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mi tumor número tres

"No suelo perder el tiempo por alguien que no sea yo misma. ¿Egoísta de mi parte? Más egoísta es aquel que adelanta sus días de zángano sin tener ampollas en las manos. ¿Narcisista por pensar en mí? Seguramente mi amarga vecina, fumadora compulsiva pese a tener una enfermedad terminal dejará de hundirse en su desgracia para preguntarme si ya comí".

~Jesse Ackerman.

En una esquina del mugriento cuarto, dentro de una tiesa cama que no le resultaba incómoda yacía Grace con los ojos cerrados. Enrollado en la delgada sábana que nada hacía contra el aire acondicionado a los dieciocho grados. El pecoso trataba de ignorar la incesante voz virtual de su nueva enemiga matutina.
No supo cómo afrontar otro dolor equiparable al de una muela infectada. Mientras la insoportable y desconocida canción retro usada para despertarlo era más fuerte cada seis segundos, las grisáceas cortinas se subían por sí solas, entre cortos lapsos por una falla en el aparato automático para filtrar el ingrávido ánimo de las afueras.

—Son las 7:32 a.m. —dijo la asistente virtual desde la bocina encima de la mesita a un lado de la cama.

—Mierda... —alargó la última letra en señal de frustración por no querer mover un músculo—. ¿¡Puedes dejarme dormír, conchetumare!? —sus palabras quedaron a medias conforme su brusco modo de sentarse provocó que todo girase a su alrededor. Sus ojos crisparon en cuanto recordaba las confusas imágenes de sus sueños. Entonces se replanteó mentalmente para deteriorar la idea de volver a cerrar los ojos por el pavor de seguir con la continuación de lo que sería otra pesadilla del montón, esas que tenía desde el viernes trece..

—Disculpa —dijo la inteligencia artificial—. No pude entender la pregunta.

Se analizó detenidamente sobre el polvoriento espejo en el tejado que le dejaba ver si cuerpo en la inmensa cama. Los días repentinos no le permitieron comer, se veía en su debilitado aspecto. Ante sus ojos se veía un tanto desnutrido, eso hasta que un conocido que no lo viera desde años le dijera que su abdomen estaba marcado por la falta de comida. En cierto modo ridículo para intentar presumir si es que planeaba pasearse por las playas sin camisa.

—Sarahí —le dijo al dispositivo con un tono audible—. Apaga la alarma —su petición fué cumplida después de unos segundos.

Esperó a que su mareo disminuyera para salir de los aposentos, contrayendo sus pies descalzos al contacto con el gélido suelo. Entre tambaleos fué directo a la puerta de la longeva habitación para entrar al empolvado sanitario dentro del dormitorio, hacer sus necesidades en el despintado excusado, darse una ducha fresca para durar otro cuarto de hora y salir desnudo mientras secaba su cabello con la polera que usó la noche pasada.
Recorrió la alcoba con detenimiento, llegando hasta los rincones invadidos por telarañas y unos cuantos insectos envueltos sobre estas.
Un pequeño tic de intriga acogió su maniático subconsciente, sintiendo que las cosas estaban demasiado tranquilas a primeras horas del día, pues conociendo a sus hermanas, o a la propia Jessica, imaginó que alguna de ellas iría a molestarlo por ocio. Más de lo que solía ser en cualquier parte del mundo. Ni el tedio ladrido de un perro de raza pequeña que las señoras de cincuenta años tenían para que las acompañasen a correr estaba presente a las afueras, o el típico vecino busca pleitos con el cartero u hombre de la basura. En parte pensó que estaba exagerando cuando descubrió que la ventana estaba cerrada, pero esa subestimación en él mismo cambió cuando le pidió a Sarahí que las abriera. Y en efecto, no había nada para escuchar. Incluso llegó a pensar que si diese un grito podría generar ecos. La sensación de inconformidad tomó más protagonismo al denotar un cuadro con el dibujo de una estrella invertida, con tres besos debajo, marcados en un marco que colgaba de la pared encima su lugar para dormir.
«Algo anda mal» torció sus labios.

