La última guardia
¿Qué era peor? Ser la última mujer con el apellido Hamilton, o saber que ninguno de sus hijos dejaría la descendencia de su padre, dándole finalización a cinco generaciones enteras con el apellido Hamilton. O peor aún: no tener la decisión de escoger porqué ambas cosas están sucediendo.
Habían pasado dos meses y tres semanas desde el asesinato de Miyuki Nazawa, y dos meses con una semana desde el presunto homicidio de Yoko Antonieta Hamilton Nazawa. Todo fué tan repentino que Rebecca seguía sin poder asimilarlo, caso contrario al profesionalismo que mostraba con Grace.
Ahí estaba ella, postrada ante el par de tumbas con el nombre de sus hermanas que, como cada lunes iba a visitarlas.
—Conocí a Yoko de vista —dijo Grace, posándose junto a Rebecca mientras alzaba la vista hacia las grisáceas nubes que dejaban caer copos de nieve—. Estaba en una cafetería del instituto cuando Jill se me acercó, en mi primer día. Entre plática y plática señaló a una hermosa rubia de cara fina. Muy elegante, por cierto. —Hizo un sonido con la lengua—. Ahora que lo pienso, se parecía a ustedes dos. Era rubia como tú, pero con la cara de la profesora Nazawa. Es sorprendente que en ésta ciudad todos estén conectados.
Rebecca demoró en responder.
—Yoko había sacado lo mejor de nosotras —cerró las pestañas por unos segundos—. Era tan inteligente como Miyuki, y muy atenta como yo. Nunca desaprovechaba la oportunidad para sacar provecho de las situaciones. Era una niña excelente.
—¿Cómo dices que murió? —preguntó con el mayor tacto posible, pero era en vano.
—La encontraron descuartizada dentro de un motel de la zona sur de la capital —respondió muy a fuerzas—. Un motel de mala muerte. Si, claro.
—¿Qué hacía en un lugar así? —Rebecca lo miró con algo de furia—. Osea, es obvio lo que se hace en un lugar así. Pero digo... ¿Habiéndo tantos lugares en el norte? Solo se me ocurre que haya tenido un romance con algún fracasado vendedor de drogas que le debía dinero a la persona equivocada.
—Señor Ackerman —frenó los pensamientos del joven para no agravar su dolor—. Me incomoda hablar del tema. ¿Podemos hablar de otra cosa? —en realidad no quería entablar una conversación con él.
—Lo siento —dijo Grace al instante—. Solo digo que es extraño. Algo no cuadra.
—Estoy acostumbrada a que las cosas no cuadren —dio media vuelta para abandonar el panteón situado a las afueras de la ciudad—. Ya se acostumbrará.
Ante las inquietudes de su tormenta interna, Rebecca hizo que el trayecto de regreso a casa fuera en completo silencio. Tal y como Grace había dicho: algo no cuadraba. En vista de la súbita noticia que recibió en una madrugada cualquiera, no obtuvo muchos detalles, salvo la presencia de su hermana dentro de un motel. Nada que destacar, según el personal que trabajaba para los patrones de Yoko.
—¿Qué quiere cenar? —preguntó cuando bajaron del coche que aparcó en el estacionamiento subterráneo de la casa Ackerman—. Tenemos carne. O si quiere algo ligero, le puedo hacer un café con panqueques.
—Estoy bien —contestó Grace, ensimismado con la situación que atormentaba a Rebecca—. Puedes ir a tomar un baño y descansar.
—Es de mala educación irme mientras usted sigue despierto —apretó el botón del ascensor que los llevó al primer piso de la residencia—. La señora Ackerman no se lo tomará bien.
—No me importa lo que ella piense, o lo que cualquiera diga —irrumpió secamente—. Estoy harto de ver tu cara. Ve a cualquier lugar que no sea donde yo esté. Ya estuve mucho tiempo contigo.
Rebecca se lo hubiera tomado a mal de no ser porque ella pensaba lo mismo. Le hastiaba pasar todo el día junto a Grace.
—Le tomaré la palabra —salió del ascensor cuando estuvieron dentro de la mansión—. Lo veré en la cama.
—Deja las formalidades —abandonó el elevador antes de que las puertas se cerraran—. Soy cinco años menor que tú.
—¿Cómo quiere que le diga? —cuestionó, viendo la oportunidad de hacerlo enfadar.
—Usa mi nombre.
—¿Grace Ackerman o Edik Benedetto? —elevó la orilla de sus labios en una sonrisa apenas perceptible—. Ambos me confunden. ¿Tan siquiera sabe quién es en realidad?
Grace contó hasta tres para no reaccionar con agresividad. «¿Así vas a jugar?» se dijo a sí mismo «que así sea».
—A partir de hoy me dirás papacito. Por las mañanas cuando me despiertes, al llamarme para la comida, cuando estemos solos —el apodo lo dijo en español—. No sé quién soy, pero sé que quiero escucharte decirme papacito. Ahora.
Por un momento se quedó estática. No esperaba una respuesta tan cínica, pensando que el Grace sarcástico se había esfumado, inmediatamente se recompuso para acercarse a él.
