Confección: parte 3
La puesta de sol que proyectaba un escenario donde predominaba el color anaranjado —a causa del sol que poco a poco dejaba sus últimos destellos de luz— en la cima, donde los alumnos del instituto San Bernardo se disponían a salir de la instalaciones. Asi como en su primer día de clases, Grace estaba caminando junto al resto del alumnado que abordaban los tantos autobuses en compañía de Grecia Pinkman.
—Entonces —dijo él, formado en una de las nueve filas restantes a la espera de un transporte, detrás de la chica—: ¿dices que irás a tu casa, o te hospedarás en un hotel?
Grecia, a comparación de lo desapercibida que estuvo en la reunión con sus padres y, ahora ex suegro y ex prometido, se daba el lujo de expresar todo su descontento mediante miradas asesinas sobre el pecoso, a la vez que no respondía alguna de sus preguntas desde la finalización de aquella junta. Incluso como ahora que, muy ensimismada de la adversidad de su vida que siempre afrontó, prefería desgastar su mente en ella misma que en Grace. Al menos así se daba el pequeño lujo de tener tiempo para ella misma y no en segundos o terceros, aunque fuese muy sucinto.
—¿Seguirás haciéndome la ley del hielo? —el chico esperó una respuesta que jamás llegó, conforme la hilera de gente se acortaba—. Bueno, esto es lo que recibo después de librarte de aquel gordo follador de castañas. Y si... —el chico prosiguió antes de que ella dijera algo—. Lo sé, tu no pediste mi ayuda, al menos, no directamente. Así que ahórrate el típico: yo no te pedí que hicieras algo por mí.
Esa actitud tan humorística de Grace comenzaba a colmar los restos de paciencia de la muchacha, siempre tan llevadero, incluso con los temas de vida o muerte. No necesitó voltear para saber que una sonrisa confiada se encontraba en los labios de él, independientemente del poco tiempo que llevaban conviviendo juntos, creía saber lo que haría, así como si ambos fuesen un matrimonio de décadas donde uno conoce perfectamente al otro.
—Te equivocas —finalmente habló, pero sin darle la cara al pecoso—. Cuando llegaste a evitar que volviera a tener otra noche con Tenorio y sus amigos, estaba sacada de sí, porque muy en el fondo me preparaba para otra noche llena de tanta mierda. Ver que alguien me ayudó solo provocó mas confusión, pero, dentro de todo ese revoltijo de carne podrida, algo en mí vio una pequeña esperanza en ti. Pero no me malentiendas, jamás pensé en ti como ese príncipe azul en los cuentos que llega a salvar a la princesa inútil. O como ese chico que aparenta ser malo, pero que por dentro siente que su adinerada vida de cristal es un tormento, y de pronto llega a salvar a la ñoña de la clase. Más bien, yo solo te vi como una chance de librarme de todo. Y mira, lo conseguí, solo que... me libré de un monstruo para estar a merced de otro.
"Me libré de un monstruo para estar a merced de otro".
Una frase común, cuyas ataduras ha mantenido durante sus cortos años respirando. Simples palabras tan banales para una mujer con hijos de distinto padre, amante de los maltratos familiares. Era esa con la que Grace se ha familiarizado, incluso desde antes de iniciar su desarrollo como feto. Quizás ese era el motivo que le hizo borrar esa sonrisa que decoraba el sarcasmo que camuflaba sus verdaderos sentimientos, tan oscuros pero melancólicos. Una añoranza andante, cuyo poder era tanto en su ser que danzaba con la locura que prometía acabar con la poca cordura que le quedaba.
Después de todas las incitaciones que el pecoso le daba a Grecia para que esta le respondiera, aquello dicho por ella sobró para que Grace no volviera a abrir la boca a no ser que fuera necesario. Como cuando trataron de subir a uno de los autobuses polarizados, cuya entrada fue denegada al momento de mostrar sus identificaciones al chófer, todo por haber recibido órdenes por parte de personas externas para que el par no pudiese salir del colegio. Al menos, no sin la compañía de la persona que solicitó la retención de ambos.
Ellos presenciaron otras cinco tandas de nueve autobuses que llevaron a los estudiantes de diversos niveles académicos, desde infantes que eran acompañados por los profesores de kindergarten, hasta meros universitarios.