Se fijó en la bocina de cambiantes colores neones. El vestidor de puertas expuestas al frente, con cinco mudas del uniforme. El minisplit en marcha, lleno de turbulencias internas debido a la suciedad y descuido. Todo parecía normal, pero seguía insistente, seguía con la intriga de que algo no cuadraba. Pensando que solo era él y sus pleitos con la paranoia, estaba dispuesto a no examinar las últimas marcas que dejaron sus zapatos sobre el suelo lleno de arena acumulada.

«Es un hecho» se dijo para sí «los alucinógenos están prohibidos. Me conformaré con unos malos humos». Al aventar la húmeda playera sobre la cama, al compás de mirarla por un segundo, vio un pequeño trozo de papel que bailaba en el aire hasta caer al suelo. Lo recogió para leer las tres palabras escritas: i ser you.
«Oh, puta madre —pensó al quedar encorvado—. Alguien me está rompiendo las pelotas. Bueno, no sería un día normal si es que alguien no lo hace».

—Muy bien —habló al sonreír más confiado—. Quien quiera que sea la que me está vigilando, ten en cuenta que estás viendo mis huevos —regresó al armario para buscar algo de ropa interior, lo cual fué inútil, agendando un espacio en el día para comprar cosas de uso personal, y tener algo que no solo sean uniformes en el clóset de madera conservada—. Por ende, no me arrepentiré si por accidente le vendo tus bragas recién usadas a los depravados que se masturban en tu nombre.

Sin más, se preparó para otro día en la capital de Helix.
El parque mártir era un lugar muy visitado por turistas y residentes de Ishkode. Los árboles longevos que servían para hacer de sombra debajo de las bancas y mesas separadas del césped, semejante a un jardín por los girasoles y tulipanes plantados hacían una buena tarde de picnic, o alguna reunión de amigos o parejas. Eso junto a las aves de distintas especies que se acercaban con toda confianza a los humanos en modo de querer interactuar. Pero la atracción principal era aquel kiosko creado desde hace cinco siglos, asediado por los siete tableros gigantescos que describían con las letras talladas por artesanos , que dictaban los acontecimientos más importantes de Helix, en medio del lugar. A lo mejor ya no tenía la forma de hace tiempo, gracias a los refuerzos que le hicieron de una inútil apariencia sutil para no opacar su antigüedad, no consiguiendo dicha tarea. Al menos dejaron una foto resguardada en un marco de cristal sobre la entrada de cómo era anteriormente.

—Si en las pocas horas que estuvimos juntos no fuesen las suficientes para conocer tu humor de miirda, estaría molesto porque contestaste al teléfono después de mi intento número cuarenta y tres —dijo Grace, ensanchando una línea curva sobre sus labios, recargado sobre el barandal del kiosko al momento de acomodar los lentes oscuros que le protegían de los intensos rayos solares reflejados por los tableros—. Pero me alegro de saber que hiciste un espacio en tu agenda a última hora, sólo para mí, mami Rebecca.

—Te doy tres segundos para que contestes las siguientes tres preguntas —contestó Rebecca Hamilton desde el otro lado del teléfono con teclas que el pelinegro tenía sobre su odio—. ¿Por qué me llamas de un teléfono desconocido? ¿Quién te dio permiso de faltar a clases? Y sobre todo: ¡¿Cómo m*rda se te ocurre ir a Grillo's?! No tienes que estudiar ni entregar tareas o particular en festivales ni proyectos. Solo tienes que asistir, y ni eso puedes hacer.

—Cuando Jessica me hablaba con júbilo sobre el tan aclamado instituto San Bernardo, dejando a un lado lo grande y linda que es, digna de ser admirada; me imaginaba un paquete de alumnos y profesores ilustrados con una capacitación y rendimiento impecable —inclinó su cabeza mientras veía a las personas debajo de él, tomándose fotos detrás de las escrituras mientras un guía les explicaba con palabras menos complejas a las personas acerca de la historia ocurrida en Ishkode—. Sinceramente, me decepcioné cuando nadie de mi clase puso atención a los profesores que parecían hablar solos. No fué difícil saber que puedo pedir las tareas de los días siguientes para entregarlas el viernes. Ése lugar no es la gran cosa,

—Se dice gracias, pretty boy —contestó ella, escarbando sarcasmo en su tono divagante—. Por algo tu grupo es el efe. Nadie ve futuro en ellos, solo están ahí porque papá y mamá tienen que mantener las apariencias con la familia. Si fueras tan siquiera en el ele, serías la mascota de todos por lo retrasado que te verías a lado de ellos. En el resto de salones no tienen esos privilegios como los niños "especiales", si se le pueden llamar a la escoria de esa escuela. Pero eso no contesta lo que quiero saber.

