Crossover, Lucrecia Benedettto: Grillo's.
—Así que en un convento de Quito, eh...
El exquisito aroma de la fusión de olores y texturas sobre su parte de la mesa era la condena perfecta para el paladar de Grace, añadiendo una crema de camarones en el redondo plato blanco que, pensaba y no podían hacer por única petición que fué aceptada sin objeciones. El único inconveniente era que no confiaba en la pelirroja que le hacía de compañía en lo que Grecia se fué al tocador por un largo rato, gracias al laxante que Lucrecia Benedetto puso en sus alimentos.
—Había escuchado que un pequeño bribón aterrizó en nuestra modesta ciudad. No pensé que fuera a estar dentro de mi humilde restaurante, ahora entiendo porqué Lola se sacó de sorpresa cuando me acerqué hace rato —dijo la pelirroja, dando la primera probada a su sopa—. Pero bueno —sonrió gentilmente—, son sustos que dan gustos.
Aunque la tenuidad de los opacos focos amarillos fuesen perjudiciales para la mala vista de Grace, este era capaz de observar su rostro sobre el mantel ocre de la mesa familiar, entablada de comida para siete personas. Fijó su vista en los camarones empanizados en un plato, llegando a su mente centenares de cosas que Lucrecia le pudo agregar. Y no solo ese apetecible platillo, sino al resto de alimentos que pensaba era un total desperdicio que le provocaba repudio sobre la mujer que desperdiciaba la comida.
—Sería todo un honor el probar todo —no tuvo ni la delicadeza de tocar la cuchara por la indignación. Más que un simple capricho y cuidado de no compartir el final de Grecia, ver tanta comida y no poder tocarla le recordaba a su pasado, donde era un muerto de hambre. Eso lo molestaba—. Pero no quiero ir corriendo al baño, con mis desechos saliendo antes de tiempo —rió divertido—, aprecio su oferta, señora Benedetto. Pero esta vez paso.
—Lo que tomó la niña no fué un laxante cualquiera —dijo ella. Es más —levantó su cuchara, señalando a Grace sin quitar esa amable sonrisa de anfitriona—, ustedes me van a agradecer lo que hice, en especial tú. Te doy la garantía de que todo está limpio, si no, yo no estaría aprovechando estos pocos minutos para tener mi primera comida del día.
La indolencia que Lucrecia poseía al hablar como si nada sobre la castaña que estaba en los primeros instantes sobre la mesa, después de tener los platos sobre sus narices, de un momento a otro había corrido al baño sin la vergüenza, era un asunto que la pelirroja no le importaba, pues sabía que la chica no pasaría de estar mucho tiempo en los sanitarios, dependiendo de cuántas toxinas había ingerido por semanas.
—¿Agradecerle que mandó a mi amiga a un baño durante quién sabe cuánto tiempo? —el chico soltó otra risotada discreta—. Claro, ya le hacía falta, porque según Grecia, hace unos días que padecía de estreñimiento —aplaudió un par de veces, felicitando a la mujer con sarcasmo revestido de cordialidad—. Usted debe ser toda una heroína, defensora de las damas que necesitan ayuda. Aunque un poco tarde.
—Pues —los largos dedos de ella sostuvieron una copa de vino a medias para humedecer sus labios que no lo necesitaban—: ¿una fundación que ayuda a las mujeres inmigrantes con hijos que quieren cruzar la frontera cuenta para volverme lo que dices? —hizo caso omiso al avistamiento de Isela en el baño de damas que estaba delante sus ojos, cerca de donde se tenía acceso al área para fumadores, con las intenciones de ver el estado de Grecia. Ante eso, sonrió y dejo ver una postura más banal y menos intimidante—. Ella estará bien, necesita una lavada interna, después de todo lo que Tenorio le hizo ingerir.
