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El legítimo heredero

—Conocí a tu padre desde que yo estaba en los huevos de mi "papaíto". Es al revés. Él me conoció desde que yo estaba en el vientre de mamá —Angela desnudó dos cuadros de chocolate blanco en sus manos, con la delicadeza de no exponer el resto de la tableta al desprender el papel aluminio alrededor—. Fué el primer hijo de Angelo, el único varón que tuvo.

El singular ambiente dentro del despacho donde ambos Ackerman estaban sentados parecía tranquilo, tan silencioso que se podían escuchar los mordiscos de la pecosa sentada en la silla giratoria, moviéndose de izquierda a derecha.

Las ventanas estaban cerradas, incluso así, la baja temperatura evocaba un frío que penetraba las paredes. Empero, la oficina parecía ser impunes por el abundante bochorno que los tres integrantes sentían, haciendo que sudaran hasta empapar las gruesas prendas puestas.

Aún así, todo parecía de lo más cotidiano para Grace, quien, con las piernas cruzadas, la cabeza en alto y las manos entrelazadas recargadas en las rodillas que emitía serenidad, escuchaba atentamente a cada palabra dictaminada por Angela. Nada que ver con el chico desinteresado, de postura desganada al que ellas estaban acostumbrados. Casi no parpadeaba, lo que causaba incertidumbre en Rebecca por el cambio radical en él. Aún sin verle la cara por estar parada detrás suyo, le transmitía una seguridad antes vista.

—Imagina que vez las tres personalidades de Jesse, Jackie y Jill en una sola persona, pero explotadas hasta haber exprimido sus habilidades. El verdadero heredero de la fortuna de los Ackerman, el orgullo de papá, su viva imagen en persona —su manera de comer era tan lenta que digería un bocado después de mascar veinte veces—. No admiraba desde que era una niña. Confieso que una parte de mi odio hacia Lucrecia es porque lo condenó a la ruina, cuando yo tenía quince años.

—¿Por qué hasta los quince? —preguntó Grace con curiosidad.

La mujer mayor frunció el ceño cuando recordó el pasado que tuvo con su exprometido
—Porque a los quince rompí mi compromiso con Asier.

—Solo por curiosidad —preguntó con voz calmada, casi entre susurros—: ¿Te fumaste algo antes de venir? Bienvenido a juegos mentales con la disfuncional población de Ishkode y sus gustos raros por casarse entre familia. Estabas comprometida con menos de quince años, una edad muy temprana diría yo.

—No me enorgullece contar mi pasado. Y deja de hablar como político, te pareces a tu abuelo —se alzó de hombres—. Angelo me adoptó a los quince años, cuando descubrió que el orgullo de la familia se metió con una gitana. Es ahí donde entra tu mamá: Lucrecia Benedetto, mi salvadora entre comillas.

—Vayamos por partes —estaba tan sosegado que su discreta forma de hablar le resultaba quisquillosa a las dos mujeres—. Nací por la calentura de Asier y Lucrecia, el hijo de un político y una gitana que hace cosas raras. Y lo más importante: tú pudiste ser mi madre. ¿Cómo está eso?

—No de cualquier político. Estamos hablando de un ministro. Angelo fue el primer ministro del antiguo presidente. En esta campaña se postuló para presidente —su ansiedad hizo que bajara el papel aluminio para exponer otras dos barras de las once restantes—. Por evidentes razones no me podía tocar. Angelo le prohibió hacer algo conmigo hasta que cumpliera la mayoría de edad.

—A veces suelo tener poco entendimiento —siseó—. ¿Puede ser más específica?

—Era una menor, estaba muy chica y tu abuelo no quería que mi futuro se arruinara.

—¿Desde cuándo los cerdos de alto mando se preocupan por esas cosas? Debió ser algo más. Con eso que habemos muchos hijos no reconocidos. O como les dicen en "juego de tronos": bastardos. —Sonrió maliciosamente—. Un término digno de lo que soy. Pero hay jerarquía entre los bastardos. ¿Por qué darle tanta importancia a una niña que no viene de buena familia, relativamente hablando?

