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Primera y última advertencia

Para ser la cuarta vez que Grace se postraba frente al inmenso restaurante Grillo's, sentía demasiados sentimientos encontrados que eran complicados de manejar.

Por tanto que se quisiera obligar a creer que no sentía nada por Lucrecia, en el fondo rezaba por encontrarla sola, o en el mejor de los casos: con amistades que la trataran con el respeto suficiente para no verla como un trozo de carne para brindar placer.

Lo que pensaba de ella no importaba, las cosas no iban a cambiar por tanto que lo deseara, esas eran la consecuencias de la carencia de poder. No podía hacer nada.

Tragó saliva, dejó que la gélida brisa chocara su frente, recreó el peor de los escenarios —a su madre en medio de una orgía morbosa dentro del restaurante—, apretó los puños y, decidido a afrontar lo que fuese, trató de entrar. Para su infortunio, el lugar se encontraba cerrado, con llave.

—Es una pena, Canelita —dijo Grace— no hay nadie. Será para el siguiente año.

—Pero las luces de adentro están encendidas —contestó Amanda, poniendo el rostro sobre el vidrio transparente con vista al interior del restaurante—. Háblale. Debes tener su número.

—No lo tengo.

—Pero el de Freddie si —insistió—. Pídeselo.

—¿Por qué tanta insistencia? —suspiró—. Pensé que la odiabas.

—¿Debería odiar a mi suegra? —alzó los hombros—. Sacas conclusiones muy apresuradas para ser alguien muy burlón.

—¿Ya se te olvidó que arruinó nuestra boda?

—Si, una boda en la que ni tu ni yo queríamos estar. Técnicamente nos hizo un favor para irnos temprano. —Entendió lo que Grace trataba de decir—. Todavía no estás acostumbrado a las costumbres de aquí. Se necesita mucho más que una simple diferencia para odiar a alguien. Las personas que vivimos en Ishkode nos tomamos la palabra odio muy a pecho, eso significa que si odiamos a alguien, le declaramos la guerra. Una cosa es odiar, otra cosa es sentir lastima e indiferencia. La segunda cosa es lo que siento por tu madre.

—Eres muy modesta, Canelita —acarició el suave pero congelado moflete de la morena—. Ya entendí. Le hablaré a ese rosadito.

No tuvo necesidad de comunicarse con el colombiano, en vista de que su presencia se notó al momento de caminar muy ensimismado hacia la puerta de salida que, incluso teniendo al par de chicos en la calle, no se molestó en prestar atención a su entorno.

—¿Freddie? —inquirió Amanda, tocando la puerta.

Ellos no lo sabían, pero no era un buen momento para hablarle al pelo rosa. Especialmente Grace, que pensaba con saludarlo con una broma digna del humor que compartían.

Lucrecia.

Lucrecia pensó que como en todas sus veladas solitarias estaría libre de problemas. Y así era, no tenía ningún pendiente por resolver con alguien, excepto consigo misma.

Se sentía desahuciada, sin ganas de seguir con su rutina, dispuesta a abandonarlo todo y morir en silencio.

Bajo los efectos del alcohol que poco a poco se mezclaban en su sangre, esa idea tomaba fuerza cuando puso su atención en la botella vacía encima de la mesa. Quería romperla y cortarse las venas. No era complicado, ya que no era la primera vez que lo hacía. El problema era su afinidad con los rituales ocultos, pues en una ocasión se maldijo para que su regeneración estuviera por encima de cualquier humano, siendo algo sobrenatural e inexplicable para los médicos.

La sensibilidad de sus oídos logró detectar el abrir y cerrar de la puerta de salida, intuyendo que Freddie se había ido, con suerte a un lugar para ahogar sus penas en caso de no ir a la fiesta que estaban invitados. Los constantes murmullos que se convirtieron en comentarios prominentes de voces que conocía le dieron la curiosidad para ir a averiguar de lo que se trataba.

No tambaleaba, pero se podía notar que estaba lejos de estar en sus cinco sentidos. Las voces cesaron cuando escucharon el tac de sus tacones acercándose a paso tranquilo.

