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Mi tumor número uno.

"Y no te creas todo lo que digo, a veces es una charla que tengo conmigo".

~Wos.

Por unos instantes los rayos solares habían atravesado la ventana cuadrada de la pared, donde a un costado de la mesa marginada estaba Grace.
Fué entonces cuando lo brillante del sol hizo de acompañamiento el reflejo de la silueta de brazos apoyados por encima de la mesa.
Aquellos ojos miel nunca apartaron la mirada de Grace, no había necesidad de invocar abejas para traer melaza, era vasta con esos grandes ojos redondos que adornaban ese rostro pecoso.

El par de cosas que Grace no podía negar era la repentina emoción de sorpresa que la joven mujercita le había ocasionado al plantarle cara sin motivo alguno, de casi dos años mayor que él. La segunda cosa y más importante para el pecoso: ¿qué era lo que esa chica buscaba en la zona más repugnante de la cafetería habiendo un par de veintitrés mesas extras alrededor?

Su blanca piel era el contraste de los tajos de luz, otorgando un bosquejo de colores inciertos, serenos y alerta, al compás de sus refinadas manías de hacer gestos, dando toques frescura veraniega con esa mueca que llevaba como ligera sonrisa, o su vaga manera de portar el uniforme escolar.
Sus rasgos faciales eran destacables, incluso entre nobles, resaltando su pequeña nariz respingada, sus redondos ojos abundantes de hiperactividad, o sus labios rosados muy bien alineados; rematados como una muñeca de carne y hueso; demasiado hermosa para el ojo masculino.
Tal vez era un pase de mala suerte para la muchacha en ese instante, pues era que Grace no había prestado atención a sus palabras. El pecoso simplemente se había guiado por el ruido de la charola al impactar con la mesa, aquello que provocó su atención en la pelinegra.
Grace estaba confundido, no sabía lo que pasaba, tampoco estaba al tanto de lo que hacía aquella pelinegra que lo miraba retadora. A pesar de no portar odio en la mirada de la oji miel, aquellas pupilas estaban decididas, pero Grace no sabía lo que ella esperaba.

—Disculpa —siquiera había pensado las palabras que de manera inconsciente salieron de su boca—. ¿Buscabas algo?

—Si —dijo la joven— ésta es mi mesa —su tono era calmado, un tanto amable y animada.

—¿Perdón? —preguntó Grace en modo de respuesta, llevando el sorbete que contenía su bebida a los labios—. No lo sabía.

—Bueno, pero ahora lo sabes —expresó la morena, disipando aquellos ademanes para repentinamente cambiarlas a unas más relajadas— aunque no me molesta compartirla contigo —sonrió—. Por cierto, soy Jill, pero no Valentine. Un gusto —sin previo aviso, tomó una de las manos de Grace para saludarlo—, y si lo preguntas, si: Jill es mi nombre completo, no es una abreviación o algo por el estilo. Tampoco es que me guste ese nombre sabes. En fin, criaturita, ¿cuál es tu nombre? —a la joven pelinegra tampoco parecía no importarle la manera con la que Grace reaccionaba, ella actuaba de forma natural, mientras distribuía sus alimentos de manera minuciosa—. ¿Eso es todo lo único que llevarás al estómago? —preguntó al tiempo que señalaba la bebida de Grace—. La comida es gratis. Te ves cansado, ¿por qué no comes algo?

—¿Quién eres? —cuestionó con voz apagada, pero dudosa a su vez, un tanto discreta pero audible para su acompañante hizo que ella volviera a sus ojos grisáceos, evitando que Jill se llevase el primer bocado de rib eye a la boca.

—Ya te lo había dicho —contestó Jill—. Soy Ji...

—No me refería a eso —irrumpió Grace—, digo: ¿nos conocemos?

La pelinegra vaciló por unos instantes, alzando ligeramente la mirada.

—No, creo que no —contestó sin importancia.

—Entonces, ¿qué haces aquí?