—Tú misma acabas de darte la respuesta —contestó Grace. Del bolsillo de su pantalón sacó una lata color verde, para dejar que el líquido gaseoso le diera un toque de frescura con la degustación del sabor lima—. Soy un pequeño bastardo que parece ser un extranjero en su propio país. El cual tiene privilegios que puede usar a su favor si sabe actuar con el papel de pendejo. A nadie le va a importar que alguien como yo falte por un día, o hasta el viernes. Solo tengo que entregar lo de ayer, hoy y mañana, que piden por requisito. Y lo haré, después de comprar las cosas indispensables para la casa. La segunda pregunta que hiciste es un poco retórica, si nos ponemos a pensar en porqué estoy usando un teléfono que no puedes hackear, aunque busques algún vínculo con éste. Descuida, me pareció buena idea el saber si seguías viva por no llegar a casa. Y la tercera pregunta, pues... Sólo quería probar la comida del tan mencionado restaurante Grillo's. Como dijiste que la dueña nos desprecia, me tomé la molestia de hacerle el favor de salvar a su ahijada de pasar un mal momento con su amado novio —volvió a reír —. ¿Una ganga, no? Ni el "lobo de wall street" podría hacer una maravillosa jugada como la mía. ¡Exijo mi aumento!

Rebecca guardó un momento de silencio para contener la insoportable frustración que el chico le generaba al quitarle tiempo que le faltaba. Con salir de la llamada sin colgar, buscó un contacto para enviar un texto rápido pero directo, recibiendo de inmediato la respuesta que quería.

—Estoy demasiado ocupada como para lidiar con las insignificantes estupideces de un adolescente. En quince  minutos alguien pasará por ti. Puedes salir del kiosco en donde estás, dará lo mismo. En ese lapso te recogerán para llevarte a la escuela de la mano, como un niño enfermito. No te molestes en explicarme nada, habla con Ángela cuando te la encuentres —sentenció, intentando colgar antes que el pelinegro hablase.

—Jessica solía contarme los anécdotas que ustedes hicieron juntas, los recuerdo como si fuesen los cuentos que una madre le da a su hijo antes de dormir. ¿Quieres saber algo curioso? —en ese breve instante, donde la bocina del celular no escuchaba los pitidos pasantes en su cabeza, supo que era momento de comenzar a hablar para aprovechar la vacilación de Rebecca—. En todas las historias hablaba maravillas de ti. Decía que con hacer menos la quisquillosa manía que tienes, eres alguien inquisitiva, atenta, que piensa a detalle. Incluso esas pequeñas oportunidades que la vida te da a raíz de un gesto, ruido, o en éste caso: la palabra correcta para abrir nuevos caminos. Descuida, sé como llegar a la escuela —habló, tomando el coraje para no titubear—. Comprendo tu punto de no confiar en alguien con que acabas de conocer. Nadie contradice tu enojo por darte problemas indeseados. cosa que no quise en un principio. Y lo notaste en la primera vez que me viste con las pocas intenciones de volverme un Ackerman.

La camilla ensangrentada donde la rubia  se paseaba en zigzag, de modo que evitase los cadáveres regados sobre el suelo del pasillo trece de un hospital, al tiempo en que las palabras de Grace le hicieron dudar. Su mirada extraviada se refugiaba sobre el tejado, con los pensamientos que le daban relevancia al nombre de su difunta hermana. El que evitaba a toda costa, lo que le hizo asumir mandados lejanos a la ciudad donde Grace estaba ubicado para no estar cerca suyo.