—Parece que la quiere mucho —soltó Grace, inclinando la espalda sobre el asiento—. Preguntar si ella tiene que ver con Nacho Trujillo es algo que sólo sucede en las típicas series donde se conoce a la antagonista, cuando un personaje relacionado con el protagonista tiene un pasado con el villano —comentó para luego reír junto a Lucrecia, fingiendo que no estaba descontento—. Es obvio que hay un pasado aquí, el que no me interesa saber, al igual que el de ella con usted, y por desgracia —hizo una mueca de leve disgusto—, es más de lo que se debe, porque muy seguramente Ángela se meterá en esto.
—El padre de Grecia era un frustrado arquitecto en Albuquerque, y su madre una cubana en depresión que trabajaba de todo un poco por las noches para sustentar a su abuela con cáncer de pulmón —ya con los restos de caldo en el plato donde antes había sopa, lo puso en un espacio lejano al resto de alimentos, a la espera de ver si su intento de persuadir ciertos temas funcionó.
—¿Esa ciudad no queda en "gringolandia"? —preguntó él, dejando de estar ensimismado—. ¿Qué les hizo dejar el país del tan ansiado "sueño americano"? —usó unas comillas en las últimas palabras en forma burlesca.
—¡Es correcta su apreciación, jóven pecoso! —exclamó ella, con un chasquido al señalar a Grace—. Dejar una potencia como lo es el lugar con mayor mezclas de sangre hay. Pues no todo allá es color de rosa. Si no fuera por la ambición de ese pobre hombre sin oportunidades en medio del desierto, puede que nunca se hubiera animado a toparse conmigo cuando fuí de vacaciones, en estos momentos ya estuviera en un ataúd por quitarse la vida para despedirse de la presión social.
—¿Sus padres trabajan para usted? —cuestionó el chico con buen tacto.
—¿Y quién crees que hizo los planos de éste hermoso lugar? —ella ensanchó los labios más divertida—. Llevamos una amistad y trabajo de años. Por eso le eh dicho tantas veces a Grecia que me diga madrina, en vez de madam, o señora Benedetto. Total, que mi amada hija y ella se llevan como hermanas. Puedes considerar que la aprecio mucho, no por nada la tomé personalmente como mi ahijada.
—Es tanto su aprecio que se da el lujo de no hacer nada mientras sus días son una mierda —el comentario impregnado de reproche y sarcasmo entre sus risas acertó un golpe bajo sobre las cosas que Lucrecia tenía como limitantes para invertir en su impotencia y frustración, con pésame y dolor, al no tener control sobre ciertas cosas—. Quizás y con un pequeño empujón de su parte, Grecia no estaría pasando por el mal trago que es complacer a un gordo con el cerebro más frito que el de un dictador condenado a la silla eléctrica.
—¡Menuda comparación te acabas de aventar! —rió
Ella estaba muriendo a carcajadas exageradas de lo irónico que se sentía, primero con expresarse mediante leves toses para contenerse con el ruido que hacía, hasta que después de un rato no podía controlarse y se puso a reír, dejando que la potencia de su quisquillosa expresión dejase opacada a la orquesta en tono moderado, dando que el resto de personas en las otras mesas terminaran muy estupefactos, pero ignorantes para no causar un malentendido con la pelirroja que tenía total poder en su zona.
—.¿Qué con eso? —estimuló sin poder parar durante unos segundos más por la gracia que tenía al sentir un dolor en el estómago, quizá por las grandes carcajadas, o un remolino de sentimientos negativos—. Tienes razón, si me pusiera seria con los padres de Grecia, podría hacer que sus tormentos paren —poco o nada le interesaba la mirada de odio revestido en serenidad y buena vibra de Grace. Le agradaba ver que ambos tenían un parentesco—. A lo mejor y con dejar al señor Pinkman fuera de los proyectos más importantes para la expansión de mi cadena a Sudamérica. Si excluyo a la señora Pinkman de mis martes de café, reuniones de picnic y vacaciones, cuando llevo a Grecia, Isela y su prometido a otras ciudades para desconectarse de la rutina. Dejo de pagar la colegiatura de su hijo adoptivo en el occidente, podría hacer que ellos reconsideren el volver a incluir a Grecia en sus negocios. Y eso se escucha sencillo —dio unas risillas silenciosas a comparación del espectáculo de hace unos momentos—. Pero que suene así de fácil...