—Ya te lo había dicho, este es mi pequeño jardín culinario del Edén. El lugar perfecto para verme con mis tres mejores amigas, solo que Isela está en una cabaña con su prometido para hacer porquerías. Yonder está lidiando con el papeleo del director Croda. Y Yasaka está con sus "amigos" para aparentar tener una vida social. Si lo preguntas, sé que no conoces esos nombres, pero con el tiempo verás que son necesarios de saber.

—Hablo en serio.

—Es enserio, si tomo mi desayuno en esta parte, en vez de la zona universitaria de donde pertenezco —frunció su nariz y labio mientras sonreía de modo perezoso— estaría sufriendo por muchas preguntas de todos ahí. Y en el lugar de los alumnos de preparatoria, ninguno se atreve a contradecir lo que hago, o quieren acercarse.

—¿Habiendo mejores mesas disponibles decides venir a aquí? —la pregunta de Grace carecía de emoción, caso contrario al fastidio que sentía sobre su interior, aunque ni él mismo reconocía la razón que le evitaba expresarse.

En un principio no le hubiera importado compartir la mesa, al fin y al cabo no era que su mente le prestara la atención suficiente como para que se sintiera incómodo, pero aquella vaga actitud de la pelinegra le había molestado conforme sus palabras aumentaban.

—Supongo que me gusta sentarme aquí —contestó Jill, encogida de hombros—. Hay mucho silencio, y eso me gusta. Hace que ordene mis pensamientos de típica niña suicida para no querer acompañar a papá, que en paz descanse.

—Me da mucho gusto que trates de lidiar con tus complejos —sonó irónico— pero yo llegué primero.

—Puede ser, pero yo llevo más de un año colocando mi hermoso trasero en éste asiento.

—¿No podías esperar un día siquiera?

—¿Qué tiene de malo? no es como si te incomodara la presencia de alguien más.

—En un principio me hubiera importado una mierda —susurró Grace, evitando que la morena escuchara su frase. Aunque ella pudo notar el movimiento de labios, por lo que comprendió lo que el chico quería de decirle.

—¡Oh! ya entendí —exclamó la pelinegra, chocando su puño con su palma—. Eres el tipo callado y sin amigos, ¿te gusta la soledad, eh? —los cuestinoamientos de Jill carecían de burla, aún así lograban un cometido: Joder la pasiencia de Grace—, en estas fechas es imposible que alguien nuevo llegue, el límite de inscripción venció, a menos que hayas pagado aquella jugoza cantidad que no muchos adinerados se atreverían a pagar, solamente lo harían si quisieran donarle mucha pasta al director para apoyarlo a tener cirrosis. Y aquí entre nosotros, solamente cinco familias han apoyado a esa causa —incluso si a esas alturas Grace sentía que Jill era insoportable, no pudo pasar por alto aquel dato que la pelinegra había dicho—. Eso incluye a la mía. Lo que es muy raro, porque un pajarito postizo me dijo que hoy conocería a alguien de nuevo ingreso.

«Algo me dice que esta tipa es algo más que una mera niña mimada y despreocupada» Sentenció el pecoso para si mismo. «Ella puede saber algo. Mami Rebecca dijo que Angela tenía hermanas. ¿Acaso no será que...?»

—Vaya dato curioso —siseó Grace, apoyando uno de sus codos sobre la mesa para usar de soporte la muñeca donde recargó su mentón—. ¿Pero por qué me sueltas todo eso?

—Simple —contestó Jill—, por mera curiosidad humana. Además que estas en mi mesa, como mínimo deberías entretenerme hablando de algo.

Grace Ackerman no comprendía la peculiar manera de ser que poseía la pelinegra que degustaba el corte fino que la carne le ofrecía. Tampoco estaba con el humor necesario como para darle cuerda a una conversación que no deseaba, pero de alguna forma aquel comentario había llamado toda su atención, lo suficiente como para arrepentirse de pararse y dar media vuelta para retirarse.

—Eres extraña, ¿de verdad no nos conocemos? —preguntó un tanto curioso.

—La cosa no funciona así —replicó la oji miel, alzando su brazo y negando con el dedo índice— ahora te toca decirme algo. —Ciertas cosas en ella provocaban que Grace empezara a prestar total atención, a lo que su compañera de mesa hacía y decía. Independientemente de su singularidad actitud desvergonzada, algo le decía que tomara nota en su acompañante.