—Los niños buenos hacen sus deberes en orden y forma para no ser castigados —suspiró—. Contrario a lo que estás haciendo ahora. Si lo que quieres es un poco de atención, en el teléfono que te di viene el número de Ángela. Desperdicia tu tiempo con ella, quien fué la que te adoptó. Yo ya hice mi parte con traerte a la ciudad.

—Es contigo con quien tengo asuntos en común —reprochó Grace—. Ambos nos merecemos una plática de horas.

—Que te hubieses vuelto especial para Jessica no significa que también lo seas para mí —afirmó la chica, llevándose otra fritura a la boca sin asco de tener las manos manchadas de sangre, o considerar si el sonido de su boca le producía asco al pecoso—, no tengo interés en la mascota de mi hermana muerta.

—Supuse que dirías eso —rio para ocultar el enfado que le provocaba el ser insultado, reforzando los estribos para poder aguantar otro par de burlas que ya tenía previstas—. No cabe duda de que eres hermana de Jessica, por ello me esperaba groserías más fuertes de tu parte. Ella lo hizo en nuestros primeros días juntos. Pero no te confundas, prefiero que seas alguien con los ánimos de una antisocial, que estar escuchando el tono de llamada en mi teléfono a cada rato. También déjame recalcar que mi intención no es que me tires un  sermón cuando la cague, estés ahí para darme un consejo para conquistar a la primera fulana de ésta mierda de lugar, o que despertemos desnudos en la misma cama. Aunque lo último lo podemos discutir —añadió como si nada.

—Estás a años luz para llegar a ser mi tipo —contestó ella, riendo por lo bajo—. Prefiero a hombres de traje, con barba y un poco de canas. Ser una fanática del colágeno no es lo mío. Ya me cansé de repetirlo: tengo suficientes cosas que hacer, como para estar cuidando a un niño.

El no ver avances con Rebecca le contraía un considerable desgaste de paciencia por no cumplir su objetivo. Corroboró que las siguientes oraciones fuesen al compás de un suspiro calcinado en un arrepentimiento por lo que estaba por proponer.

—Tienes poca fé en mí —dijo Grace—. ¿Por qué no me pones a prueba?

—¿Que gano yo con darte más de mi tiempo? —respondió ella, en modo de pregunta con un acento burlón.

—No pierdes nada con darme alguna otra misión que no sea comportarme como un genérico del montón —habló el chico, en el mismo tono que ella—. ¿O acaso la gran Rebecca Hamilton no es tan astuta para detectar un buen aliado que quizás y pueda hacerle ganar más de lo que pensaba? Ya sabes... —distorcionó su voz para sonar más tierno, con puchero en su rostro—. Por no ser tan profesional con relacionarse conmigo. Ya sea poque te recuerdo a Jessica, o simplemente me detestas por hacer que tengas el doble de actividades de las que tenías planeadas. Todo por capricho de Ángela.

—Si que tienes la boca muy suelta, pequeña comadreja. Cuando regrese a casa te llevaré un bozal como regalo de bienvenida —sonó más seria, pero igual de estresada por no concluir la llamada—. ¿Quieres una prueba, cara de sandía pálida?

—Me gustó la referencia, ¿la pensaste durante toda la noche? —Grace volvio a soltar otras risillas—. Pero venga, ponme un objetivo, cualquiera.

—Está bien —extendió la envoltura verde de las papas sabor limón para ingerir las migajas que restaban. Dando escaso interés en Grace, quedando confiada, como si supiera que sus intentos de acercarse a ella serían estúpidos—. La persona que envié por ti es buena en lo que hace. Suele ser cautelosa, rápida y eficaz.  Tiene tu ubicación a tiempo real. Pero no la hubiera necesitado. Con ver tu rostro puede encontrarte. Como dije antes: su objetivo es llevarte a la escuela. Tu tarea será evitar que te atrape hasta que den las siete de la tarde, la hora en la que salen todos los alumnos.

—Dices que tiene mi ubicación —reprochó sin mostrar descontento, en cambio usó un temple moldeable a la situación—. Tengo mucha desventaja a mi favor, ¿no crees?

