Donde las papas queman: parte dos
Hacer la hazaña digna de una loca película épica, o ver el inminente fracaso de un evento tan importante que, de no ser por un milagro, culminaría con una mancha imborrable dentro de la profesionalidad de la familia Ackerman. Solo habían dos opciones en la mesa, y Grace lo sabía.
Todo parecía como un partido de vuelta, cuyo equipo local perdía por cuatro goles de diferencia, casi imposible de remontar.
El tiempo que les jugaba en contra no se detenía, y los bullicios del personal restante no daban cabida a una solución, mucho menos el encierro de Carmela con los empleados más longevos para buscar una solución que, seguramente terminaría con una rotunda decepción.
—¿Ya han pasado por esto? —preguntó Grace a la mesera. Ella no entendió al instante, a lo que continuó hablando—. No creo que sea la primera vez en llevar un evento con poco personal. Están capacitados para trabajar bajo presión, ¿no?
Ella captó, por lo que pudo responder.
—Siempre estamos bajo presión. Desde antes de trabajar. Pero es la primera vez que los jefes de cada área se van.
—¿Tanto odio le tienen a esa tal Sonia Bozada?
—La señora Bozada se burla del apellido Ackerman cada vez que puede —parecía tener una especie de rencor por la dueña de la fiesta—. Siempre trata de avergonzar a su familia.
—Vamos, una broma no le hace daño a nadie.
—Sería el caso si todo lo que ella tiene no se lo debiera a ustedes —trató de ser educada para no sacar su desprecio hacia la mujer a flote—. Antes de estar arriba, ella no era nadie. Su madre trabajó de sirvienta para ustedes.
—Hablas de ella como si te hubiera hecho algo —miró a la moza—: ¿Por qué?
La chica suspiró.
—Llevo sirviéndole a los Ackerman desde los quince años —creyó que el evento estaba arruinado, por lo que suavizó el nudo de su corbata— tengo muchos beneficios por trabajar para su familia. Seguro médico, comida, transportes, vacaciones pagadas. Pero lo que a mí me interesaba era que, en el contrato que me dieron a firmar decía que si mi desempeño era más que bueno, podrían darme una beca para estudiar en el instituto San Bernardo.
Grace recordó la charla con Jill, aquella donde mencionó a una sirvienta estudiando en el colegio. Entendía el punto de la joven mujer.
—Mi hermana te ofreció una beca y no te la dio, ¿es eso?
—La señorita Angela cumplió su palabra, y mantuvo la promesa del difunto señor Angelo —sus facciones se arrugaron del enojo—. El problema fue Sonia Bozada. Ella me negó la inscripción.
—¿Por qué lo haría? ¿Ella te conoce?
—A mí no —dijo ella— pero mi mamá conoció a la suya, y la culpa por todo lo que vivió.
—¿Puedes ser más específica? —pidió Grace.
No queriendo, la china fue más detallista con sus palabras.
—Ella culpa a mi mamá por la muerte de la suya. Desde hace tres años ha tratado de hacerme la vida imposible. Si no fuera por ustedes, no sé lo que sería de mí.
—Esa mujer, Sonia Bozada ¿tiene problemas con alguien más de aquí?
—En realidad, Sonia nos culpa a todos por todo lo que le ha pasado.
—¿Por eso la mayoría se fue?
—Si.
—¿Qué hay del resto? —miró al poco personal que les quedaba—. ¿Ustedes también se irán?
La chica actuó lo más profesional que pudo, y dijo:
—Soy una simple mesera. Si me dicen que trabaje, lo hago. No importa para quién sea. Para eso me pagan.
Grace entendió dos cosas. El respeto que la chica le daba parecía falso, y que las apariencias valían mucho.
—¿Cómo te llamas? —preguntó él.
—Meiying —respondió la mesera, curiosa.
—Dime, Meiying: ¿Le eres leal a mí familia?
—Por ustedes tengo un buen trabajo.
—Incluso si el día de hoy fracasamos, y la mayoría te echa la culpa, ¿seguirías estando aquí, con nosotros?
—Pues estoy aquí, a pesar de que todo pueda salir mal.
—Perfecto —sonrió— llévame hacia los camiones que faltan para descargar. Y trae a otros diez hombres con nosotros. ¿Todavía tenemos suficiente gente para lo que pido, verdad?
—Señor Ackerman... —ella dudaba de las acciones del pecoso que, cuando fue llevado a los camiones del estacionamiento subterráneo, no tardó en subir para comenzar a bajar las cajas de decoración—. ¿Qué hace?