—¿Como qué quieres que te diga? —respondió él, dando otro sorbo a su bebida—. No soy un adivino para saber lo que te gusta —sonrió mientras alzaba una mano con la palma extendida, que acompañaba su sonrisa complicada—. Capaz y digo algo que te disguste.

—No lo sé, piensa en algo que pueda llamar la atención de una linda damisela —afirmó la pelinegra, mordiendo mandarina para mezclar el sabor dulce de la fruta con el de la carne—. Yo no tengo todas las respuestas —agregó con gracia, tanto que esa despreocupada contestación hizo vacilar a Grace, reacomodando su posición.

—No eches a perder una valiosa oportunidad de saber en dónde estás, lo que piensas hacer solo provocará un punto muerto —entonces apareció ella, Lúlu, nuevamente estaba ahí, sentada a un costado del pelinegro que, sin percatarse en un inicio hasta escuchar su tentadora voz, fué ahí donde vio como todo a su alrededor había cambiado por completo.

Los comedores de madera extravagantes habían sido sustituidos por mesas redondas hechas a base de una deforme criatura que tomaba forma de comedor que giraba sobre su propio eje, mientras múltiples bocas con dientes grandes y afilados que destrozaban sus labios hasta dejar que los dientes sobresalgan de estos, todo mientras lanzaban mordidas hacia el alumnado que amordazados estaban con esposas de púas incrustadas. Suplicantes entre balbuceos por no poder hablar gracias a una serpiente que ñ enrroscaba la parte inferior de sus rostros hasta sofocarlos de agonías y dolores.
Lulú podía verlo, no hacía falta leer sus pensamientos para saber que cada vez que eso pasaba... La mente de su anfitrión se iba transformando en mierda.
Calor se desprendía por toda la zona, al compás que otro puñado de alumnos eran forzados a trabajar con pico y pala -unos machacaban los inmensos trozos de carbón con el pico, mientras otros echaban con la pala los fragmentos al horno-, en la fábrica para darle lumbre a la máquina para así seguir con el machacador de cabezas lloronas. Todo era un hermoso acto para corromper a aquel que tenía los ojos deprimentes y delirantes.
¿Por qué era así? Una parte de sí pensaba que lo merecía, que Lúlu le hiciera eso por no poder salvarla. ¿Qué pasaba? ¿Le gustaba el masoquismo?
Y lo mejor de todo... Es que ahí si se aceptan a el único turista de mala muerte.

—¡Muy bien mis niños! —exclamó la rubia—.¡¿Quién dice yo para subirse al tren de Santiago con el señor Blanco?! ¡Es el tren de la alegría reprimida para un huérfano! ¡Y viene a estacionarse al nueve tres cuartos! Donde tu mente divaga en los recuerdos que una vez te hicieron feliz. Hoy tienes la oportunidad de comer cómo un rey, cumpliendo lo que una vez prometiste, de dejar el hambre atrás. ¿Pero a cambio de qué? ¿Estar solo como un esposo recién divorciado? Las cosas no siempre salen como uno quiere.

—Otra vez esto —susurró Grace, con los resto de voluntad que le quedaba.

—Tranquilo, querido —dijo la rubia ahora semejante a la edad de Grace, mientras acomodaba la corbata de su uniforme escolar—. No prestes atención al paisaje, céntrate en mí, y solo en mí —reafirmó después de darle unas cuantas palmadas al pecoso. Concéntrate —dijo la rubia, sin prestarle mucha atención al pecoso— puede que saquemos provecho de ella.

—Aún no me has dicho lo que quieres —dijo Grace—. ¿Y como por qué tendría que hacer caso a lo que dices? —su voz sonaba cansada, como si no quisiera estar en la lúgubre mente suya.

—Lo notaste, esta niña —siseó en un tono más serio de lo habitual, hablando mientras con uno de sus brazos señalaba a Jil.