—No significa que lo sea —terminó Grace, en la misma sintonía llevadera pero analítica que ella—. Y se me vienen dos motivos que la detienen de no meter sus narices.
—¡Vivito me salió el muchachito! —apretó los dientes sin borrar aquella sonrisa, endureciendo la mandíbula de su rostro con rasgos romaíes, acercando un plato de carne para devorarlo en pocos bocados—. A ver —arqueó su ceja izquierda—, mamá Lucrecia tiene los siguientes tres minutos sólo para tí.
—Verá —Grace puso una cara poco sonriente, al igual que interesada por ver la confianza en la que Lucrecia se expresaba, idéntica a una amistad que no se ve por años—. Los señores Pinkman —dijo tal apellido, sabiendo ahora que era el de familia de Grecia, hablando lo más normal posible—, son tan importantes para usted, al punto que no se dará el lujo de tener una indiferencia con ellos. O a la que más fe le tengo —introdujo un silencio para pensar en lo que diría, manteniéndose quieto ante el cambio de pose en Lucrecia, que no le perdía la vista—: hay asuntos muy delicados detrás de ello. Cosas que no me incumben, y no quiero saber de más. Negocios debajo de la mesa, llevados de la mano con una especie de efecto mariposa. Una cosa tiene que suceder para que otras más relevantes lleguen a ocurrir.
«Muy bien, Grace» pensó, con lo inteligible que le era meter las manos al fuego por alguien que apenas conocía, con todo lo que podía al tomárselo muy enserio.
Viendo las consecuencias de cruzar la línea que se puso a la hora de jugar al imponente con alguien que de verdad lo era, sintiendo un estremecimiento de su nuca hasta dar un paseo por lo bajo de su espalda cuando el tiempo pasaba y no recibía una respuesta de ella. «Actúas como si lo primero que me dijeran fué: inicia una riña "¡malparido conche tu madre!» sus nervios querían ganarle en ese tenso eje del par, con Lucrecia sin mover un dedo, pero con los ojos que no mostraba signos de ansias por la provocación.
La mujer actuaba a su ritmo, y eso le resultaba más peligroso. Su gesto inerte, con lo tenue de los focos amarillentos no daba tanta visibilidad en donde estaban, lo que unos cuantos bultos de oscuridad tapaban parte de su rostro —un pómulo, parte de su barbilla, medio labio y un ojo—. Lo que ocultaba parte de sus expresiones, conformándose con guiarse mayormente por su tono.
—Sabes —tras un lapso posterior a cinco segundos, la mujer acordó cuando estaba ensimismada que no valía la pena salir a la defensiva con el chico. Total, habían pasado veintidós años desde que no lo veía, desde que era un recién nacido—. Tengo bajo mi crianza a un niño. Mi pequeño es un poco travieso, burlón, apático y un tanto maniático —extendió un brazo para señalar a Grace, inquisitiva al momento de notar como su rostro inerte era difícil de mantener, y ella todavía no había hecho algo para atemorizarlo—. Desde que vino conmigo padece de altibajos, en la escuela y en el trabajo. A veces hace una de sus capaces hazañas que nos deja cuestionarnos a todos: ¿y de dónde salió éste polluelo? Pero otras veces hace que nos preguntemos: ¿eres el mismo niño que ayer estuvo más que a la altura, y ahora no eres capaz de hacer algo tan básico como ésto? Pero dentro de lo que cabe, a pesar de todas las peleas que tenemos —estiró sus labios en una mueca más curva—. Adoro a ese diablillo, aunque me provoque muchos dolores de cabeza. No sólo porque sea el prometido de mi hija, sino también porque es el hijo de una persona que era muy preciada: mi amiga Trinidad Jeager. Él puso mi mundo de cabeza, así como tú lo vas a hacer con Ángela. Porque puedo sentir ese instinto de frialdad, que no le gusta dejar pequeños detalles. Aparentas una cara de alguien que no mata una mosca, pero eres alguien que usa su supuesto encanto como arma, y a veces eso puede ser un dolor de trasero. Ahora voy entendiendo porqué Grecia no se molestó en ponerse sus moños al seguirte si apenas se conocían. ¡Eres un encanto, Ed... Grace! Espero que te lleves bien con Zinder.