A esas alturas sólo quedaban pocos en el casi desolado estacionamiento, donde un par de transportes cuyos asientos eran ocupados por los últimos profesores en salir, los cuales estaban acostumbrados a abandonar el colegio en pleno anochecer. Incluso el estacionamiento pavimentado y pintado con algunas señales que servían para los camiones y coches de maestros que pasaban de usar los transportes otorgados por la escuela, quienes también emprendían la retirada a sus hogares u otro lugar.
Al final, solo el par de adolescentes eran los únicos que seguían en el ahora abandonado aparcamiento a la intemperie, siendo acompañados por los vigilantes en la caseta de entrada.
Grace inspeccionó con la vista los alrededores alumbrado por algunos faros de luces amarillas, o uno que otro vigilante merodeando por los edificios completamente oscuros a varios metros de distancia. Todavía mermado de ánimos, el chico volteó a ver a Grecia que estaba a su lado mientras esperaban de pie en medio del lugar.
—Yo te lo advertí desde antes de ir con tus padres —dijo él, después de dos horas en silencio—. Haré que me digas monstruo con provecho —suspiró antes de volver a sonreír con ironía—: ¿en serio viste esperanza en algo como yo? A estas alturas ya deberías saber que eso no existe para ti. De hecho, para nadie de ésta capital. Tan solo mírate, quizás y no te encuentres junto a un grupo de gordos en un hotel. Pero sigues encadenada a alguien, como la esclava que seguramente estabas destinada a ser, cual moneda de cambio para tus padres. Y para prueba un botón: ¿de dónde te acabo de sacar?
Grecia, quien estuvo reacia a derramar lágrimas frente a la multitud que se había marchado no pudo más. Importándole poco si sus bragas rosa pastel se lograban ver por haberse desplomado al suelo, abrazó sus piernas mientras hundía el rostro en ellas, comenzando a sollozar por lo bajo.
—No pediste esto que te pasa —prosiguió, sentándose al lado de Grecia—. Claro, ¿quién putas sería tan masoquista para elegir una vida como sirviente? Créeme, nadie en el mundo quiere sufrir. Y si alguien dice que el dolor es el mejor método para soportar los golpes de la vida, es porque nunca ha sabido lo que se siente la empatía. Ni siquiera lo que es el amor propio.
—Pensé que si me mantenía paciente. Si soportaba los maltratos de todos a mi alrededor, si esperaba a que llegara un rayo de luz, yo podría ser libre. —Dijo Grecia entre hipeos—. Solo quiero despertar sabiendo que puedo tomar mis propias decisiones. ¿Pero qué podría entender un niño que desde la cuna lo tuvo todo?
Grace volvió a reír, pero con su tono igual de agobiado.
—Tienes razón, Grecia. Es como dices, soy alguien que siempre tuvo todo servido. Nunca me faltó un plato caliente en la mesa, dormir en una cama decente, en un tejado sin goteras, ni mucho menos la escuela. Nunca me ví obligado a recolectar chatarra de la basura para venderla y así comprar despensa a dos días de que venciera su fecha de caducidad. Jamás me vi en la necesidad de desahogar la frustración de pasar hambre en una esquina tirando rimas, junto a otros niños desnutridos como yo, en un lugar de pobreza extrema. Y sobretodo: nunca me faltará nada porque siempre tuve el apellido Ackerman. Si, Grecia... ¿qué voy a entender yo de lo que es estar dependiendo de alguien si soy libre de tomar mis propiasdecisiones?
—Claro... un convento de monjas es un completo infierno. ¿Pobreza? Bésame el culo, ni tú ni yo sabemos lo que es eso. No te hagas el sabio. Hubiera preferido mil veces ser una devota de Dios, que estar aquí contigo.
—La vida no siempre nos da lo que queremos. ¿Qué esperabas? Así es el mundo real. Algunos tienen lo que nosotros queremos, y no están conformes. Como hay otros que envidian lo que tenemos, mientras que nosotros exigimos más de lo que merecemos. Nunca es suficiente. Acéptalo, ésta es la vida que nos toca. Y si no te gusta, intenta hacer algo para cambiarla. Algo que salga de ti, con tus propios méritos. No esperes que otra persona venga y te rescate solo porque tienes una cara bonita, porque de ser así, seguirás pasando de dueño en dueño. Puede que la siguiente persona que tenga tu correa sea mucho peor que Tenorio y yo. —Suspiró, mirando la luna llena que le regalaba el cielo despejado de nubes—. Tienes dos opciones: o te mantienes como el juguete de todos, o alzas la voz e intentas no morir en el proceso.
