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Pura sangre

Las bajas temperaturas invernales no parecían ceder, azotando todo a su paso con las fuertes ventiscas en la ciudad. Era como si los dioses quisieran castigar a los vagabundos que morían congelados, debajo de los puentes.
Había pasado mucho tiempo desde la última vez que el invierno se imponía para pasar a la historia.

Por suerte, Grace se sentía como en casa al apreciar los copos de nieve que besaban su cara, o el viento que movía el largo abrigo puesto que, para sorpresa suya, le generaba mucho calor, como si estuviera en pleno calor de verano.

Tenía unas inmensas ganas de tirarse entre la nieve acumulada en el jardín frente a su edificio, en el instituto San Bernardo. Quería hacer muñecos de nieve, hacer un fuerte y lanzarle bolas de nieve a cualquiera que pasara por ahí. Volteó a Amanda que caminaba a su lado, así que reprimió esos pensamientos para más tarde, cuando llegara a casa y hacer eso cuando todos estuvieran dormidos.

—El tiempo se va volando —dijo la chica que se detuvo en la entrada del edificio—. Un día estamos a inicios de mes, parpadeamos y ya estamos en nochebuena.

—Ya me acostumbré a que el tiempo nos consuma —respondió Grace—. ¿Entonces no vamos a celebrar?

—Mamá dice que está ocupada con el trabajo. ¿Que te dijeron a ti?

—Angela estará fuera de la ciudad por su campaña. Y no he hablado con Lucrecia.

Amanda se acercó a Grace para ajustar su corbata y quitarle la poca nieve que le había caído en el abrigo. Hizo lo mismo con el cabello que, por petición de ella, se había dejado de planchar para dejarlo con aquellos mechones rizados que le cubrían la frente. Ella no se lo dijo, pero sentía atracción por los chicos de crespo definido, sin llegar a ser afro.

—Deberíamos ir a verla —comentó—. Se alegrará de verte.

—La última vez que la fui a ver de sorpresa, me topé con una escena que preferiría olvidar —recordó al par de ancianos que la manosearon—. Por el momento estamos bien así.

—Es tu mamá. No importa lo que hayas visto de ella, se nota que te quiere mucho. Tal vez no es buena expresando lo que siente —la inercia le hizo seguir acariciando los mechones de Grace—. Nunca te lo dije, pero tú hermana, Isela, es una buena amiga que conozco desde que íbamos al jardín de niños. Siempre decía que su madre nunca le dijo que la quería. Tampoco ví que le diera un abrazo o un beso cuando iba a su casa, o me quedaba a dormir.

—Freddie dice lo mismo —le dio la razón—. Ella no es de las que te diría un te amo, mucho menos en público.

—Por lo poco que he visto, contigo ha sido diferente. Parece estar feliz cuando te ve.

Grace fluctuó antes de hablar.
—No sé si sea buena idea ir a verla.

—No pierdes nada con ir a verla —lo animaba a reunirse con su progenitora—. Vamos, y si vemos que está haciendo algo que te desagrada, regresamos a casa. ¿Si?

Amanda puso una cara de súplica, como una niña implorando por un dulce o el peluche de una feria.

—No pongas esa cara, Canelita —suspiró—. Si Lucrecia está ebria, o está atendiendo a un cliente, nos regresamos. ¿Entendido?

La chica dio un salto de victoria cuando logró su cometido.

—Iremos saliendo de clases. Le diré a Luca y a Rebecca para que vayan listos —se despidió al darle un beso en la mejilla—. Por cierto, ¿sabes qué tiene Luca? Desde hace días está muy distante conmigo. Parece molesto.

Grace recordó lo que le hizo al rubio que era incapaz de tener hijos gracias a él. Por un momento sintió lastima, luego recordó los tantos traumas que le generó a las mujeres de su familia, y sintió placer con saber que no podía tener hijos.

—No lo sé. Seguro que es una crisis, ya se le pasará.

Lucrecia.

Durante veintidós años, Lucrecia Benedetto soñó con pasar los días festivos en familia. Con ello no quería decir que fuera a convivir con personas que compartían lazos sanguíneos, conocidos con los que se relacionaba para los negocios. Solo tenía un anhelo: ser feliz junto al primogénito que le arrebataron al nacer. Cada navidad, cumpleaños y fin de año se imaginaba cómo sería pasar un momento entre madre e hijo.

Trató de amortiguar el dolor de su pérdida con un segundo hijo, pero le era imposible sentir amor por la dulce niña que tuvo en sus brazos en aquel entonces, cuando su hija nació. Imaginó que se debía a que quería un niño, adoptó uno, y seguía sin llenar aquel vacío.

No era que estuviera falta de personas para pasar las veladas que ameritaban una celebración, simplemente estaba hastiada de estar rodeada de personas que solo buscaban placer en ella, odiaba ser tratada como un objeto, ser tachada por una regalada.

