De gatos a gatos
Grace se sentía satisfecho con los resultados actuales de su movimiento más reciente. No solo había descubierto el secreto más oscuro de Luca Barbato por medio del ojo que Gula le había intercambiado debido al pacto que hicieron para vincularse, ahora tenía la garantía de que no intentaría nada con su esposa por dos motivos: su secreto sería revelado ante todos, y estaba falto de testículos.
Los días recurrentes fueron, por así decirlo; venideros para los recién casados. Amanda no sospechaba nada, Rebecca era ajena a todos, ya sea por desinterés o cualquier otro motivo, y Luca estaba bajo control en caso de que quisiera conspirar en su contra.
—¿Me vas a decir lo que sucede? —preguntó Rebecca acomodada en uno de los muebles del sótano, completamente desnuda—. Estarás en problemas si alguien nos viera haciendo esto.
Grace guardó silencio, puesto que estaba concentrado en trazar el más mínimo detalle del retrato a cuerpo completo que dibujaba mediante un pedazo de carbón de Rebecca, que, estando desnuda, con una delgada sábana cubriéndole los senos y la entrepierna se prestaba para la petición de su actual jefe.
—Solo un poco más —susurró para él, apreciando la belleza de la rubia—. Ya casi está.
—Fuiste muy lejos con romperle las bolas al pobre chico —siseó Rebecca, poniéndose de pie—. Si Amanda se entera de lo que hiciste...
—Si ella se entera de lo que le hice a su amor platónico, también sabrá que el tipo es una mierda de persona —dejó el trozo de carbón sobre la mesa de madera a un lado suyo—. Mira que traumar a tu propia familia mientras estaba ebrio, debes estar muy enfermo para hacer eso.
—Deja de decir las cosas a medias y habla claro —alcanzó la ropa interior colgada en el respaldo del asiento donde Grace terminó su retrato—. No importa lo que Luca sea: su familia pertenece a la mafia.
Ella se deleitó con el dibujo, pues cada línea de su cuerpo había sido dibujada con la máxima delicadeza que Grace podía hacer. Era ella, plasmada hasta el mínimo rasgo de su rostro, cabello y cuerpo escultural. Incluso llegó a creer que el pecoso exageró algunas partes, como lo delgada de su cintura, las piernas torneadas y la belleza de su rostro. Pero era tal y como sus ojos la proyectaban: una de las mujeres más hermosas que había conocido.
—Admito que te luciste —dijo Rebecca, con una pequeña sonrisa—. Esto deberías hacérselo a tu esposa, no a tu empleada.
—Con trabajo y Amanda duerme con poca ropa a mi lado —confesó—. Pero tú no tienes vergüenza de mostrarme como los dioses te trajeron al mundo.
—Hace mucho que perdí la vergüenza, después de que estuve a punto de terminar como Jessica —terminó de ponerse el resto de la ropa—. También perdí la cuenta de las veces que me has mirado el culo. Pero insisto, trata de ganarte la confianza de Amanda para que se preste para estas cosas.
—No sería lo mismo. Contigo es diferente —fue hasta el lavadero para quitarse el carbón de las manos, doblándose las mangas de la camisa—. Me gusta que seas mi modelo privada. Mamá Trinidad siempre decía que la primera mujer que se preste para dibujarla como lo hago contigo siempre será la más especial.
—Pues comienza a tenerle confianza a tu mujer, para eso estás casado. Sería peligroso que alguien se entere de que me sigues pidiendo estos favores.
—Una aventura es más divertida si huele a peligro —sonrió.
—Una aventura que te puede costar mi libertad y el matrimonio.
—¿Qué más da? No es como si hubiera algo más que beneficios para mí madre y Angela con lo que tengo con Amanda —alzó los hombros—. Además: no importa cuántas veces te lo pida, lo seguirás haciendo porque me amas —bromeó en parte.
—Entonces te amo más de lo que puedes imaginar —también bromeó a medias—. Ahora, suelta la sopa.
Grace le contó lo que descubrió de Luca, la conversación que tuvo con Amanda, una noche antes de agredir a su guardaespaldas. Para ese entonces ya había pasado poco más de dos horas desde que habían bajado al sótano. El chico había eliminado toda evidencia de lo sucedido, poniendo los restos de carbón en una bolsa y guardar el retrato junto a los otros tantos que le había hecho a Rebecca en su escondite.