Se había insultado, o eso entendería otro que no fuera Angela. Era un insulto para ella, lanzado indirectamente, como si supiera de su pasado.

—Es increíble que seas tan minucioso después de estar fragmentado —le devolvió la sonrisa—. ¿Cómo le haces? Dame tu secreto, porque el dolor de cabeza que ustedes los Ackerman me dan no me deja hablar formal.

No estaba confiado, pero mantenía una seguridad que no le permitía doblegarse ante Angela.
—No se crea todo lo que vé —tomó aire—. Mamá Lucrecia dijo que estoy a dos traumas de volverme suicida, por suerte tengo a una linda rubia que me susurra lo que digo.

Se reacomodó en el asiento mientras que Gula estaba en la otra silla, extendida hacia Grace para susurrarle cosas al oído. Angela lo interpretó como si Rebecca le hubiera dicho cosas de ella.

—Se volvieron más cercanos de lo que esperaba —bisbeó, mirando de reojo a la mayordoma—. Aunque sea muy rencorosa, no pensé que Becca fuera a sacar mis trapos al sol.

—No se preocupe —negó con una mano para después devolverla al mismo lugar—. Rebecca prefiere comer vidrio antes de hablarme. No hablo de ella, descuide. De hecho, esa linda rubia me está susurrando, justo ahora. Pero ignore lo que digo. Continuemos, por favor.

Prosiguió para no caer en los provocamientos.
—Tienes toda la razón cuando dices que los de aquí no piensan en otra cosa que no sea satisfacerse a costa del sufrimiento ajeno —quería regresarle el insulto—. Tu madre es un año menor que yo, ¿cuántos años dices que tienes?

No hacía falta hacer cuentas para saber de lo retorcido que era su nacimiento, pero no era nada que no haya visto con otras personas que conoció a lo largo de su vida. Su desinterés le evitaba sentir asco de cómo llegó al mundo, ya no era el caso.

—¿Cuántos pecados cometimos como para que dios nos haya abandonado? —increíblemente Angela se rió con él—. Ya me lo veía venir. Lucrecia se ve tan joven como para que tenga un hijo tan viejo.

—Tampoco creas todo lo que ves —respondió—. Tuvo a tu hermana tres años después. Con otro hombre. ¿Cómo crees que una mugrienta gitana se hizo de tanto poder?

—Conozco ese poder de primera mano —declinó la cabeza para ver el tejado—. Ella movió cielo mar y tierra para declararle la guerra a Trinidad.

—Si te sirve de consuelo: ella no sabía que Trinidad te había adoptado, todo este tiempo pensó que habías muerto. Fué por ti que ella desató el infierno. El claro ejemplo de que las madres amorosas son capaces de hacer lo que sea por sus hijos. Me sorprende la paciencia que tuvo para juntar a la gente necesaria para derrocar a Trinidad —imitó a Grace, como si sus emociones estuvieran alineadas—. Lucrecia es una migrante que llegó junto a tu abuela para escapar de su familia en Rumania. Cuando llegó no tenía nada, vivía en la zona sur y su madre era una mendiga que suplicaba por comida para alimentarla. Cuando Asier se fijó en ella, entró al instituto San Bernardo por la inversión de cierta persona que le dio estudios. Su necesidad era tanta que cuando vio la oportunidad de amarrar a un rico, no le molestó llevar al hijo de Asier. Hasta la fecha me alegro de su pobreza, si no fuera por sus ganas de ser una mantenida, mi vida sería diferente.

—Pasé de ser un don nadie a convertirme en una bomba nuclear que destruye todo a su paso. Carajo, esta mierda me supera —inspiró hondo—. Hábleme de Asier: ¿Qué pasó con él?

