Los niños malos no lloran.
Muchas personas en aquella moderna ciudad se habían ilusionado por tener la presencia del sol, pero el gusto les duró muy poco, ya que su aparición fué escasa
—para no decir nula— considerando que el cielo azul había empezado a ocultarse al compás que las nubes grises comenzaban a volver a ganar terreno.
Para fortuna del dueto que estaba dentro del BMW de dos asientos color negro no podían sentir el frío de la intemperie mientras se alejaban del fraccionamiento los Arcos.
Ninguno de los dos estaba enojado a pesar del incierto intercambio de palabras momentos atrás, pero el embarazoso ambiente dictaba lo contrario debido a las caras largas. El silencio en ambos era demacrado, pero no por ello dejaba de ser apreciado para Grace y Rebecca, quienes compartían el deseo de acabar con todos los pequeños detalles para que Grace sea el quinto hermano de los Ackerman.
—¡Que hermoso lugar! —cada palabra que salía de sus labios con tono seductor era una apuñalada sobre los pensamientos bochornosos del pecoso, quien miraba la arquitectura elegante de la ciudad para no prestarle atención a la rubia que estaba sentada sobre su regazo—. ¿Adónde me vas a llevar primero? No es que te quiera insinuar una indirecta, pero si no lo hago siento que jamás me llevarás —aquellas pupilas verdes miraban al pelinegro de forma pícara mientras rodeaba su cuello con sus finos brazos envueltos de unos largos guantes blancos de una forma lenta y atrayente—. Querido, pero mírame cuando te hablo —los pucheros que ella hacía eran demasiado lindos como para quejarse de la refinada rubia si tan solo no fuese un producto de su imaginación.
Su cerebro no estaba bien, en esos momentos nada estaba en completa armonía dentro de ese interior mental roto. Los recuerdos, el ayer que retumbaba con esas imágenes de rostros con expresiones temerosas, el actual Grace Ackerman estaba afrontando algo que ni en su pasado, el cual había sido turbio lo dejó con tantos traumas. El simple hecho de ver a Jessica le agregaba más peso a su dolor.
—¿Me vas a seguir ignorando? —la mujer no le daba un respiro a Grace, si bien no había enfado; el pecoso no tenía cabida a un buen humor.
La distancia era de polo a polo, tuvieron que pasar alrededor de 50 minutos de vueltas, tráfico y una inmensa subida para llegar al instituto "San Bernardo."
Los alrededores eran deshabitados, puesto que no había nada que no fuese el area verde fuera de la carretera, con una que otra estructura de casas que no habían sido terminadas de hacer, rodeadas de plantas que las abrazaban, transmitiendo ciertos toques de antiguedad.
El lugar era inmenso, y las decesenas de hectáreas avalaban aquello.
Los grandes edificios se asomaban sobre la visión inexpresiva de Grace.
El panorama visual de la zona comenzaba a inundarlos en cuanto estuvieron sobre la cumbre de la subida final que los llevaría a los ultimos metros para llegar a la entrada de la escuela, donde una puerta eléctrica los dividía para entrar a la zona.
—¿Puedo ayudarla? —a un costado de Rebecca, justo frente a su ventana estaba la caseta de vigilancia que albergaba dentro a un guardia que le había dirigido la palabra en el momento que esta habia bajado su cristal.
La mujer de ojos pardos no tuvo la necesidad de hablar, bastó con mostrar una identificación que el hombre de cabellos castaños analizó por unos momentos antes de volver a Rebecca. Ambas miradas fueron entrelazando por unos segundos de vacilación antes de que el vigilante le diera acceso a la institución, provocando el ruido de las puertas que se abrían de par en par.
Una parte de Grace deseaba morir en ese momento lleno de tensión por ver lo que pasaba.
El frío del exterior no se podía sentir gracias a él interior del edificio, el lugar era cálido gracias a la calefacción saliente de las ventilaciones en el techo para afrontar las bajas temperaturas del ambiente, pero no era demasiado como para acalorar, aún así Grace estaba sudando.
Todo era tan silencioso, a tal punto de tensar al pecoso sentado en los pasillos de espera, justo en la banca que daba paso a la puerta de la oficina del director donde momentos antes Rebecca y una joven relativamente mayor que Grace, de cabello corto hasta la nuca y unos afilados ojos celeste habían entrado.
La calma del momento daban libertad al sonido que provocaba el reloj de pared que estaba por encima de Grace, tal vez era por lo lento de su cuerpo decaído y de aquellos brazos que se reposaban sobre la nuca, sin mover un solo músculo, ese era el motivo para estar centrado de manera inconsciente al tik tok del reloj hasta escuchar tenues ecos.