No era que Amanda bajara. Le gustaba ser cauteloso, en cuanto menos pistas dejaba, mejor para él. Por suerte Amanda había salido de compras con sus amigas, siendo acompañada por Luca.
—¿Cuál es el plan? —cuestionó Rebecca.
—Por el momento tenemos a Luca comiendo de nuestra mano, eso ya es ganancia. El problema es Angela o Lucrecia, por ahora no las podemos tocar. Pero...
—¿Pero...?
—Mi señora suegra ha dicho que Nacho es otro tema —conectó miradas con la rubia—. ¿Qué tanto daño te ha hecho ese tipo?
—El cerdo se acostaba con mi hermana menor —chistó—. Ella estaba grande para tomar sus decisiones. Era mayor de edad, así que no podía meterme. Pero algo me dice que él tuvo la culpa de que la mataran.
—Perfecto. Ya tenemos el siguiente blanco.
—Será mejor que subamos —dijo Rebecca, a un pie de las escaleras—. Falta poco para que Amanda y su inmaculado regresen.
—Espera —la detuvo, sosteniéndola de la mano—. Un dibujo más. Quiero hacerte otro dibujo.
—Será para la otra —trató de subir, pero el chico no la soltó—. ¿Grace?
El pecoso se quedó apreciando el rostro de Rebecca, entonces, inconscientemente cortó la distancia para plantarle un beso.
—¿Qué fue eso? —ella le dio fin al corto beso.
El chico acarició su mejilla, concluyendo con darle otros dos besos.
—Solo te recuerdo que eres mía.
—¿Qué pasó con el señor de una sola mujer?
—Hace mucho que Amanda escogió a la persona que ama. Ella está lejos de compararse contigo.
—Es ridículo que lo digas ahora —suspiró, sintiendo pena ajena por Grace—. ¿Ahora dirás que te sientes atraído por mí? Si fue por eso que te comprometieron con la niña. Si lo que quieres es volver a dibujarme, tranquilo, ya habrá oportunidad para otra vez.
—Me gusta cómo lo dices —estiró los labios antes de subir, maquillando la molestia interna que sentía, pues, era exactamente lo que pasaba: una parte de él estaba resentido con Amanda, e inconscientemente trataba de buscar consuelo en Rebecca.
—Que dios ilumine tu camino, niño estúpido —lo siguió, atando su cabello en una cola alta—. ¿Sabes lo que pasa? Te duele saber que quisiste hacer el intento por enamorarte de Amanda, pero tus ilusiones se fueron a la mierda cuando te dijo lo que sentía por su mayordomo. ¿Lo irónico del caso? Es que quieres justificarte conmigo, haciéndote creer que tenemos algo especial como la confianza, cuando desde un inicio me obligaron a volverme tu puta personal.
Grace vaciló, quedándose a mitad de los escalones, siendo pasado por Rebecca que no se quedó a su lado.
—Tienes razón cuando dices que soy de tu propiedad. Si lo deseas, podemos hacer todo lo que quieras —frenó cuando estuvo en la puerta del sótano—. Yo siempre estaré ahí para ti, estés casado o no. El problema llega cuando tratas de romantizar una relación entre una puta y su amo. Hagámoslo, engaña a tu esposa conmigo, y no tendré problema con eso. Pero admite que lo haces por estar dolido con ella, no porque tú y yo tengamos algo especial.
Sin saberlo, Rebecca Hamilton había dado sentencia a las inconstantes acciones de Grace. Palabras que lo persiguieron durante las reflexiones internas que divagaron a su alrededor durante el resto del día.
Cuando pensó que era el protagonista dentro de un mundo de mentes, las cuales consideraba inferiores por pecar de la incredulidad de creer que podía dominar a gente inferior a sus parientes mayores, recordó que Rebecca tenía la jerarquía para desestabilizar sus pensamientos.
Le daba crédito por ser de las pocas personas en dejarlo sin argumentos. Admiraba esa perspicacia que le otorgaba la capacidad de leer el comportamiento de la gente, por ende, la hacía estar un paso adelante.
«Si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias, si tal vez no tuviéramos que pasar por tanto...» pensó. «De verdad que me encantaría intentarlo. ¿Qué más da si vuelvo a terminar con el corazón roto? No eres ni serás la primera Hamilton en hacerme trizas».
Desde la última plática que Amanda Croda tuvo con Grace Ackerman con respecto a su matrimonio, la distancia entre ambos se vio reflejada en la forma que el chico se dirigía a ella. No era cortante, mucho menos obsceno, simplemente dejó de actuar como los primeros días.
