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Confiesen: parte dos

—Lucrecia y Angela son un mal necesario que necesitamos para mantener el equilibrio del país —el comentario de Monserrat abarcó muchas contradicciones en el pecoso que la escuchaba—. A algunos les gustará tenerlas cerca, otros preferimos tratarlas de lejos. Pero nadie niega que ellas son fundamentales.

—Lo será para las personas como tú —contestó Grace, siendo despectivo con su respuesta, al igual que tranquilo para no acalorarse—. Yo fui obligado a revolcarme en sus asuntos, jamás quise saber de ellas. Si desde un inicio hubiera sabido que mi madre era una gitana soberbia, y mi tía una postiza psicópata, ya estaría lejos de aquí.

—Pero no fue así. Estás aquí, a punto de casarte con mi hija para unir a los Ackerman y los Croda, dos de las familias más importantes del país. De paso haces que la mujer que tiene el favor de muchos se una al trato.

Grace pasó la mirada por las tres mujeres sentadas en el centro de la habitación. La única que lo miraba era Monserrat. Lucrecia fumaba un cigarrillo mientras sus ojos estaban en la ventana, inexpresiva. En cuanto a Angela, parecía divertirse de la situación al encorvar la comisura de sus labios.

—¿Usted sabía lo que ellas hicieron?

Monserrat asintió.
—Si piensas que ellas son crueles y despiadadas, es porque no has conocido al resto de personas que están a su nivel. Un ejemplo es Ignacio Trujillo, ¿lo recuerdas?

Ahora Grace confirmó con la cabeza.

—Lo conoces desde hace tres años, en la guerra entre Lucrecia y Trinidad. Escuché que Ignacio comandó un grupo de soldados que apoyaron a tu mamá —dio un trago a la copa en sus pequeñas y regordetas manos—. Aún no lo sabías, pero Ignacio y yo somos buenos amigos. Me contó todo lo que pasó en la zona muerta.

Grace rememoró el día que el ejército invadió la aldea donde vivía. Las muertes de inocentes que no tuvieron nada que ver en el conflicto, pero de igual modo perecieron a manos de soldados que dispararon a sangre fría.

—¿Tienes idea de lo que el ejército le hizo a los niños y mujeres? —su pregunta incomodó a las tres, pues sabían por voz de Ignacio de lo ocurrido—. Deja que se divirtieran torturando a los hombres. Lo que hicieron con mujeres inocentes, después a los niños... Niños que no tenían maldad en sus corazones. Todo por el capricho de esa maldita gitana. ¿Quieres saber cómo satisfacieron sus deseos con personas inocentes?

—Yo solo ordené que fueran por todo aquel que tuviera un arma —no esperaba compasión de su hijo, solo quería dejar las cosas en orden—. Muchos grupos que me acompañaban hicieron de las suyas. Jamás me hubiera metido con niños, cuando claramente iba por el mío.

—Pero así fue —no se dignó a mirar a su madre—. Después de tanta sangre inocente en tus manos: ¿Puedes dormir las noches?

—Todos tenemos sangre en nuestras manos —inesperadamente fue Angela la que habló—. No eres una blanca paloma, Grace. ¿Cuantas muertes no causaste en esa guerra? Hubo militares que tienen un pase directo al infierno, también habían hombres de honor, con familias que los esperaban en casa. ¿A cuántos de ellos mataste? Esos militares se limitaron a las órdenes de Lucrecia, matando a los hombres armados.

—La diferencia es que yo no maté a ningún niño.

—Indirectamente no lo hiciste. ¿Cuántos mocosos crees que se quedaron sin padres? Mujeres viudas que tuvieron que trabajar vendiendo su cuerpo para mantener a sus hijos. ¿O no sabías que todas las mujeres en el burdel donde trabajaba Jessica eran las viudas de los militares que murieron en la zona muerta?

Lo dicho por Lucrecia era algo que las tres personas restantes desconocían. Lucrecia sintió un nudo en la garganta, Monserrat sintió que estaba al lado de un monstruo, en cuanto a Grace; el odio hacia su tía se acrecentó a niveles irreconocibles para él.

—Malnacida hija de perra —vomitó Grace, acercándose a Angela con malas intenciones cuando volvió al tocador para tomar el cuchillo para cortar la tarta a un lado de la botella de vino—. ¿Fuiste capaz de mandar a esas mujeres a un burdel?