—¿Gusta más vino? —preguntó un mesero que se acercó cortésmente, recibiendo la afirmación de Lucrecia con la cabeza, con el rostro agradecido. Contradiciendo lo que Grace pensaba de ella, acerca de lo que Lúlu le contaba de su pasado. Esperaba que fuese alguien amargada y creída. No a una persona con buen tacto hacia sus trabajadores.
—Así que, para hacerte un favor y ahorrarle muchos problemas a Ángela y a Rebecca: te daré un consejo, y me gustaría mucho que lo consideres —tras dar un segundo chasquido, casualmente las cosas alrededor de Grace comenzaron a distorsionarse, efectuando mareos que le hicieron mirar el desbarajuste de lo que fué pasar de estar en la mesa cuadrada de enmedio de todos, a teletransportarse al área de fumadores—. Las cosas aquí pueden ser un tanto... ¿Qué pasa, hijo mío? —preguntó a un Grace discordante a su actitud de unos segundos—. ¿Quieres fumar conmigo? No le digas a tu hermana.
Ofreció un cigarro en forma de guardar un secreto. Ocultando la felicidad de tener a Grace en un estado desestabilizado, mientras que las cosas volvían a su lugar, derivadas sombras viscosas desprendían de muchas partes a su alrededor, en directo al jóven con todo tipo de intenciones que no estuvieran de la mano con la gentileza. Haciendo de ojos ciegos a los gestos que ya había anticipado cuando logró su cometido.
—Espere —dijo, o eso creyó, cuando sintió su lengua entumecida, sorprendido de cómo su mundo se volvía a cambiar, esperando lo peor que sus ojos volvían a experimentar.
Pensó en muchas cosas que lo hacían alucinar. Creyó que pudo ser causa de una droga, o algo para dormir, pero estaba seguro que no había ingerido nada de ahí. ¿Lúlu tenía que ver? Era la más probable. Aunque no estaba tan convencido de eso, puesto que ella aparecía sin avisar. «Hay no, otra vez ésta m*erda»
Grace y Lúlu.
Las enrevesadas siluetas que convergían sobre el eje de ambos, negras y deformantes, con lamentos emergentes de sus adentros intentaron alterar el espacio de Grace, mediante todas partes, originarias bajo los pies no vistos de Lucrecia. Todos expandiendo sus brazos en señal de agredir al chico horrorizado, tuvo el mayor amago de voluntad para no ponerse a gritar o hacer algo respecto a lo sucedido.
—¿¡Pero qué coño!? —susurró para sí, aunque su frustrada voz pudo ser entendible para la pelirroja que se deleitaba con lo que veía, mientras sus labios se detenían al querer pronunciar algo, siendo obstruida por la pauta en el mundo mental de Grace.
«Malditas alucinaciones de mierda, carajo Lúlu, creí que hoy estabas de mi lado».
Nuevamente todo el entorno, ya en disentimiento con el chico, volvía a detener el curso de los trazos con forma de animales sometidos a la radiación. Volviendo a ese contorno parsimonioso, en el cual se había aislado en la entrada de Grillo's, cuando todo se paró justo en medio de su conversación con Lola Barbato.