— La escuela es linda me agrada. —No era que Grace despreciara el silencio, pero tampoco lo amaba, aunque en esa situación se encontraba entre la espada y la pared.—. Pero debo decir que estaba mucho mejor cuando yo estudiaba aquí.
Su primer verdugo era la dulce voz de la colegiala postrada a un costado de él, compartiendo la banca mientras ella comentaba de manera banal, moviendo sus pies de arriba hacia abajo al compás de jugar con uno de los mechones de su larga cabellera rubia atada en una cola, haciendo remolinos sobre sus dedos de uñas negras con líneas verticales color blanco.
Grace deseaba el silencio para no escuchar aquel tono despreocupado pero amable y, su vez proveniente de ella. De manera inerte sus manos se aferraron a sus oídos con la espera de no seguir escuchando aquel tarareo. A su vez anhelaba ruido que le hiciese centrarse en otra cosa.
—Oye, ¿qué tanto estamos esperando? —por más fuerte que tapase sus oídos, por tanto que enterrara sus dedos por la parte trasera de la oreja, el podía escuchar su voz.— Vamos a clase, ya me aburrí. Oye, no me ignores —los delgados dedos de la rubia se habían dirigido de manera intencional hasta la mejilla del pecoso, apretando fuerte en el proceso con un rostro malicioso. La pero parte que Grace pudo sentir el brusco tacto de la joven mujer—. Vámonos de una vez.
Grace volvió la mirada hacia la rubia. Más que molesto, o dictando indicios de reclamar por tal acto brusco, por el contrario; los ojos grises que poseían ojeras gracias a su falta de sueño deleitaban a la rubia de manera melancólica, a su vez mostrando fragmentos de súplica, implorando piedad como forma de desear que todo acabe. Vaciló por unos instantes demasiado petulantes. Dio un gran suspiro antes de separarse del asiento y girar la cabeza al frente, topandose con la vitrina de trofeos deportivos ganados por la escuela, donde destacaba el primer lugar en el campeonato de fútbol soccer, la medalla dorada del equipo de natación, y como olvidar el fatídico segundo lugar de Sonia Bozada en patinaje artístico. Una sonrisa sarcástica se asomó de apoco sobre sus labios, balbuceando cosas inentendibles en el proceso.
—Como acordamos. Su grupo será el último, el salón "tres efe" —afirmó la chica de corte bob y grandes anteojos redondos—. Hablé con los profesores, dicen que están dispuestos a ponerle calificaciones perfectas con tal de mantener una buena relación con los Ackerman. Claro, siempre y cuando les den buena pasta. Lo único que tu nuevo robbin debe hacer es asistir todos los días. No importa si ellos dan clases o no.
Grace podía escuchar la conversación de ambas mujeres que salían de la puerta a sus espaldas. No hizo por voltear, dado que podía verlas desde el reflejo de la vitrina. A la chica de baja estatura y retaguardia muy bien proporcionada entregándole un folder con documentos a la rubia de buen busto, mientras ésta le daba un sobre con dinero.
—Un placer negociar contigo, cuatro ojos —dijo Rebecca tras un bufido—. Gracias por tomarte el tiempo de hacerme el favor, después de lo que pasó con tu madre.
—No hay de qué, te debo mucho después de ayudarme a romper mi compromiso —respondió la chica de indicios góticos—. Como sea. Dentro de unos minutos terminará el primer bloque de clases. Tu chico puede ir a una cafetería. Luego mandaré a alguien de su grupo a qué lo recoja para que se integre a su salón.
—Tranquila, enana. Ya hiciste mucho. Le diré a las hermanas de Angela que se hagan cargo del resto
—Perfecto. Me ahorras mucho tiempo. La verdad es que solo vine a la escuela porque tenía tu asunto pendiente.
La mujer menor pasó de largo, ignorando a Grace cuando se dio media vuelta para encarar a Rebecca, quie seguía hostigada de seguir junto a él.
—Cuando te lleve a la cafetería más cercana a tu edificio, mi trabajo contigo habrá terminado —dijo Rebecca, sin tacto—. Una vez ahí, estarás por tu cuenta.
—Espera —farfulló Grace, desconcertado—. ¿Piensas dejarme a mi suerte en un lugar que desconozco, rodeado de la peor escoria del mundo? He oído historias de las personas que viven en Ishkode. No pienso convivir con mierdas así. No después de lo que le hicieron a Lúlu. —lo último lo dijo en un susurro casi inaudible.