Ahí estaba ella, con la mirada perdida en la copa de vino —la última de la botella vacía que se había terminado sin ayuda de nadie— que no tardó en ingerir. A pesar de todo, no estaba ebria. Ya sea por el aguante obtenido por los años en beber alcohol, o que era alguien que estaba por encima de un humano promedio.

—¿Está segura de que no quiere ir? —preguntó Freddie Benedetto, situado a un lado de ella—. Al tío Nacho no le va a gustar que falte.

Lucrecia no se tomó la molestia de contestar, ni siquiera le prestó atención. En cambio, movió la pequeña campana para llamar la atención del mesero que le trajo una segunda botella de vino.

—No debería beber mucho —inquirió el pelo rosa—. Si sigue así se volverá una alcohólica, ya vimos lo que las adicciones le hacen a las personas.

La gitana hizo de oídos sordos, siguiendo con lo suyo al beber de la botella. Sin embargo, alzó la mano para llamar al personal que estaba listo para salir del restaurante, dispuestos a pasar la noche en familia para los mayores, y en una fiesta con estupefacientes para los jóvenes.

Ella esperó la llegada de todos, tanto cocineros, meseros y guardias estuvieran cerca de la mesa que ella siempre ocupaba.

—Gracias a todos por estar aquí —dijo, poniéndose de pie—. Me alegra ver que a pesar de los años, muchos de ustedes fueron los que estuvieron aquí cuando inicié con éste humilde proyecto que poco a poco fue creciendo. Algunos se fueron, pero muchos otros se quedaron —miró a los integrantes más veteranos, pensó y dijo—: todos y cada uno de ustedes es importante para mí.

Alcanzó los tantos sobres en la mesa con los bonos semanales de cada uno de los veinte integrantes para entregárselos en orden, mientras recibía agradecimientos de más por la considerable suma de dinero —cinco mil pílares a cada uno— que invertía en ellos.

Internamente se alegraba de que la mayoría fuesen mujeres inmigrantes que llegaron con la esperanza de mejorar sus vidas. Incluso, pudiendo ser una completa tirana con las mujeres que eran ignorantes con sus derechos, sumado a la falta de documentos para residir en el país, ella sabía de primera mano lo que era la falta de recursos para vivir plenamente.

Procuraba darle los beneficios que cualquier trabajador merecía, como la atención médica, comida gratis, horarios flexibles para que las madres solteras pudieran convivir con sus hijos. Por eso y mucho más se ganó el respeto de todos sus empleados, inclusive los hombres a su servicio estaban dispuestos a dar la vida por ella. No por nada habían recibido entrenamiento para la defensa personal y el uso de armas en caso de que alguien quisiera atentar en contra de ella.

—Vayan a casa y pasen la noche en familia —deseó que por lo menos sus empleados pudieran hacer lo que ella no podía—. La familia es lo más importante del mundo. No lo olviden.

Abrumada de ver tantos rostros, menos el que quería, regresó a su asiento. Sentía náuseas de tratar con quienes le obedecían por recibir algo a cambio. No era alguien que gustara de tener a gente que le rindiera culto, pero se sentía igual. Personas que estaban a su lado para tener el sustento de sus deseos paganos.

—Puedes irte —le dijo al colombiano—. Disfruta tu noche, te lo has ganado.

El pelo rosa se quedó mirando a la mujer que lo había criado desde que tenía memoria, cuando sus padres fueron víctimas de su ira, siendo él un equivalente a trofeo en el proceso.

No la odiaba, puesto que nunca sintió afecto por los padres que vio una vez en la vida. En parte sentía aprecio por ella, incluso llegaría a amarla como su madre biológica de no ser por la razón que la tenía sumida en el alcohol.

—Acompáñame —sugirió en un tono neutro—. Todos la están esperando, será divertido.

—No hay diferencia entre esta noche y el resto que he pasado con las mismas personas de siempre —dio otro trago a la botella—. No tiene nada de especial.

—Deje de ser tan pesimista.

—Soy realista, que es totalmente diferente —hizo un gesto en señal de ahuyentar al chico—. Mándale saludos a todos de mi parte, y trata de no dormirte en público, no sabes lo que te pueden hacer.

Freddie estuvo a nada de irse con dar media vuelta. Al cabo de tres pasos, se detuvo para volver a Lucrecia.

—¿Ahora que? —preguntó ella—. ¿Quieres más dinero? —hizo una serie de desplazamientos sobre la pantalla de su celular para transferirle dinero a su hijo postizo.

Freddie no se molestó en verificar el contenido de la notificación que le había llegado de la transferencia de más de cuatro mil pílares, en cambio, tomó asiento para hacerle compañía a la gitana con servirse vino de la copa que ella había ocupado, ya que ahora bebía de la botella.