—Como usted ordene, papacito —su ego no le permitía quedarse atrás, así que, bailando sobre la línea que no debía cruzar, le plantó un beso corto para terminar con decir—: lo espero en la cama a menos que cambie de opinión y quiera cenar. No se tarde.
La victoria de Rebecca se proyectó en el patidifuso Grace que la miraba con los ojos crispados, pues tampoco esperaba que ella se metiera en su juego de picardía. Al ver que logró su cometido, se dio la vuelta para darse un tardío baño, de no ser por la inesperada presencia de la mujer responsable de la unión entre Grace y ella.
—Ara ara —dijo Angela en un tono bellaco, tapando la sonrisa en sus labios, mirando a Rebecca de forma delictiva con los ojos entrecerrados—. Solo tuve que juntarlos para que dejaran de pelear.
—¡¿Señora Ackerman?! —tomó una posición firme cuando vio a la pelinegra.
En cambio, Angela se dirigió a Grace.
—Así que papacito —rió—. Por fin están avanzando. Necesitaba dejarlos a solas para que pudieran hacer de las suyas.
—No esperaba verla por aquí —el pecoso trató de persuadir la escena vista por Angela.
—Es mi casa, puedo venir cuando quiera —contestó Angela—. Necesitaba ver que todo esté bajo control. —Su vista se posó en Rebecca que se cohibió— ahora tengo que comprobar todo por mi cuenta.
—Claro —Grace asintió—. ¿Cómo están Jesse y Jackie?
—Los médicos dicen que Jesse se está recuperando muy rápido. Si todo sigue así, será dada de alta en menos de lo que canta un gallo —torció los labios en una mueca insatisfecha—, pero Jackie... La pobre apenas come. Dicen que desde ese día no ha vuelto a hablar. Creo que la mandaré a un convento de Quito.
—Dele más tiempo —la voz del chico se suavizó—. No todos los días te secuestran para ver cómo golpean a tu hermana mientras llevan a la otra.
—Jackie es la mas amargada de las tres, pero también es la más sensible, y la que más quiere a Jesse y Jill —sopesó—. Con ella me tomo las cosas con calma.
—¿Sabe algo de Jill? —preguntó Rebecca, pero solo recibió una efímera mirada de Angela para seguir con el pecoso.
—Grace, hablemos un rato —forzó su sonrisa para disfrazar la ansiedad que luchaba por salir de ella—. Tienes muchas preguntas que hacer, ¿no? Creo que es hora de darte las respuestas.
Angela dirigió a Grace hacia su despacho del segundo piso, no obstante, se detuvo en la entrada para enfocarse en Rebecca que los seguía.
—¿Puedes hacer la cena? —trató de ser sutil para no humillarla—. Haz algo que lleve cerdo y papas, por favor.
—La cena está lista —mintió, solo para mantener a Rebecca cerca de él. Era una corazonada lo que le hizo hablar—. Está de suerte, porque dejé una cacerola llena de estofado de cerdo cocinando antes de salir. Fuimos al mercado y no iba a desaprovechar la oportunidad para hacer algo que me enseñó la cocinera de la muerte.
—No importa. Faltará el acompañamiento —Angela era persistente—. Quiero puré de papa.
—¡Su suerte está en racha! —clamó Grace con buena actitud, pareciendo alguien agradable—. Justamente hoy me dieron ganas de comer mucha papa. También hice puré de papa con la receta de mamá. De hecho, todo está hecho con la receta de Trinidad Jeager.
—¡¿De verdad?! —los ojos de la pelinegra se iluminaron a la par de sentir que la boca se le hacía agua—. Pensé que nunca volvería a comer algo con la receta de Trinidad.
—¡No se preocupe! Mamá me enseñó a hacer muchas de sus recetas antes de... —recordar lo vivido en la zona muerta desenmascaró sus verdaderas emociones, tornándose cabizbajo.
—Becca —dijo Angela—: ¿Qué le hiciste a mi sobrino? Haz hecho un buen trabajo en complacerlo. De otra forma no le encuentro sentido a eso de mantenerte cerca de él —infló los mofletes en señal de decepción—. Lo lamento, pero esta es una charla familiar. Solo estaremos los dos. Puedes ir a descansar hasta que vayamos a cenar, ¿Si? ¡Muchas gracias!
—No tiene caso —Grace la interrumpió, tomando a la rubia de la cintura y acercarla a él—. Becca es mi confidente. Ella sabrá todo lo que hablemos en privado, con lujo de detalle —sonrió—. ¿Podría evitarme la fatiga de gastar saliva y dejar que ella nos acompañe? Total, ya dijo que ella es como una hija para usted.
Angela soltó un resoplido.
—Los niños de hoy en día creen que pueden conseguirlo todo. Bien, que nos acompañe.
—Sabía que podía confiar en usted —soltó un aliento de alivio.
—Antes, quisiera saber algo —volvió a sonreír, no de manera exagerada, pero se notaba su lado zascandil—. ¿Ya dejaste de ser virgen? Seguro que si. Con la confianza que se tienen, ya debieron haber hecho todo el camasutre.
El pecoso vaciló por un instante.
