Destierro
Desde las revelaciones que desataron un mal sabor de boca para todos los residentes de la casa Ackerman, los lazos forjados desde hace más de un siglo se deterioraron hasta hacer que todos fueran compañeros de casa, inquilinos que tenían poco de conocerse.
Las mañanas de los jueves ya no eran de desayuno, las noches de viernes se quedaron sin la cena familiar, y los domingos de quedarse en casa se convirtieron en los días en donde nadie se encontraba.
—Buenos días, señor Ackerman —dijo Rebecca, la nueva compañera de cama de Grace—. Hora de levantarse —estaba seria, pero no enojada, no del todo.
Al ver que el pecoso no tenía intenciones de despertar, optó por encender las luces y poner música de metal pesado, específicamente de bandas que le rendían culto a ciertas entidades malignas.
—¡Buenos días, Becca! —exclamó Gula, sentándose en el borde de la cama perteneciente a Grace—. ¡Algo de musiquita para iniciar con toda la actitud!
Hamilton se apeó, bostezando y estirándose para después quitarse las lagañas de los ojos en lo que se posó junto a Grace y quitarle la cobija.
—Señor Ackerman —volvió a repetir—. Ya es de día.
Somnoliento, Grace abrió un ojo para ver en el reloj de la cómoda que eran las cuatro de la mañana.
—¿Es una puta broma? —cuestionó, poniendo su almohada sobre toda la cara para obstruir la luz del foco.
—Vamos al mercado. Las mejores cosas siempre se encuentran a ésta hora —destapó la cara del chico—. Yo solo cocino con ingredientes de primera calidad. No tenemos sirvienta ni personal, así que tenemos que hacer todo por nuestra cuenta. Ya se lo dije muchas veces. Por favor, de pie.
—Según decías que eras muy importante —dijo, estando en un limbo entre dormido y despierto—. Contrata a alguien para que lo haga por nosotros. O pide favores. ¿Qué se yo? Solo déjame dormir, carajo.
Ella no estaba acostumbrada a ser contradecida, por eso le resultaba difícil estar junto a Grace. Ni por los dos meses transcurridos donde ambos fueron obligados a estar cerca. Seguían sin adaptarse.
Quería arrastrarlo hasta llevarlo a la regadera y bañarlo por la fuerza como si de un niño que cursa la primaria se tratase al no querer levantarse. Era algo descartado, incluso darle una simple bofetada traería consecuencias muy graves. No era que Grace se aprovechara de eso, pero él tampoco quería estar en esa situación.
—Angela me quitó todos los privilegios. Ahora tengo que hacer todo a la antigua, con mis propias manos. Si va conmigo podré ir en coche. Hasta los autos me prohibieron, a menos que usted maneje —Se sentó al borde de la cama, sin ver a Gula que estaba a su lado izquierdo, disfrutando de ambos—. Solo quiero pescado fresco. Por favor. Lo haremos como guste. Frito, en caldo, horneado.
—Usa cualquier carro, yo te doy permiso —se puso boca abajo—. Solo déjame dormir en paz.
—Tampoco puedo salir sin usted —suspiró, reflejando cansancio en la mirada dimitida que le daba a Grace—. Lucrecia dijo que me secuestrará si me ve sola por la calle, a menos que sea al lado de su hijo. —Acarició el sedoso cabello de Grace para luego darle un beso. Su afecto carecía de sentimientos, solo lo hizo para cumplir su papel de hetaira personal—. Si se levanta ahora, podrá bañarse conmigo. Si usted gusta, puede hacer lo que quiera.
—No quiero bañarme contigo —dijo, todavía con el rostro hundido en la cama—. Ni siquiera tengo ganas de mirarte. Deja de actuar como si fueras una puta que ruega por verga, ¿quieres? Estoy harto de tanta hipocresía —se sentó para que ambos rostros se vieran—. No te queda ser amable conmigo.
Si las versiones de hace poco más de dos meses vieran lo que son, la rutina que compartían y el tiempo que llevaban juntos como lo hacían a tan tempranas horas del día; Grace y Rebecca ya se hubieran volado los sesos de tales atrocidades.
