Los celos no solo son para las parejas
—Mi abuelo debe estar maldiciendo a mamá desde su tumba —la amargura de Amanda podía transmitirse con el rencor dirigido a Monserrat—. Él no hubiera permitido que ella manchara el apellido Croda con vender a su nieta.
Angela había cumplido con su parte del trato al planificar el evento posterior a la boda que, después de trasladarse de la catedral al salón de eventos Ackerman, el número de invitados se triplicó hasta llenar ambos pisos del lugar.
La vastedad del público iba de colado con las personas invitadas. Parientes lejanos, amigos, hasta simples conocidos que asistieron únicamente por la comida y el alcohol. Lo que acarreó la molestia de la novia por querer un evento exclusivo, sin tanto ambiente.
En cambio, dichos desconocidos que invadieron un momento que de por sí era estrafalario, ensuciaban el ambiente con bailar mientras bebían y gritaban de lo bien que la pasaban. Todo debajo de las luces verdes que parpadeaban para generar un ambiente de antro, ya que se encontraban a altas horas de la noche.
—No conocí a mi abuelo, pero creo que estaría de acuerdo con el tuyo —respondió Grace, viendo a Lucrecia a dos mesas de la suya, junto a Angela y Monserrat—. ¿A qué hora dijeron que se termina el circo?
—A saber —ella no despegó la vista de su madre que platicaba con los conocidos que llenaban la mesa de donde estaban—. Como está el ambiente, dudo que termine pronto. Y viendo a mamá, dudo que quieran terminar la fiesta. De todas formas, es de ellas aunque digan que es para nosotros.
Ambos estaban cansados de ver tantos rostros. Incluyendo el de sus progenitoras que reían junto a los hombres en la mesa. Especialmente Grace, que vislumbró las manos de Ignacio Trujillo sobre la pierna derecha de la pelirroja. La ira volvía a invadirlo, recordándole la vez que visitó a su madre, justo cuando unos ancianos hacían lo mismo. Entonces recayó en uno de los tantos apodos de la gitana: la puta de los grandes. No era en sentido figurado, pues, por lo que veía, ella se acostaba con cualquier hombre que tuviera influencias en el país.
—Por lo menos a tu madre no le están metiendo las manos dentro del vestido —vomitó, sintiendo repudio de Lucrecia e Ignacio—. Es mejor verla celebrar, siempre y cuando se de a respetar. No como esa gitana pagana.
—¿Por qué tanto odio hacia la señora Benedetto? Quiero saberlo —una parte de ella había encontrado la respuesta, empero, solo faltaba ser confirmada—. ¿Qué relación tienes con ella como para tenerle tanto rencor?
—Ahora es oficial, eres mi esposa. Supongo que te lo puedo decir —rió de la incomodidad tras denotar que los manoseos de Trujillo subían de intensidad—. Esa mujer que ves ahí, la que no se tiene respeto en esa mesa: es mi madre.
Al poner su atención en Lucrecia, supo la raíz del enfado en Grace, puesto que si estuviera en sus zapatos, tampoco le gustaría ver a un hombre tan repugnante como Ignacio Trujillo poniéndole las manos encima. Ni él ni cualquier hombre. No importa que tanto resentimiento tuvieran, era algo imperdonable, mucho más si ella se dejara como lo hacía la pelirroja que se tomaba el atrevimiento de dejar un pequeño espacio entre sus piernas para darle acceso a la mano del bigotón.
—Diablos —fue lo único que se le ocurrió decir—. Grace...
—No es capaz de respetar la boda de su hijo. Y eso que supuestamente me ama —sonrió para enmascarar las náuseas que le producía tal escena—. ¿Que más da? Dentro de unas horas tendremos una semana libre de todo lo que odiamos. Eso la incluye a ella.
—Es imposible que nadie lo note —replicó la morena—. Disculpa que lo diga: pero tú madre es una... Una... —por tanto que lo quería decir, le era imposible no guardar cierto respeto por el chico, y por ende: a Lucrecia.
—¿Una puta que se pone a gatas con cualquiera que la tenga grande, o que le dé algo que quiera? Dilo sin pelos en la lengua. Todo lo que pienses de ella es verdad —su sarcasmo también era parte de su armadura—. De todas las mujeres en el país que pudieron ser mi mamá, me tuvo que tocar la que se siente una golfa de la facultad.
Sin previo aviso, Amanda le propició una fuerte bofetada a Grace. Para suerte del pecoso, la música estaba tan alta que el impacto no se escuchó, y la gente estaba tan ebria que no les prestaba atención. Eso no quería decir que el dolor era poco.