—Yo no hice nada —dijo Lúlu, apareciendo en un vaivén a las espaldas del pecoso, menos ensimismada como para comportarse de modo caprichosa—. Ella... No la recordaba tan parecida a su mamá —enfatizó un semblante amargo y disgustado ante la humillación que sentía de sentirse despavorida, fusionada con el miedo de estar desarmados en territorio enemigo. Manifestando una inimaginable sonrisa del miedo, junto a los dedos estremecidos que acariciaban el cabello del pelinegro—. Tengo un mal presentimiento de ella, quizás y nos precipitamos al hacer un movimiento muy arriesgado como el provocar a la mujer que acabó con tu madre adoptiva. No por nada tiene más poder del que ella pensó que tendría. Pero aunque podamos perder, algo nos dice que si usamos nuestras cartas correctamente, tendremos un chance de salir de esta.
—Ya lo sé, mi intención no era pelear cuando caí en su juego de palabras. Me descuidé por una estupidez —se maldijo a si mismo—. Pero aparte de eso: ¿qué fué lo que pasó? —preguntó efusivo—. Estoy seguro de que hoy se cumple mi tercer día de estar limpio, esto no es obra de alguna droga. Y si no eres tú, ni soy yo —para no hacerlo en público; reconfortó su miedo en las expresiones y pensamientos de la rubia—. Entonces es —su mente imaginó unos tambores a la espera de una sorpresa retórica.
—Esa rojita —la rubia señaló a Lucrecia—. Recordé que proviene de una familia de gitanos. Su madre era alguien muy creyente a sus raíces, y qué decir de las cosas extrañas que hacía. Bueno, gracias a eso ya comprobamos que no es bueno jugarle al valiente con nadie que te dobla la edad si no tenemos con qué atacar —fué a apresar el cuello del chico para recargar su mentón sobre la cabeza de él—. Aunque dije que estamos con un pequeño escape, sabes que las posibilidades de que Lucrecia nos ponga punto final son altas —dió un silbido en forma de despegue—. Debut y despedida mi hermano. Y contra todo pronóstico —lamió sus labios, decidida a ver lo que pasaría—, quiero ver qué tan lejos podemos llegar —descendió hasta la mejilla del chico para frotar sus carrillos en él—. Vayamos más lento si no queremos ser presa fácil. Salgamos de ésta sin usar amenazas.
—Y a todo ésto —señaló a la pelirroja que, inexplicablemente se movía a base de microsegundos en su cabeza, moviéndose a un ritmo excesivamente lento—. Creí que el tiempo se paraba cuando ambos hablamos aquí.
—Lo es —afirmó ella, volviendo a su temple de autosuficiencia, pero sin bajar sus instintos—. Pero sólo funciona por completo cuando no hay una tipa con una vibra muy extraña que nos hace sentir drogados —pronto las cosas volvían a tomar su curso, indicándole a Grace que su estadía en el limbo que creó se había terminado—. Recuerda no poner una actitud prepotente. Suerte, mi pequeño bastardo, que no quiero irme a primeras.
Grace Ackerman.
—Y sé que he estado hablando mucho —dijo Lucrecia, al terminar de dictar lo que quería decirle al chico mientras empezaba a vertir su tercera copa de vino, ya con una botella en en la mesa—, pero era necesario darte un sermón de categoría abuela para llevar una vida plena en Ishkode—. O eso es lo que hacen las "amigas" —detalló dicha palabra con sus dedos—. Creo.
Viendo lo vacilante de Grace, fué la señal precisa para alimentar su ego con delectaciones de tener una ventaja común, cómo siempre acostumbra al recibir visitas con segundas intenciones a su persona. Sabía que por el giro inesperado era más que probable que él no había escuchado nada de lo que dijo, no obstante, quería seguir su agraciado juego de pasar más tiempo con Grace, aunque los tres minutos prometidos habían transcurrido. Total, estaba más que feliz y agradecida de saber que estaba vivo. Y sobretodo, cerca de él, más de lo que alguna vez pudo estarlo.
—¿Amigas? —siseo Grace, volviendo en sí—. Creí que se llevaban como perros y gatos.