—Es poco probable que éste sea el lugar donde todos los días se siente en una mesa de poca monta a comer un rip eye termino medio. Aunque... La curiosa manera de echarle una especie de salsa de porquería me deja mucho de que hablar. Pero admito que el elote asado con mayonesa y paprica... —sin darse cuenta, tal vez era a gracia de saber que el estómago de su casero imploraba comida, y eso se reflejaba en ella—. Como sea —se dió un par de palmadas en las mejillas para concentrarse—, ya te diste cuenta de que ella sabe algo. ¿Es coincidencia que una linda damisela se acerque a ti con la excusa de que esta mesa ha sido su trono durante tanto tiempo para luego tirarte esa mierda barata de las cinco familias que están cagadas de dinero? —volvió la mirada a Grace para darse cuenta de que en ningún momento se quitó el ánimo de pocos amigos—. Esa niña podrá ser un bicho raro, pero hay algo en ella que me llama la atención.

—¿Solo por eso me estás dando esta especie de ayuda? —preguntó Grace—. Además: ¿por qué estás ayudandome ahora después de tanto dolor de trasero que me has dado?

—Ya te lo dije, hay algo en esa niña que te interesa, y por ende; de alguna manera u otra a mí también me llama la atención —su cabellera se movió al compás en que su rostro de dirigía nuevamente a la pelinegra—. Síguele la corriente.

—¿Cómo se que puedo confiar en ti?

—Cariño, me importa un reverendo bledo si confías en mí. Pero si tantas dudas tienes, ¿por qué no te arriesgas y haces lo que te digo? —lo que decía hizo que el chico vacilara, sucumbiendo en aquella opción—. Y te aseguro que eso servirá mucho más de lo que tu ridícula idea de intentar persuadirla —una discreta sonrisa se formó sobre sus labios rosados mientras soltaba ligeras risas—. ¿Mucho tiempo viviendo conmigo y aún no has entendido cómo funciona el corazón de una mujer? ¡Rayos! ¡Ahora dudo si el día de mañana podrás mantener una relación estable! —el tono burlesco y calmado de Lúlu era evidente para fastidiar al pelinegro que seguía con la mirada en ella, a pesar de que los ojos de la rubia estaban en Jill. Aunque para beneficio propio de él, sus facciones se habían relajado, solamente mirando con atención a la rubia—. ¡Fracasé como tu cuidadora! Ahora tendré que la culpa de verte en la ruina, debajo de un puente mientras transmites más enfermedades que un polvo entre vagabundos —una de sus manos fué llevada al pecho para darle más drama a sus acciones.

—¿Y qué se supone que le voy a decir? —cuestionó Grace, ignorado las burlas de Lúlu—. Hola, soy un pendejo de veintidós años que parece de dieciocho, fracasado y con lo complejos de una anoréxica que ama los trozos de berenjena cruda que hace tres días estaba en una ciudad lejana a ésta, viviendo con una prostituta de la cual puede y hubiera estado enamorado de ella —vomitó desvergonzado—. Buena forma de iniciar una amistad.

—Haz lo que mejor sabes hacer, improvisa. Eres muy bueno en eso de mantener esa escencia que te hacía ser una maravilla de juguete. Recuerda las veces que coqueteabas con chicas mucho mayores que tú. Pero recuerda que ésta pequeña perra parece tener buen olfato para manejar la situación. Puede que ella sea tu rodeo más difícil, querido.

Solo un par de segundos pasaron en la realidad donde Grace pareció estar vacilando, no fueron minutos u horas para su fortuna, aunque él no estaba consciente de ello, y eso era algo que de alguna minúscula forma le intrigaba.

—Menudo grupo de básicos —suspiró, pero con el mero comentario de Grace ocasionó que Jil volviera sobre este—. Nada clásico; todo tan básico como un trueno pasando por encima de un menor.

—¡Oye! ¡Entendí tu referencia! —escupió ella—. ¡Yo estuve en esa batalla! ¡Y creeme que fué más que buena! De hecho, creo que esa fué la primera vez que fuí a Chile, ¿y quién lo diría? Una batalla de freestyle lo cambia todo —Grace se había sorprendido por los comentarios de la Jill. Sobre todo por sus intentos de hablar en un modo serio, pero teniendo el puchero sobre sus expresiones.

