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Donde las papas queman

Si las cucarachas son unas buenas para nada, entonces: ¿por qué sobreviven a cualquier tempestad?

                      ~Grace Ackerman

La segunda hora de matemáticas impartida por la profesora Miyuki Nazawa estaba a pocos minutos de finalizar. Un alivio para los alumnos, y en otro momento para la propia instructora, ya que, de ese modo tomaría el descanso del almuerzo para preparar los ejercicios que repartiría a un grupo que si valdría la pena enseñar. No obstante, ése día era diferente.

—Grace —su voz calmada, pero seria llamaron al pecoso que en todo momento tomó nota de lo que ella instruía—, resuelve el último problema.

El chico pasó al frente y con el procedimiento con que la japonesa explicó, escribió sobre la pizarra. Cumplió con lo requerido por la mujer asiática, recibiendo algo de ayuda por parte de ella.
Aún contra toda burla del resto de alumnos que seguían hablando entre sí, se callaron al ver que Grace logró dar con el resultado. Entre los más sorprendidos estaba Grecia, quien sabía de primera mano que el álgebra avanzado era una liga muy superior para los estudiantes de clase F. Ahora, la teoría de ecuaciones algebraicas era como algo imposible de resolver.
Aunque no lo mencionó, la castaña se descolocó cuando la maestra explicaba un tema muy avanzado para el grupo que, quizás en otros salones serían ejercicios que estarían a la par de sus conocimientos.

—Eso no lo vimos en la clase pasada —dijo la chica con la mano alzada para captar la atención de Miyuki.

—Ustedes no, pero es lo que el resto está viendo —respondió la mujer mayor, en cuanto Grace le entregó el marcador con el que escribió.

Las campanadas de la pequeña iglesia situada en el corazón de los edificios a la redonda sonó, indicando la hora de la comida.
Cautelosa, Grecia se acercó a la educadora y el colegial que resolvían algunas duda respecto al tema visto.

—Es increíble que tengamos que hacer tanto procedimiento para obtener un resultado tan pobre —dijo Grace.

—Tu mente debe ser la que es tan pobre para pensar así —la asiática de largo cabello negro con toques púrpura atado en una cola alta golpeó la frente de Grace con el delgado índice—. A veces los resultados simples son mejores que los enigmáticos. Imagina que el procedimiento es como un viaje rumbo a la respuesta que puede cambiar tu vida. La travesía será complicada. A veces te encontrarás con situaciones que no comprenderás a la primera, y será normal para alguien que apenas se adentra a lo desconocido. Quizás el final de la aventura no sea lo que esperabas. Trata de no darle vueltas a la conclusión, y quédate con la experiencia de la travesía. Eso te servirá más que cualquier otra respuesta.

La castaña trató de acercarse, pero el dúo salió del salón después de que todos fueran a la cafetería más cercana. A leguas parecía que ninguno percibió su presencia. En cambio, el chico de mechones rubio platinado notó la familiaridad con la que Grecia trataba de interactuar, pero prefirió pasar de largo, ignorándola por completo, en forma de hacerla poca cosa ante él con la sutileza que otorgaba la diplomacia.

—Nuevamente, muchas gracias por su tiempo, sensei —dijo Grace, con esa cordialidad fusionada a la buena vibra que suele aparentar—. Nos vemos mañana.

—¿Mañana? —Miyuki sonó indiferente tras detener su andar en la entrada—. Tu vienes conmigo. Hay cosas que necesitas pulir para que estés a la par del resto, incluso diría que tus compañeros siguen estando un paso adelante de ti, y eso es decir mucho.

—Bien dicen que la verdad no peca pero incomoda —rio de la incomodidad— usted acaba de herirme con palabras de arma blanca.

—Que hayas entendido un simple ejercicio no te da el conocimiento de los demás. Tienes mucho que aprender. —Lo tomó del hombro para que caminara junto a ella—. Ocuparemos el almuerzo como retroalimentación, después te llevaré conmigo al siguiente grupo que me toca. Total, tu salón tiene tres horas libres. Así te pones al corriente, de paso notarás la diferencia entre los verdaderos estudiantes del tercer colegio más prestigioso de América, y el relleno de compañeros que te rodean.