—Es eso —sentenció Rebecca, con la emoción de tan solo pensar que estaba a momentos deshacerse del pecoso—, tómalo o déjalo.

—Bien —aceptó a regañadientes, pero desafiante—. ¿Algún consejo que me quieras dar antes que vaya a enfrentarme a quién sabe qué? —preguntó Grace.

—Ya te dije suficiente. Y vas a reconocer a la persona cuando la veas —Rebecca se despojó de la camilla, con ambas manos ocupadas. Una por el celular en sobre su oído, y la otra por un folder color verde con documentos de hace años, cerca de las costillas rotas en su costado derecho,—. Si me disculpas, tengo un edificio que demoler. Y en caso de ganar el desafío, prometo que me daré el tiempo de escuchar la mierda que me tengas que decir —sin más, no pudiendo retener sus quejidos al hablar,  dio por finalizada la llamada.

«Puta madre, Rebecca Hamilton». Pensó el chico mientras bajaba su celular y observaba a las personas retirarse de sus alrededores, dejándolo solo mientras se perdía en la lejanía del camino recto de concreto de la salida de los tablero que estaban frente a su vista.

Las inmensas calles que conectaban con el segundo boulevard más frecuentado era un repertorio de variados inicios para partir, según Grace, quien estuvo indeciso de por dónde empezar a caminar. Que ruta le traería más ventajas, o desventajas en lo que sería otro juego del gato y el ratón. Para su fortuna, no cerrado a las posibilidades de su entorno excesivamente movido, evitó que la mente se le bloquease e inmediatamente tomó el celular que le obsequió Rebecca. No era tan moderno como el de los actuales, de estética elegante con sus tres cámaras y tanta tecnología desperdiciada por gente ordinaria. Pero servible para activar el  GPS, verificar el mapa y darse una idea general del entorno, al mismo tiempo que miraba de reojo el escandaloso movimiento de su eje, camuflado con los anteojos oscuros que no dejaban ver sus ojos rojizos, sentado sobre una banca de cemento, cerca de la inmensa entrada del parque. Para disimular una fachada, mediante una falsa distracción con auriculares negros, haciendo creer que no escuchaba el berrinche de un niño con sus padres por no comprale un helado, cerca de la parada de taxis, a la decrépita mujer que discutía con unos jóvenes en medio de la banqueta, o las bullicios de las personas en grupo que iban de paso. En su mayoría estudiantes de colegios cercanos, con horarios de entrada distintos al de él.

Después de un breve momento de esperar con la pantalla blanca que cargaba la imagen de la zona norte de Ishkode, descubrió la diversidad de establecimientos que podía visitar, incluso la plaza comercial le quedaba a unos veinticinco minutos a pie, cinco hoteles no menos de cuatro estrellas, tres pizzerías, entre otros lugares donde podría ganar tiempo, si se podía escabullir de la forma debida hasta que terminase el tiempo.

«La plaza es un lugar extenso» divisó el lugar al acercar la imagen real con el desliz de dos dedos, estrujando su nariz y labios, siguiendo sin estar convencido. «No, mamá Rebecca no dijo que esto sería un mano a mano. Habrán más, esa mal nacida no me la pondrá fácil». Observó el reloj con la forma de un personaje redondo, verde, y de un ojo. «Tengo muchos problemas, y sólo me quedan cinco minutos» su mala decisión le hizo poner una mueca disgustada, al momento de pararse, mirar la pantalla, descartar la plaza para ir a la pizzería que estaba a nueve minutos. «Bueno, como decía mamá...» estiró sus extremidades para luego caminar por el mismo lado del asfalto, que era dividido por el otro con el espacio recto de árboles y flores de muchos colores, escurridizas sobre las raíces en curva que dejaba ver el otro lado del boulevard Calix. «El que tenga miedo a morir, que no nazca».