Desde que Rebecca afrontó las consecuencias de abusar de su autoridad al permitirse ciertas libertades como lo fué golpear al sobrino de Angela, la sentencia fue más que severa al prohibirle tener una vida de gustos como en su momento lo era conocer a alguien y formar un matrimonio en el momento adecuado.
Decirle que ahora su lealtad y cuerpo le pertenecían a Grace Ackerman —Edik Benedetto— la hizo sentir como una vaca que fue marcada por ser vendida a un postor que pagó poco o nada por ella. Según las palabras de Lucrecia que fueron citadas por Angela para Rebecca: serás la puta de mi hijo hasta que dejes este mundo. Darás la vida por él, recibirás los castigos por él, le besarás los pies si es necesario. Ahora eres de él, hoy y siempre.
No podía formar una relación íntima con algún hombre, contraer matrimonio, incluso, toda interacción de más con cualquier hombre podía considerarse sospechosa si los vieran hablando más tiempo de lo necesario —como a un vendedor, compañero de trabajo, o un simple desconocido que le pidiera la hora—. Cosas que eran completamente exageradas, pero por esa misma razón se le consideraba castigo. En caso de verla en la cama con otra persona le podía costar la vida.
En otras circunstancias la hubieran dejado vivir, ya que su hermana menor —la que hace poco estaba viva— pagaría el precio de romper dicho acuerdo. Pero como hace dos meses la reportaron desmembrada en una tina dentro de un motel barato, ahora solo quedaba ella: la única Hamilton viva.
—Dijiste que querías pescado, no todo el mercado —bufó Grace, viendo a la rubia que cargaba con más de tres bolsas en cada mano.
Cada bolsa que pesaba alrededor de seis kilos cada una contenía derivados alimentos para toda la semana. Algunas frutas como manzanas y cítricos mezclados con vino —bebida favorita de Grace—, cortes de carne, unos tantos kilos de carne molida, verduras y, lo más importante: mariscos para comer en ese lunes, el primer día del mes de diciembre.
—No madrugamos para llevar una sola cosa —guió al chico hasta un local repleto de especias.
—¿No que solo cocinabas con ingredientes del día? —el aire expulsado de sus labios se veían a causa de las bajas temperaturas—. No sé si lo sepas, pero técnicamente somos dos personas viviendo en casa.
—No metas palabras en mi boca. Dije que solo cocino con ingredientes de primera calidad. —se detuvo a descansar los brazos en una esquina poco venidera—. Compramos lo de la semana. El pescado es lo único que quiero fresco.
Grace divisó los angostos alrededores del mercado que, para su desilusión no eran tan diferentes a los de cualquier otro que no haya visitado. Siempre tan oscuros por la hora, repletos de una variedad de cosas, salvo el alumbramiento de los focos sobre los laterales del inmenso domo de cuarenta metros que protegían la zona de la nieve.
—Eso tiene sentido para mí —observó que después de dos horas de caminata, Rebecca comenzaba a ser presa del cansancio por cargar todas las bolsas—. Deja el orgullo a un lado, "Miss Marvel. Dame las bolsas si no puedes con todo.
En el momento de querer tomar las bolsas, ella se negó con ponerlas a sus espaldas.
—Es muy amable, señor Ackerman —como si de una damisela en aprietos se tratara, recargó el mentón sobre el hombro del pecoso, haciéndose la víctima para susurrarle a Grace con sus verdaderas emociones—. Si pudiera hacer que cargues todo, ya lo hubiera hecho. Todos los ojos están en mí. Tengo que ser la sirvienta perfecta, ¿sabes lo que me pueden hacer si le arranco un pelo a la princesa Grace?
Grace enarcó una ceja.
—Venga, nadie sería tan obsesivo para vigilarnos todo el día. Y si lo hubiera: ¿qué tiene? Hago lo que quiero —en un movimiento rápido le arrebató las asas de la mano izquierda—. ¡Ya lo dijiste! Si estás conmigo nadie te puede tocar. ¡Nadie en éste puto lugar! Ni aquí, ni en cualquier parte. ¡Si mis huevos dicen que quiro que vivas, así va a ser!
Apresuró el paso hasta quedar delante de Rebecca, extender los brazos y gritar sarcásticamente.
