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Madre mentada

Su idea había sido demasiado arriesgada, impulsiva y, asimismo soberbia para sus capacidades como simple encargado de ser la cabeza de estar al mando en un futuro muy lejano le daban. No obstante, ese orgullo de agrandarse ante un hermano indirecto le decía que agachar la cabeza estaba prohibido.

—¿Qué tal, madre? —preguntó mientras se veía en el espejo de los sanitarios cercanos al estacionamiento de entrada y salida del colegio, simulando que estaba frente a Lucrecia—. ¿Cómo estás?

Esas eran unas de las muchas preguntas que se hacía para planificar el guión que ensayaba para actuar frente a su progenitora.

—Me da gusto volver a verla, señora Benedetto —sonreía para aparentar una seguridad que le faltaba por dentro—. ¡Me alegra ver que está bien! Ya ví de quién saqué la firmeza para adaptarme en los peores momentos —nego, borrando su sonrisa para denotar una expresión desanimada—. Eso ha sido una mierda.

Forzaba una sonrisa en sus labios usando ambos índices que, cuando los apartaba de la comisura de los labios, se volvía a transformar en una mueca contrariada. La presión ocasionada por su imprudencia lo hacía querer buscar una salida para ir a casa y dejar plantado al chico que lo esperaba en la entrada del baño.

—¿Tienes miedo? —preguntó Freddie cuando se posó detrás de Grace en silencio para no ser notado al momento de ingresar al lugar.

El pecoso no se exaltó, pues habían pasado diez minutos desde que hizo esperar al pelo rosa. Ya se lo esperaba, no obstante, se veía venir algún insulto o burla por verse vulnerable.

—¿Se nota mucho? —respondió con una pregunta que acompañó con una sonrisa forzada.

—Vas a ver a la segunda mujer que puso a todo el país de cabeza por derrocar a la primera que lo hizo —dio un par de fuertes palmadas a los hombros de Grace—. No sé si eres muy valiente o muy pendejo, pero cualquier otro en tus zapatos ya se habría cagado encima. El último que lo hizo terminó siendo su sirviente personal, y estoy hablando del hijo más fuerte de Trinidad. —Sonrió—: ¿Qué más da? La diferencia entre él y tú es que tienes a una tía que le puede plantar cara. Zinder no tenía a nadie, solo un par de huevos muy grandes, los que nos faltan a muchos.

—No se si sea miedo, esperemos que todo salga bien —algo dentro de él se dijo que su procreadora sería impredecible, pero no quería ser vigoroso—. Ya veremos dijo el ciego.

—Claro que todo saldrá bien, para eso estoy yo —Freddie sonrió—. Solo tenemos una oportunidad para que te la ganes, antes que la tía Angela te prohíba salir de casa. De mi cuenta corre que no la vayas a cagar, el punto es que te la ganes.

—¿Cuál es el plan? —preguntó.

—Entrar en su corazón, más de lo que ya estás —musitó al mismo tiempo que peinaba a Grace con el peine guardado en su mochila—. Para eso tendrás que ganarte su confianza, haremos que te vuelvas el legítimo hijo favorito.

—¿Cómo?

—Simple: le dirás lo que quiere escuchar de ti —emergió su malicia en una mirada delictiva—. Dile que quieres conocerla, convivir con ella y recuperar los años perdidos. Eso hará que quiera darte su apellido, y cuando eso pase: estarás en una posición más que privilegiada. Todos en la capital saben que mamá es la clave para abrirte muchas puertas.

—Vayamos más despacio —dio un paso atrás cuando su cabello fué peinado hacia los costados—. Si vives con ella, sabrás que secuestró a mi tía.

—¿Hablas de Jill? —se alzó de hombros—. Con todo el respeto debido, admito que esa niña me prende, y más con el uniforme de sirvienta con el que se la pasa por toda la casa.

—¿Ella está bien?

—Si... —vaciló—. Osea, ya no es tan caprichosa como en los primeros días, pero comida, agua, un baño y una cama no le faltan.

