Confiesen
Se suponía que sería un gran día para ambos, si tan solo la boda que se llevaría a cabo no tuviera un arreglo a conveniencia de sus familias, siquiera hubiera amor de por medio. Dinero, sangre, ganancias para terceros. Era lo único que Grace y Amanda pensaban, conveniencia, un arreglo vacío.
—Perro —dijo Freddie—. Quita esa cara de culo, que hoy es tu día especial.
El colombiano se posicionó detrás de Grace, fingiendo alegría por él, algo carente de sentimientos para la envidia que le tenía. Según sus pensamientos: él debía ser el protagonista de la boda. Siendo alguien que desde su infancia estuvo a los servicios de Lucrecia Benedetto, merecía una recompensa de esa magnitud, no importaba si era postizo o el hijo primogénito.
Claro que no lo iba a admitir. Sería un resentimiento guardado hacia su madre, y un insulto que un simple chico con problemas mentales recibiera todas las cosas buenas sin hacer mucho esfuerzo. Prácticamente se habían escupido en su trabajo, tratándolo como una mascota que entretiene al dueño, y lo apartan cuando llega alguien más exótico como un gato sin pelaje. Por tanto que se negaba a admitirlo, se sentía como un perro abandonado.
—¡Arriba esos ánimos, campeón! —contó hasta tres para no caer en la tentación de envenenar a Grace con el veneno en los bolsillos de su saco—. Para el día de mañana estarás despertando con una resaca de los mil demonios luego de haber bebido hasta olvidar tu nombre, te levantarás, preparás un café mientras disfrutas tu primera semana de casado. ¿Sabes que es lo mejor? Mamá dijo que les darán una semana libre de escuela.
Por otra parte, Grace abrochó el último botón del esmoquin, a la espera de que algún encargado de dirigir la boda le diera la orden de pasar al centro de la sagrada arquitectura. Una cosa distintiva a lo que creía cuando pisó la catedral donde se encontraban, pues, interiormente estaba muerto de miedo por las consecuencias que tendría al estar cerca de una cruz, mientras tenía un demonio interno. Casualmente nada pasó, inclusive se sintió con más energías.
—La catedral no tiene la bendición del señor —emergió Gula de la nada, fingiendo acomodar el moño del chico—. ¿Te cuento un secreto? Son pocas las iglesias que tienen el favor de su dios. Los del cielo se hartaron de escuchar falsos juramentos, falsas alabanzas. Principalmente en éste país. Los angeles están deseosos de bajar para matarlos a todos. ¿Sabes qué los detiene? Nosotros —sonrió—. Se dice que llegaron a la conclusión de no meter las manos y dejar que se maten entre ellos. Y eso, mi estimado, se debe a una sola cosa: evitan el armagedón porque tienen miedo de perder a la mayoría de las estrellas. Todo lo que dicen en la biblia es falso, la mayoría. Ellos pueden morir, al igual que tú y yo. La mayoría de los diablos no fueron ángeles, somos los pocos que caímos por órdenes de padre para controlar a esas bestias.
Freddie guardó silencio cuando notó que sus palabras eran arrastradas por el viento, ya que Grace parecía ajeno a lo que un desconocido que lo ayudaba por conveniencia podría decir.
Caminó hasta la ventana con vista a las nevadas calles cerca de la catedral, con hermosos jardines que relucían con todo su esplendor en las épocas de primavera y verano. Ahora parecían simples bultos de nieve debajo de los faros que proyectaban una decente iluminación pese a ser de día para contrarrestar la tenue luz.
Abrió la amplia ventana, dejando que el frío invadiera la habitación, pero él no sentía nada. No había frío, tampoco sentía calor. Era como un muerto viviente, carente de sentimientos ajenos al egoísmo. Entonces cayó en cuenta de que ya no era humano, desde hace mucho dejó de serlo.
—¿Eres idiota? —se acercó Freddie para cerrar la ventana—. ¡Nos quieres matar de hipotermia, puto loco!
—Te equivocas —finalmente le dirigió la palabra—. No puedes matar algo que ya está muerto.
Algo en él aclamaba regresar a sus inicios, cuando no pensaba en otra cosa que no fuera estar lejos de la realidad, dado que mantenerse despierto le hizo recordar lo hastiado que era tomar responsabilidades impuestas por personas que se sentían por encima de él.
Casarse para seguir un legado, despertarse temprano con el propósito de estudiar para algún día ser alguien respetado por completos desconocidos, cumplir con las expectativas que ahora muchas personas tenían en él; tal vez simples esperanzas que caían al abismo. Estaba podrido, así se sentía. Como un plato de comida después de pasar semanas a la intemperie, rodeado de moscas y gusanos que comían de su cuerpo.
