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Monse

—¡Que el legado de mi padre viva! —exclamó Monserrat Croda, alzando el vaso con whisky en su mano derecha—. Por un futuro exitoso.

La mansión de la familia Croda, conocida por ser la vivienda del hombre más importante de la capital hasta el último de sus días con vida. Pintada de un morado oscuro que rivalizaba con el negro, hermosa, tallada hasta el más mínimo detalle.

De una arquitectura inspirada en los jardines colgantes de Babilonia, teniendo distintas plantas, flores y pequeños árboles alrededor de las paredes que componían los cuatro pisos, cada uno más chico conforme la altura para dar espacio a la flora del lugar.

—Por un futuro exitoso, vieja amiga —respondió Angela Ackerman, chocando su copa de vino blanco con el de Monserrat.

Si bien la nieve opacaba las zonas verdes, increíblemente algunas flores se mantenían con todo el esplendor, incluyendo el inmenso jardín trasero compuesto por una de las tres hectáreas de todo el lugar. Algo venidero para una de las tres familias más adineradas del país como lo era el apellido Croda.

—La vida sin Mandy se ha vuelto demasiado... —Monserrat meditó antes de proseguir—. Menos complicada. Ya no es lo mismo llegar a casa y ver que mi morenita trataba de ganarse un cumplido con sus logros en la escuela. O las veces que peleaba conmigo cuando la descubría haciendo ejercicio para tener el cuerpo de un hombre.

—Soy la menos indicada para consolarte, no tengo hijos y no pienso dejar que una criatura me infle vientre —contestó Angela, siguiéndole el paso lento con el que Monserrat caminaba—. Pensándolo bien, creo que te entiendo. Sin Rebecca ya nada es igual. Ella hacía mi vida más fácil.

—Fuiste muy dura con ella. Solo trataba de ayudarte.

—¿A costa de perder a Jill y quedar expuesta ante Lucrecia? —bufó—. Cruzó la linea al maltratar al hijo de esa... pagana. Aquí están las consecuencias.

—Tampoco le dijiste quién era Grace, ¿o Edik? —rio por lo bajo—. Ya no recuerdo cuál es su verdadero nombre.

—En eso te doy la razón: no tuve el valor de decirle que traería al último recuerdo de su hermana —sonrió amargamente—. Es lo que hacen las madres, ¿no? Protegen a sus hijos del peligro, lo que les hace dudar y les puede dar miedo.

El par de mujeres entró al pequeño kiosco en medio del jardín para descansar, siendo seguidas por una sirvienta que las protegía de la nieve con el paraguas en una de sus manos, al tiempo que traía una canasta que contenía una botella de vino blanco y otra de whisky en la mano restante.

La joven mucama de origen latino que estaba cubierta de nieve no dudó en colocar ambas botellas en la mesa en el centro donde Angela y Monserrat descansaban, dando unos pasos atrás para despedirse con una reverencia de la actual líder de la familia Croda.

—Hablando de madres que hacen todo por los hijos: ¿qué hay de Lucrecia? —masculló Monserrat—. Mi padre Don Porfirio decía que nunca debes meterte con la cría de una bestia. En parte te doy la razón de castigar a Rebecca, tus hermanas la pagaron muy caro. Pero pudiste ser menos agresiva.

Monserrat rellenó la copa y el vaso de ambas que bebían lentamente, no para embriagarse, solo para disfrutar del sabor mientras hablaban con tranquilidad.

—Agradezco que hayas intervenido, sin ti no sé lo que esa gitana hubiera hecho con Becca —suspiró, reluciendo esas sintéticas expresiones en el rostro, mostrando lo que no sentía—. Te debo una.

—¡Tonterías, Angie! Primero muerta antes que una migrante pase por encima de nosotras —hizo un ademán con la mano—. Esa pequeña perra casi te deja en jaque.

—Casi... Pero no —rio—. Si no fuera por ti ahora estaría siendo la vergüenza de la escena. ¡Imagina estar a merced de la gitana! ¿Qué diría el difunto señor Ackerman si la más zorrra de la capital humilla su apellido?

Ambas mujeres, refinadas y excéntricas rieron a la par de seguir charlando hasta que la oscuridad se adueñó del día, teniendo la iluminación de los focos morados alrededor del techo del kiosco.