—Para hablarte de Asier, primero tengo que decirte cómo naciste. Para decirte cómo naciste, primero tengo que hablar de quiénes somos los involucrados en todo este batido de porquería —suspiró—. Todo es muy complicado, y nos llevaría más de una hora. Sinceramente, ya tengo hambre.

—Podemos hablar mientras cenamos.

—Me daría asco contarte todo mientras como —dio un giro de trescientos sesenta grados con la silla—. Tu mamá mantenía una relación amorosa con Trinidad, antes y después de conocer a Asier. Las dos venían de abajo. Eran pobres, nadie apostaba un quinto por ellas. Hasta la fecha nadie sabe cómo fue que se llegaron a juntar con gente muy peligrosa de la zona sur hasta escalar en lo más alto. Ambas eran uña y mugre hasta que...

—Lucrecia se embarazó —concluyó Grace—. Me tuvo a mí, la chispa que prendió la mecha.

—Trinidad tenía más de una amante —sonrió de los buenos momentos que pasó con Trinidad y compañía—. Era como un semental atrapado en el cuerpo de una mujer. Siempre territorial con sus niñas, como nos solía decir. Trinidad Castro Jeager es la razón por la que muchas mujeres estamos en el poder, la hija del revolucionario más cabrón de Cuba. Es lo que ella nos dejó. Su legado, acabando con un sinfín de personas.

—¿Usted era amante de mi mamá? —se refirió a Trinidad, con evidente sorpresa.

—Eramos más que simples amantes. Nos apoyamos entre nosotras. Fué por Trinidad que pude deshacerme de Asier —la revelación desequilibró hasta la propia Rebecca que no estaba al tanto de muchas cosas en el pasado de Angela—. Pero Lucrecia no lo supo hasta diez años después de que te robaran.

—¿Cómo me robaron, supuestamente usted?

—Angelo quería matar a Asier y Lucrecia cuando supo lo que hicieron, especialmente a Asier—escupió Angela—. Cuando Trinidad se enteró, escondió a Lucrecia por el resto de su embarazo.

—Típico pico de mamá —dijo Grace—. Siempre sobreprotectora con lo que es suyo.

—Asier no se lo tomó muy bien. Buscó por todas partes hasta encontrar a Lucrecia para escapar del país. De todos y todo, grave error. —Suspiró—, si algo he aprendido de aquí, es que puedes hacer todo para ganar, hasta la cosa más cobarde. Solo hay una cosa que está prohibida: huir. Eso todos lo saben. Asier cavó su propia tumba cuando embarazó a Lucrecia, no respetó nuestro compromiso y sobre todo: quiso jugarle sucio a Trinidad Castro Jeager, la promesa más peligrosa en ese entonces.

—Eso no responde mi pregunta —inquirió Grace—. ¿Qué tengo que ver yo en todo esto?

—¿Acaso no lo ves? —rió amargamente—. Si tú no hubieras nacido, nada de lo que todos vivimos hubiera pasado. En primer lugar: los Ackerman perdieron a su legítimo heredero cuando entraste al óvulo de Lucrecia, eso afecto a muchas personas, directa o indirectamente, incluyéndome. Cuando naciste, Trinidad se deshizo de Asier antes que llegara al lugar donde Lucrecia estaba dando a luz. Y tercero: si hubieras muerto en el parto, Trinidad no te hubiera apartado de Lucrecia para evitar la furia de Angelo que quería darle caza.

La revelación acerca de su nacimiento amedrentaba con eclosionar una crisis en Grace. Pensar en lo vivido, las vidas que se arrebataron y las tantas personas inocentes que fallecieron debido a él, o más bien al agridulce romance entre sus padres. Por unos segundos perdió la compostura, poniendo una cara incrédula, al igual que afligida.

—Yo solo soy un don nadie —dijo para sí, olvidando que habló en voz alta—. ¿Cómo es que podría matar a tantas personas, solo por nacer?