—¿Todos los días hablan la misma mierda de siempre? —la pregunta de Grace provocó que Jill tuviera la cabeza ladeada, expresando confusión en su ceja arqueada. Eso fué suficiente para que él entendiera que ella no tenía idea de lo que decía—. Me refiero a todos ellos —señaló al resto de gente acumulados en la zona que albergaban los asientos. El desdén en su mirada que le regalaba a los presentes que reían y hablaban con la papa en la boca era notorio para la pelinegra—. Y eso no es lo peor de todo. Todos ríen, hablan, se escuchan y conviven en armonía como si todo estuviera bien. Pero todos sabemos que por dentro se repudian entre ellos mismos como larvas y lagartijas, a ninguno de ellos les importa otra cosa que no sea su integridad misma. Y eso está bien, ¿pero por qué mentir cuando es evidente que entre ellos saben que se odían?

—Quizás y solo tratan mantener las apariencias —Jill en ningún momento apartó la mirada de Grace, pues la atención que tenía sobre este había hecho que de manera inconsciente sus ojos se olvidaran de parpadear— ya sabes... —con el fino tacto de una dama lo suele hacer, tan suave y delicado había limpiado el escaso de jugo que había quedado sobre los bordes de sus labios con una servilleta dorada—. Todos aquí, sin excepción alguna provienen de familias excesivamente adineradas y prestigiosas. E normal que muestren ciertas reservas de emociones y pensamientos conforme a sus terceros. Después de todo: un paso en falso y todo el respeto que sus familias cosecharon generación tras generación podría irse a la noria con el más mínimo descuido —emanó picardía cuando giró su cabeza hacia un grupo de compañeros sentados cuatro mesas delante del par—. ella, por ejemplo —exclamó, apuntando su dedo sin apartarlo del comedor, justo a la rubia de cabello de grandes ojos verdes y rasgos japoneses—. A pesar de ser una sirvienta, tiene el respeto de personas importantes con tan solo veintitrés años. Son pocas las personas que trabajan de sirvientes o mayordomos que pueden estudiar aquí. Y ella lo hace. No por nada es una Hamilton.

—¿Pero esa ciudad no queda en Japón, el otro lado del mundo? —Grace no pudo evitar preguntar, agudizando sus oidos—. Tampoco parece una japonesa al cien. Tiene los ojos muy grandes y uno que otro rasgo europeo. Además que es rubia, y no parece que se lo haya tenido.

—¡Tushe! —exclamó al momento de tronar sus dedos al tiempo que de una manera coqueta estos apuntaron al pecoso—. Casi das en el blanco. Su madre es la antigua jefa de sirvientas de cierta casa adinerada, y su padre era un austríaco retirado del ejército que hacía de guardaespaldas para mi papi.

Claro estaba que sus acciones de la chica que ambos se fijaron eran naturales al interactuar con el grupo, aún así lograba mantener sus límites y emplear una postura decente, con las piernas rectas
Sus risas eran discretas, con una de sus muñecas tapaba sus labios mientras sus ojos se cerraban, aún así; sus movimientos no parecían ser hipócritas ante los casuales comentarios graciosos que de vez en cuando agregaban a la platica. Tanto las miradas de Grace como Jill volvieron a la joven de cabellera atada con un par de sostenedores tipo broques con la cabeza de un zorro dorado para hacer de soporte, y unas trenzas circulares a sus laterales. El par notó la sutileza y delicadeza sobre sus acciones refinadas que hacía juego con su rostro.

—¿Sabes por qué está aquí? —de cierta forma, el pelinegro sintió vergüenza al negar con su cabeza, tratando de disipar su molesta sensación de ignorancia—. Es normal que no lo sepas, eres nuevo después de todo, bueno... —su dedo índice derecho pasó hasta llegar a su barbilla al momento de alzar su cabeza de manera pensativa, pensando en lo que estaba a punto de comentar.

—Yo nunca mencioné que era nuevo —dijo Grace, irrumpiendo a la oji miel que divagaba sobre sus pensamientos, ocasionando que nuevamente sus miradas coincidieran.