—Llámame Grace —dijo él, ofreciéndole una caja de peso liviano para amontonarlo en uno de los diablillos de carga—. No sé si mis hermanas te piden que les hables con respeto, pero puedes llamarme por mi nombre. No me gustan las formalidades.
Al igual que Meiying, los diez hombres que Grace solicitó estaban conmocionados de ver a uno de los dueños del salón poniéndose manos a la obra, y la perturbación se acrecentó cuando el chico les dio la orden de ir al otro par de camiones de carga para bajar lo que quedaba del mobiliario.
Había un personal encargado de descargar el utillaje, pero se habían ido, por lo que no les quedaba de otra salvo acatar las órdenes del pecoso, a menos que quisieran tener una indiferencia con el hermano menor de la mujer que pagaba sus sueldos.
—Rebecca no ha dicho que bajemos esto —como siempre, no faltaba el típico rebelde que se negaba a obedecer a alguien menor que él—. ¿Por qué deberíamos hacerlo?
Grace no se tomó la molestia de mirar al barbudo de cuerpo fornido que se alzaba entre el resto, queriendo imponerse.
—Buena pregunta, ¿por qué? —dejó la última caja en la octava carretilla que había solicitado para empalmar las cajas en seis hileras. Miró en dirección al hombre—, estamos retrasados con esto. Tenemos poco personal, mucho que hacer y poco tiempo. Es cierto, ¿por qué deberíamos hacer esto?
—Rebecca dice que no hagamos nada sin su permiso —se aferró el sujeto—. Ayudaré cuando ella lo diga. Hasta entonces, todos esperaremos hasta que nos de nuevas órdenes.
—No importa porque yo se los estoy pidiendo.
—Pero Rebecca está al mando. Su hermana nos ha dejado claro que cuando ella no esté, solo debemos obedecerle a Rebecca, su mano derecha.
Todos se quedaron a la espera de una reacción por parte de Grace, que mantenía la calma en todo momento ante el hombre que trataba de intimidarlo. No obstante, en vez de recurrir a la violencia, sonrió.
—Tiene razón, Rebecca está al mando. No necesita obedecerme hasta que ella lo diga. Es más, todos son libres de irse —se dirigió al resto con buena actitud— háganlo, váyanse si quieren. Entiendo que respeten a mi mayordoma, hasta los consolaría si le llegan a tener miedo, porque deberían ser muy estúpidos para desobedecerla.
El hombre le devolvió la sonrisa, bajando del camión de un salto, sintiéndose victorioso de pasar por encima de alguien de la alta alcurnia, ordenándole al resto que los siguiera al salón, aunque Meiying era la única en permanecer cerca del camión en donde Grace estaba situado.
—También entiendo que le teman al éxito que trae una buena hazaña. No se puede hacer nada cuando eres un fracasado que quiere sentirse superior a otro, solo porque eres un simple mesero de quinta, y tú inutilidad no te da para dar la cara en los momentos importantes —los hombres que seguían al musculoso se detuvieron para dar media vuelta.
—¿Perdón? —dijo el sujeto en nombre de los demás.
—Es difícil salir de tu zona de confort, y más cuando las personas encargadas de hacer el trabajo más importante ya no están. De verdad entiendo que sean unos cobardes sin huevos para aceptar grandes desafíos. Adelante, vayan a llorar con Rebecca, que para eso sirven —siguió con los insultos hacia el grupo de meseros que volvían a él, con evidente enfado en sus rostros—. O pueden quedarse y aprovechar la gran oportunidad que tienen en sus narices.
—¿Quien te crees que eres? —encaró a Grace, casi tan molesto como para soltarle un golpe—. Llevo siete años trabajando para tu familia, ganándome mi puesto. Todos aquí lo tenemos, ¿por qué deberíamos seguir con un niño que no sabe lo que hacemos? Ten más respeto por tus mayores. Que ser pariente de gente con dinero no te hace igual de rico que ellos. Tú hermana paga mi salario. Tú no
—¿Quién me creo? Soy el sujeto que les está dando la oportunidad de ganarse algo más que respeto —el pecoso no se achicó—. Pueden seguir adentro, esperando órdenes de Rebecca, o ayudarme a sacar un evento que es casi imposible de llevar, haciendo la hazaña de hacer lo imposible, reemplazando a los antiguos encargados por ustedes. Así que dime lo que van a hacer. ¿Se quedarán sin hacer nada, o están dispuestos a poner el pecho por los Ackerman, escalar de posición y demostrar que son gente que vale la pena conservar?