—Acostúmbrate, que de ahora en adelante serás uno de ellos —aseveró la rubia—. Quizás y seas una cucaracha que no nació en cuna de oro, pero deberás actuar como tal si no quieres dejar a Angela en ridículo. Ahora eres un Ackerman a secas, tendrás que comportarte como tal.
—Todo es muy repentina, ¿sabes? —echó un vistazo a todos lados para cerciorarse de que no hubiese nadie salvo ambos. Se acercó para hablar más despacio, estirando la comisura de sus labios en una mueca de desagrado—. Primero matan a todas las chicas que se ganaban el pan de cada día a costa de satisfacer a los cerdos que vivían aquí. Me capturan sin decir mucho y ahora planeas dejarme a mi suerte. ¡Vamos! ¿Dónde mierda está Angela? Estar cerca de parásitos no era parte del trato.
Sin previo aviso, Rebecca terminó de cortar distancia para tomarlo del cuello y acercar sus labios al oído del chico.
—Mira, en realidad tú no eras parte del trato. De hecho,, solo eres un cutre con la suerte de parecer la mascota perfecta para Angela. No eres esencial para mí, ni para el resto. De ser por mí te mato aquí mismo.
Aunque al pecoso le importaba poco llamar la atención de aquellos seres con padres adinerados, para su desgracia estaba obligado a formar parte de ellos al estar postrado frente a todo el grupo sobre sus pupitres sin hacer caso a las indicaciones del profesor para atender a su llamado. No podía hacer otra cosa mas que esperar junto a la pizarra con su nombre escrito en tiza blanca. Era por eso que Grace se limitaba a ver con cierto desdén al puñado de gente frente a sus narices, todos metidos muy a fondo ante sus asuntos banales y para nada sobresalientes que pudieran aportar a la sociedad.
Sin prisa ni lentitud había llevado una mano sobre su nuca al tiempo en que se rascaba la nariz con fastidio.
Grace hizo de oídos sordos cuando caminó hacia el asiento libre de la tercera fila y los siseos no se hicieron esperar cuando sus compañeros de clase notaron su presencia, pues aquel tipo de comentarios estaban de más en el, no era algo que consideraba una cosa que no pasara de empalagoza y genérica para su persona, tampoco era la primera vez que pasaba por algo similar. Pero aquella pregunta que la castaña de dos coletas que ataban su largo cabello lacio escupió ante su dueto de amigas causó que Grace detuviera su andar.
El pecoso detuvo todo movimiento, quedando postrado frente a su asiento, vacilando por unos breves momentos antes de volver con la mirada donde estaba la castaña de ojos azules oscuros.
—¿Y el fragmentado de ahí? —fué la pregunta de la chica—. ¿De dónde salió?
—Quiero romper su tabique —durante todo el tiempo Lúlu había estado ausente, sin decir palabra alguna. Aquella rubia con uniforme de la misma escuela no había hecho otra cosa más que merodear en el aula cual gato encerrado después de salir de la jaula.
Sin embargo, ella de un momento a otro había vuelto a un costado de Grace, con una mirada afilada dirigida a la mujercita de coletas.
—Por primera vez concuerdo contigo —respondió Grace.
—Sería conveniente adueñarme de tu cuerpo por algunos minutos para sentirme Brown y romperle la cara. Que mal que esta niña blanca no sea afro y cantante. —Grace hizo caso omiso a la declaración de la rubia, volviendo a la castaña a paso pesado.
El tack de sus zapatos negros que arremetian el suelo llamó la atención de todos, donde poco a poco los bullicios comenzaron a perecer con un único objetivo: deleitar la futura escena, ocasionando un silencio forzado. Nadie decía nada, nadie hacía nada. Los opacos pero profundos ojos de Grace estaban enfocados exclusivamente en un solo objetivo; la castaña, quien se paralizó al ver la manera para nada agradable con la que el pecoso caminaba, con la mano derecha en su bolsillo, pero no provocativo y sin expresiones emocionantes en su rostro.
Cada paso provocaba inquietudes a la castaña, pero esta no pudo moverse gracias al ligero pavor con los que se perdió por unos momentos hasta tener al pelinegro cara a cara. Sus ojos se crisparon, la incomodidad de tener a un completo desconocido la obligaba a albergar fuertes latidos del corazón, todo eso evitaba que pudiese controlar su cuerpo.