Pasaron el corredor repleto de jóvenes y adultos que iban y venían de otros salones —unos hacia los casilleros, otros hasta salir del pasillo—, mientras eran vistos por Grecia que los perdió entre la colmena.

—Sé que yo le pedí ayuda —dijo Grace— de verdad agradezco su cooperación. Pero ¿por qué hace tanto por alguien que apenas conoció?

La pelinegra de porte serio y refinado suspiró.
—Cuando hago algo, trato de hacerlo lo mejor posible. Sería una vergüenza que todos piensen que un pupilo mío sea reconocido por aprender a medias. Eso y porque mi esfuerzo será un desperdicio si eres expulsado por tus bajas calificaciones como al resto de parásitos en tu grupo. A parte, le debo muchos favores a Angela.

—¿Expulsados? —el chico sonó confundido—. Pensé que todos pagaban para no reprobar.

—Eso era posible hasta el viernes pasado. Gracias al repentino cambio de director, muchas cosas serán diferentes. Una de esas será la prohibición de sobornos. Si el peso muerto quiere permanecer en el colegio, tendrá que ganárselo.

El extenuante adiestramiento de la profesora Nazawa fue, sin lugar a dudas, una nostálgica actividad que rememoró venturosos recuerdos de cuando vivía con su madre adoptiva. Había olvidado aquella emoción de llevar su mente a los límites, con tal de adaptarse al máximo rendimiento de algo en general.
No solo descubrió la complejidad que podrían llegar a ser los números y letras. El adentrarse a un salón distinto, con estudiantes de costumbres estrictas le hizo darse cuenta de la brecha que tenía con verdaderos alumnos, dispuestos a sobresalir entre lo mejor de lo mejor.

Irónicamente, permanecer en el estacionamiento en soledad se volvió la mejor compañía que podía tener. Era curioso que en el mismo lugar donde corrompió a Grecia, y donde él mismo se quebró, era donde se encontraba sentado, terminando los ejercicios impuestos por la maestra para terminar de aprender el tema del día junto a una calma que hace tiempo no tenía.

Además de los curiosos cantos de los búhos, escuchó el sonido de las grandes puertas del colegio abrirse de par en par. Entonces supo un par de cosas: ya eran las diez, y Rebecca venía por él.
Siguió con lo suyo, incluso cuando el coche polarizado de la rubia Hamilton se estacionó frente a sus narices. Después de medio minuto subió al asiento de copiloto, guardando la libreta de matemáticas y sacando la de historia junto a su libro.

—Angela sigue promocionando su campaña —la mujer estaba centrada en la tenebrosa autopista—. Viajará por muchos estados antes de volver, tardará de cuatro a cinco semanas —en el pequeño espacio cerca del freno de mano mostró el celular del del joven para arrojárselo—, dice que quiere saber de ti. Mantente al pendiente, te llamará en la madrugada.

—Enterado.

Grace asintió al tiempo que rellenaba las respuestas del cuestionario en la libreta entre sus piernas, mientras leía las páginas del grueso libro en mano.
Era como si el chico la tomara a loca con tan solo decir una palabra, una muy vaga y carente de interés. Incluso Rebecca lo notó, sin embargo, al denotar que Grace estudiaba, optó por no seguir con el tema.

—Puedes quedarte con el teléfono hasta mañana en la mañana —Rebecca salió del coche a la par del chico, una vez estacionados en el garaje subterráneo de la residencia Ackerman—. Déjalo en la mesa de la cocina antes de ir a la escuela.

Gracias a lo familiarizado que estaba con la oscuridad, el pecoso pudo movilizar entre los lúgubres espacios que dejaban los tantos automóviles de la familia Ackerman aparcados en fila.

—Aprecio tu consideración —siguió detrás de la mujer que iluminaba el camino con la linterna de su celular.

Grace era tajante, pero cordial en su habla. Eso no convencía a la mayordoma, al contrario; archivó entre sus pendientes el ponerle más atención a sus acciones. No se creía esa pinta de persona pasiva. Pero lo dejaría pasar si conseguía no escuchar de él.