—No lo hiciste —añadió Jill, con cierta inocencia—, pero lo supe desde que soltaste la pregunta que nos trajo al tema de ahora —esta vez fué el pecoso que pareció despistado—, sin contar que no tienes idea de quien es Yoko Antonieta Hamilton Nazawa —sus miradas volvían hacia la extranjera—. Y es obvio que todos en la escuela conocen a una de las siete perras de la zona. Incluso ustedes, los de bachillerato. ¿Ya dije que su nombre es muy largo y chistoso? No por nada es la hermana menor de mi mayordoma.

Él no sabía que decir, puesto que sus recursos se vieron escasos ante lo dictaminado por la pelinegra de manera banal. La derrota en la especie de juego que ambos habían optado por seguir había puesto peso a la frustración de Grace, logrando que un suspiro saliese de su boca.

—No puedo argumentar nada ante esa lógica —siseó, implementando una risa burlona, un tanto humorística y complicada.

—No te frustres —comentó Jill—. Soy buena en estos juegos, aunque no lo parezca —su atención volvió al último trozo de carne que restaba en su plato, algo que no duró en cuanto sus manos tomaron el tenedor y atraparlo para llevarlo a su boca para goce de su paladar—, como decía... —musitó después de dar un par de tragos a su bebida—. Es aceptable darse la idea que para una persona normal en la sociedad le sería imposible pisar estos territorios, pues ni una beca puede darle el pase a gente que no sea "especial". Pero igual resulta ilógico que una extranjera esté aquí de no ser por la alta cantidad de pasta que los ricos invierten. ¿Pero por qué matricular a una sirvienta? ¿Por qué? —cuestionó, volviendo la mirada a Grace—. Y esto termina con un enigma desconocido, incluso para muchos aquí. Y como un consejo extra: no te acerques a ella con intenciones de llevarla a la cama, porque de eso se encarga su amante, un chico que está comprometido, tal vez de tu edad. Y si lo haces, puede que te ganes a ese sujeto de enemigo. Ya tenemos muchos problemas como para que causes otro. Además, a Rebecca no le gustará que te tires a su hermana.

—Esta no es una escuela para la gente en general —sin romperse tanto la cabeza, el pelinegro había terminado la frase de la pelinegra quien con una vaga sorpresa se hizo presente al escuchar la frase que Grace soltaba de manera natural—. Espera, ¿Rebecca? ¿Cómo es que...?

—Vas captando rápido —interrumpió al chico, luego de un par de segundos donde había vacilado, no hizo más que dejar ver rastros de satisfacción sobre su rostro— pero incluso entre peces gordos se destaca —concluyó Jill en capricho, haciendo un puchero—. Ahora me toca a mí —después de unos segundos que parecían detenidos tuvieron que pasar para que la morena volviera a avivar la charla—. Lo preguntaré una vez más: ¿cómo te llamas?

La relajada postura de Grace daba indicios de que esperaba algo como el cuestionamiento de su acompañante. Internamente sabía que se esperaba algo como eso, pero no sabía que responder con exactitud. Aún no confiaba en Jill

—Grace —un segundo suspiro tuvo que dar para que el pecoso soltara la onomástica que Jill deseaba saber.

—¡Lo sabía! —el comentario de la morena había dejado ápices de dudas en Grace. Él no sabía la razón por la que sentía un mal presentimiento al ver aquella expresión hiperactiva por parte de Jill—. ¡No sabes las ganas que tenía de tener un hermano! —aquella frase fué lo que desencajó al pecoso cuando la sensación de malestar y fastidio abundó su interior.

En eso supo el gran error que cometió al pasar por alto las palabras que Rebeca le dijo antes de irse. «Mierda» Vomitó a sus adentros. Pues... Nuevamente Grace no tenía ni idea de lo que pasaba.

Solo quiero decir que Yoko no forma parte de ésta obra. Ella es protagonista de ¿y por qué no somos sinceros? Pero ya saben, aquí don cameos haciendo de las suyas.

Lo digo para que no esperen una aparición de ella. Si quieren descubrir quién es, ya saben donde encontrarla.

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