—Por cierto —farfulló Monserrat— siento haberte dicho todas esas cosas en la iglesia, el día de la boda. El pequeño idiota de tu sobrino no me dejó de otra.

—Tranquila, Monse, lo entiendo —negó con la mano—. Todo sea por la causa. Te vuelvo a agradecer por intervenir en un asunto que no te importaba.

—Los Ackerman y los Croda son de las pocas familias importantes que quedan en el país, después de que todo el mundo haya querido migrar. Los pocos apellidos fundadores —dio un trago a su whisky—. Nuestros antepasados siempre fueron amigos que se apoyaron en las buenas y en las malas. Esta vez no es la excepción.

—Te recuerdo que no soy una Ackerman de sangre, pero te lo agradezco.

—La sangre Ackerman no correrá por tus venas, pero la de Frenkie Pulicic si. Ackerman, Croda, Pulicic, Laporta, Trujillo, Richtofen.  Somos los pocos que quedan, debemos ayudarnos entre nosotros para sobrevivir.

—Amén, hermana —Angela hizo otro brindis—. Por los pocos que quedamos.

—En cuanto a otros temas: ¿Cómo recuperarás a Jill? —dio otro trago—. El resto comienza a perder el respeto por los Ackerman, mientras que el de Lucrecia se hace más grande al saber que tiene a tu hermana de sirvienta.

—El resto puede hablar lo que quiera —no le dio importancia a las palabras ajenas, o eso se hacía creer—. No tengo prisa en recuperar a Jill. A veces necesitas sacrificar piezas para ganar la partida.

—Es tu hermana —alegó Monserrat—. No tienen la misma sangre, pero he visto que de las tres, esa pequeña era la mas cercana a ti. Aquella vez que visité a Lucrecia, pude ver cómo esa perra se divertía al humillarla. La niña no la está pasando bien.

—Que no tenga prisa por recuperar a Jill no significa que la odie, o que no me importe su seguridad —el estrés hizo que bebiera todo el vino de su copa, mostrándose tolerante—. Si ataco con todo me veré nerviosa, vulnerable. Me duele saber que mi hermanita no la está pasando bien, pero es necesario que resista hasta que llegue el momento indicado. Haré Lucrecia pague por lo que les hizo a mis hermanas. La haré sufrir.

El rostro de Angela estaba carente de expresiones, salvo la diminuta mueca en la orilla de sus labios, contrario a la disforia que la carcomía por dentro, aclamando venganza en contra de Lucrecia Benedetto.

—Hace tiempo que no te veía así —dijo Monserrat, satisfecha con la situación.

—¿Cómo? —ladeó la cabeza, confundida.

—Desde que tomaste las riendas de los Ackerman, no parecías preocupada por los tantos enemigos que te cargas —la señaló—. Por un segundo pensé que no te importaba lo que pasaba con tu hermana. Ahora lo veo, quieres hundir a Lucrecia.

—¿Se nota mucho?

—Si no te conociera diría que no parece que quieres desaparecer el legado de los Benedetto —rio—. ¿Cuál es tu plan?

Angela estuvo a punto de hablar acerca de lo que tenía planeado para Grace: la mayor debilidad de Lucrecia. Unos aplausos prominentes a sus espaldas la hicieron callar.

—¡Cariño! —musitó Monserrat, evidentemente alegre de la presencia del tercer individuo—. Es invierno, ya te dije que no andes afuera tan primaveral.

Instintivamente, Angela volteó para denotar la presencia del hombre con apariencia menor a los treinta años, pero mayor que Grace, andante a paso relajado, a la vez que firme cual miembro de la realeza.

—Ustedes las mujeres si que saben cómo divertirse —dijo él, yendo en dirección a Monserrat para quedar a su espalda, dándole un masaje—. ¿A dónde fuiste? Me sentí tan solito.

La melódica voz del rubio compactaba con sus ademanes refinados, cuyo comportamiento era similar a muchos hijos de personas con mucho dinero. Caprichoso, indeleble, narcisista. Pero lo más llamativo eran las tantas joyas en todo el cuerpo —anillos, pulseras, gargantillas, zarcillos— que acompañaban a la toga morada que traía puesta. Incluso los dientes de diamante le hacían ver alguien extravagante.

—Tenía unos pendientes por resolver —relajó sus hombros ante el tacto de las gruesas manos de su acompañante—. Sube al cuarto, iré en un rato.