Como si tuviera más sentido comer vidrio que seguir con ellos, Grace tomó una carretilla y comenzó a llevar las decoraciones hacia el interior del salón.
Sus palabras fueron idénticas a las de Rebecca cuando lo hacía menos, pero no se arrepentía de expresar lo que sentía. Estaba satisfecho, y la indignación de otros no lo iba a desconcentrar de su oportunidad para dejar de ser visto como alguien inservible. Tanta fue su concentración que no detectó al resto de meseros que lo seguían detrás, con las demás carretillas.
—¿Ahora que sigue? —Meiying se acercó junto a los demás—. La mayoría de sillas y mesas están en los otros camiones, y no podemos avanzar sin ellas, los manteles y servilletas estarán sin tocarse.
El chico pensó.
—¿Alguna otra cosa que falte, además de las mesas?
—Los adornos de la entrada.
—¿Tenemos un decorador?
—Hay tres chicas —dijo la asiática— pero no llevan mucho tiempo con nosotras.
—¿Dónde están? —recibió una respuesta tan rápido como preguntó, con la china señalando a un trío de mujeres mayores a los treinta años, alejadas de ellos.
En vista de que el personal estaba dividido —un grupo sin hacer absolutamente nada, otros platicando de temas banales, y algunos tantos preocupados por el evento, pero sin mover un músculo para darle solución al problema— con excepción de los que le seguían, fue que se le ocurrió subirse a una mesa de madera para hablar en voz alta, de modo que todos voltearan a él.
—¡Hola! Buenas noches, si me permiten un momento, por favor —dio unos aplausos para reunirlos a todos—: ¿cómo están? Mi nombre es Grace Ackerman. Algunos ya me conocen, otros no. Soy el hermano menor de Ángela —carraspeó a la par de remangarse la camisa—. Verán, estamos a nada de tener un evento casi o más importante que el sexenio de un nuevo presidente —increíblemente todos se rieron del chiste sin gracia. Unos por tener un humor sin sentido, otros para quedar bien—. Por desgracia, la mayoría se ha ido.
Un joven menor a los treinta años alzó la mano para pedir la palabra.
—¿Nos van a correr?
—No, no los vamos a correr —vaciló, luego se le ocurrió una idea—. Bueno, en realidad, es probable que si.
Todos comenzaron a bisbear entre ellos, quejándose por todo lo que habían hecho como para ser desechados como tripas de ganado.
—Ya deben conocer a mi hermana. Cuando algo deja de funcionarle como lo espera, prefiere encargarse del problema desde la raíz... Ella es así —sonrió internamente, al momento de evocar el susto de todos—. Eso pasaría si no demuestran lo que valen. Pero tranquilos, entiendo que algunos de ustedes son padres de familia, esposas, hijos. Permítanme hacerles unas preguntas: ¿cuántos de aquí necesitan el trabajo? Levanten la mano, por favor.
Todos alzaron la mano.
—Ahora, ¿cuántos de aquí lo necesitan para mantener a alguien en casa?
Solo cinco jóvenes bajaron la mano.
—Perfecto —se aclaró la garganta—. Necesito que ocupen esa necesidad para convertirla en ambición. Tenemos poco tiempo para montar todo el circo. Ahora, ¿cuántos de aquí odia a la señora Sonia Bozada?
Todos alzaron la mano, incluyendo a Meiying.
—Si no se fueron es porque ponen su trabajo por encima del odio que le tienen, ¿no? —el personal asintió— excelente —sonrió para luego ejercer fuerza en sus palabras como un líder—. Aquellos que se fueron demostraron que no están listos para ser uno de nosotros, y me incluyo porque aquí estaré con ustedes, logremos esto o no. Ahora, es probable que Angela los quiera reemplazar en caso de que todo esto sea un fracaso. ¿Van a permitir eso?
Todos negaron.
—¡Entonces, manos a la obra! —exclamó, viendo que estaba recibiendo el apoyo de todos—. Hoy puede ser su último día de trabajo, o puede ser el comienzo de un ascenso. Pero todo depende de su esfuerzo. ¿Quieren ser algo más que abejas de colmena?
Inciertos, pero decididos, todos negaron, increíblemente inspirados por las palabras del pecoso.
—¡Vamos a remontar el juego! —gritó—. ¡Andando!
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