Llegar hasta la pizzería Aldini's fué demasiado apacible para lo que esperaba. Dedujo que la considerada cantidad de personas ayudó a que su cazador no hiciese algo imprudente. No obstante, se mantuvo alerta, fijándose en el reflejo de los espejos de los establecimientos, que en su mayoría poseían un cristal que dejaba ver el producto que ofrecían, y a su vez la silueta de aquel que miraba. El recibimiento a ojo abierto del local era en cierto punto atrayente. Las letras de su nombre en un verde esmeralda, y por lo tradicional que se notaba a simple vista, obtuvo una rotunda desilusión por saber que no podía pedir ingredientes que seguramente los empleados tacharían como  blasfemia como la birria. Era lo que había de esperarse por recoger un lugar donde promueven los orígenes culinarios de su comida favorita, no se podía quejar. Era eso o seguir sin nada en el estómago.

El alrededor seguía estable. Grace pensaba que un poco exagerado por ver el arcade en donde se encontraba a un lado de la pizzería, con las luminosas letras verdes  por debajo de la pequeña puerta anaranjada. Sin pensarlo tanto la abrió cuando leyó el letrero colgando sobre esta que indicaba la disponibilidad del lugar que, a lo mucho se encontraban unas trece personas para lo grande que era el local.
Aunque después de estar casi cuarenta minutos jugando el mismo juego de pelea sobre la máquina retro, recordó que a las diez de la mañana, en los días de martes había escuela, irónicamente de lo que él escapaba. Todos los presentes estaban dispersos en áreas casi lejanas. Pero eso no era impedimento para que Grace escuchase las risas de la pareja treintañera en la mesa  de hockey con disco en mano sobre el pasillo de juegos adelante de dónde se ubicaba.

La música romántica que sonaba por todos lado, estaba muy conectada con el dúo de seres que revivían sus momentos de juventud. «Si tan solo los viera...» pensó, en su tercer recorrido de pasar el juego de combate que se sabía de memoria, presionando los botones y moviendo la palanca por inercia, dejando que los efectos de la dopamina le montase una película de la vida recorrida en aquellas personas.

—Tu eres el pincel, que pinta mi papel —susurraba en un canto, siguiendo el ritmo de la melodía con ukelele dentro de las bocinas en las esquinas con focos amarillos.

A punto de enfrentar al jefe final, un ambiente contraste la música que usaba como banda sonora. Después el sonido de una moneda introducida a la máquina hizo que Grace arquease las cejas, volteando a un lado de la banca del segundo jugador, que segundos antes estaba vacío, quien le hizo bajarse de su nube mental en un instante.
La repentina llegada de la chica que presionó el botón que debería funcionar para darle pausa al juego que, en cambio la trasladó a la elección de la amplia gama de personajes para escoger. La despectiva forma de volver la vista en ella, luego de quitar la atención en la pantalla que destacaba por la luz que envolvía la tenue iluminación ámbar, al igual que los redondos ojos de ella que le devolvía la mirada del mismo modo.

—Hola —saludó con los ánimos somnolientos, llevando sus pupilas por encima de la maquinita arcade para vislumbrar su apetito al abrir la caja de cartón cuadrada de pizza y, tomar sin aviso una de las tres rebanadas restantes de Grace para darle un mordisco, a la vez que acomodaba por orden a los peleadores que usaría—. La próxima vez que compres en Aldini's, pide la pizza más grande, sale mejor que la tradicional. Y así te ahorras la comida de todo un día por la modesta cantidad de ciento setenta pílares.

—¿Y tú eres..? —preguntó Grace. Seguido de ver otro tanto a la chica apariencia mayor a la de él, para percatarse que ella tenía un parentesco con sus hermanas: Jackie y Jill—. Espera —vaciló— no me digas que eres una de ell...

—No digas nada. Quiero jugar un rato, ahora que tengo la oportunidad de encontrar algo positivo en toda esta mierda de venir a buscarte. Solo juega conmigo —bostezó, tapando su boca con la palma de una mano cubierta de pulceras de muchos materiales que le otorgaban un considerable peso extra en las manos—. Estoy muy cansada, así que solo tendremos una partida.