Angela que había visto la interacción del par no se incomodó de saber que su amiga de la infancia, mujer cuya edad estaba cerca de los cincuenta tenía una especie de aventura con alguien mucho menor que ella.

—¿Por qué hasta ahora me entero que tienes un amigo íntimo? —preguntó Angela—. Felicidades.

—Pasaron muchas cosas, Angi. —Soltó unas risillas cuando el chico comenzó a besar su cuello—. Si la vida te regala un galán, aprovéchalo.

—Me alegra verla de nuevo, madrina —dijo él, mirando a la morena.

—¿Nos conocemos? —preguntó Angela, llena de curiosidad. Se hizo una idea de quién era, sintiendo una punzada en el pecho.

—¡Claro que sí! —respondió el hombre parecido, enérgico—. Han pasado ¿que? ¿Siete años desde la última vez que nos vimos? Pero usted sigue siendo igual de hermosa, ¿y qué decir de Rebecca? No han cambiado nada.

—Cariño, no coquetees con otras en mi cara —Monserrat tomó al rubio de la barbilla para darle un beso, seguido de emplear un tono autoritario para decir—: vuelve a la cama. Pronto estaré ahí.

—¡Amor! Acabo de llegar —siguió con su tono juguetón, volviendo la vista a Angela—. Hace años que no veo a mi madrina, que por cierto: felicidades por su ascenso. Eso de masacrar al buen Angelo en su prostíbulo no se ve todos los días. ¿Cómo está Edik? ¿Ya se le subieron los humos al saber que es un heredero?

La pelinegra, sin sobresaltarse se puso alerta, casi a la defensiva con esa manía tan peculiar en el chico para soltar palabras que a simple vista no era dañinas, acrecentando las ansias de que confirmara sus sospechas acerca de su identidad.

—¿Cómo dices que te llamas? —cuestionó sin más.

—¡Culpa mía! Pensé que reconocería a su ahijado de buenas a primeras. Soy yo: Frenkie. Me da gusto volver a verla —exclamó él, juntando ambas manos en señal de discilpas—. Le agradezco por enviar a Rebecca para sacarme de la zona sur. Mándele saludos de mi parte.

—¡¿Frenkie?! ¿El mismo Frenkie Laporta? —sus ojos se crisparon, regresando su atención en Monserrat—. ¿No lo habías mandado lejos del país? —apretó los dientes para luego sisear—: amiga, eres una gordita muy golosa...

—Pasaron tantas cosas que me hice creer que también lo estaba —siseó Frenkie—. Dejándome de lado para que no peleen; ustedes estaban hablando algo interesante acerca de la tía Lucrecia.

—Deja de escuchar conversaciones ajenas —aseverò Monserrat, sin darle cabida al enfado de Angela—. Ya saludaste a tu madrina, ¿algo más que se te ofrezca?

—No puedo ignorar lo que dijeron acerca de lo que mi madrina está pasando con la tía Lucrecia —señaló a Angela—. Parece que tiene un problema que se está volviendo difícil de manejar. ¿Tiene que ver con Edik? Tengo ganas de ver cómo está mi hermanito.

—Ocurrieron muchas cosas —se repuso al instante—. Igual, me alegra saber que sigues con vida, chico. Ni la guerra que puso a todos de cabeza pudo acabar contigo. Tampoco tu padre. Mira que tuve que arriesgar a Rebecca para que te sacaran de la zona sur, y que no me dijeran que estabas aquí.

—Si lo que quiere es vengarse de la mamá de Edik, yo puedo ayudarle.

—¿Cómo? —Angela alzó una ceja.

—Frenkie... —irrumpió Monserrat—. ¿No tienes frío?

—Descuida, amor... Los demonios somos inmunes al invierno —de pronto, una flama morada emergió en su pupila izquierda que acompañaba a la sonrisa llena de maldad con la que veía al par de mujeres—. Jamás me perdonaría dejar a mi madrina desamparada. Quiero ayudarla, y más si es contra la puta que mató a Trinidad. Usted envió a Rebecca para ayudarme contra Humberto, es momento de que le devuelva el favor. Honor a quien honor merece.

Como dato extra: Frenkie Laporta, junto a Monserrat Croda son los protagonistas de la obra "caballero de honor".

Si quieren saber más de ellos, pueden pasarse por allá. Una vez finalice el turista de mala muerte, comenzaré a actualizarla.

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