Mejor ahora que mañana
—¡La comida está casi lista! —Lucrecia intentó apaciguar la tensión en el ambiente.
—Dejemos que los novios hablen en privado —Angela apoyó la idea de Lucrecia—. Grace, por favor, trata de ser más respetuoso —se apeó para ir con la rubia—, Becca, vámonos, debemos comenzar a preparar la boda.
—Becca se irá si el dogo argentino también se va —farfulló Grace, retando a Amanda—. Decide, querida.
—Luca es de confianza —replicó ella, igual de serena.
—Becca también es de confianza —no estaba dispuesto a ceder.
—La cena es para dos —Lucrecia intervino para no generar más conflictos—. Ustedes estarán abajo —le habló a los dos guardaespaldas—, pidan lo que quieran que la casa invita. Dejemos a los tortolitos en paz.
—Sin hacer trampa, señora Benedetto —siseó Grace entre dientes—. Por favor.
El desagrado de Amanda no desapareció, aún cuando todos habían abandonado el inmenso salón vacío salvo la mesa donde estaban junto a la botella de vino tinto, los filetes de carne en cada plato junto a los demás cubiertos y adornos.
—No acostumbro a comer carne cruda —enterró el tenedor en la rebanada que estuvo a punto de llevarse a la boca, observándola con curiosidad.
—No es carne cruda —habló cortésmente pese a no querer hacerlo—. Necesitas más educación de la que pensé.
—Que sepa comer carne cruda no significa que me guste —su intención fue burlarse de la alta alcurnia—. Para eso voy a una granja y muerdo una vaca viva. Parecemos caníbales al confundir la sangre con jugosidad.
Ella ingirió los alimentos, puesto que los comentarios de Grace le eran tan indiferentes como el de cualquier resentido sin amor propio. No habló, tampoco se dignó a verlo a la cara.
Por otra parte, él tampoco siguió hablando, ya que comprendió lo candoroso de su habla. No era que le diera prioridad a lo que pensaban de él, sino de sí mismo. Actuó como lo hubiera hecho su yo del pasado.
—Tampoco quiero hacerlo —comentó después de terminar la comida en su plato—. Admiro que te tomes las cosas con calma. Para el domingo estaremos casados, viviendo en una casa ajena, y no hemos terminado la escuela.
—Desde niña supe que este momento llegaría —contestó Amanda, limpiando las orillas de sus labios—. Tuve dieciocho años de preparación.
—¿Pensaste que te casarías con alguien como yo?
—Me esperé lo peor —finalmente alejó la vista de su plato vacío para posar la mirada en él— al menos tienes el coraje para decir lo que piensas.
—Lamento si te ofendí —dijo con sinceridad— no me puedo quedar de brazos cruzados cuando alguien siente que puede hacer lo que quiere a costa de menospreciar a la poca gente que me importa.
—¿Te enojaste porque le dije sus verdades a Rebecca Hamilton?
—No tengo ese tipo de relación con ella.
—¿No te acuestas con ella? —tenía interés en la respuesta de Grace.
—Depende de cómo lo veas —farfulló.
—Entonces si duermes con ella. Ya se lo dije a tu hermana, y te lo vuelvo a decir a ti, no quiero putas en mi casa —tenía intenciones de imponer su autoridad—. Dejemos las cosas claras: hay que hablar con la verdad. Pasaremos mucho tiempo juntos, no quiero que seamos falsos. Podremos llevarnos mal, discutir y pensar en prendernos fuego cuando estemos dormidos; pero quiero que seamos sinceros.
—No le puedes decir puta a alguien que no lo es.
—¿Ah, no? ¿Y por qué pasas la noche con ella? —torció los labios—. No me interesa lo que has hecho, con cuántas o cuántos te has metido. De ahora en adelante estarás casado. Es momento que aprendas lo que es el compromiso.
—Duerme conmigo, pero nunca le he puesto las manos encima. Te doy mi palabra.
—Te creo —fue sarcástica a su manera—. Tendremos un largo y hermoso matrimonio.
—Lo tendremos cuando dejes de decir lo que planteaste desde hace años para hacerte creer que las cosas están bien, porque no lo están —se inclinó para poner ambos brazos en la mesa—. Todo irá mejorando cuando aceptes tus verdaderos sentimientos. Es como cualquier adicto que toca fondo: el primer paso es la aceptación, luego la ayuda, después la mejora.