—Hay, mi estimado Grace —negó decepcionada— a veces las cosas no son como la gente cuenta —agregó ella—. Todos ladran y ladran, pensando que con olfatear los asuntos de terceros más importantes que ellos podrán olvidar tan siquiera un poco de lo miserables de sus vidas. Incluso, algunos que ni siquiera siendo un par de petulantes muertos de hambre; inventan humo para manchar el nombre del prójimo que de alguna forma les da de comer.
—Ah hablado la voz de la experiencia —recogió ganas de fisgonear en el asunto—. Una vez más, la vida me da otra bofetada educativa para recordarme que a veces un pantano puede ser un hermoso vergel.
—¿Que te puedo decir? —extendió los brazos con una sonrisa—. Las madrugadas de póker con ella son de lo mejor que una ludópata podría esperar. Tanto como tú —agraciada, lo señaló con un cubierto—, me sorprende que no sepas el meollo de las cosas, siendo un hermano directo de Ángela. ¿De verdad son hermanos? —dejó los alimentos para inclinarse y tomarlo de la cara—. Tu nariz se parece a la mía, la forma de tus ojos también. ¿Acaso serás mi hijo perdido?
—La verdad, todo tiene que ver con el trato que hice con papá para cumplir el sueño de mamá, que por lo menos uno de sus hijos sería alguien de bien —sonó cauteloso, evitando levantar sospechas acerca de su vida, tratando de no hablar mucho de su pasado escrito por Ángela—. Por eso eh estado muy lejos de casa durante todos estos años. Y eso implicaba que no tuviera nada que ver con los asuntos de mis mayores, y por ende, al menos por esta noche soy un completo e indefenso niño ignorante —sonó con desolación fingida.
—Más que duro —la pelirroja infló sus mofletes de aire con pesadez, volviendo a su asiento, siguiéndole la fachada—, debió ser una completa patada en las bolas estar privado de tantos placeres del mundo. Y más cuando te toca ser criado por monjas, rezos y más rezos —bostezó.
—Yo nunca dije que fuí criado por monjas —arqueó sus cejas con indiferencia—. ¿Qué la llevó a pensar eso?
—Tú no lo hiciste —explicó Lucrecia— pero Ángela es muy comunicativa a la hora de hacer un movimiento delicado. Dice que así evita inconvenientes no gratos para aliados o gente con relaciones dependientes de un hilo. Esa es otra de las razones por las que no haré nada contra tí, aún si tus palabras trataron de interferir en temas que no debes.
—Esa Ángela —rió— siempre tan amable. Incluso en los momentos menos esperados —impregnó sarcasmo en tono—. ¡Nunca deja de sorprendernos!
—Deberías de agradecer que te esté tendiendo una mano —aconsejó Lucrecia—. Tal vez le caíste bien, porque no suele ser tan compasiva con tus hermanas —lo analizó desde medio torso, donde era la parte que podía verle, hasta su frente con sudorosos mechones de cabello pegados en ésta, llevando otro poco de vino a su paladar—. Y ya que hablamos de agradecimientos: gracias por cuidar de Grecia. Todo fué tan repentino que no me dio tiempo de decírtelo.
—¿Cómo está ella? —preguntó Grace, girando su cuello para verificar el sanitario con la minuciosa y falsa espera de verla salir—. Ya no ví lo que pasó con ella.
—Quiero pensar que con esa limpia y un poco de reposo estará bien. Por si las moscas, se quedará conmigo —no mostró la agonía de ver a su ahijada en un estado decadente—. Más bien, deberías preocuparte por tí. No creo que Nacho se tome muy bien el cancelar su cena con su amante número mil novecientos y algo.
—Eso sonó muy cruel —sonrió irónico— hasta injusto por insinuar que ése sujeto se interesa más en ponerla que estar al lado de su hijo. Y yo creyendo que esa reservación era para una cena familiar.
—Mi pobre amigo se la vive trabajando para mantener a su gorda esposa, dándose los grandes lujos en alguna parte del primer mundo. Todo a costa del esfuerzo de Nacho. Y que sus dos hijos varones se quedasen en Helix, se convirtieron en dos piedras en su zapato. Es obvio que necesita desestresarse un poco. Sus hijos no le importan en lo más mínimo, se nota con darles libre acceso a cumplir todos sus caprichos, con tal de no tenerlos detrás suyo.