Los días posteriores estuvieron plagados de arduos estudios para Grace. Conforme aprendía un tema de cualquier materia, las actividades se duplicaban, con ello las horas de descanso se reducían a tener el tiempo suficiente para comer e ir al baño. Hasta cierto punto sus reservas de paciencia y energía se vieron agobiadas hasta remarcar las ojeras debajo de sus ojos, pero todo esfuerzo fué recompensado con estar casi a la altura de un alumno que mantenía el promedio (poco más del ocho punto nueve) para salvarse de una inminente expulsión. Todo en el transcurso de dos semanas. Aunque eso aplicaría en un examen sorpresa, porque el chico estaba muy lejos de llegar a ser digno de poseer el puesto que tenía si hicieran un repaso de lo que llevaban en el transcurso del año.

—Cuando las chicas me dijeron que estabas tomando clases extras, de verdad que no lo creí. —Los redondos ojos pardo se Rebecca miraron con leve interés al adolescente condescendiente.

La joven mujer tenía tantas ganas de fisgonear las cosas que Grace hacía en sus tiempo libre, por lo que, cuando le faltaban dos de los tantos pendientes del día, decidió mirar en persona que el hermano postizo de las Ackerman confirmaba los rumores que corrían a su alrededor.

Ahí estaba ella, yacente a un aproximado de ciento cincuenta a doscientos del estacionamiento de la escuela, repleto de alumnos y profesores formados en filas para subir a los autobuses que los sacarían del instituto en aquella tarde del día viernes.

—Un momento por favor —masculló Grace, a la par de tomar la libreta que estaba en la esquina más cercana de Rebecca, antes que ella la pudiera tomar para ver las tantas fórmulas anotadas—. Ya casi termino.

Las anomalías de las altas temperaturas en la zona norte que azotaron la semana pasada había cesado, cosa que sentó bien en Rebecca al ser devota del frío. Observó los árboles que se movían levemente por la gélida brisa que acompañaba las nubes negras encima del área verde donde se encontraban. Con ella frente al chico sentado en una de las tantas mesas con sillas cuadradas de concreto pegado al césped.

—Vámonos —dijo sin más, tras indicar su descontento por ser tratada con indiferencia—. Todavía tengo trabajo que hacer.

Después de unos minutos, Rebecca dio media vuelta y caminó directo a la salida, quien era seguida por el chico que leía un libro de matemáticas hasta llegar a la salida del colegio que al parecer agarró un gusto por los números.

Era la segunda ocasión que Grace tomaba una ruta que no fuera la escuela o la residencia Los Arcos.
A pesar de los trabajadores caminando a toda prisa en derivadas direcciones sobre el colosal salón de eventos, agradecía ser sacado de la rutina, aunque fuese por una tarde.

Como una parte de su vida estuvo atado a la presión de la eficacia que exigía el trabajo, trataba de mantenerse a espaldas de Rebecca que supervisaba cada detalle relacionado a la decoración del salón de estilo gótico.
Para el tiempo convivido con la mujer, ya no le sorprendía que liderase uno de los salones para eventos más importantes de la ciudad.
Cuando las personas —meseros, decoradores, cocineros y cargadores de mobiliario— notaron su presencia, ninguno dudó en ir con ella para tener su visto bueno, formando una pequeña bola en el centro del lugar.

—Recuerda que repartiremos a los invitados por categoría —le indicó a un mesero—. Pondremos a tres personas pacifistas con siete de mal temperamento. Por ejemplo: podemos juntar a loa Trujillo con la Potra, incluso con un par de invitados Laporta. Pero no se te ocurra colocar a Lucrecia Benedetto y Kande Pulicic con con ellos. Ni a Zinder Croda y Yonder Pulicic con Marco Laporta. No quiero que Zinder arranque la cabeza del heredero de los Laporta en nuestro salón. Por cierto, ¿dónde están los supervisores?

Grace se sintió familiarizado con algunos nombres y apellidos mencionados, al fin y al cabo los había escuchado en el burdel donde Lúlu trabajaba. Evitó mostrar lo contento que estaba de tan solo pensar que podía estar cerca de ellos, ya sea para conseguir algo, o simplemente ser una piedra en sus zapatos cual fantasma que los atormenta por un mórbido pasado.