—¡Que sea la última vez que te expresas así de ella! —exclamó de la disforia—. No importa si es una cualquiera o una mojigata. Sea lo que sea, esa mujer es tu madre y le debes respeto. ¿Qué te importa si le gusta que la toquen en público? No tienes derecho a opinar lo que hace. Preocúpate si algún día ves que me dejo hacer lo mismo por un cerdo como Ignacio.
La mirada de Grace se tornó de odio, uno que ahora estaba enfocado en Amanda, con la pupila derecha tornándose de una flama verdosa. Aún así, a ella no le importó, demostrando que no le tenía miedo —en parte por no poder visualizar el aura prominente del demonio de la gula—. No cedió y permaneció firme.
—¿Qué mierda te pasa?
—¡No! —se antepuso con más firmeza que él—. ¿Qué mierda te pasa a ti? ¿Esperabas que me uniera a ti para insultar a la mujer que te trajo al mundo? —agarró la botella de whisky para llenar el vaso casi vacío de Grace para llenarlo a tope y beberlo de golpe, sintiendo poco o nada de la incomodidad por la adrenalina del momento.
Amanda se rehusó a escuchar las refutaciones de Grace, a lo que se apeó, tomando uno de los afilados cubiertos de plata que no se usaron por descartar los alimentos en la mesa y dirigirse hacia Ignacio, siendo seguida por su esposo que, tras el repentino su repentino cambio, iba con la intención de evitar cualquier locura que pasara por la mente de la recién casada.
Debido al cambio de vestido seleccionado para la fiesta, uno más corto para tener mejor movilidad, fue que pudo pasar entre las personas que se dirigían a la pista de baile.
—¡Tío Nacho! —a diferencia de lo que Grace creyó, ella lo saludó con júbilo—. ¿Cómo está?
El hombre apartó la mano de Lucrecia cuando Amanda llamó la atención de los presentes en la mesa.
—¡Hey! —correspondió al saludo, parándose con la intención de abrazarla—. ¡Mandy! ¿Qué tal?
Ella dio un paso atrás.
—Sin abrazos, por favor. No quiero manchar mi vestido.
—Entendido, sin contacto —alzó los brazos—. Felicidades a los dos —miró a Grace que se acercó segundos después de la llegada de Amanda—. ¿La están pasando bien?
—Ni tanto, para ser sincera —sostuvo la diplomacia en su habla, aunque deseaba lo contrario—. Apenas la estábamos pasando bien, de no ser por tantos invitados.
—Es una boda, nena. Los invitados son para poner ambiente. Grace: ¿por qué no la has sacado a bailar? ¡Disfruten su noche! Les garantizo que dentro de unos años se arrepentirán de no haber bebido hasta el amanecer.
—¿Sabe? Justamente estábamos hablando de eso —acercó a Grace para tenerlo a su lado, abrazándolo—. Le dije a mamá que quería una boda con pocos invitados. Solo personas de confianza, nada de extraños, o conocidos que consideramos repudiables.
Tanto Angela como Lucrecia, así como Monserrat se alertaron, puesto que sabían detectar cuando alguien fingía cordialidad pese a no sentirla.
—Mamá se tomó la molestia de llamar a media zona norte, como si la fiesta fuera suya.
—Vamos, no es para tanto —Ignacio sonrió—. Todos la estamos pasando bien.
—Ese es el problema... Tío —lo miró de pies a cabeza—. Ustedes lo hacen, pero nosotros no. Los que de verdad importan no la estamos pasando nada bien con ver a gente que no es capaz de respetar la boda de los demás. ¿Sabe? Cuando se planeó la fiesta, mi estimada nuera, la señora Ackerman me pidió la lista de invitados. Y créame, usted no estaba contemplado. Pero aquí está. Quizás por obra de la patrocinadora, o de mamá que lo invitó. —Volteó a Lucrecia que tenía los ojos en ella—. Tal vez lo hizo mi querida suegra.
Todos se sobresaltaron, provocando que los ajenos al tema quisieran abandonar la mesa.
—Amanda —siseó Monserrat—. ¿Te sientes bien?
—No soy nadie para cuestionar a mis mayores, pero debería tener tan siquiera un poco de vergüenza para respetar a la madre del novio, ¿estamos de acuerdo? ¿Qué es eso de meter la mano donde no debe? —mostró el cubierto en sus manos, dando a entender que vieron lo que hacía con Lucrecia—. El respeto lo es todo en esta vida. Sin el se pueden provocar muchos accidentes, y no queremos eso. Imagine que Grace hubiera llegado a tratar de cortarle la mano. Eso no sería bueno para nadie. Si va a seguir con la mano suelta, será mejor que vaya a otra parte. De por sí no ha sido invitado por los novios, todavía viene y hace de las suyas. Eso no está nada bien.