La noche seguía su curso mediante el bochorno y piquetes de zancudo, eso no quería decir que la situación de ambos tuviese conclusión alguna. Tuvieron que dar las diez de la noche para que un auto negro —mismo con que Rebecca manejó con traje de chófer cuando llegó a Ishkode junto a Grace— que se estacionó frente al par que se encontraban sentados en el concreto, en medio del lugar.
Grace fue el primero en apearse e ir a la puerta de conductor, donde la ventana de ésta se bajaba para divisar a la rubia de aspecto cancino mientras Grecia seguía cabizbaja.
—¿Se van a quedar ahí, tragando rebanadas de verga o van a subir? —preguntó Rebecca.
—Llevamos cuatro horas esperándote —masculló Grace, conteniendo algún insulto que podía escaparse de sus labios.
Ella se alzó de hombres, poco interesada en la rabieta del chico. Miró en dirección a una Grecia que no reaccionaba, después bostezó mientras hablaba a la cara de Grace para que su pestilente aliento a mierda, ajo y cebolla fuese al olfato de él.
—El chiste de hace rato me hizo perder tiempo muy valioso. Tenía que reponerlo. De paso me di el lujo de darte una lección para que aprendas a no comprar pleitos ajenos —señaló a la castaña— esa niña te va a salir caro.
—¿Y era necesario hacernos esperar como pendejos?
—Niño, no me queda paciencia para aguantar otro de tus berrinches. Solo sube al puto auto.
—¡Ándate a chingar a tu puta madre, rubia mal cogida! —exclamó el chico, no pudiendo contenerse.
El pecoso dio media vuelta, dispuesto a marcharse por su cuenta. Incluso estaba decidido a usar los puños con Rebecca si ella se atrevía a obligarlo a subir al vehículo. El coraje no le dejaba pensar en las consecuencias, o de cuánto tiempo le tomaría llegar a la ciudad a pie, puesto que en transporte se tomaba alrededor de cuarenta minutos. Pero eso se vio interferido por Grecia, que en silencio se había posado detrás de él, justo cuando discutía con la mujer joven.
—Estoy cansada, no podré ir a la ciudad caminando —dijo lo más inexpresiva que jamás pudo haber estado—. Por favor, solo quiero dormir. Amo, se lo suplico, ¿podemos entrar al coche? Se lo compensaré cuando lleguemos a casa y tome una ducha.
—¿Amo?
Grace reconoció esa manera de actuar, pues, así era la actitud de una persona que había perdido todo rastro de autodeterminación. Eso le recordó a él, cuando vio morir a Lúlu. Rápidamente se asustó, pavoroso de que la chica se volviera una persona muerta en vida. No solo era él. Rebecca, si bien era alguien que hace poco no sabía de la existencia de Grecia, ella se pudo percatar del vacío en esa hermosa cara que ahora no transmitía nada. Ni una sonrisa, u otra mueca.
Él vaciló, imaginando lo que ocasionó ese repentino cambio en ella. Después recordó las palabras que le dijo horas atrás, entonces cayó en cuenta de lo que podía pasar alrededor de Grecia. Ella había tomado una decisión —pelear por su libertad o seguir con su vida actual—, muy asustadizo, un escalofrío recorrió su cuerpo al instante en que sus ojos se crisparon por el miedo que le generaba la decisión que Grecia tomó.
Rebecca tampoco dejó pasar dicho detalle. Eso también le recordó a su difunta hermana Jessica Hamilton. Alguien que si bien hace poco había dejado de respirar, desde años atrás estaba muerta. Y el reciente actuar de la castaña eran los recientes vestigios de que ella iba por el mismo sendero. Pronto, ese atisbo de añoranza y pérdida llegaron a su ser, como si delante suyo tuviera a la hermana que tanto amó, esa que tanto sacrificó para que pudiera ser lo que era en la actualidad. Luego volteó a Grace, y algo en él le hizo recordar a Angela, la mayor responsable de que su único pariente perdiera las ganas de vivir.
—¡Pedazo de mierda! —la rubia bajó del coche al pegar un grito, muy eufórica, con el rostro que remarcaba sus gesto colérico, yendo en dirección al chico, increíblemente con un par de lágrimas saliendo de sus ojos—. ¡¿Qué verga le hiciste a la niña?!
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