No era que la música de las máquinas a la espera de ser usadas fuesen opacadas por la cancina voz de la chica con el parentesco de las hermanas Ackerman. La cual imaginó y era una de las dos que conoció el día de ayer, contradiciendo tal idea con denotar esa manera irritada de hablar, sin ser petulante cómo Jackie, o extrovertida al igual que Jill. Pero no negaba que respecto al físico tenían la misma cara, e igual corte —con rizos pequeños que destacaban en las puntas del flequillo que obstruía parte de su rostro izquierdo, lo que la diferenciaba del otro par—. Por ello le cayó de sorpresa el trato tajante de la chica que, después de esas palabras se centró en el juego que estaba a punto de dar inicio con las presentaciones. No se esperaba ver a otro ser idéntico a Jill y Jackie, luego recordó las palabras de esta última cuando le preguntó si tenía una gemela: "¿conoces el juego del casino? Casi, pero no".
«Ya ví a qué te referías» sonrió para sí, cuando una robótica voz les dio inicio al primer enfrentamiento. «Son trillizas. Vaya, vivo rodeado de mujeres. Problemas femeninos, soy yo de nuevo».

—Bueno, al menos ahora sé que mi vida no corre peligro con un desconocido —dijo Grace, al torcer una complicada mueca de aceptación en cuanto ambos tuvieron acceso a la movilidad de sus personajes—. Me alegra saber que estaré rivalizando con una de mis tantas hermosas hermanas, así no me quedo con el pendiente de quién será mi buscadora.

Las primerizas ganas de Jesse Ackerman por tener un mano a mano en el juego de su infancia con Grace fueron desde el momento que presionó los botones al compás de girar la palanca sin esfuerzo, entre combos certeros durante sus movidas, diciéndole que era alguien con recorrido en ello, quizás y tanto como ella. Pero eso no quitaba el hecho que lo imaginó planteado sobre una zona abierta como la plaza, no en un punto fácil para ser emboscado por no más de cinco personas que sepan un poco de defensa personal.

—En casa tenemos reglas, jerarquías —dijo sin expresión, llamando la atención de Grace que escuchaba, mas no apartaba la vista de la pantalla—. Conforme uno escala, Angela nos va dando algunos privilegios. Como el mío, que no es nada del otro mundo, solo faltar a la escuela cuando me plazca. En este caso, son mis putas ganas de tomar una maldita siesta. Y lo estaría haciendo, si tan solo mi celular no hubiera sonado antes de tomar un taxi para sacarme del aeropuerto y llevarme a casa. En cambio estoy aquí, simulando que el aire acondicionado de aquí es el de mi habitación, mientras trato de amortiguar mi molestia con humillante en un juego que no cambiará mi estado actual. Para hacer lo que quieres, tienes que merecerlo. Por ahora debes seguir las reglas como un niño bueno, así que revisa el horario de hoy, porque aún puedes entrar a la última clase antes del primer receso.

—Hacer las cosas a tus anchas sin que mami Rebecca esté como cuchillo sin filo detrás de ti me dice que tu estatus es muy elevado —respondió Grace—. Mi madre siempre decía: a mal tiempo, buena cara —sonrió—. Eso no quiere decir que vamos a estar sonriendo todo el tiempo. Deberíamos estar locos para estar con una sonrisa a cada rato —prosiguió con ironía cuando su segundo luchador fué derrotado. Y apenas le había bajado la mitad de vida a la mujer de cabello corto que usaba Jesse—. Digo, si tuviera que mencionar algo que sea omnipotente, tal vez cercano a eso, lo primero que llega a mi cabeza es el tiempo —inspiró hondo para tomar aire—. Nada puede frenarlo, y por ende, tampoco podemos detener las cosas que están destinadas a suceder. Lo que pasará, va a pasar. Y es verdad, por muy monótono que suene. Por algo es que esa maldita frase es muy sonada por fanfarrones que se hacen los filosóficos con una chica.