—¡¿Van a ponerse pendejos si quiero hacer ejercicio?! —sonrió de oreja a oreja—. No sé lo que piensen, ¡Pero soy tan hijo de puta que me encanta ayudar a las feministas en aprietos!
Ella lo alcanzó con la intención de quitarle las bolsas, pero él, tan perspicaz, hizo un rápido movimiento para tomar las bolsas que estaban en la mano derecha de Rebecca.
—¡Hago lo que quiero, perras! —era como si fuera alguien diferente, todo gracias a la influencia de Gula—. ¡Cargo todo el mercado porque se me dan los huevos! ¿Y qué? ¡¿Y qué?!
Por respeto a quién era, el apellido y de la persona a cargo suyo, nadie reaccionó a sus provocaciones, aún si era uno de los máximos protagonistas del chisme en boca de todos. A excepción de unos segundos de vacilación, todos siguieron con sus tareas. Pues todos los habitantes de la zona norte de Ishkode era importante, por ende, casi todos sabían lo del atentado hacia los Ackerman.
—Señor Ackerman —estaba muerta del miedo, pero mantuvo la compostura, impidiéndole el paso al pasillo de las mascotas exóticas—. Ya tenemos lo que necesitamos. Volvamos a casa.
—¡Y tú! —exclamó, callando a la rubia—. ¿Cuando perdiste todo tu valor? Y pensar que en mis primeros días me dabas miedo. No me sirves de nada si estás muerta en vida. Para eso estoy yo —chistó, mirándola con molestia—. Ya pasaron dos meses. Es momento de volver al ruedo —dejó las bolsas en el suelo, caminó hasta Rebecca para alzarse se puntas y quedar con la misma estatura que ella—. ¿Dónde quedó la Rebecca que le patearía la entrepierna a cualquiera que le faltara al respeto?
—Tiene razón, señor Ackerman. ¿Dónde quedó Rebecca? —siseó, teniendo la frialdad de no rendirse ante la tentación de explotar—. Todos los días me hago la misma pregunta.
—Si agachas la cabeza, el resto perderá el poco respeto que te queda. Y cuando eso pase, van a pasarte por encima como si no fueras nada —bufó nuevamente—. No volveré a ser humillado.
—Con su madre y su tia son suficientes para que nadie quiera meterse con usted.
—No pienso vivir a la sombra de ellas. Mucho menos a la de Lucrecia. Me chupa un huevo lo que el mundo piense de mí, pero es distinto a cuando se meten conmigo —la tomó de ambas mejillas que adoraban el rostro demacrado de Rebecca—. Quiero escalar, subir puestos. No pienso tirar los esfuerzos de la profesora Nazawa. Y necesito a Rebecca, pero a la verdadera Rebecca Hamilton. La que se sentaba en la misma mesa que los grandes.
—Parece que no lo ha entendido. Ni recibiendo las consecuencias de sus actos aprendió —sonrió, evidentemente falsa—. Es mejor pasar desapercibida. Meterse en la jerarquía de la capital sería como bañarse en una alberca llena de medusas. Es mejor que no provoque bestias que no puede controlar.
—Por suerte tengo a una mujer que puede nadar entre esas bestias —volvió hasta las bolsas para cargarlas—. No te pido, te exijo que vuelvas a ser como la Rebecca que era la mano derecha de Angela. La que no dudaba, la que actuaba y podía controlar la situación por más difícil que fuera. —Aseveró cuando ella caminó a un lado suyo—. Yo te odio con toda el alma, y sé que también sientes lo mismo por mi. Pero desgraciadamente solo nos tenemos a nosotros mismos, Angela te abandonó y Lucrecia te quiere ver muerta. No tenemos que ser amigos, mucho menos sirvienta y amo. Solo tenemos que tolerarnos para sobrevivir, adaptarnos a esta nueva vida y, cuando finalmente hallemos una salida, prosperar y escupirle en la cara a los que nos hicieron todo esto —conectó miradas con la rubia que seguía inexpresiva—. Dime que no tienes ganas de vengar a tus hermanas. Matar a Lucrecia por lo que le hizo a la profesora Nazawa, y hacer que Jessica se convirtiera en una prostituta.
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