—¿Freddie? —preguntó antes de llegar a la recepción y toparse con los tres chicos que parecían molestos.

El incómodo silencio se mantuvo por unos segundos antes de que el pelo rosa lo rompiera.

—Nos vemos —dijo muy tajante, pasando cerca de Grace para salir del restaurante.

Tanto Grace como Lucrecia tenían cosas que decirse. En su mayoría reclamos que podían escalar en una discusión que ella no estaba dispuesta a tomar. La mirada que se dirigían lo decía todo, y a la vez nada.

—Señora Benedetto —comentó Amanda, insegura si debía interrumpir algo que desconocía—. ¿Venimos en un mal momento?

—No... Para nada —respondió la gitana—. ¿Que quieren?

—Es nochebuena —prosiguió la morena—, Grace y yo pensamos que sería buena idea pasarla con usted. Mamá está ocupada, y Angela está fuera de la ciudad. Así que creímos que sería buena idea...

—Tomarme como tercera opción, como último recurso —rio mientras decía con sarcasmo—. Si, claro.

Amanda no supo que responder, entonces Grace decidió tomar la palabra.

—Te dije que era mala idea —siseó el pecoso, luego volteó a Lucrecia y concluyó con decir—: disculpa las molestias. Disfrute su velada.

Lucrecia reviró los ojos cuando el par estaba dispuesto a irse, adelantándose a ellos para quedar detrás de la puerta, sin indicios de buscar pleito.

—Ustedes los jóvenes y su generación de cristal no aguantan una simple broma —farfulló con desdén—. ¿Quieren pasar nochebuena conmigo? ¿En éste lugar? —torció los labios—. ¿Justo ahora?

Amanda fue traicionada por la risa que se le escapó al escuchar el tono burlón de la pelirroja que la miraba con pocos ánimos.

—¿Estás ebria? —preguntó Grace.

—No —respondió Lucrecia—. Solo estoy bajo los efectos de la intoxicación que me genera tu amor hacia mí.

—Ahora entiendo porqué Grace es tan gracioso —agregó Amanda—. Sacó su sentido del humor.

Internamente, Lucrecia se había alegrado de ver que la chica había aminorado la tensión que por un momento impregnó el lugar. Ahora, más relajados, cerró la puerta con llave.

—Lomo de cerdo —añadió, pasando de largo.

—¿Qué? —el chico estaba confundido.

—Odio el pavo. Solo tengo lomo de cerdo. ¿Lo toman o lo dejan?

La rigidez y ganas de reclamos se habían transformado en una especie de tres antisociales en una mesa, donde nadie encontraba una abertura para dar inicio a una conversación.

Todos comían en silencio, tanto así que solo se escuchaban los cubiertos haciendo contacto con los platos de porcelana.

—Está delicioso —comentó Amanda.

Ese par de palabras solo hizo que sintiera un escalofrío recorriendo su cuerpo al recibir las miradas indiferentes de Grace y Lucrecia, diciéndole que no hacía falta forzar una plática que ninguno de los dos estaban dispuestos a ejecutar.

—¿Qué pasó con la niña que vino con aires de grandeza? —pero fué Lucrecia la que tomó la iniciativa—. Te veías tan segura, exigiendo condiciones que golpeaste el orgullo de Angela. Hasta te diste el lujo de humillarme en el día de tu boda. ¿Y ahora que veo? No eres nada de lo que aparentabas ser.

—Déjala en paz —interrumpió Grace—. Solo trataba de ser amable.

—Yo también trato de ser amable.

—Descuida, cariño. Ya estamos en confianza —irrumpió Amanda, devolviéndole la mirada a Lucrecia—. Disculpe, suegra. Tiene razón, hace mucho que esa niña caprichosa dejó que sus ganas de sacar el máximo provecho de los demás dejara de dominarla. No debí manchar su vestido en el día de la boda... Mí boda.