—Disculpa —de manera delicada, con un fino y suave tacto de sus dedos índice y pulgar, Grace no dudó en tomar la barbilla de aquella joven bien parecida, alzando aún más su rostro y observarlo a detalle, sin ápices de malicia o lujuria— ¿A quién llamaste fragmentado? Fragmentado tendrás el culo cuando te lo parta después de hacer que me dejes la verga llena de saliva, maldita traga vivas, escupe muertas. —La castaña no pudo evitar ensanchar aún más sus orbes cuando aquella ronca voz había entrado sobre sus tímpanos—. ¡Buenos días a todos! —exclamó Grace con una emotiva sonrisa y actitud sarcástica—. Mi nombre es Grace Ackerman, ¡es todo un placer tener a todos ustedes como mis perras!
A Grace le daba lo mismo estar sentado en el rincón de la cafetería, justamente sobre el único asiento oxidado y longevo. La modesta mesa con manchas de salsas junto a una que otra parte impregnada de malteadas u otros jugos le podían incomodar al pecoso, nada de eso le importaba. Sus codos reposaban sobre la casi deteriorada mesa, al tiempo que sus muñecas hacían de apoyo para su mentón, dejando su mirada al vacío, ignorando el ruido externo del resto de personas a su alrededor.
Mientras un puñado de jóvenes hacían fila con charolas en mano para tomar algo del inmenso banquete en la mesa central, algunos otros estaban dispersos entre las mesas imperiales hechas a madera de acero inoxidable. Algunos grupos destacaban gracias a sus molestas risas que intentaban opacar las alzadas voces de otro monto de alumnos que contaban sus anécdotas. Mientras otros preferían pasar desapercibidos, hablando entre disimulados tonos, casi susurros, aunque el resto prefería guardar silencio. Pero la realidad era que todos de alguna forma u otra destacaban.
—El aroma, ese ruido juvenil, ¡qué nostalgia, simplemente maravilloso!. —frente al pelinegro estaba ella, sentada de piernas cruzadas, aspirando de manera profunda los aires de la ostentosa cafetería menos visitada del colegio—. Había pasado tanto desde que no veíamos algo como esto, ¿no crees, Ed? —dijo Lúlu con un tono sarcástico y poco placentero.
Los ojos esmeralda de la mujer estaban envueltos de algo que Grace no comprendió cuando se topó con ellos. Era incierto, esa maña con segundas intenciones no estaba presente en la mirada de la mujer de vestido rojo pegado al cuerpo en una pieza.
Algo que la vestimenta le daba a la rubia era un porte de madurez, encanto y atrevimiento, dejando a destacar sus curvas con tan solo mirarla.
—¿No vas a comer algo? —aquella sonrisa atrevida había cambiado de su fino rostro para transformarse en un gesto abordado de curiosidad dirigido a Grace—. Llevas días sin comer, deberías probar algo. De alguna forma te lo has ganado. Puedes probar comida de primera. Siempre quisiste probar comida gourmet, ésta es tu oportunidad — su mano derecha no dejaba de menear la copa de vino que sin dudarlo llevó directo a sus labios pintados de rojo.
—¿Desde cuando te preocupas por mí? —la pregunta de Grace había provocado que la mujer ladeara la cabeza, expresando confusión ante lo dicho por el pecoso.
—Mejor dicho —dijo la rubia, alzando una ceja—: ¿desde cuando no he dejado de preocuparme por ti?
—Al final tuviste razón cuando hicimos nuestra promesa —dijo con una amarga sonrisa, siendo presa de la melancolía—: siempre estaremos juntos. Incluso después de la muerte.
—¿Después de la muerte? —vaciló por unos instantes, justo antes de chocar su puño con su palma de manera sarcástica—. Oh, sobre eso... no, no, no. —negó con sus dedos, mostrando una discreta sonrisa burlesca—. Te equivocas querido, yo solo soy una representación de lo que tu mente desea ver. Algo parecido a...
—Una recreación de mi subconsciente —la rubia no esperaba que el pecoso terminara su frase, mostrando cierto rastro de sorpresa en su rostro maquillado.
—Es correcto. —aquella tosca expresión fué cambiando con el pasar de unos cuantos segundos a uno satisfactorio—. Porque como sabrás, hace unos cuantos días que yo dejé de vivir.
Sin darse cuenta se había vuelto a perder. Su cuerpo estaba inmóvil, con la mirada perdida, el ruido de todos alrededor era demasiado como para ser ignorado, pero sus oídos eran ajenos a estos. No sabía en el momento que sus pensamientos lo volvieron a inundar, tampoco había contados los segundos que habían pasados durante su trance. Aunque eran cosas que Grace dejaba a segundo plano.
—¡Hey! —el choque de una charola junto a la única mesa metálica, fué lo que había impactando lo suficientemente fuerte como para ser captado por Grace, quien volvió la mirada un tanto confundida como ligeramente sorpresiva—. Disculpa, pero este es mi lugar.
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