—¿Qué le hicieron? —comenzó a molestarse.

—Te juro que nada, por ahora.

—¿Por qué usa un maldito traje de sirvienta?

—Porque mamá la convirtió en una —no quería decirlo, pero la mirada de una pupila radiante de un aura verde lo obligó a confesar—. No le gustó saber lo que Rebecca Hamilton te hizo. Culpó a la tía Angela por no entregarte con ella y a cambio le quitó una trilliza.

—Si Angela se entera de lo que le hacen... —sus palabras parecían reproches.

—La tía Angela sabe lo que le hacen. ¿Por qué crees que te tratan como príncipe de la realeza? —farfulló, cansado del asunto—. Escucha: no dejes que el enojo te domine. Pasé todo el puto día pensando como malnacido en lo que podríamos hacer para ganarte a mamá. Es una oportunidad que no volveremos a tener, así que enfócate. ¿Puedes hacer eso? Grace Ackerman Benedetto. Piensa en tu nuevo futuro.

No respondió al momento.
—Tienes razón —trató de aclarar su mente y despejar la negatividad que avivaba su cólera—. Hagámoslo.

No fué necesario abordar los transportes proporcionados por la escuela, ya que Freddie tenía una motocicleta en la que llegaron hasta el restaurante Grillo's.

—Papacito —dijo la Rebecca desde la bocina del celular de Grace—. ¿Dónde está?

El pecoso dudó en decirle, sumado a la vergüenza de escuchar como se refería a él.

—Salí a cenar con unos compañeros para ver el maldito festival —dijo mientras bajaba de la moto, llevando la mano libre a un bolsillo para cubrirla del frío—. Malas noticias: la clase me ha elegido ser su representante. Ya sabes, de entre todos nosotros escogieron al menos pendejo para no pasar tanta vergüenza.

—¿Por qué no me avisó? —parecía enfadada, pero trataba de ocultarlo—. Esperé los tres autobuses que pasaron. Estuve más de media hora esperándolo.

—Lo siento, linda. Apenas es mi primer día en esto y ya me pusieron mil pendientes en la cabeza —era bueno fingiendo, aunque el desinterés de Rebecca ayudaba—. Prometo llegar antes de las doce. No nos sentará mal cenar por separado.

—Mándeme su ubicación —dijo ella—. No se olvide de avisarme si lo traerán, ¿o quiere que pase a buscarlo?

Grace pensó, después sonrió amargamente por la idea que tenía.
—Sabes, mejor ven —respondió— quiero que me acompañes.

—Será una cena de jóvenes para hablar de la escuela —suspiró—. Dígame cuando vaya a buscarlo.

—Tonterías —inspiró hondo—. Necesito que vengas.

—¿Seguro? —se resignó—. Páseme su ubicación. Llegaré cuando esté lista.

—Ponte el mejor vestido de gala que tengas —volteó a Freddie que lo miraba con extrañeza—. Imagina que vendrás a la cena más importante de tu vida hasta ahora. Pero no uses tacones, de preferencia trae zapatos deportivos en caso de correr.

Cuando colgó abandonaron la motocicleta estacionada frente al imponente restaurante de toques góticos y victorianos para ir hasta la entrada.

—¿Quién era?

Grace sonrió de oreja a oreja.
—La madre de mis futuros hijos.

—¡¿Ya te comprometieron?! Se supone que aún no era oficial —cuestionó, exaltado—. Conociendo la situación de la tía Angela, seguro que lo hizo con la hija de alguien dentro de la política. Conozco a unas cuantas hijas de jueces, alguno que otro diputado y creo que un par de cenadores dispuestos a vender a sus hijas a cambio de más influencia. Dame el apellido de la desafortunada, seguro que la conozco.

Freddie abrió la puerta para que ambos se adentraran al inmenso lugar elegante, con el abundante olor a comida de todo tipo, incluso en la zona de la recepción, donde pasaron con la recepcionista en turno.

—Tenemos que hacer algo con tu ropa —le dijo antes de acercarse a la mujer que sobrepasaba los cincuenta años.