—Freddie —dijo Grace—. Necesito que...
Su petición fué cumplida sin necesidad de solicitar los servicios del hermano postizo que inmediatamente abandonó la habitación cuando las dos mujeres en su mente entraron.
Eran ellas, las dos personas que deformaron su felicidad. Tanto Lucrecia Benedetto como Angela Ackerman elogiaron su vestimenta cuando Lucrecia ordenó la salida del colombiano con una simple mirada.
—¡Mírate! —la gitana parecía satisfecha con la apariencia de Grace—. El primer Benedetto en tener una boda decente —trató de ir hacia Grace con la intención de acomodar su traje.
—Me alegra verlas —caminó hasta la puerta, evitando cualquier contacto con Lucrecia y cerrar la puerta—. Hablemos un poco.
Les ofreció las modestas sillas de madera cerca del tocador con espejo, a lo que ellas se sentaron algo confundidas por la indiferencia de Grace respecto a la forma en que las trataba.
—¿Por qué tanto misterio? —preguntó Angela.
El pecoso las miró como si de un interrogatorio se tratase. Sentía tanto odio hacia ellas que le era difícil mantener la compostura, la tristeza de recordar el final de Jessica y Miyuki clamaba venganza, la soledad de saber que por tantas personas que estuvieran a su lado, ninguna de ellas se mantenía junto a él por voluntad propia. Todo a causa de ambas mujeres.
Caminó alrededor de la habitación sin detenerse, hasta lo hacía mientras hablaba cual tiburón rodeando a su presa.
—Confiesen —era directo y tajante.
—¿Qué? —ahora era Lucrecia la que preguntó.
—Estamos en la nueva casa de la señora de las moscas —dijo, bebiendo el vino de la copa dorada que Freddie le había servido anteriormente—. Estoy casado para llenar sus bolsillos de verga, prestigio y dinero. Sé que no tengo otra opción, porque de tenerla me hubiera aferrado a ella para escapar de ustedes. Desgraciadamente no la tengo, y ahora me veo obligado a vender mi alma por segunda vez.
—Es una pena que ahora estés dudando, cuando en la cena parecías encantado con tu esposa —musitó Angela—. Es normal que dudes en el último minuto. No hay hombre que no le tenga miedo al compromiso.
—Confiesen —repitió.
—¿Qué vamos a confesar? —preguntó Lucrecia.
—Dejaron que Jessica se pudriera en un burdel —aseveró Grace—. Pasó el resto de su vida satisfaciendo los deseos de muchos cerdos que no se contenían con ella. Muchas veces la lastimaban, la humillaban. ¿En cuanto a ustedes? Sentadas en el poder, dándose el derecho de quién vive o muere. —Detuvo su caminata para acercarse a Angela, inclinarse y quedar cara a cara con ella—. ¿Sabes cómo la encontré cuando mandaste a masacrar el burdel?
La cabeza de la familia Ackerman no respondió. Se mantuvo serena, sin atisbos de miedo o preocupación.
—Su cuerpo estaba lleno de las balas que traspasaron a Angelo Ackerman —quería ver arrepentimiento en el rostro de Angela, no lo consiguió—. Su cadáver quedó debajo de ese maldito anciano.
—¿A qué viene todo esto? —la gitana soltó otra pregunta, sintiendo un revoltijo en el estómago, una cosa inusual en ella.
—Díganme por qué la dejaron en un burdel —usó su personaje de estudiante religioso—. El padre Grace las escucha. Confiesen. Y tú, gitana. Quiero que digas porqué mataste a Miyuki.
—¿Por qué tanto interés en Jessica? —ahora era Angela quien preguntó.
El chico comenzaba a fastidiarse de no recibir las respuestas que quería. Regresó al tocador para llenar su copa de vino y beber.
—No deberías beber antes de la ceremonia —aconsejó la pelinegra.
—Que te importe una verga. Es mi boda, no la tuya —respondió sin exaltarse, pero se notaba el veneno en sus palabras—. Las estoy esperando. No saldremos de aquí hasta que lo digan. Confiesen.
—No tengo nada que confesar —contestó Angela—. Lo que pasó fue asunto de nosotras. No tienes nada que ver ahí. ¿Mataron a Jessica frente a ti? Nadie te manda a estar de morboso y mirar cómo tú abuelo se la cogía una y otra vez.
