Hilo forzado
—Lola, linda noche. ¿Cómo estás? Sabes que no te llamaría si no fuera importante.
Tanto Grace como Lucrecia tenían emociones encontradas al verse por tercera vez en lo que llevaba del año. A diferencia de las ocasiones anteriores, esa era la mas incómoda de todas. Ya sea por el imprevisto del pecoso al anteponerse con las personas más predominantes del país, o lo pusilánime que hizo ver al resto gracias al demonio en su interior. Sin embargo, ni en la fatídica noche donde ella acabó con la vida de las tres mujeres tenían la perplejidad para iniciar una conversación. Al menos, en ese entonces tenían mucho que decirse, nada contrario a ese momento, pero ninguno encontraba la manera de esfumar el hastío.
Por ende, la mujer optó por aprovechar ese momento para encargarse de otro asunto, uno que le permitiera tener el resto de la noche para ellos.
—Necesito cancelar el resto de mis pendientes. Ya le dije a la recepcionista que cancele las reservas pendientes, solo nos quedamos con los clientes que tenemos. Comen y se van —escuchó la respuesta de su asistente—. Tranquila, no es nada grave, pero estoy haciendo algo más importante que cenar con Kande y Nacho. Diles que no vengan. —Suspiró por lo tediosa que era la mujer al otro lado de la línea—. Si, es muy importante. Es un asunto familiar. Mañana hablamos, muchas gracias.
La amabilidad que tenía con sus empleados no fue pasada por alto para el pecoso que estaba atento a lo que ella hacía. Actuando respetuosa y elegante, alguien poco digna para la putrida reputación que arrastraba.
—Lamento que haga tanto por mí —finalmente habló cuando la pelirroja colgó el celular—. Vine en un mal momento, si gusta puedo venir en otro momento.
—Deja de hacerte la víctima —dijo Lucrecia con poco tacto, sin llegar a ser altanera—. Desde que llegaste no he querido otra cosa que no sea cenar contigo.
—De hecho, con usted tuve mi primera cena en la capital —respondió Grace.
—No es lo mismo —alcanzó la botella de vino para vertir un poco en dos copas, beber de una y entregarle la otra al joven—. Aquella vez estaba con un niño al que obligaron a tener un falso nombre, quien se negó a probar la comida que yo misma hice.
—Entienda mi posición en aquella...
—Deja de hablar como un robot —lo interrumpió después de beber todo el vino de la copa para servirse de nuevo—. No sabes cómo me patea el culo que me hables de usted. Soy tu madre, cabrón. No estás tratando con los Ackerman.
—Ese día ni siquiera se me pasó por la mente de que lo eras —respondió más suelto, pero seguía manteniéndose sus instintos al máximo—. Me enteré cuando el puto de... Perdón —carraspeó—: cuando el tío Nacho hizo que se te metiera el demonio y mataras a la profesora Nazawa.
—¿Tío? ¿Desde cuándo es tu tío? —enarcó una ceja, cometiendo la misma acción de beberse todo el vino y volver a rellenar la copa—. Y no te confundas —lanzó la servilleta más cercana al rostro de Grace—, quiero que seas sincero, no un grosero de mierda. Respeta la mesa.
—Si me disculpas, deberías poner el ejemplo —estiró los labios— yo solo repito lo que veo.
—En mi casa puedo hablar como quiera —repitió el mismo patrón con el vino por el resto de la plática—. Ya contéstame: ¿Por qué le dices tío a ese rabo verde?
—Escucho que todos le dicen así —olfateó la copa que le entregaron—: Freddie, mis tías, Grecia cuando vivía... ¿Por qué lo hiciste? —cuestionó de repente—. Eras la única persona que Grecia quería.
Lucrecia se recargó en los asientos que parecían muebles color guinda, unificados para unirse, abarcando una C sobre tres partes de la mesa. Aquella que se encontraba apartada del resto de mesas, el lugar donde la luz era casi nula, salvo los focos pegados al baño.