—Ojo con lo que dije —Angela se anticipó para acortar los pensamientos negativos del chico—. Fuiste la razón por la que se desató uno de los conflictos que pasaron a la oscura historia del país, más no dije que tú lo hiciste. La culpa la tiene el imbécil de Asier y la zorra de Lucrecia por jugar a Romeo y Julieta. De Angelo por ser un narcisista, y de Trinidad por hacerte pasar un completo infierno en la Zona Muerta.

—¿Cómo se que todo lo que dices es verdad? —hizo hasta lo imposible para no vomitar.

Angela negó con la cabeza.
—Te diré algo que está un poco alejado del tema —miró a Rebecca—. ¿Sabes por qué Rebecca trabaja para mí? Bueno, trabajaba —llevó el último trozo del tercer cuadro de chocolate a la boca—. Ella es como un arma humana, casi igual que tú, o tus hermanos adoptados, que por cierto; también son hijos de personas importantes del país. La familia de Rebecca estaba muy involucrada en el ejército. De hecho, el papá de Rebecca: Michael Hamilton era un honorable héroe de guerra. Le enseñó todos sus conocimientos a Becca después de haberle jurado lealtad a los Ackerman.

—¿Adónde quieres llegar?

—Los Hamilton son fieles sirvientes y guardaespaldas de los Ackerman. Aunque actualmente solo quede una Hamilton en pie —señaló a Grace—. Tengo entendido que fuiste llevado al burdel donde trabajaba Jessica después del conflicto entre Trinidad y Lucrecia, cuando Trini cayó. Tú eres un Ackerman, y Jessica era una Hamilton, ¿por qué crees que aceptó cuidarte sin pensar en las consecuencias? Parece mentira, pero Jessica era igual o más peligrosa que Rebecca.

Estaba pensando las cosas a fondo. Y por más que se negaba a creerlo, lo que decía Angela era verdad.

—Grace, nada de lo que te pasó ha sido casualidad, o porque la vida te odie —no era buena para alentar al resto, pero hacía lo que podía—. Todo tiene una razón, por más horrible que sea.

—¿Lo sabía? —preguntó Grace—. ¿Todo este tiempo supo de mí, dónde estaba y lo que viví durante veintidós años?

—¿Veintidós? —Rebecca se unió a la oleada de preguntas—. ¿Tiene veintidós años? Angela —se le olvidó dirigirse a la pelinegra con cordialidad—: dejaste que un niño pagara las consecuencias de Asier.

—Yo solo me deshice de Asier —respondió Angela—. Trinidad quería proteger a Lucrecia sin importar el costo —miró a Grace— si te hubieras quedado con tu mamá, es posible que ambos estuvieran muertos. Trini prometió que te llevaría a un lugar seguro.

—¿Lucrecia sabía todo esto? —apenas podía hablar con claridad.

—Lucrecia hubiera dado la vida por ti con tal de evitar lo que te pasó —cerró los ojos—. Trinidad lo sabía. Era el amor de su vida, o tú. ¿Qué crees que escogió?

—¿Cómo se enteró de mí? —hacía amagos para no ceder a la tristeza y enojo que lo querían hacer llorar.

Angela lo notó, entendió que el chico se desmoronaría si seguía hablando.
—Suficiente por hoy. Lo que debes saber es que si alguna vez pensaste en vengarte de Lucrecia por matar a Trinidad, la mujer que tanto respetaste, a la que llamaste mamá —quiso pararse de la silla—: fué por ti que esa pobre gitana está muy embarrada con muchos hombres poderosos que pasan todas las noches en su cama. Tres de tus hermanos se unieron al bando del sur para matarla, ¿qué vas a hacer ahora que sabes la razón por la que Lucrecia acabó con Trini? Si alguna vez quieres saber más, puedes preguntarle a Lucrecia. Pero todo a su tiempo. Primero recuperaré a Jill, después dejaré que te vea.

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