—Todos hicimos cosas crueles —Monserrat se puso en medio de ambos Ackerman para evitar una masacre, denotando que los ojos de Grace carecían de clemencia, parecía un asesino cegado por la venganza. También se percató del brillo esmeralda en su ojo derecho—. Nadie tiene perdón.

—Quítese —advirtió Grace.

—De nosotras tres, es Angela la que no puede dormir por las noches —no se movió, convirtiéndose en una muralla que protegía la integridad de Angela—. Si la matas, le estarás haciendo un favor.

—No pienso darle una muerte rápida.

—¡¿No lo entiendes, imbécil?! —ahora era Lucrecia la que se unió a Monserrat—. Si la matas ella habrá ganado. Al final consiguió salvar el apellido Ackerman con haberte conseguido este matrimonio. Su trabajo habrá terminado y podrá estar en un ataúd, libre de sus responsabilidades.

—No te relajes, que serás la siguiente —señaló a Lucrecia, luego volvió a Angela que mantenía su sonrisa de autosuficiencia—. Ustedes están podridas.

—¿Recuerdas lo que dije? —preguntó Monserrat—: las dos son un mal necesario. Es cierto que Angela merece la muerte, pero tú madre tiene razón: si la matas le estarás haciendo un favor. Es mejor que siga viviendo con esa carga.

—Eso no tiene sentimientos —clavó su mirada afilada en Angela, pero ella no se inmutó—. Tampoco parece arrepentirse de lo que hizo.

—Tarde o temprano lo hará. Cuando eso pase, te darás cuenta que tenía razón al dejarla con vida. Sé inteligente y no cometas una locura —Monserrat tomó a Grace de los hombros para hacer que retrocediera, milagrosamente lo consiguió—. Después de matarla, ¿qué? ¿Habrás llenado el vacío que tienes por dentro?

—Seguiré viviendo como un infeliz, pero tendré justicia por todas las mujeres que condenó. Por Jessica.

—Existen mil maneras de hacer justicia —musitó ella—. A veces un castigo es mejor que cientos de golpes. Y no hacer nada es mucho mejor que hacer justicia por tu propia mano.

—Ella no puede seguir saliéndose con la suya.

—Te prometo que no lo hará —de algún modo, Monserrat parecía apaciguar el frenesí de Grace—. Podré ser una desconocida, alguien de la que podrás dudar. La diferencia entre ellas dos y yo es que no busco un arma, una moneda de cambio o un trofeo. Si vamos a estar unidos, que sea con sinceridad. En teoría te convertirás como en un hijo para mí. Uno que necesita una guía para no cometer los mismos errores que tú familia. Déjame ayudarte.

Grace lo pensó por un momento.
—¿Qué querría alguien como usted de un fragmentado como yo?

—Te contaré algo —la mujer hizo que las otras dos parecieran inexistentes—. Hubieron muchas propuestas en la mesa para comprometer a Amanda. Todas me ofrecían cosas buenas. Beneficios que me ayudarían a tener un futuro para dos generaciones más de mi familia, el detalle era mi hija. Los hombres que la querían eran muy grandes para ella. Quería que tuviera a alguien de su edad, y de alguna forma u otra, el único que parecía de su edad eras tú.

—¿Me está diciendo que rechazó muchas propuestas por algo tan estúpido como la edad?

—Estoy diciendo que quería al mejor pretendiente para Amanda. Todos tenían clase, dinero, madurez, ambición. ¿Sabes por qué te escogí a ti? —no esperó que el pecoso diera una respuesta—. Ninguno de ellos sabía lo que es el hambre, valorar lo que tienen. Tu aprecias los pequeños detalles de la vida, aunque parezca que no es así. Cuando hablé con esas dos y supe que estuviste en la guerra, lo primero que pensé fue: me traen a un niño con traumas para que pase toda la vida con mi hija. Después hice que te siguieran la pista, y ví que eras más de lo que pensé.

La ira de Grace comenzó a disiparse.

—Supiste controlarte cuando te dieron a Grecia Pinkman como regalo, nunca la tocaste. Lo mismo pasó con Rebecca Hamilton. Eso habla muy bien de ti, no eres capaz de meterte con gente que está contigo en contra de su voluntad. Ahora, al querer vengarte de lo que hicieron con las pocas personas que no te veían como un perro dice que aprecias a las personas, no estás cerca de ellas por mera conveniencia. Angela y Lucrecia te hicieron mucho daño, lo sé. No te pido que las ames o las perdones, saca el mayor provecho de ellas ahora que siguen vivas. Por lo que veo, Lucrecia te ama, y le dolería más ver que no sientes nada por ella que recibir tu desprecio, te lo aseguro. Y en cuanto a Angela... El tiempo le dará su castigo.