No sabía cómo responder, dado que estaba divorciada con las palabras para articular una válida excusa. Se sentía demasiado culpable por lo que hizo con Grecia. En ocasiones soñaba con ella, viendo a Ignacio Trujillo arrastrando su cadáver como si fuera una bolsa de basura conservada de hace meses.
—Es complicado, pulgarcito —lo apodó de esa forma por la baja estatura de Grace—. Te faltan muchos años viviendo aquí para que puedas entender cómo se manejan las cosas.
—¿Valió la pena?
Lucrecia se reprimió la desolación que le dejaba la partida de Grecia. Increíblemente se sentía así.
—Estás respirando —fue por su quinta copa—. Depende de qué tanto valores tu vida.
En cuanto Grace quiso hablar, un mesero se acercó con una charola repleta de mucha comida, abasteciendo la mesa con diferentes platillos donde fácilmente comerían cinco personas.
—¿Ya vas a comer, o vas a seguir de mamón? —sonaba resentida—. Te lo advierto: vuelves a dejar la comida y te prometo que será la última vez que tengas algo de mí.
El apetito del pecoso había incrementado hasta el punto de comer lo que equivalían los alimentos en la mesa, por lo que sonrió antes de decir:
—¡Claro que no, madre! —sonaba divertido, teniendo fricción con la burla y el sarcasmo. Acercó un plato con camarones rebozados—. No sabes cuánto he querido tener ésto, hoy no me quedo con las ganas.
El camino para forjar confianza entre ambos seguía siendo extenso, no obstante, tener una apacible cena entre ambos glotones, donde se vieron forzados replicar la charola porque no estaban satisfechos. Tanta era la fluidez con la que tenían sus intercambios de frases que ella hablaba muy golpeado, y él sabiendo sobrellevarla.
—¿Angela sabe que estás aquí? —preguntó Lucrecia.
Le dio la respuesta al dar una malévola sonrisa a la par de mirar a un costado.
—No sé si eres igual o más estúpido que todos los hombres Ackerman —recargó el codo en la mesa para sostenerse la frente—. ¿Qué más da? Yo también le di problemas a muchas personas. Tu abuela me dijo que ustedes me harían lo mismo. ¡Y mírate! Ya no se cuál de ustedes tres me da más problemas. Tú y tus hermanos son un caso perdido.
—¿Cuantos hijos tienes? —preguntó sin dejar de sonreír.
—Tres —volvió a su antigua posición, con botella en mano— contando al otro idiota que te trajo.
—Pregunta seria —no estaba ebrio, pero las cinco copas de vino que iba tomando con calma le hacían sentir ligero—: ¿Pariste a Freddie?
—¡No, gracias a Dios! —exclamó entre risas, con la confianza que le daba ser la única persona en el restaurante junto a Grace—. Es un poco raro. Dice que no es gay, pero ve como se viste. Dice que le gustan las mujeres, pero puede que solo se las tire para ocultar que le gusta otra cosa. Me alegro que no tenga mi sangre.
—¿Será? —se sintió asqueado de tan solo recordar que en un principio la miró con unos ojos completamente distintos a los de ahora, cuando no sabía que ella era su madre—. Yo no me visto así, y creo que soy más raro que Patricio Estrella.
—Te cortaría los huevos si alguna vez te vistes como él —sonrió—. Y después me cortaría una teta.
Ambos rieron con todas tus fuerzas.
—Es un trato justo —ofreció su copa para que la gitana le sirviera vino—. Tenerlo todo para conseguir una gran mujer, y desperdiciar ese talento. ¡Nadie me lo perdonaría!
—Si estuviera a punto de cortarte los huevos —parecía estar bien a pesar de las grandes cantidades de vino ingerido—, lo pensaría por un minuto. Después llegaría a la conclusión de que te aceptaría tal y como eres. Eso sí, te pondría como condición que me dieras un nieto. Luego haces lo que quieras.