—¿Y esa cordialidad, después de haberme tratado como la zorra de los siete mares? —otros dirían que la gitana se tomaba las cosas a modo de broma, pero los casados sabían que no era así.

—Imagine que está en una boda que por mucho que se haya dicho a usted misma que está preparada para tener, en el fondo sabe que no ha vivido lo suficiente para ir al matrimonio —llevó la copa con vino blanco a su boca—. Luego, ve a su suegra siendo manoseada por un hombre que desprecia por su forma de ser con las mujeres, pero tiene que sonreírle para no tener problemas.

—Ella tiene un buen punto —acotó Grace— en sus tierras puede hacer lo que quiera. Ni yo ni nadie puede decirle nada, pero estabas en nuestra boda, dejando que te tocaran como si fueras una... —vaciló, recordando que su esposa no estaría de acuerdo con insultar a su madre—. Sabe lo que queremos decir.

—¿Puedo saber por qué lo mencionan ahora? —rio por lo bajo, susurrando incoherencias debido al alcohol—. Lo normal sería evitarme. Pero aquí están, buscándome para pasar nochebuena. ¿Están bien de la cabeza?

Grace y Amanda conectaron miradas, como si ambos tuvieran la misma respuesta para Lucrecia.

—Una vez me dijiste que sacrificaste mucho para derrocar a Trinidad —musitó Grace, como si sus palabras fueran pinzas tocando los cables de una bomba—. Ellos... ¿Nacho y compañía te obligan a hacer ese tipo de cosas?

Lucrecia no se sobresaltó por la pregunta. Ella sabía que Grace no era idiota. Ahora, en compañía de alguien con una perspectiva de las cosas como lo era Amanda, solo era cuestión de tiempo para que ambos llegaran a la deducción de que las veces que dijo acerca de lo que tuvo que pagar era verdad, y no una fachada para justificar el gusto carnal que hacía mucho perdió.

—Un momento —Amanda desconocía de la disputa entre su suegra y la mujer que era esposa de uno de sus tíos—. ¿Usted derrocó a la tía Trinidad?

Lucrecia se posó en Grace, en forma de regañarlo por comentar algo comprometedor frente a alguien que era ajena a las cosas turbias.

—Eso es tema para cuando ocupes el puesto de Monserrat —la gitana trató de arreglar el error de su hijo—. Hay cosas que deben guardarse.

La morena trató de buscar una respuesta en Grace. No la encontró.

—Algún día te lo contaré, Canelita —dijo el pecoso—. Tiene que ver con mi pasado.

Lo dicho por Grace la tranquilizó, haciendo que le dejara las preguntas a él.

—No has respondido mi pregunta.

—Eso no lo hablo con nadie —aseverò Lucrecia—. En caso de hacerlo, solo lo hablaría contigo, a solas. Monserrat no contaría cosas personales contigo presente.

—Si mamá me dice algo delicado como el porqué no me parezco tanto a ella, o algo tan simple como las súplicas de algún delincuente con pena de muerte que merece su condena, lo hablaría con Grace —se defendió Amanda—. Estamos casados. Es normal que no haya secretos entre nosotros.

—Hay cosas que es mejor llevarse a la tumba. ¿Nunca te lo dijeron? Que estén casados no significa que sean íntimos —sonrió amargamente al compás de extender los brazos que simulaban abarcar todo el restaurante lleno de todo el dinero en su poder, disperso por todas partes—. ¡Son un falso matrimonio! Su único propósito es darme un nieto que se quedará con todo lo que ven.

—Usted y mi madre lo ven así —comentó la mujer menor—. Yo veo una relación que se puede dar con el tiempo.

—¿Ah, si? ¿Quién lo dice?

—Sabía que Grace no se lo había dicho —fingió fulminar a Grace con la mirada, como si tuviera algo guardado entre manos—. Sabemos que nuestro propósito es darles lo que quieren, ¿pero qué hay con lo que nosotros queremos?