La piel de Amanda se había erizado por lo oido, como si hubiera tenido la revelación del mal futuro que le esperaba. Siempre trató de amortiguar su futuro con ver las supuestas ventajas de ser una mujer casada con un hombre que no amaba. Fué un golpe muy duro.
—Explícate.
—Por más que te hayan dicho que te casarías con un posible desconocido, seguro que muy en el fondo soñabas con el tipo ideal. Quizás alguien con clase, culto, atractivo ante tus ojos... Alto. ¿Y cuál es la realidad? —sus palabras eran suaves, pero venenosas—. En lugar de tener al musculoso caballero de brillante armadura te dieron a un pecoso sin interés en el matrimonio. ¿Me falta tomarme las cosas en serio? Si, pero no me puedes culpar cuando hace aproximadamente veinticuatro horas me dijeron que dentro de un día y medio estaré casado con una hermosa señorita de piel canela.
—Yo tampoco lo pedí —cerró los ojos— es la vida que nos toca.
—¿Aceptas esta vida?
—Aprendo a vivirla —a comparación de él, Amanda era seria con su forma de hablar—. Llorar no me dará la vida que quiero. Haga lo que haga el resultado será el mismo: estaré junto a ti hasta que la muerte nos separe, o algún milagro me dé la libertad que nunca tuve.
—Ya estamos progresando —estiró los labios—. ¿Quieres sinceridad entre nosotros? Comienza con dar el ejemplo.
Ella lo entendió y, para entrar en confianza, tomó la botella de vino para vertir en su copa, beberlo de a poco.
—Cuando te vi dije: de todos los subnormales en el mundo, ¿me tocó el peor de todos? —finalmente habló como pensaba—. No me dejarás mentir, parecías de todo menos una persona normal. Te veías tan deprimente que me arruinaste la mañana. Y déjame decirte que todos los días me despierto con toda la actitud.
—Hacer que las personas me juzguen sin haberme conocido se ha vuelto parte de mis tantas habilidades —acompañó a la chica con servirse vino y beber—. Todo lo contrario. Cuando yo te ví dije: esta chica tiene pinta de saltarse las clases y hacerle ciertos favores a los maestros con tal de salvar las materias. Y para colmo, ¿no podían traerme a una pelirroja, una rubia deportista o de perdida a una culona de ojos celestes? Maldita inclusión forzada —Sonrió—, tampoco me dejes mentir: todo eso se me pasó ya que tienes dos grandes razones para olvidar lo que dije.
No tuvo que señalar los voluptuosos pechos de Amanda para decirle a lo que se refería, en cambio, alzó la mano para llamar al mesero encargado de atenderlos para solicitar otro pedazo de filete, pero más cocido. Eso hizo que ella no se enfocara en el comentario.
—Ya comiste mucho —dijo, sorprendida—. ¿No te llenaste?
—Estoy a dieta.
—¿Para subir de peso?
—El nutriólogo me dijo que coma mucho para que tenga resultados más rápidos a la hora de ejercitarme.
—¿Haces ejercicio?
—Comencé la semana pasada —mintió, solo buscaba una excusa para sacarle conversación, viendo que el cuerpo de la chica estaba en forma, con la cintura poco definida por las arduas rutinas de ejercicio que llevaba.
Amanda no pudo notar cuando la conversación entre ella y Grace se tornó afable, después de la tensión que tuvieron al inicio. Un truco empleado por el joven para saber más de ella.
La morena perdió la noción del tiempo debido a las risas y lo fácil que era charlar con su prometido, idéntico a una amistad de años, donde no le incomodó contar ciertas anécdotas de cuando era más jóven.
—Déjame ver si entendí —dijo Grace entre risas alejadas del sarcasmo—: ¿Fuiste pentacampeona de ajedrez en la secundaria? Se nota tu pasión por el ajedrez.
—Es el único hábito que mi abuelito me dejó —sirvió su tercera copa de vino, suficiente para ponerla de buen humor—. Era el mejor jugador de América, y fué campeón mundial en el noventa y nueve. Pero nadie tiene registro de eso. Me gustaba verlo jugar en su oficina, y con el tiempo me enseñó todo lo que se.
