiera escuchar. Aprovechó a hacerlo mientras los ojos de la chica estaban en los documentos que tenía en mano—. Te presento a Amanda Croda, la hija de la jueza que mamá y la tía Angela necesitan: tu futura esposa.
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