—Y dichosos mis oídos —respondió Jesse, devorando el pedazo restante de corteza que yacía en medio de sus labios rotos expuestos, al natural—. Prepara tus cosas, que nos vamos en menos de un minuto —dijo para recordar que era ella quien llevaba la delantera. Un aliento que le servía, segundos antes de ver la victoria del chico ante su leve sorpresa

—El día es demasiado joven para despedirse de la diversión. Además, apenas vamos por el cuarto round. ¿No deberíamos terminar lo que empezamos? —Grace sonó a modo de mostrar sencillez en las palabras que utilizaba, ocultando sus intenciones desafiantes—. Esto nos da la oportunidad de conocernos, ¿no lo creés, hermana?

—La verdad, no me importaría hacerte picadillo una y otra vez —intentó articular mientras bostezaba—. Pero mami Rebecca me deberá un favor si te llevo a clases —enfatizó una falsa sonrisa al recordar otro motivo que le hizo detestar el momento en que dio el sí a rechazar sus aposentos de manera temporal—. Lo siento, moco. Hoy no se dará tu capricho de bienvenida. considera de este pequeño intercambio de palabras un presente de mi parte como compensación.

—Ya que lo pones así —ensanchó una sonrisa quisquillosa mientras se apresuraba a dar el primer movimiento en el siguiente asalto—. Voy a tomarte la palabra. Pues el que estés aquí dice que la familia Ackerman resuelve sus asuntos entre ellos. Son muy unidos, y por consecuencia: comunicativos.

—Nosotros preferimos el término precavidos —corrigió muy socarrona, actitud que despojó después de ser sorprendida con una habilidad oculta de su contrincante, la cual bajó el cuarto restante de su vida, por ende, la victoria de esa ronda era para Grace. Su pequeña sonrisa, casi imperceptible se había borrado, sustituida por un rostro de leve sorpresa al tornar su mirada normal, no como la somnolienta que acostumbró a llevar durante toda la mañana.

—¡Anotado para las futuras reuniones familiares! Por cierto, aún no nos presentamos como es debido. Disculpa, tu nombre es... —dejó un espacio de silencio cuando volvió su rostro con el de ella, que también volteó al mismo tiempo para quedar cara a cara que, sin duda el Jesse era de todo menos felicidad o el estado indiferente de un inicio.

Un tétrico escalofrío erizó la piel del chico, que más pálida ya no podía estar. Era claro que tenía miedo por intentar jugar con la mente de la chica, aunque algo emergía dentro de él, sabiendo lo que podía hacer cuando tenía cierto control de las situaciones. Una mezcla de pavor, inseguridad, duelo, cierto morbo por ver la desesperación de la chica le inundaron cuando vio frutos en su estrategia de manejar con bandera de crédulo niño educado. Llegando a la conclusión de que su cuarta hermana no era tan difícil de manejar, como lo era Ángela o Rebecca.

—Jesse, pero no Pinkman —terminó la oración en un tono cancino.

Jesse aprovechó el tiempo para flexionar los brazos, dejando una diminuta vista a sus desgastados shorts negros, alzando lo ancha de su camisa que la cubría hasta las piernas como las que algunas chicas suelen usar para ir al gimnasio. Dio otro bostezo, esta vez sin la vergüenza de que a Grace le llegase su desagradable aliento a  mierda y café rancio, en un acto infantil por perder su amplia ventaja, disipada con volver a su porte poco enérgico. Relajó sus dedos, respiró por lo bajo, dejó que la calma pudiese ahuyentar la frustración y se concentró en jugar con comodidad. Antes de todo miró al chico con el rabillo del ojo. Le resultó evidente que él y ella eran polos muy opuestos en cuestión de quién sería el ganador. Eso lo tuvo claro, pero sus alarmas le decían que esa sonrisa casual ocultaba ciertas intenciones, separadas del juego. No se dejó intimidar, menos que otro tipo cualquiera, siguió con su temple despectivo.

—Grace, un gusto —quiso empezar la última ronda con otro movimiento fastidioso, pero ella lo arremetió sin parar—.  Espero y nos llevemos bien —sonrió— hermana.

—Se supone que aquí debo decir que el placer es mío —ella hizo lo  suyo cuando siguió la canción que ahora estaba de fondo, moviendo sus pies calzados de unas pantunflas con la figura de un cerdo con una mancha en el ojo derecho—. No sería debido mentirle a mi hermano ¿o si?

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