El pecoso apagó su celular poco después de enviar su ubicación, evitando la molestia de recibir constantes llamadas por parte de Rebecca que, pensando las cosas más a fondo, sus planes se podían ir abajo por la intervención de Angela en caso de que la rubia le advirtiera de donde estaba.

Los nervios comenzaban a ganarle. No por lo que Angela y Rebecca harían, sino por ver a su madre, esta vez de manera oficial. Estaba con la mente en blanco, la frente le sudaba frío y las manos le temblaban. Quería salir, escapar de todo, aprovechando que Freddie seguía con la recepcionista para abandonar lo que ahora se decía: fue una pésima idea venir.

—¿Cuándo llegará el día en que pienses en ti? —dijo Gula, apareciendo detrás suyo—. Siempre piensas en lo que dirán los demás, nunca haces algo por tu cuenta porque estás al pendiente de como reaccionarán. —Sonrió cuando obtuvo la desencajada reacción de Grace, dándole un pequeño beso en la mejilla—. Pasando por este lugar está tu mamá, claro que quieres verla. Ella hizo hasta lo imposible para vengarte cuando supo lo que Trinidad te hizo. La única mujer en este mundo que te amará de verdad. No lo dudes y entra. Olvídate de Angela, y si Rebecca viene o no, ¿qué más da? Será problema de ella si no viene antes que sea tarde.

—¿Y si no me quiere ver? —dudaba de lo que Gula le decía—. Si en realidad me odia, ¿si me corre cuando me vea? Hay tanto que le quiero preguntar, y no me dejarás mentir: muy en el fondo siento que es posible tratar de conocernos, y tal vez... —vaciló con una sonrisa sincera—. Tan solo tal vez podamos ser madre e hijo. —Esa sonrisa se borró para traer una expresión de odio—. Pero también la odio. Mató a la profesora Nazawa y a Meiying. Tiene a Jill de sirvienta y sobretodo: ella fué de las responsables en hacer que Jessica terminara en un burdel.

—Nunca lo sabrás si te sigues limitando a ser el perro de los demás. Amor, odio, claro que es posible sentir ambas emociones por una persona —siseó al oído de Grace—. Ella y Angela hicieron que Jessica se pudriera en un putero, ¿Acaso sabes por qué lo hizo? Olvidas algo importante: Lucrecia Benedetto le hizo daño a todas las personas que le quitaron a su hijo. ¿Que tal si por azares del destino, Jessica formó parte de tu secuestro? Solo lo sabrás si cruzas por esa puerta —señaló las puertas giratorias con acceso a las mesas del comensal.

Tanto era su ensimismamiento que pasó de largo de Freddie cuando se acercó para tratar de entregarle unas prendas acorde al lugar.

—¡Oye! —exclamó el pelo rosa—. No vas a entrar con el uniforme. El punto es que te veas bonito para ella.

—Bonitos se ven los putos —no se molestó en voltear y cruzó por una de las puertas.

El cosquilleo en el estómago evocaba una ansiedad que le hacía ver el lugar muy distinto a la primera vez. Aunque las tenues luces amarillas seguían siendo las mismas, las mesas no habían cambiado, hasta la mayoría de clientes estaban presentes igual a ese entonces.

Caminó lentamente buscando a la mujer pelirroja que, cada paso radicaba más nerviosismo. Se quiso dar por vencido cuando estuvo a unas mesas de llegar al final, entonces la vio. Allí estaba ella, la extraordinaria mujer de un metro con ochenta centímetros saludando a unos hombres que parecían mantener un respeto exterior.

Debido a su altura tenía que encorvarse para estar a la par de los hombres sentados que degustaban filetes de termino azul. Una parte de Grace se enfadó cuando un hombre calvo tocó a Lucrecia por debajo de la espalda inferior, de ahí el hombre al otro costado de ella hizo lo mismo, acariciándola con morbosidad.

—Puedes hacer lo que quieras —dijo Gula que seguía a Grace de cerca—. Somos seres muy superiores a los malditos pecadores. Si algo te molesta, vas y los castigas.