—Debiste ser muy cercana a él.
—Era mi ejemplo a seguir, el único e inigualable Porfirio Croda —sonrió con aflicción—. Cómo lo extraño. Me pregunto lo que diría si viera a su princesa estando a un día y medio de casarse con alguien que acaba de conocer.
—Y no has mencionado que para mañana estaremos viviendo juntos —lo decía con gentileza—. Sin duda me odiaría por llevarme a su nena consentida. Son las ventajas de tener un abuelo que te quiera.
—No lo dudes —rió de igual modo—. En estos momentos te habría secuestrado para hacerte un millón de preguntas como si estuvieras confesando tus pecados. También odiaría a mamá por casarme antes de terminar mi maestría en derecho para ser una ama de casa.
—¿Quién dijo que serás una ama de casa? —sonó indiferente—. Un talento como el tuyo no está para desperdiciarlo dentro de una casa. A menos que quieras colgar el tablero, claro.
—Papá piensa lo mismo —suspiró— pero no puede hacer nada ante la decisión de mamá.
—¿Y eso?
—Es una larga historia.
—Por suerte nos queda la mitad de la botella —llenó ambas copas por debajo de la mitad.
La chica sonrió amargamente, por suerte ya estaba bajo los primeros efectos del alcohol.
—Mamá lo atrapó siéndole infiel con una sirvienta, en su propia cama. Grave error, eso desató la ira de la jueza Croda para quitarle la mayoría de sus bienes. El resto se cuenta solo —bebió todo el vino de golpe—: el pobre terminó viviendo en un modesto departamento de la zona sur, sin un solo centavo de su patrimonio.
—Lo siento —torció los labios— debió ser duro para ti.
—Se lo merecía —respondió—. Mamá lo amaba tanto que aprendió a hacer tareas de la casa solo para tenerlo contento. Todas las mañanas le preparaba su desayuno favorito antes de ir al juzgado. Nadie que conociera a Monserrat Croda creería que ella era buena esposa. Creo que por eso odio las infidelidades. —Señaló al pecoso—. Por eso fuí clara cuando dije que no quiero putas en mi casa.
—Por suerte me gusta la exclusividad, no soy fanático de estar con mujeres de la vida galante.
—Es lo que todos dicen —rió— eres joven, es normal que hayas tenido alguna que otra aventura.
—¿Es raro que no sea igual al resto?
—Es mucho más raro que trates de ocultarlo —inspiró—. Rebecca Hamilton es muy hermosa, está claro que pasó algo entre ustedes.
—Hace mucho que me prometí a mí mismo ser hombre de una sola mujer —su seguridad, al igual que sinceridad evocaron la finalización de dichos pensamientos que rodeaban a Amanda. Bebió su vino y volvió a rellenar ambas copas, alzar la suya y concluir con—: por un buen matrimonio.
No le quedó de otra más que sonreír y decir:
—Ya veremos qué tanto vale tu palabra —copió la acción del chico—: por un largo matrimonio.
Estaban tan ensimismados que no se percataron de las tres mujeres mayores que se acercaron al par.
—¡Buenas noticias, retoños! —exclamó Lucrecia.
Ambos miraron a las tres mujeres, siendo Amanda la más sorprendida por tener la presencia de su madre, la mujer con la que no compartía tanta similitud.
—¡¿Mamá?!
—Ya tenemos la casa —dijo Angela, con una actitud respetuosa.
—¿Tan pronto? —preguntó Grace.
Asintió con una pequeña sonrisa.
—Una cosa más. Grace, te presento a tu suegra: Monserrat Croda —señaló a la segunda pelinegra de largo cabello azabache—. La jueza que los casará justo a hora.
—¿Están mintiendo? —Amanda estaba anonadada, tanto que los efectos del alcohol disminuyeron de manera drástica—. ¿Qué hay de la fiesta?
—Dijiste que querías tu casa lo antes posible —continuó Angela—. Monse y yo decidimos que antes de eso deberían estar casados. Por eso ella está aquí. Prepárense, que se casarán antes de que los llevemos a su nueva casa. La fiesta se hará como lo prometimos, pero primero lo primero.
—¿Están listos chicos? —más que una pregunta, parecía una burla por parte de Lucrecia—. Monse no tiene mucho tiempo, así que andando.
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