—Para eso existen los acuerdos —la gitana sonaba segura de si misma—. Si quieres disfrutar tu juventud, conocer personas nuevas y salir a otros lugares, puedes hacerlo si ustedes lo quieren. Nada se los impide. Diviértanse, siempre con protección. Sería malo que te embarazaras de alguien que no es Grace. O que mi hijo tuviera un hijo que no salga de ti. Háganlo hasta que sea el momento de dar a mis nietos.

—Tengo muchas amigas de mi edad que también las comprometieron —musitó Amanda, con una actitud que decía todo, menos el ataque verbal que tenía preparado—. Muchas de ellas, o todas tienen acuerdos con sus esposos para hacer ese tipo de cosas. Entre ellas hacen intercambios. Según dicen, es para agarrar experiencia y gozar de la vida para que en el futuro sepan lo que es estar con otros que no sean sus esposos y así no serles infiel. —Hizo un gesto con la mano en señal del desdén en el actuar de sus amistades— que para mí, no me crea, cuenta como infidelidad porque estás fallando a tus votos.

—No tiene nada de malo si ambas partes están de acuerdo —añadió Lucrecia—. Están disfrutando la vida a su manera.

—Una manera muy repugnante, si me lo pregunta. Ellas saben lo que pienso de eso, por eso ya no me cuentan lo que hacen cada noche. Lo supieron la vez que me propusieron hacer intercambios con ellas —Amanda había sacado la expresión que quería de Lucrecia—. Es su vida. No me voy a meter en lo que hagan, no son mi familia para que les pueda decir que en los próximos años se van a arrepentir cuando hayan acostumbrado a sus maridos a las cosas noches casuales y crean que lo dejaron, cuando solo lo harán a sus espaldas mientras creen que cerraron su matrimonio.

Grace se quedó sorprendido de lo inquisitiva que Amanda estaba siendo. También se sorprendió de escuchar los dichosos intercambios, y que le habían propuesto algo como eso. Nunca lo mencionó.

»¿Le cuento un secreto? —se inclinó antes de proseguir—. Mis padres hacían esas porquerías de intercambiar parejas. Ya debe saber cómo terminaron. Cuando mamá quiso tener un matrimonio normal, papá no pudo dejar de verse con otras. Ahora mi madrecita hermosa tiene el corazón roto, y mi papaíto está más quebrado que un árbol después de recibir un trueno.

—Amanda... —Grace estaba vacilante de volver a ver esa versión aguda de Amanda. Tan seria, audaz y filosa con sus palabras.

—Por favor, que sea la última vez que nos da malos consejos —bebió del vino tinto de la copa de Grace, como dando a entender algo que solo la gitana era capaz de descifrar—. A mí no me gusta que toquen lo que es mío. Usted me dio a su hijo, y ahora es de mi propiedad. Usted ya no tiene el derecho de decirle lo que puede o no puede hacer. Eso es algo que solo puede hablarlo conmigo.

—Bravo —Lucrecia aplaudió—. Creí que ya no quedaba nada de la Amanda de la que Monserrat me presumía cuando hablábamos de nuestras hijas. Sabía que eras la indicada. Mis instintos nunca fallan.

—¿Quería a la Amanda que se porta como una mierda de persona? Aquí la tiene.

—¿Ahora qué harás?

—Hasta ahora —tomó la mano de Grace— decir que él y yo estamos enamorados sería como decir que usted o mi madre serían capaces de encontrar el amor verdadero. Pero Grace y yo —esperó unos momentos antes de seguir—. Ustedes nos dieron la oportunidad de tener una relación diferente a lo que ésta ciudad está acostumbrada. Si todo sale bien, no solo tendrá nietos. En algunos años tendrá una nuera que acompañará a su hijo hasta que la muerte nos separe. Eso sí antes no lo descubro en la cama con su mayordoma.

—¿Qué? —Grace estaba estupefacto.

—Lo diré frente a tu mamá —aprovechó para imponer su autoridad—. Si vuelves a dibujar a Rebecca desnuda, no solo te cortaré los huevos. Haré que pierdas todo lo que vas a heredar. ¿Entendido?

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