—Con que cumplir sus caprichos —susurró Grace, ensombrecido en unos ojos apagados y divagantes—. Y uno de ellos es, tenerlos contentos a cualquier precio —llegó una idea a su cabeza, de la mano con Grecia y Tenorio.
—¿Recuerdas que hay cosas que me impiden hacer algo por Grecia? —cuestionó Lucrecia, sin esperar una respuesta—. Pues Nacho Trujillo es una de esas trabas. Bueno —sacando su celular de la bolsa a un lado, tomó sus cosas para ponerse de pie, con la intención de retirarse, sabiendo que faltaban cinco minutos para las ocho—. Comome caíste tan bien, y ayudaste a mi adorable Grecia, dejaremos esto para otro día, con más calma.
—Le agradezco su atención, señora Benedetto —suspiró, aliviado a sus adentros—. Y en cuanto al señor Trujillo...
—Ese ranchero no quiere a su hijo, pero de que hará algo, ten por seguro que lo hará. Hablaré con él sobre algunos detalles. Y puede que las cosas no pasen de ganarte el repudio de Tenorio.
«¡Muchas gracias, santísimo poder del guión! De la que me salvé» expresó a sus adentros, festejando con cierto baile sacado de un videojuego.
—¿Por qué haría eso? —interrogó él para resguardar sus apariencias, a la espera de una respuesta vaga, no tan detallada como todo el tiempo le acostumbró Lucrecia.
—¿Y por qué no hacerlo? —tornó un sonido en su lengua, denotando la falta de visión en el pelinegro—. No me cuesta nada darte una mano —puso su desinterés en una mueca mientras colocaba la polilla de cigarro en el cenicero cerca suyo. Otro ademán cancino se figuró por finalizar el tiempo con el pecoso. Quería seguir hablando con él, saber de él, lo que había hecho durante todo el tiempo lejos de ella.
«Mi hermoso niño, por fin te encontré» pensó, regresando una de las trenzas que se había colado hasta el frente. «Estás vivo. ¡Soy la madre mas feliz del mundo!» esbozó una última sonrisa para por fin levantarse, provocando que segundos después, el chico hiciera lo mismo.
—Ha sido un placer el ser de las primeras personas en hablar contigo. Y para que lo sepas, Grace: yo no soy tu enemiga. Puedes contar conmigo para lo que sea —de su bolsa sacó una tarjeta con su número privado— quiero que lo sepas. Eres un niño muy encantador, espero que nos volvamos a ver.
—El placer es mío —respondió él—. Y el sentimiento es mutuo —sonrió—. Y enserio —juntó ambas manos en forma de súplica, sin poner una mirada de clemencia. Más que eso, parecía un agradable conocido que alargó su lengua en una noche con copas de más. Igual que un cachorro hambriento—. Disculpe si en algún momento la llegué a ofender —torció sus labios—, esa no era mi intención. Creo que se lo debo.
—Olvida eso —extendió su mano con un extraño símbolo tatuado sobre su muñeca, despidiéndose cordialmente—. Empecemos de nuevo —despegó su mano del chico para retroceder unos pasos, deformando su gesto alegre a uno pícaro a destiempo de su lentitud para dar media vuelta—. Bienvenido a este vergel de los clandestinos. Mi querido y estimado Grace.
Lucrecia es un personaje que aparece en la obra: "el vergel de los clandestinos".
Aquí no tendrá tantas escenas donde haga presencia, pero eso no significa que será irrelevante.
En los 2 crossover que hice dejé muchas pistas de lo que será la primera fase de este universo. Todo viene en pequeños diálogos, referencias o algunas descripciones del lugar.
Si aparecen tantos nombres no es por relleno. Todo tiene su porqué, y nuevamente: eso se verá más adelante. En todas las obras que publiquen.
Sin más, me despido. ¡Chao!
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