—Sobre eso —miró a un costado con una sonrisa incómoda—. Ya no me da vergüenza dormir junto a Rebecca mientras está en calzones.
—¡¿Qué?! Chico, Nacho y yo te hemos dado regalos que cualquier otro calenturiento ya hubiera aprovechado —llevó una mano a su rostro, denotando su decepción—. ¿Seguro que no te gustan los hombres? Te aceptaré tal y como eres, siempre y cuando tú aceptes casarte con la hija de un pez gordo para traer al nuevo heredero de los Ackerman.
A espaldas de Grace apareció Gula.
—¿Ya ves que no soy la única que piensa que eres gay? —soltó una risotada exagerada—. Si yo fuera hombre ya hubiera puesto ese culo blanco en cuatro, la lubrico de un escupitajo y se la dejo ir entera. ¿Qué se sentirá tener poronga?
—Espere, yo le explico —carraspeó—. Quiero llegar a mi límite. Ya sabe, dicen que la mejor experiencia es cuando estás ansioso. Es como la comida, cuanto más hambriento estés, la comida sabrá más rica.
—Es un buen punto —asintió— el problema es que ya llevas más de dos meses durmiendo con ella. ¿Acaso ella no te motiva a que la toques? —fulminó a la rubia con una mirada revestida de cortesía—. Niña, no has hecho lo que te pedí.
—No hay noche que no tenga a Rebecca con una hermosa lencería esperándome en la cama —dijo la verdad a medias—. Muchas veces he estado a punto de ceder. Pero como le digo: quiero esperar otro poco para estar a la altura. Seguro que alguien tan hermosa como Rebecca tiene mucha experiencia. Si no puedo seguirle el paso con la técnica, por lo menos quiero hacerle frente con mis instintos en su límite.
—No me convences —torció los labios mientras arrugaba la nariz—. Ya te dije que no me importa que te gusten los hombres. Di la verdad. No me gustan las mentiras.
Grace comenzó a irritarse por lo reacia que Angela podía ser. Inspiró hondo, buscó en Rebecca una salida, pero a ella le daba igual que hasta cierto punto compartía el mismo pensamiento que la mayor, pues en muchas ocasiones lo incentivó a tener relaciones sexuales. Todas las veces fue rechazada, ocasionando contundentes golpes a su orgullo como mujer.
—Si lo fuera no tendría problema con decirlo —musitó— pero no es el caso.
—Es la típica frase de todo homosexual de closet —dijo Rebecca, igual de divertida que Angela, pero lo ocultaba con su seriedad—. Me he puesto ropa tan incómoda como atrevida y nunca reaccionas. También creo que no te interesan las mujeres.
—¿Lo ves? —Angela se resignó—. Como sea —abrió la puerta de su despacho—, luego les consigo un amigo al que le gusten los coños y los culos para que les haga compañía. Ya que tú no puedes complacer a Becca, y ella no te puede complacer a ti.
—Me gustan las maduras —su comentario hizo que ambas mujeres se detuvieran—. Becca es hermosa, y muy madura para lo que es. El problema es que todavía no alcanza la edad de mis gustos.
—¿Ah, si? —la pelinegra giró su cuello para que el joven viera medio rostro, dado que él estaba detrás de ella—. Con que te gusta ser colágeno.
—Sabe —la alcanzó para posarse frente a Angela, sin saber que la pupila de su ojo derecho comenzó a emanar un aura verde— hubo una vez que Grecia se me insinuó. ¿Quién en su sano juicio rechazaría a Grecia? Ahora: ¿hacerle lo mismo a Rebecca? Debo estar muy safado para ignorarla cuando todas las noches podría hacerle lo que quiera. Pero me dije a mi mismo que por lo menos me cumpliría un capricho, al menos una vez en la vida.
—¿Y el capricho sería...? —enarcó una ceja sin borrar la sonrisa.
—Perder la virginidad con una madura que esté cerca de los cuarenta —impulsado por sus deseos más recónditos bajo la influencia de Gula que degustaba el desenlace, dio un paso para estar a centímetros del rostro de Angela—. Escuché que usted tiene treinta y ocho.
Angela comenzó a reírse por montones, por momentos se tomaba el estómago por el dolor.
—Eres muy gracioso, también un enfermo —tardó en reponerse, pero lo hizo—. ¿Ya olvidaste que soy tu tía?
—Lo es ante la ley —siseó, devolviéndole la sonrisa— es Ackerman por el apellido, no porque tengamos la misma sangre.
Tan pronto las palabras resonaron sus oídos como ecos que se adentraban a su interior, dejó de reír para poner una expresión frívola. Hasta Rebecca se asustó de lo dicho por Grace, pues ella nunca mencionó que Angela era adoptada.
—Cuidado con lo que dices, niño —acotó—. No te pases de listo.
—Solo digo que si en algún momento quiere que toque a Rebecca, primero tengo que cumplir mi fantasía —pasó de ella para entrar al despacho y sentarse en una se las dos sillas delante del escritorio con pilas de documento encima—. No perdamos tiempo, que solo tenemos una hora y tanto antes de que el estofado esté listo.
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