—¿Por qué debería confiar en usted?

—Porque yo te estoy confiando a mi hija, la persona que más quiero en el mundo —estiró su mano para pactar un acuerdo entre ellos—. A diferencia del resto, tu puedes defenderla de cualquier peligro. Me sentiré segura si está a tu lado cuando los del sur traten de armar un caos. Cuida a mi hija, y yo me encargaré de poner a estas dos a raya —se refirió a Angela y Lucrecia.

—Hace un día y medio que me hago a la idea de pasar la vida con Amanda. Sus problemas y dolores se volvieron míos desde que usted nos casó —farfulló Grace—. Ella será libre de usar cualquier ropa que quiera. Y si le gusta ejercitarse, lo seguirá haciendo hasta tener el cuerpo que quiera. Ni usted ni su padre tendrán derecho de criticar como se vea. También podrá salir a donde quiera sin la compañía de Luca Barbato, siempre y cuando sea conmigo, claro —estrechó la mano de la mujer—. Tenemos un trato.

—Sabía que eras el indicado. Espero cosas buenas de ti, Grace —sonrió con satisfacción—. Por el momento es todo. Pero nuestra plática no termina aquí. Tenemos cosas muy importantes que discutir, aunque no te vayan a gustar.

—¿Como qué?

—La protección de tu madre —dijo Monserrat—. Mi sobrino, Zinder Croda quiere verla muerta.

—Era de esperarse, ella lo tuvo como un esclavo por tres años.

—¿Estás con nosotros para terminar esta pelea?

—¿Ignacio Trujillo está de su lado?

—Si —torció los labios—. Pero tengo una idea donde todos podemos sacar provecho. ¿Quieres vengarte de Ignacio? No te puedo dar a ellas, pero con Ignacio y Kande es distinto.

—¿Cómo?

—Pronto lo sabrás, querido. Muy pronto.

El nerviosismo se apoderaba de Grace con cada segundo transcurrido dentro de la catedral, estando delante del padre listo para comenzar la ceremonia que, al igual que los presentes, esperaban la entrada de la novia.

Logró avizorar al padre, luego a los presentes sentados en los bancos de madera cuyos rostros eran irreconocibles, salvo uno que otro como el de Freddie o sus parientes. Solo eran invitados de relleno ante sus ojos, caso contrario a Amanda, pues muchos de ellos eran sus parientes, conocidos de su madre y parientes cercanos que visitaba con poca frecuencia.

«¿A cuantas de estas larvas le interesa la boda?» dijo para si tras contemplar los tantos rostros que fingían alegría.

—Menos de los que puedes imaginar —contestó Gula—. Da por hecho que ninguno viene porque le importen ustedes. Están aquí por las vacas, no por los becerros.

Se esperaba esa respuesta. Miró el techo de garabatos barrocos, retomó los pensamientos de hacerse a la idea de plantear una vida plena, lejos de problemas. Era imposible.

—Imagina un futuro lleno de sexo, discusiones, dinero. Podrás encontrar eso, menos la felicidad que tanto quieres —Gula fue directa, idéntica a un sabueso que muerde al cuello de su víctima—. Estamos malditos, cariño. No esperes cosas buenas de la vida. Al final nosotros estamos destinados a traer el juicio para estos infelices.

Los presentes se pusieron de pie cuando las puertas de la catedral se abrieron en par, dándole la bienvenida a Amanda, que caminaba lentamente junto a Monserrat hasta llegar junto a Grace.

«Una nueva vida...» sus pensamientos seguían deprimentes, sintiéndose insuficiente de no haber cumplido sus objetivos antes de haber llegado al altar. «¿Qué diferencia habrá entre estar casado y soltero? Al final seguiré siendo el títere de todos».

Retiró el velo que cubría la cara de la chica, quedando vislumbrado por su belleza, la cual no necesitaba de tanto maquillar para resaltar sus atributos faciales, pues con el largo vestido blanco era suficiente para robarse el aliento de mas de un presente, incluyendo a Grace.

Incluso cuando ella aparentaba disfrutar el momento, esos ápices dubitativos transmitían la resignación que compartía con el pecoso. Sus sentimientos ya no importaba, por lo que sonrieron, afrontando esa nueva y prematura etapa de la vida.

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