Se apartó del pecoso para llevar el cubierto a la mesa, pero en un rápido movimiento que pareció accidental, hizo que el cubierto tocara la copa de Lucrecia para que el líquido se regara sobre sus piernas.
—¡Suegra! —clamó, actuando como si estuviera preocupada por la gitana—. ¡Qué torpe de mi parte! ¿Se encuentra bien?
Las mujeres presentes supieron que había sido intencional. También estaban al tanto de lo que Ignacio y Lucrecia hacían, algo común para ellos por ser amantes de años.
Los hombres quedaron boquiabiertos, siendo Ignacio el que reaccionó para pasarle una servilleta a la gitana, la cual se apeó con una sonrisa fingida hacia Amanda.
—Descuida, no pasa nada, querida —dijo la pelirroja—. Los accidentes pasan.
—Espero que pueda perdonarme. No fué mi intención interrumpir la privacidad de todos —farfulló la morena—. Ojalá haya traído un vestido más corto —el comentario avivó la tensión—. Madre. Señora Ackerman. Suegra. Disfruten de su fiesta, nosotros nos vamos.
Amanda tomó la mano del pecoso para alejarse del resto y descender al estacionamiento subterráneo mediante el elevador. La chica amparó su postura hasta que las puertas se cerraron, donde los temblores poseían sus manos, estando a merced del pánico por lo ocurrido, pensando en las consecuencias de su arrebato.
—¿Qué fue todo eso? —preguntó Grace, conmocionado.
—Por favor, nunca vuelvas a insultar a tu madre. Ni a otra mujer —sentenció Amanda con seriedad—. Puede que no quieras a Lucrecia, y por eso la frase de: "si insultas a una mujer, estás insultando a tu madre" no vaya contigo. Pero estoy yo. Cuando quieras insultar a cualquier otra mujer, piensa que me insultas a mí. ¿Serías capaz de volver a llamarme puta?
Grace negó.
—No se te ocurra pelear con una mujer, no lo hagas, porque eres hombre —respiró simultáneas veces para que su cerebro pudiera funcionar mejor—. Si llega a volver a darse la situación, yo estaré ahí, porque yo si puedo pelear con una mujer. ¿Entendido?
—Me dejé llevar —dijo él, después de salir del elevador que los dejó en el oscuro estacionamiento—. De saber esto pasaría, me hubiera guardado lo que pensaba.
—Todo menos eso. Si algo te molesta vienes y me lo dices —se detuvo cuando salió del elevador—. Pero tienes un punto. Ahora estamos muertos —le enseñó sus manos que parecían gelatinas—. Crucé la línea.
—Gracias —añadió él, tomando las manos de Amanda—. Hayas cruzado la linea o no, lo hiciste por mí. Muchas gracias.
—Debí controlarme —estaba aterrada de cómo reaccionaría su madre—. Acabo de insultar a Ignacio Trujillo, y derramé vino en el vestido de Lucrecia.
Grace jamás llegó a pensar que Amanda podría ser igual o más impulsiva que él, sumado al motivo por el que lo hizo provocó sentimientos encontrados por ella. Una persona que llevaba dos días de conocer luchaba por él, eso era algo nuevo.
—Estuviste increíble —sonrió, mostrándole todo su apoyo—. Todo estará bien, lo prometo.
—¡Nada estará bien! —comenzó a tener un ataque de pánico—. Estamos en problemas.
La abrazó para estabilizarla, cosa que era difícil.
—No pasa nada, canelita. Nadie te va a tocar, lo prometo.
—¿Eres ciego? —refutó—. Está claro que no se van a quedar de brazos cruzados.
—Te aseguro algo —dijo Grace—: si alguien piensa hacerte daño, primero pasarán sobre mí. Preocúpate cuando yo no esté. Mientras tanto, olvídate de ellos.
—Esperemos que no pase de un sermón.
El chico sonrió.
—Seguro que si. Pero habrá valido la pena. ¿Viste sus caras? Parece que les metiste la mano hasta el fondo.
—¡Grace! —respondió al abrazo con todas sus fuerzas, evocando un quejido del pecoso—. Tengo miedo.
—Y yo tengo ganas de regresar al pasado para grabar la cara de todos. Sin duda es el mejor regalo de bodas. Me has hecho la noche.
—Cállate.
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