—A veces es mejor quedarse tranquilo —lo dicho por el chico no movió el interés de su madre en otra cosa que no fuera beber—. No es mala idea tener una noche tranquila.

—Eres demasiado joven y estúpido para que trates de hacerte el maduro conmigo. Ve a esa maldita fiesta y haz lo que mejor sabes hacer.

—¿Y si quiero pasar la noche con usted?

—Sabía que eres capaz de cojerte a una cabra estando ebrio y drogado, ¿pero pedirle a tu madre que pase la noche contigo? —rio—. Eres un cerdo. Ni yo me atreví a tanto.

—No me refiero a eso —chistó—. Solo... bebamos hasta que no podamos más en lo que me cuenta de su pasado. Nunca habla de su vida, me da curiosidad saber de usted.

—Lastima —inquirió ella— no tengo ganas de hablar de mi. Mejor vete ahora antes que te castigue.

—¿Por qué es así conmigo?

—Freddie... —burfó—. Haces muchas preguntas para ser una copia fallida de los hijos de Trini.

No lo sabía con claridad, pero el joven intuía lo que afligía a Lucrecia desde hace días, específicamente desde la boda de Grace y Amanda. Estaba seguro de que él era el motivo por el que Lucrecia no estaba pensando con claridad. Siempre fué alguien que bebiera, pero últimamente se excedía, incluso en horario laboral.

—Los hijos de la tía Trini... Grace —pensó, después preguntó—: ¿Es por él que no ha parado de beber? No entiendo por qué se hunde por alguien que parece tener interés en todo menos en usted.

Hasta cierto punto la gitana se sintió complacida de apreciar la deducción de Freddie. Así ya no lo veía como un simple juguete de carne y hueso, sabiendo que podía hacer funcionar su cerebro cuando se lo proponía. También estaba la otra cara de la moneda, aquella que la comenzaba a irritar.

—Lo sabrás cuando tengas a tu primer hijo y te lo quiten por culpa del resentimiento —dio unos largos tragos de vino—. No lo volveré a decir: lárgate y déjame sola. Ya tengo mucho con mi hijo.

La envidia y el odio de Freddie incrementaron por ver el rechazo que la mujer por la que tanto se esforzó le daba, como si todos sus logros académicos y gastronómicos durante años se vieran opacados por un tipo que llegó hace meses.

Sentía que era injusto, solo por no ser el verdadero hijo de Lucrecia. Siempre fue así, hacía el doble que el resto, pero nunca era suficiente para sacar una sonrisa de ella, ni una felicitación que no sea: "es lo mínimo que espero de ti, para eso pago tus caprichos".

Sin decir nada, dejó a la mujer, dispuesto a salir del restaurante con la determinación de hacer algo imprudente, misma que Lucrecia conocía.

—Espero que pienses ir a la fiesta —dijo ella—. No vayas a hacer una locura, ¿puedes hacerme ese favor?

—Si el problema es ese pecoso cara de mierda, ahora lo traigo. No me importa si le tengo que romper las piernas.

Ella sonrió. No por considerar que la impulsividad de Freddie fuese para su causa, sino por considerar algo imposible de lograr, como cuando un niño dice que viviría en una tierra de caramelos.

—Mi niño —se apeó, yendo hacia el pelo rosa para acariciar su mejilla—. Mírate.

—¿Qué es tan gracioso? —tenía el ceño fruncido—. No sé lo que pasó entre ustedes, pero debe ser algo que le dolió para que esté así. Nunca, ni por mí, Isela o alguien ha estado así.

Conocía esa mirada, por lo tanto, sabía de sobra que la sonrisa de Lucrecia no era de afecto, más bien era de burla y lastima.

—El problema no es que quieras traer a Edik —lo acercó a ella para darle un abrazo—. No puedes ir por él.

—¿Qué me lo impide?

—Edik puede matarte si tratas de tocarlo. Estás a años luz de poder acercarte a él sin morir en el intento —siguió riéndose—. Olvidaremos que tuvimos este intento de plática. Ahora disfruta de la noche y no pienses en hacer algo contra mi hijo... Mi verdadera sangre.

—¿O si no qué?

Lucrecia ejerció presión en sus brazos, llegando a lastimar a Freddie, ya que contaba con una fuerza igual o mayor a la de un hombre promedio. Disfrutó de los quejidos del colombiano por unos momentos antes de soltarlo cuando creyó que estaba a punto de lesionarlo, mirándolo a los ojos mientras sus pupilas tenían una flama carmesí que parecían asesinar al chico con tan solo mantenerle la mirada.

—Si llegas a tocar a mi hijo, él te matará. Y si no lo hace, yo misma lo haré —sentenció—. No trates de compararte con él. Primero está Edik, luego Isela, y al final estás tú. Nunca olvides tu lugar. Ahora, ve a la fiesta y bebe, métete lo que sea y amanece junto a una perra que te siga por tu cartera. Es una orden.

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