Ya no reía a carcajadas al mínimo accidente que le ocurría, dejó de hacer bromas respecto a las cosas que otros considerarían de mal gusto, y lo más resaltante: dejó de dirigirse a ella con el apodo que para ella se había vuelto costumbre. Puesto que le incomodaba que Grace la llamara por su nombre, sentía que estaba molesto con ella. Nada tan lejano a la realidad.
Volteó al reloj encima de la mesa de noche que le correspondía, no pasaban de las diez de la noche.
Para ese momento ambos estaban acostados. Mientras ella estaba con los preparativos del festival de fin de año, adelantando lo que podía con respecto al presupuesto brindado a cada grupo de cada grado escolar: Grace parecía divertirse enviando mensajes desde su celular, con una sonrisa divertida.
La morena se preguntó que era tan gracioso como parecer un loco riéndose solo. Lo miraba de reojo, pensando que Grace no lo notaba, lo que no sabía era que estaba pendiente de ella.
—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó ella, sin dejar de presionar las teclas de su portátil.
No recibió respuesta alguna, dado que su esposo fingió estar centrado en la conversación de su celular.
—Grace —insistió, tratando de ser amable—. ¿Cómo estuvo tu día?
—Bien —respondió con desdén— a una rana la disecamos.
Demoró en hacer otra pregunta, pues no le gustaba ser ignorada, queriendo hacerle lo mismo, pero quería terminar con esa ley de hielo.
—¿Cómo vas con el festival? —intentó ir por un tema con el que estaban relacionados—. ¿Ya eligieron la temática de tu salón?
Volvió a demorar en dar una respuesta.
—Si... Yo elijo los regalos de navidad. ¿La celebraremos en casa de tu mamá o la mía? O usamos la vieja confiable: Grillo's.
Impulsada por la desesperación, tomó el celular del pecoso para lanzarlo a una esquina, no sin antes leer el nombre de la persona con la que se mandaba tantos mensajes. Por fortuna solo era Freddie enviándole imágenes graciosas con chistes de humor negro.
—Lo estaba ocupando —no se exaltó, ya se lo veía venir.
La mirada de Amanda fulminó a Grace, diciéndole mucho sin que saliera una palabra de su boca. Lo entendía, en vista de que el objetivo del chico era sacarla de quicio.
—¿Todo bien? —su pregunta era como echarle sal a una herida abierta.
—Si —se rindió, pues vio que no llegaría a nada con discutir—. Todo bien.
Con el enfado de Amanda supo que ya había sido suficiente indiferencia por su parte. Bufó, le quitó el sonido a la televisión que encendió cuando le quitaron el celular, apartando la portátil de las piernas de Amanda, acomodando el rostro entre sus muslos.
—Te estoy dando espacio —dijo casi en un susurro—. Todo está bien, te lo aseguro.
—¿Tiempo para qué?
—Quiero que te acostumbres a lo que estamos pasando —se obligó a regalarle una sonrisa—. No se siente bien querer a alguien y estar con otra persona.
—Ya hablamos de eso —inconscientemente acarició el cabello del pecoso, el cual estaba rizado por no haberlo planchado—. Luca y yo ya aceptamos que lo nuestro es imposible.
—¿Y estás bien con eso?
Ella dudó en contestar.
—Es lo que hay.
Grace hundió el rostro entre las piernas de la morena, sintiendo un agujero en el estómago. No quería seguir tocando ese tema, pues cada vez que pensaba en ello, más miserable se sentía. No se sentía a gusto con meterse en medio de dos personas que se gustaban. Luego recordó el pasado de Luca, eso era como un analgésico para aliviar el dolor.
—Perdón —dijo él.
—No hay nada que perdonar —contestó con voz suave.
—Por ahora es imposible, pero trataré de hacer que esto funcione —replicó con seguridad, con el rostro oculto.
—Así será —sonrió ella—. Vamos, levanta la cara y sonríe, que estar depresivo no es para ti.
—Tienes razón, Canelita —levantó la mirada, ocultando su aflicción con una sonrisa—. La depresión no es para mí.
Ella acercó el rostro de Grace al de ella, dándole un beso en la mejilla, cerrando el portátil, apagando la luz, devolviendo el sonido a la televisión mientras abrazaba al chico.
«Dejaré de darle lastima a Rebecca» dijo Grace para sí. «Es muy hijo de puta que todos pongan de su parte, menos yo».
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro