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Odisea

Rebecca.

La última vez que Rebecca Hamilton tuvo una jaqueca tan insoportable como para medicarse, fue en el fatídico viernes trece —día que conoció a Grace, limpiando el desastre que Angela Ackerman provocó—. Desde entonces se adaptó a los recurrentes problemas que ha ocasionado tener a un quinto hermano de la familia Ackerman.

—Estoy abierta a escuchar ideas —le dijo a los pocos empleados de alto mando—: ¿Alguna sugerencia?

Las personas que miraban a la rubia postrada en el asiento de Angela Ackerman no tenían nada que decir, salvo esforzarse para tratar de cumplir con el tiempo estimado, antes de la llegada de los invitados.

Como ninguno dijo nada, ella volvió a tomar la palabra, manteniendo una expresión sería.
—Traten de reagrupar a los pocos que nos quedan, dividan las tareas y háganlo lo más rápido que puedan —en eso, un ayudante de cocina alzó la mano—. ¿Si?

—Nos falta el jefe de cocina —dijo con voz temerosa— no podemos avanzar sin él.

—¿Cuál es el menú? —preguntó Rebecca.

—Comida italiana.

—¿Les falta mucho?

—No lo sé —tardó en responder por no saber que decir.

—¿Cómo que no sabes? —ella se exaltó un poco, y fue suficiente para asustar al chico—. Estuviste con ellos, ¿cómo no vas a saberlo?

—Soy un pasante del instituto San Bernardo —contestó—. Lo siento, señorita Hamilton. No sé lo que los chefs estaban haciendo.

—Mi hermana pequeña también estudia gastronomía, y te aseguro que estaría más al pendiente que tú —inspiró por lo bajo—. No importa, quiero que vuelvan a la cocina y avancen en lo que puedan. Yo haré el resto.

—Hace mucho que no la vemos en la cocina —dijo otro ayudante de cocina que rondaba la segunda edad.

—La situación lo amerita —tragó saliva—. Entiendo porqué se fue la mayoría, todos aquí tenemos diferencias con Sonia Bozada. Agradezco que ustedes se hayan quedado, después de todo lo que esa mujer nos ha hecho. Todos tendrán un bono por el trabajo extra, les aseguro que valdrá la pena trabajar para ella. Ahora, saquemos esta fiesta con todo el respeto que podamos. ¡Con toda la actitud, muchachos!

Rebecca esperó a que todos salieran, antes de abrir uno de los cajones y sacar algún narcótico que le ayudara con el dolor, el estrés y el cansancio.

Grace.

Si bien el avance de los preparativos no se podía destacar a simple vista, el simple hecho de haber descargado los camiones ya era un gran avance. Para sorpresa de todos, la tarea se había logrado antes del tiempo estimado, considerando que solo se habían tardado quince minutos. Todo gracias a las indicaciones de Grace.

—Ya trajimos todo —dijo Meiying al acercarse a Grace—. ¿Ahora que sigue?

—Buena pregunta —contestó él—. Hay tanto por hacer que no sé por dónde empezar.

Paseó la vista por el salón repleto de cajas en los rincones, mobiliario que los meseros acomodaban, un lugar que lentamente comenzaba a tener forma de lugar para una fiesta elegante. Dio un resoplido acorde al cansancio de las idas y vueltas que daba mientras el resto del personal se acercaba para preguntarle acerca de su siguiente movimiento.

—Grace, ¿qué hacemos? —preguntó Meiying, pero no logró tener una respuesta debido al grupo de personas que trataban de reunirlos a todos al momento de salir de la oficina donde Rebecca los había reunido.

Curiosos, el grupo que seguía al quinto hijo de los Ackerman fueron a los de alto mando que no dejaron pasar lo sucedido bajo la tutela del chico. Cada gerente encargado de cada área habló para darles nuevas indicaciones que, al momento de recibirlas, supieron lo que debían hacer. Lo que fue un gran alivio del chico, evitándose un mar de preguntas que seguramente no tendrían respuestas.

Considerando que los encargados estaban tomando las riendas del imprevisto, se dijo a sí mismo que su trabajo había concluido, alejándose lentamente para ir a un rincón y pasar desapercibido, haciendo los deberes del instituto. Quizás y en la oficina donde Rebecca estaba saliendo, con una vestimenta distinta. Nada destacable o llamativo más que un uniforme de cocina. Buscó al pecoso con la mirada y, cuando lo encontró, chifló para hacer que fuera con ella, quien se dirigía a la cocina.

—Moco, cambio de planes —se detuvo en la entrada de la cocina— te vas a casa, en veinte minutos vendrán por ti.

—Claro —no puso resistencia. Tenía ganas de estar solo, haciendo la tarea o estudiando en la privacidad de su habitación, sin los gritos e insultos de los gerentes apresurando al resto.

La idea de tener una noche de privacidad se vio interrumpida por Meiying que los siguió detrás, haciéndose notar.

—Ya tenemos todo fuera —dijo la asiática al par que voltearon a ella— si no tenemos otra falla, todo estará montado a la hora del evento.

—Oh, Mei. Pensé que te habías ido, gracias por quedarte —farfulló Rebecca, un tanto aliviada—. Júramelo, que todo estará bien.

—Que Sonia tenga una larga vida en la cumbre si miento —Meiying sonó juguetona, todo por la gran amistad que tenía con la rubia—. Sabes que nunca te dejaría sola, hermosa. ¿Cómo vas con lo de Angela?

Ambas continuaron con una conversación banal de tres minutos, tiempo que bastó para que Grace supiera la relación que tenían. Tal vez cordial, como simples conocidos con buena comunicación con los demás. Lejano a la realidad, sin saber que ambas habían sido criadas como hermanas por ser trabajadoras de la casa Ackerman.

—Dijiste que el hermano de Angela era un niño... especial —Meiying posó la mirada en Grace—. Pero es igual a sus hermanas.

Rebecca hizo de oídos sordos para evadir una molestia innecesaria como las quejas de Grace por hacerlo sentir menos a sus espaldas.
—Disculpa si llegó a hacer algo —fulminó al pecoso con la mirada, igual a una madre que reprende a su hijo—. Mei, él es Grace, el hermano de Angela. Grace, ella es Meiying, la segunda encargada de los meseros.

—Sin duda es todo un Ackerman —la moza los siguió hasta la cocina— tiene el don de tener el control en los momentos importantes.

Al momento de estar en la cocina, Rebecca se topó con el increíble orden con el que los pinches trabajaban, avanzando en lo que podían, siendo adiestrados por el hombre más veterano con el que contaban. Lo sorprendente era que habían avanzado más de lo que ella esperaba.

—¿De qué me perdí? —preguntó la rubia, con poca emoción en su habla.

—No mucho —respondió Grace, desinteresado en bañarse de orgullo—. ¿Ya me pudo ir?

—El señorito sabe motivar al equipo en los momentos difíciles —lo dictaminado por Meiying atrajo el interés de Rebecca—. Gracias a él descargamos todos los camiones.

Pasmada de la noticia, la mujer con vestimenta de chef no tuvo la oportunidad de comentar algo al respecto, pues, el señor que momentos antes había estado con ella en la oficina le informó que todo estaba listo para que ella pudiera comenzar a cocinar.

Aprovechando que los reflectores ya no estaban en él, Grace caminó lentamente para escabullirse, pero fue detenido por la asiática.

—¿Qué hacemos? —cuestionó Meiying, tomándolo del brazo.

—A mi no me mires, yo solo soy el hermano de la patrona —respondió Grace, señalando a Rebecca— ahora todo depende de ustedes. Si me disculpan, tengo mucha tarea por hacer.

—Falta el pastel, ya debería ir por él —acotó Rebecca, dirigiéndose a Grace—. La pastelería está a quince minutos en coche. ¿Sabes conducir?

—Quiero ir a casa —contestó con modestia—. ¿Y si me pierdo o me secuestra el papá de Tenorio?

—Cambio de planes, ahora te quedas —aseveró la rubia, entregándole un sobre con dinero—. Meiying te acompañará, ella sabe dónde queda. Paga y te quedas con el cambio.

El oscuro estacionamiento era como cualquier otro, oscuro y longevo como silencioso por la falta de gente. Algo digno para sentirse en una escena del crimen. Nada a destacar.

—Y pensar que hace cinco minutos estuve a punto de irme a casa para hacer tarea. Tranquilo, en casa, acostado en mi cama —musitó Grace, desganado—. Gracias por tenerme aquí, Mei.

—Estamos cortos de personal —respondió ella con naturalidad— eres un buen líder, no podía dejarte ir así como así. El negocio te necesita.

—Mamá Rebec... —vaciló—. Rebecca tiene todo planeado. No necesitan de un niño de dieciocho para hacerse cargo de un evento tan importante —mentía. En realidad tenía veintidós.

—Hay niños que son capaces de dirigir grandes grupos, creo que eres uno de ellos. Es por ti que los pocos que quedamos están dejando el alma.

Llegaron al vanidoso BMW que Rebecca solía conducir, situado en uno de los rincones del aparcamiento.

—Nunca pensé que me dejaría conducir uno de estos —reveló el pecoso cuando quitó el seguro del auto—. Esa rubia es impredecible.

—Tanto ella como el auto son una belleza —dijo Meiying—. ¿Cómo se sentirá estar tras el volante?

—¿Nunca has conducido uno? Pensé que eras empleada de la familia —el chico sonó incrédulo—. Mientes. Deberías tener el mismo poder que Rebecca.

—Que lleve rato trabajando para los Ackerman no significa que me presten sus coches —respondió ella—. Rebecca es especial, por algo es la mano derecha de la señorita Angela. Obviamente tiene un trato especial. No por nada es que come en la misma mesa que ustedes.

Grace se dirigió a la puerta de copiloto donde se encontraba Meiying, a punto de subirse.
—Fuiste la única de aquí que no me trató como un malcriado. Todos me hicieron menos cuando supieron que era el hermano más chico, pero tú no —tomó la mano de ella para entregarle las llaves con una sonrisa sincera—. Conduce ésta belleza, te lo has ganado.

—¿Estás seguro? —ella sonaba incrédula—. Rebecca no deja que nadie use los carros de la señorita Angela. Ni siquiera Jesse lo tiene permitido. Es una oportunidad en un millón.

—Puede que hayas arruinado mi noche de paz, pero también eres la que confía en lo que hago —rememorando sus días de pícaro, se acercó a la chica para darle un beso en la mejilla, aprovechando su posición como Ackerman—. Hazme el honor, bella dama.

Si hubiese sido otra persona, el puño de Meiying ya estaría en la mejilla del chico, empero, por quién era y por la oportunidad de dejarla conducir dejó pasar dicho acto. Ignorndolo para ir al asiento de piloto y encender el vehículo.

Ambos estaban dispuestos a irse, poniendo música para seguir avivando la buena vibra entre ambos que sonreían mutuamente, dando inicio a una buena amistad; de no ser por sentir la presencia de un tercer individuo que se hizo notar desde el asiento trasero.

—Hola niños —dijo Ignacio Trujillo con una sonrisa de oreja a oreja, acercándose a ellos desde el espacio que separaba los asientos delanteros—. ¿Cómo están? —hizo que el gélido metal de su arma tocara la mejilla de la chica—. ¿A dónde van que no me invitan?

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