Admiró la pulcritud que transmitía el entorno donde predominaba en negro, acompañado de una que otra decoración verde pistache sobre la tela en las esquinas, refinada, con pizcas amarillas en los exóticos candelabros en el techo remarcado con grabados de runas antiguas. Miró el suelo semejante a un tablero de ajedrez, luego las mesas redondas coordinadas sobre la zona para darle espacio a los meseros de caminar, cubiertas por un largo mantel negro que tocaba el piso junto a un cubre mantel pistache. Todo era... por así decirlo; extravagante.
Aunque la aparente sistematización del lugar traía calma a Rebecca, sus disconfortantes gestos emergían con el paso de las malas noticias que recibía.

—No me friegen, mamones —como pudo, articuló sin perder los estribos ante las malas noticias que los encargados de cada sección le daban—. Estamos a tres putas horas de recibir a los invitados. ¿Dónde carajo están los demás?

Curioso, callado y sigiloso salvo en los momentos que debía pasar por las personas que rodeaban a Rebecca en el centro del salón se acercó, queriendo averiguar lo que pasaba. Para su mala suerte, la gente estaba tan amontonada que le era imposible llegar a ella, a lo que tocó el hombro de una mesera de rasgos orientales para saciar sus dudas.

Las susodichas intenciones del pecoso se vieron interrumpidas por una copa estrellada en el suelo, rabieta por parte de Rebecca, impulsada por el mar de preguntas que la ahogaron.

—¡Ustedes vienen conmigo! —señaló a tres individuos antes de llevarlos a la cocina del recinto—. ¡¿Quién vergas es tan poco profesor para dejar un puto trabajo a medias?!

En vez de seguir a la rubia, se quedó con la mesera que tenía la atención en él.

—¿Problemas en el paraíso? —preguntó.

La asiática bien alineada le miró indiferente, con la ceja arqueada.
—¿Disculpa? ¿Tu quién eres?

—¡Oh! —exclamó, dando un par de chasquidos usando ambas manos—. Grace Ackerman, un gusto, señorita... —entrecerró los ojos, divirtiéndose ante la vacilación de la moza cuando extendió una mano para saludarla.

—¿S-señor Ackerman? —más que pregunta, era una reacción por inercia—. ¡Es usted!

—¿Ocurrió algo?

El cuestionamiento del pecoso interceptó cualquier desviamiento de lo que quería averiguar, haciendo que la chica procedente de China no tuviera otra mas que contestar.

—Las personas más importantes han renunciado. Poco antes de que usted y la señorita Hamilton llegaran, los compañeros que llevaban más tiempo se fueron al saber de quién era el evento —su expresión reflejaba preocupación y nerviosismo, al igual que cierta disconformidad—. El segundo jefe en cocina junto a la mitad de los ayudantes dejaron la comida a medias. La mitad de los meseros, la encargada de terminar los adornos de la entrada salieron del salón sin decir una palabra. Incluso los cargadores de sillas y mesas dejaron los camiones en el estacionamiento con casi la mitad del mobiliario.

—¿Por qué? Digo, todo es muy repentino. ¿Hay algo que los haya molestado?

La chica tragó saliva antes de proseguir, temerosa de tan solo mencionar el motivo.
—El trabajo es lo de menos. Todos estamos acostumbrados al desvelo. Total, la paga lo vale. Cada evento es el total de dos semanas de trabajo en una fábrica.

—¿Entonces? ¿Por qué tanto alboroto por una fiesta?

—El problema no es el evento, sino para quién va a ser. La fiesta de esta noche es para la nueva directora del instituto San Bernardo, la mujer que muchos en la ciudad detestan. Aquella que todos los que trabajamos para los Ackerman no podemos ver en pintura. Una de las principales responsables de la masacre en el burdel que acabó con la vida de muchos familiares y conocidos, incluido nuestro anterior jefe: su padre, el señor Angelo Ackerman. El antiguo dueño del lugar.

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