—¿No que eras el nuevo testamento?

—Lo soy —afirmó antes de chistar— pero cuando los humanos no reconocen su lugar como larvas y no tratan de abusar de su poder, tengo que recordarles lo que son.

—Explícate —se interesó en lo que decía Gula.

—Los demonios podemos detectar cuando un alma ha pecado más de lo debido —dijo con suavidad, aunque se denotaba lo colérica que estaba—. A través de sus ojos vemos todos los males que han hecho. Y este hombre... —filtró su ira mediante una larga exhalación—. No merece el perdón divino. No sabes cuántas veces han obligado a tu madre a hacer toda clase de porquerías. Lucrecia Benedetto no es la única. Como ella, también hay cientos de hombres y mujeres que han sido corrompidos. No solo él, todos en la mesa la consideran de su propiedad, su puta. Los cinco ancianos que ves en esa mesa, sin duda son los que corrompieron a Lucrecia Benedetto.

Al instante Grace compartió el mismo sentir que Gula, caminando a paso decidido para hacerse notar con ir a la mesa y quitar el mantel de un jalón, sin tirar ni una copa, plato o cubierto.

—Disculpen —dijo cuando las risas de los decrépitos cesaron por prestarle atención—. El mantel estaba sucio.

Cuando Lucrecia se fijó en los agudos ojos del chico que reprochaban la sumisión que tenía ante ellos, supo que no estaba ahí con buenas intenciones. A lo que el par no dio cabida a los reclamos de los hombres indignados, pero Lucrecia actuó cuando el que parecía ser la cabeza del quinteto trató de levantarse para encarar a Grace.

—Diputado De Jong... —intentó caminar a toda prisa debido a que el chico y el anciano estaban del otro lado de la mesa.

—¡Buenas noches! —saludó el chico, enérgicamente al estrechar la mano del hombre canoso y sentarlo por la fuerza sin que se notara la brusquedad de su acción—. Grace Ackerman —se acercó al rostro del hombre que se sobresaltó— un gusto en conocerlo.

No era su sonrisa que desprendía un sadismo acumulado dispuesto a ser expulsado hacia De Jong, tampoco la fuerza que superaba la de un hombre acostumbrado a levantar mucho peso. El miedo de los cinco hombres se debía al ojo en la cuenca derecha de Grace, pues ese le pertenecía a Gula, ya que emanaba una maldad que hacía ver insuficiente a todos los presentes. Estaban siendo vistos por un demonio de verdad, uno que amaba torturar a los pecadores como ellos.

Todos, incluso Lucrecia fueron inmutados por el ojo de Gula que por unos instantes había intercambiado un ojo para enaltecer la presencia de Grace. Eso sin contar el exuberante hedor a azufre que los rodeaba.

—D-disfruten su comida —dijo Lucrecia entre tartamudeos cuando el chico se apartó de ellos, a lo que los cinco hombres se despidieron sin objeciones.

Tan pronto Lucrecia abandonó la mesa, la tensión en el ambiente se estabilizó, y con ello la mirada de Grace volvió a la normalidad. Pero eso no quitaba la agitación de la gitana que, cuando estuvo cerca de Grace, no supo como reaccionar.

—Señor Ackerman —hizo el intento de idear alguna plática, pero no podía pensar con claridad.

Por otra parte, Grace se limitaba a apreciarla, como si esa mirada que hace unos momentos estaba llena de repudio le dijera a la pelirroja lo que quería saber: el por qué estaba ahí.

La estupefacción de ella se disipaba, al tiempo que sus labios temblorosos proyectaban una sonrisa. Fué entonces donde el pecoso cortó la distancia entre ellos para envolver su espalda en un abrazo, dándole poca importancia si estaban cerca de una que otra mesa ocupada.

No tardó mucho para que ella correspondiera al afecto, sintiendo una calidez que derretía esa frialdad en su interior.

—Edik, mi niño —pasó una mano por la cabellera del chico, seguido de darle un beso en la cabeza—. ¿Cómo has estado?

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