—¿Por qué todos me dicen eso? No soy gey.
—Nacho te dio a Grecia y nunca la tocaste. Angela te dio a Rebecca, y está pasando lo mismo —señaló a su hijo—. Es obvio que no te interesan las mujeres.
—Eso no tiene nada que ver —se relajó, sin tomarse los comentarios a mal—. Lo tengo todo y a la vez nada. Rebecca no me interesa.
—Cualquier chico de tu edad estuviera aprovechando tus privilegios —bebió directamente de la botella—. Esa niña tiene un buen cuerpo, y no está fea, para nada. Al contrario, si vieras cuántos hombres y ancianos le preguntan a Angela si está en venta.
—Yo no soy como ellos —farfulló—. ¿Qué placer hay con forzar a alguien que no quiere acostarse contigo?
—Los monstruos encuentran mucho placer en forzar a los demás a hacer algo que no quieren —dijo con pesar, recordando lo que tiene que hacer por haber conseguido todo lo que tiene—. Incluyéndome. Espera uno o dos años, le encontrarás sentido a lo que digo.
—Siempre tuve oportunidades como esta —bebió todo el contenido de su copa—. En la zona muerta con mamá... —vaciló— digo: Trinidad. En el burdel junto a Jessica, muchas chicas se ofrecieron a darme servicio gratis, muy hermosas por cierto. Pero yo no soy así, pensaba que me seguiría sintiendo vacío aún después de haberlo disfrutado. Pude estar con Grecia, ahora con Rebecca. Quiero estar con alguien que me guste de verdad. No con alguien que lo haga por obligación.
—¿Dices que de entre todos los hombres en el mundo, eres de los pocos que todavía cree en el amor? —escupió una larga risotada—. No conozco a ningún hombre que se resista tanto como tú, si es que dices la verdad. Mejor di que eres... especial, y te prometo que no te juzgaré. Te repito: solo dame un nieto y todo estará bien.
—Hice un juramento —confesó—. Hasta ahora solo me he enamorado de dos mujeres. Prometí estar con una sola.
La disforia de Lucrecia se disparó.
—¡Pequeño mío! —clamó con una sonrisa que denotaba la ternura que Grace le daba—. No sabía que eras un caballero.
—No puedo decir que lo sea —respondió—. ¿Un caballero dice lo que quiere en todo momento?
Lucrecia meditó antes de hablar.
—¿Ya te comprometieron?
—No que yo sepa —la pregunta lo confundió—. ¿Por qué lo harían.
La pelirroja ensanchó la sonrisa, exponiendo su fuerte dentadura blanca con los colmillos que sobresalían.
—Angela y yo tenemos a la chica ideal para ti —siseó—. Vamos a probar si lo que dices es verdad.
—Creo que no estoy entendiendo nada
—Es normal que las familias más ricas del país quieran juntarse con otras familias. Algunos lo hacen mediante negocios, pero lo más común es el matrimonio —volvió a apuntar a Grace—. Un ejemplo es Grecia. Los Pinkman querían relacionarse con los Trujillos para ascender.
—¿Y eso que tiene que ver conmigo?
—Tú, mi querido niño, no serás la excepción —extendió los brazos como si estuviera a punto de revelar la noticia de la noche—. Si lo que quieres es a una buena mujer, digna de ti, conozco a la indicada.
—No me vas a obligar a casarme —refutó—. Ni yo ni Angela vamos a estar de acuerdo.
—Angela será la primera en celebrar conmigo. Esta niña será lo mejor que te ha pasado, ya lo verás. Tú consigues una esposa que te dará la garantía de serte fiel hasta que mueras, o en el caso más pendejo: tú la engañes. Angela y yo ganamos dinero, y todos felices —hizo una mueca para burlarse de Grace—. Si te casas, prometo que responderé a todas tus preguntas. Escucha, Grace, tienes la oportunidad de ser feliz. ¿La vas a aprovechar, o seguirás estancado en el pasado?
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