—La asesinaste —volvió a dar vueltas después de rellenar la copa—. Lo peor de todo fue que no tuviste el valor de hacerlo con tus propias manos.
—¿Por qué debería ensuciarme las manos cuando puedo hacer que otras personas lo hagan por mí? —respondió con una pregunta—. Lo hice, pero ella no me importaba. Seguiría viva si tan solo no hubiera ido a trabajar. Mi objetivo era Angelo. Ni ella ni las demás putas me interesaban, pero no debía dejar testigos. ¿Eso querías escuchar? Ahora puedes tener una boda tranquila, no la vayas a cagar por un berrinche.
—Tu turno, gitana —señaló a Lucrecia—. La profesora Nazawa nunca te hizo nada. Ni ella ni Meiying, aún así las mataste. Lo único a destacar es que a comparación de la cobarde a tu lado, tuviste el valor de hacerlo con tus manos. ¿Y matar a la ahijada que te veía como una madre? Debes tener mucha mierda con semen en la boca para estar acostumbrada a tragar caviar.
—Da gracias que les di una muerte rápida —escupió—. Ignacio y Kande no se iban a tocar el corazón como yo lo hice. Planeaban torturarlas.
—¿Por qué lo hiciste?
—No lo sé —dijo con sarcasmo—. Por el vecino tal vez. ¿Por quién he estado haciendo tanto circo desde hace más de dos meses para hacer de su vida un paraíso?
—Tu puto amigo las trató como si fueran basura —repitió la acción de encararla, como lo hizo con Angela—. Eran mujeres que vivían sin hacerle daño a nadie.
—¡Eran ellas o tu vida! —reveló, igual de molesta que Grace, con la diferencia de que no reprimió su disforia—. Si vas a culpar a alguien, culpa a la perra de tu tía por meterse con la gente equivocada —señaló a Angela.
—¡Eran mujeres inocentes!
—¡Y tú eres mi hijo! —se puso de pie—. No me arrepiento de nada. Y lo volvería a hacer si es necesario. Iría a sus tumbas para sacar sus cuerpos hechos mierda por los gusanos y les dispararía hasta vaciar el cargador de un arma en tu cara si eso significa salvarte, estúpido mocoso malagradecido.
—Eres alguien despreciable —acotó sin bajar la mirada a su madre—. Deberías irte. Las dos deberían hacerlo. Haré mis votos sin que ustedes me vean. Tendrán los beneficios de mi boda, pero no estarán presentes.
—Deja de vivir en el pasado —masculló Angela, sin abandonar su asiento—. Ponerte a llorar y hacerte nuestro enemigo no te devolverá lo que perdiste. Acepta lo que pasó. Todos perdemos algo cuando queremos llegar a la cima.
Los tres mantuvieron un silencio que atrajo una tensión palpable en el aire, tan fuerte que se escuchó el chillido de la puerta al abrirse y darle paso a la mujer que entró sin pedir permiso.
—Lamento decirte que no se podrán ir, yerno —la ronca voz de Monserrat Croda se escuchó para romper el silencio—. Es de mala suerte pelear antes de una boda.
—¿Qué quiere? —preguntó Grace.
—Dejar las cosas claras antes de que terminen mal —respondió, yendo al tocador, sirviéndose vino con la copa sobrante—. Todos seremos familia, debemos mantenernos juntos si queremos sobrevivir a lo que se viene.
—No me interesan sus problemas —respondió, tajante—. Hagan lo que quieran entre ustedes. Tengan un trío si quieren, pero Amanda y yo no tendremos nada que ver con ustedes.
—Eso no se va a poder, Grace, Edik, o como quiera que te llames. Desgraciadamente vivimos una guerra que nos está costando más de lo que imaginamos —confesó—. Tu compromiso no se hizo solamente para ganar dinero. Afuera hay personas muy peligrosas que quieren la cabeza de tu madre. Y si ella cae, déjame decirte que todos aquí lo haremos. Así que deja de comportarte como un niño y sé un hombre de verdad.
—Por mi que la dejen bien matada —agregó—. Madre es la cría, no la que engendra.
Esas palabras le dolieron a Lucrecia más que los insultos anteriores, pero no lo demostró.
—¿Y si te digo que tus hermanos de palabra, dos de los otros cuatro hijos adoptados de Trinidad Jeager son los que quieren darle caza?
—Ella se lo ha ganado.
—Eso es verdad. Lucrecia se ha ganado que esos niños la quieran ver muerta, todo por querer salvar a un hijo malagradecido que no aprecia el sacrificio que hizo para terminar las atrocidades de Trinidad.
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